Parquearme no es mi fuerte y menos si tengo que dar para adelante hasta la puerta del otro carro para luego dar retro girando el volante.
El rato que logré dejar decentemente parqueado el carro, vi de lejos a un compañero del colegio, de esos cuyo rastro se pierde hasta por redes sociales.
Él entró en quinto curso y era al único que le gustaban las clases de música. Lo vi caminar con mascarilla negra, camiseta negra, jean azul y zapatos negros. Sentí tanta alegría de poder reconocerlo. Como pocos días en mi vida, ese no tenía nada que hacer aparte de retirar unos libros.
Dudé en saludarlo porque no me acordaba ni de su nombre. De repente se me vino su apodo y le grité: “¡Goro!”. Regresó a ver y le dije: “Hola, soy Valentina”.
Pasaron tres segundos de un silencio incómodo, hasta que se sacó la mascarilla. Yo me saqué la mía y nos lanzamos al abrazo.
Nos quedamos conversando muy entretenidos en la esquina de la Patria y Tamayo. Me contó que vive a dos cuadras, que tiene una novia con la que lleva tres años y una gata recién adoptada. No tiene hijos porque le preocupa el futuro del planeta y de la humanidad.
Dijo que debía ir a su casa a retirar unas cosas y que luego me invitaba a tomar un café. Creo que él tampoco tenía nada que hacer ese jueves, a eso de las 11 de la mañana.
Vive en plena 12 de Octubre, frente a la Universidad Católica. Entramos a su departamento y sobre la mesa de madera del comedor había unos pósteres. También había una guitarra eléctrica apoyada contra la pared. “¿Eres músico?”, le pregunté.
Orgulloso, me enseñó sus afiches y me topé con la sorpresa que ha tocado la guitarra eléctrica con distintos grupos en casi todo el país por más de 20 años:
-Me he movido en la escena del hardcore, que es una rama que nace del punk y que, en general, ha incorporado muchos sonidos distintos, aquí en Ecuador desde andinos hasta metal más extremo. Con mi banda, Colapso, tocaba más metal, específicamente death metal melódico, que es metal extremo”.
Lo que me explicó me sonó a chino. Le pedí:
-Goro, deja oír tu música.
Sacó su celular, y lo sincronizó a un parlante negro chiquito que empezó a sonar durísimo. Claro, lo que él llama música a mí me sonaba como algo desconocido, un poco estruendoso. Esto sí es cuestión de gustos, yo soy más del lado del vallenato, pensé.
-Sabes, Valen, estar en este mundo del rock me ha permitido viajar, crecer, conocer el país desde la cultura urbana. En Ecuador estamos acostumbrados a manejar un tema de territorios y cada uno opina desde su realidad. Y gracias al rock he podido atravesar estas fronteras sociales. Porque en cada territorio hay un gusto distinto, según el público. No es lo mismo tocar en el lago San Pablo o en Tulcán que en Quito, donde les gusta más lo urbano, como el hard rock. La música te regala mucha experiencia y eso es invaluable.
Sentí que él y yo pertenecíamos a mundos muy distintos. Me contó que trabaja desde hace muchos años de forma remota, por eso la pandemia no le agarró de sorpresa en lo laboral.
Aparte de músico, es desarrollador. Hizo una maestría en Canadá. Trabaja para una empresa gringa y para algunas nacionales.
“Pero no se puede vivir de la música… Además, los instrumentos son carísimos. Tengo que trabajar harto para poder dedicarme a lo que me gusta. Ahora estoy formando mi propia banda, que se llama Goro, y estoy incursionando como vocalista y compositor”.
-Goro, no logro entender nada de lo que cantas. ¿Las letras de las canciones son en inglés?
-Sí, el inglés permite más melodía. Las palabras son más concretas, más cortas.
“Melodía dice”. Y nos reímos.
Nos fuimos a tomar un café. A pesar de casi no habernos conocido, porque en el colegio tampoco éramos muy amigos, fue ese encuentro casual el que nos permitió una unión de amistad.
Mientras compartíamos, del mismo plato, un pie de manjar con nueces, nos dieron las dos de la tarde. Me contó que tiene un blog que se llama Goro Riffs, un pódcast de nombre Historias Under, que es un espacio dedicado al metal y al hard rock del Ecuador.
Nos despedimos, me subí al auto y me puse a oír sus podcasts, y ahí me acordé de que el Goro se llama José Romero, y que ha sido un increíble y famoso guitarrista de rock. Aprendí que en el metal hay poesía.
Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.