Poco antes de que Hugo Chávez asumiera por primera vez la presidencia de Venezuela el 2 de febrero de 1999, Gabriel García Márquez escribió un texto llamado “El enigma de los dos Chávez”. En la nota publicada en la revista Cambio, de la cual era socio, el Premio Nobel narra sus impresiones después de viajar de La Habana a Caracas con el exteniente coronel tras haber sido elegido. Gabo habla de su carisma caribeño, de sus dotes de narrador natural, de cómo recordaba su infancia en Barinas, donde creció vendiendo dulces y fruta en una carretilla.
A pesar del magnetismo del desaparecido creador de la revolución bolivariana, la crónica termina de manera premonitoria. “Me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más”.
El domingo, apenas la Registraduría dejó en claro que la fórmula de Gustavo Petro y Francia Márquez era la ganadora de las elecciones, volví a leer las palabras del Nobel. En Colombia, un país desigual, clasista, machista, excluyente y violento, la llegada del primer presidente de izquierdas, ex guerrillero, con una carrera de más de treinta años en la política y férreo crítico del establecimiento, es sin duda una noticia refrescante al darle representación a tantos que se sentían excluidos. Su compañera de fórmula, primera vicepresidenta negra, mujer nacida en una de las regiones más pobres y sufridas, feminista, lideresa social en un país donde cientos de líderes sociales han sido asesinados, es una fuerza que aportó un inigualable valor en la decisión de los votantes.
Junto a Petro están los jóvenes, las organizaciones de base, los sindicalistas, tantos héroes anónimos que se han abierto espacio poniendo su vida en peligro. Es en todos ellos en quienes pienso mientras escucho el confuso discurso del triunfo del mandatario electo. Sus palabras arrancan con la solicitud de que sean liberados los detenidos vinculados a la “primera línea” que promovió el paro nacional del año pasado. Entre la algarabía de una muchedumbre eufórica, el nuevo presidente repite su mantra de la política del amor varias veces, dice que va a acabar con la economía extractivista que mata el agua, se refiere a “los gases de la muerte de la humanidad” y a una llamada urgente a los Estados Unidos para hablar sobre ese tema en particular.
En general, habla a sus electores, a quienes dijo cuanto esperaban oír. Pero un verdadero demócrata gobierna para todos. Empatiza con las preocupaciones de otros, las agencia aun si las considera infundadas. Es imposible pasar por alto las omisiones al narcotráfico, la inseguridad ciudadana, la guerrilla y otros grupos delincuenciales, asuntos clave en un lugar donde el orden público es, literalmente, un asunto de vida o muerte. Las Fuerzas Armadas no recibieron ningún mensaje. Y yo me pregunto, ¿qué pensarán los soldados en la selva, entrenados para eliminar al enemigo, de que su nuevo comandante en jefe sea un ex guerrillero? ¿No era este el momento de mostrarse conciliador con ellos?
Tampoco se refiere a los temores que marcaron su campaña, a la preocupación por la incertidumbre que genera su plan económico, a las muchas dudas que sembró sobre un posible fraude, desvirtuadas por la celeridad y efectividad del conteo hecho el domingo tras el cierre de las urnas.
Es verdad que habló de igualdad pero excluyó las inquietudes de buena parte de los colombianos. Y si bien obtuvo una histórica votación de 11.281.013 votos, Rodolfo Hernández le siguió los pasos. La diferencia entre uno y otro fue de tres puntos porcentuales. No obstante, cuando se incluye el voto en blanco, la conclusión es que 49,6 por ciento de los ciudadanos no votaron por Gustavo Petro, ante lo cual salta a la vista que debería ser prioridad unir a una opinión fragmentada.
Si bien este triunfo ha sido una fiesta nacional por lo que representa de ajuste de cuentas en la reivindicación de los derechos de los más oprimidos, quienes no votaron por él necesitan –necesitamos- ser tenidos en cuenta. Yo voté en blanco. Y vestida de blanco, el color de la paz, de la expectativa de una historia que aún no comienza, espero que el presidente electo entienda que somos muchos quienes queremos darle el beneficio de la duda. Pero surgen las dudas de nuevo al escucharlo ¿va a ser este tono de caudillo el que use el mandatario? Si así saluda en su nombramiento, ¿Cómo va a gobernar quien tiene a figuras radicales en sus filas? ¿Las va a poder controlar? ¿O va a ser complaciente con ellas como lo fue con sus electores en el discurso?
Vuelven a mi memoria otros momentos de disociaciones semejantes en donde Petro, al modo de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, muestra actitudes antagónicas. Como si se desdoblara para ser a la vez quien habla de unidad y en la siguiente frase ataca sin piedad a quienes no piensan como él. Es cierto que el domingo fue un día de fiesta en buena parte de Colombia y no era para menos. La elección representa la posibilidad de una reconfiguración profunda en los cimientos del contrato social.
