El nuevo matiz es sonrojante: ya no solo te perjudican, ahora te hacen sentirte presuntamente estafado
Sí, arbitrar es muy difícil. Sí, el fútbol tiene que aprender a convivir con el error. Sí, da pereza hablar del eterno revisionismo arbitral. Sí, cansa hablar de árbitros y de arbitraje. Sí, se les debería exigir mucho más. Sí, los periodistas no estamos para presumir y tampoco para dar lecciones a los colegiados. Sí, los equipos solo protestan cuando les perjudican. Y sí, Soto Grado perpetró un actuación escandalosa en Anoeta. Permitió que se cosiera a patadas a Joao Félix, dejó sin castigo varias patadas alevosas sobre Morata, decidió no expulsar a Saúl cuando pudo hacerlo perfectamente y remató su “brillante” actuación aplicando su particular criterio de las manos (anuló un gol al Atleti y validó otro de la Real) y de la ley de la ventaja, cortando una jugada de gol clarísima para el Atleti en la prolongación.
Soto permitió que el juego se ensuciase, dio validez a un tanto del Atleti en el que se produce mano previa de Joao Félix (corregido por el VAR) y justo después, en el gol del empate de la Real, cuando Sadiq remató a portería y el balón resbaló por su brazo, no siguió el mismo criterio. Mano, dijeron unos. Deltoides, dijeron otros. Bíceps, dijeron muchos. Sigan, dijo Soto Grado. Nada, pudimos decir el resto. ¿Por qué? Pues porque a pesar de los cientos de cámaras, de los miles de ángulos y las supuestas mil historias para no dormir que nos cuentan, los espectadores no pudimos ver una imagen clara, una repetición buena, para saber si el remate de Sadiq había rozado en su mano o no. No es fútbol, es otra cosa.
Durante 23 minutos no vimos ni una sola toma ni repetición de la polémica jugada. Lo que sí vimos fue una pantalla donde nos ofrecían la narración del gol por parte de un compañero de la radio. Eso sí. Y por supuesto, también vimos otra pantallita para no perdenos un solo detalle de cómo llegaba el Barça al estadio del Sevilla, porque lo que a todos les importaba no era si el gol de Sadiq era legal o no, sino lo que iba a pasar en el partido de otros dos equipos. No es fútbol, es LaLiga.
Como Soto Grado quiso rematar su faena, en la última jugada del partido, decidió cortar una acción de gol para el Atlético, tras no dar la ley de la ventaja alegando que Correa estaba en fuera de juego, al ver el cabreo de los jugadores. Soto dijo a los jugadores que había fuera de juego (no lo había), pero los espectadores no pudimos ver una repetición ni del gol anulado, ni del posible fuera de juego. Decidieron cerrar la conexión. Aquí paz y después gloria. Por cierto, en el resumen del partido que uno tuvo la suerte de ver, ese que también se distribuye a los medios, no aparecía ninguna de esas acciones polémicas. No es fútbol. Es, presuntamente, una estafa.
El Atlético abandonó Anoeta sintiéndose perjudicado por el árbitro. Nada nuevo bajo el sol. Un día es el Atleti, otro el Betis y otro será el Cádiz. Hay para todos. El problema es que los aficionados colchoneros se fueron a la cama pensando que les habían estafado, porque durante la retransmisión nadie les pudo enseñar, con claridad, una toma donde se pudiera comprobar, sin ningún tipo de dudas, si Sadiq había tocado con el brazo el balón o no, ni tampoco pudieron ver una tema sobre si había fuera de juego o no de Correa en una jugada donde el árbitro no dio la ley de la ventaja. Conclusión: de esto no se hablará en los medios, se ignorará en las tertulias, el personal dirá que no fue para tanto y en la barra del bar se dirá que los del Atleti siempre están llorando. Y uno dirá que a llorar, al Carmen. Correcto.
El matiz es que el tema del arbitraje y el VAR va más allá del Atleti. Ahora ya no perjudican a un equipo que se calla para evitar sanciones. Ahora, además de perjudicar a un equipo y pedirle que se calle tras aplicarle caprichosamente el reglamento, a sus aficionados les hacen pagar por ver lo que otros quieren que vean y también por no ver lo que otros no quieren que se vea. Del pagar por ver al pagar para no ver. No te perjudican, te hacen sentir robado. No es fútbol, es una historia nueva, un egendro para el espectador. Una presunta estafa.
Rubén Uría