El periodismo de opinión cada vez aumenta más su importancia porque también se incrementa la necesidad de análisis de los hechos causantes de noticias. La beneficiosa amplitud de concepto de periodista en Guatemala implica su uso en personas con o sin estudios profesionales, por ser una manera de aplicación del derecho de opinar y recibir opinión, así como quienes se especializan en escribir acerca del qué pasó, al referirse al por qué practican el derecho de informar y de recibir información. Por eso los columnistas no siempre son periodistas con estudios específicos de periodismo, pero lo son por emplear en más ocasiones, al compararlo con el público en general, su derecho de pensar distinto a los demás, o de adherirse a algún criterio total o parcialmente.
Personas expertas en un tema jurídico o científico, por ejemplo, tendrán la capacidad de escribir mejores artículos si son abogados, pero deben respetar las reglas periodísticas de lenguaje simple, no exclusivamente técnico. Deben cumplir, eso sí, con el número de palabras correcto para encajar en el espacio asignado, y con las normas del lenguaje, la redacción, y sobre todo los términos utilizados en su acepción más comprensible para la generalidad de lectores, quienes no necesariamente deben ser expertos en una determinada temática. Ese tipo de lenguaje esconde la dificultad de referirse a algo de manera entendible con una sola lectura, pero tiene el beneficio adicional de comprensión al hablar claro, sin rodeos, de un tema actual y de interés general.
En mi caso, hace dos días utilicé la palabra “dolina” en un sentido distinto a su significado técnico. En efecto, define a cavernas formadas a causa de mal diseño o mantenimiento de drenajes, por lo cual son alargadas, no redondas. Quiero referirme a una palabra con frecuencia usada equivocadamente cuando se critica al periodismo y su práctica. Me refiero a “amarillismo”, el cual es un término técnico utilizado cuando se destacan en las noticias aspectos llamativos aunque no importantes. Google dice “con el fin comercial de provocar asombro o escándalo” y lo asemeja al sensacionalismo. En la práctica, se conoce como tal a la publicación de gran tamaño o tiempo de detalles sangrientos de las noticias rojas, como fotos de primer plano de víctimas ensangrentadas.
Ayer, el columnista Salvador Paiz afirmaba “me parece una irresponsabilidad de los medios (es decir, todos) el uso de adjetivos amarillistas… y fomentar la escandalización”. “Nuestra percepción, alimentada por ciertos medios, es que seguimos atrapados en la Guatemala hiperviolenta del 2009”. “Las buenas noticias se ven opacadas por las noticias amarillistas…” “Las percepciones… se nos escapan, gracias al uso político y las actitudes interesadas y egoístas de los medios de comunicación (todos) para inclinar la balanza a conveniencia”, sin decir la de quién. “Para muchos medios el morbo de la violencia y el escándalo venden.” Esa será su percepción, tema del artículo, pero la realidad es otra. El diario donde escribe no es amarillista. Prensa Libre y Guatevisión, tampoco.
Las noticias son buenas para unos y malas para otros. Los hechos las provocan, sin adjetivos. Las columnas tienen normas y Salvador Paiz las respeta: párrafos cortos, claros, sin lenguaje ambiguo, bien escritas. Su error ha sido usar una palabra en forma equivocada. Otros tienen malos hábitos, como uso excesivo de gerundios, lectura difícil por párrafos kilométricos sin puntos y aparte, pero son errores de forma, no de fondo. Y por eso cuando he sido preguntado sobre cómo escribir una columna —inaclarable por presentar criterios y juicios necesariamente subjetivos— recomiendo: conozca y aplique la gramática y la lingüística. Luego los felicito por dar a conocer su pensamiento. Las columnas, por su variedad, destacan y son necesarias para el público y el periodismo.