Y sin embargo…
Al escuchar la primera intervención del nuevo presidente me pregunto cuál Gustavo Petro nos gobernará. ¿Será aquel que en 2018 propuso una asamblea constituyente o el que desechó la idea hace poco con el fin de tranquilizar a los electores? ¿Será el que llamó a Hugo Chávez “el modelo del líder global del Siglo XXI”, o el que ha tomado distancia del régimen de Nicolás Maduro? ¿Será como en la época de la Alcaldía de Bogotá, cuando trató de imponer su voluntad a toda costa o respetará las instituciones y la división de poderes? ¿Será el aliado de políticos cuestionados como Roy Barreras y Armando Benedetti o luchará de frente contra la corrupción y la politiquería?
En fin, me intriga su insistencia en señalar los errores del Estado, así como su incapacidad de reconocer los propios como parte activa de una gran apuesta por el país en momentos tan significativos como la aceptación de su triunfo. ¿Por qué empezar con señalamientos? ¿No hace eso parte de un pesado equipaje de viejos resentimientos y rencillas entre figuras y partidos? ¿No es justamente eso lo que promete acabar con su gobierno? Es cierto que en Colombia han sido sistemáticamente asesinados candidatos presidenciales de izquierda como Jorge Eliécer Gaitán, Jaime Pardo Leal, Luis Carlos Galán y Carlos Pizarro. Pero justamente, como el primer candidato de izquierda que llega a la presidencia, con el discurso del cambio y la unión nacional en un país históricamente dividido en dos bandos, ¿No sería clave tenderle una ramita de olivo a quienes más temen que el gobierno entrante los trate como al enemigo?
En su libro biográfico “Una vida, muchas vidas” (Planeta, 2021) Gustavo Petro contrapone neoliberal con democrático. Luego procede a llamar neoliberales a la junta del Banco de la República, el sector de las telecomunicaciones y la inversión privada en el sector eléctrico. Sobre la desaparición de la Unión Soviética dice: “trajo consigo el derrumbe a escala mundial de la fuerza obrera”.
En la misma biografía dice que la Constituyente de 1991 fue un fracaso, y que “un ataque de tanques quizá habría sido la mejor opción (…) en nombre de la democracia y de una Nueva Constitución”. Los colombianos conocemos su pasado. Muchos aludieron “no votar por un exguerrillero”. ¿Por qué no referirse a esto de frente y sin tapujos? ¿No le parece pertinente hacerlo? ¿O no cree que quienes lo consideran un peligro por haber hecho parte de la oposición armada merecen una explicación? Es un tema de humanidad. De empatía. De ponerse en los zapatos del otro. Así como él se ha puesto en los zapatos del desposeído, quienes hoy hacen parte de la clase trabajadora estarían más aliviados si se hablara de lo que les preocupa. Los empresarios, los funcionarios, los independientes, en fin, toda esa Colombia reunida en 10 millones largos de votantes, no tuvieron lugar en un discurso que duró 41 minutos.
Gobernar para todos consiste en hacer el ejercicio de entender a quien no es ni piensa como nosotros. ¿Qué se siente llegar al poder por medios democráticos después de haber tomado las armas? Pienso que es la victoria más contundente que se puede alcanzar. Es algo reivindicativo, es poderoso, podría ser la insignia máxima de la reconciliación de un país roto, pero él no ha tenido palabras para hablar sobre esto, pues sus palabras suelen ser las de quien ataca o se defiende, en lugar de ser las de quien busca tender puentes entre sus ciudadanos a pesar de las diferencias que los separan.
Veo los videos de tanta gente esperanzada viajando durante horas en chalupa, caminando kilómetros, tomando buses para ir a votar. Escucho los gritos de euforia de las personas el domingo en la noche en el Movistar Arena y quiero creer que todo va a estar bien. Qué el cambio va a llegar. Qué los indígenas, los negros, los olvidados, los violentados, los forzados a tomar las armas, no serán defraudados. También yo quiero un cambio. Un cambio que lleve, como dice Petro en su discurso, “a que las oportunidades sean para todos y todas las colombianas”.
Al mismo tiempo, temo que este gobierno les defraude. Deseo con todo mi corazón que ese cúmulo de promesas coherentes en su formulación pero carentes de bases presupuestales y datos sólidos no tengan un aterrizaje forzoso en la realidad. Qué nos muestre a los incrédulos que esta es una alternativa real para relacionarnos de otra manera, para reivindicar a los campesinos y “alcanzar un desarrollo rural integral” como bien dijo en su discurso.
¿Cuál de los dos Petros va a gobernarnos? ¿Él que siente un desprecio visceral por el establecimiento o el que insiste en una Colombia para todos? Parafraseando a García Márquez ¿aquel a quien la suerte empedernida la ofrece la oportunidad de salvar a su país o el ilusionista que podría pasar a la historia como un déspota más?
A nuestro nuevo presidente electo le deseo que encuentre el equilibrio entre el rebelde adolorido, y el jefe de estado que ha sido elegido por once millones de votantes con el fin de gobernar para más de cincuenta millones de colombianos. Como él mismo ha dicho ayer: “Qué tantos sufrimientos se amortigüen en la alegría que hoy inunda el corazón de la patria”. Buen viento y buena mar.
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