La leche de soja forma parte de la dieta vegana y vegetariana. ¿Es apta para todos? Foto: Oliver Berg/dpa DPA
BERLIN, ALEMANIA / AGENCIA DPA.- Hace tiempo que los porotos de soja son una parte fundamental de la dieta alimenticia, en particular en la cocina vegana. Su alto contenido proteico los convierten en un elemento casi esencial. Sin embargo, muchas personas tienen reparos con estas legumbres porque creen que tiene un impacto negativo en la glándula tiroides. ¿Qué hay de cierto en esto?
La soja está presente en muchísimos productos, desde el tofu hasta las leches veganas. En los supermercados pueden hallarse numerosos productos preparados en base a soja como alternativa al consumo de lácteos o de carne, y contienen aproximadamente un 11 por ciento de proteínas. El contenido de proteínas en los porotos secos incluso llega al 40 por ciento.
Además, es una legumbre ideal para reemplazar la proteína animal en una dieta balanceada, dice Stefan Kabisch, que trabaja como médico Endocrinólogo y especialista en temas de metabolismo en la clínica Charité de Berlín.
Los vegetarianos que ingieren diversas proteínas vegetales al menos tienen una dieta balanceada. Los veganos, en cambio, deben añadirle vitamina B12.
La soja tiene mucho para ofrecer
Los porotos de soja no sólo tienen para ofrecer proteínas. También contienen vitamina B, minerales como magnesio u oligoelementos como hierro y grasas no saturadas como los ácidos grasos Omega-3.
Del mismo modo, aportan sustancias que son estudiadas de un modo más diferenciado por los especialistas en nutrición. Uno de esos elementos son los isoflavonoides, muy similares a la hormona femenina estrógeno.
Por eso se sospecha que la soja tiene “un efecto de activación hormonal”, como dice el Dr. Stefan Kabisch. Eso significa que pueden operar con los mismos receptores de estrógeno y disparar los mismos procesos que el estrógeno en el cuerpo.
¿Pero entonces la soja no es tan sana como pensábamos? Las personas sanas no tienen de qué preocuparse, dice Kabisch. La forma de regulación de los isoflavonoides hace que sean “muy probablemente inofensivos, incluso inservibles”.
Eso mismo fue lo que demostraron estudios de largo plazo llevados adelante en Asia, donde la soja está en el menú de la población desde hace muchísimo tiempo. Además, los isoflavonoides se encuentran en cantidades menores en otras legumbres como los garbanzos, las lentejas y los porotos.
¿Impacta en la tiroides?
Pero la soja está bajo sospecha de impactar en la tiroides. Kabisch señala que los isoflavonoides están en condiciones de bloquear una enzima de la tiroides que es la encargada de generar hormonas activas.
Si se desactiva esa enzima, Kabisch sostiene que puede generarse un hipotiroidismo, es decir, un funcionamiento deficiente de la glándula tiroides. Sin embargo, el posible efecto sobre la glándula es tan bajo y de tan poca relevancia clínica que el experto asegura que no sería perjudicial, siempre y cuando se trate de un consumo de soja normal en una persona sana.
A eso se suma que la cantidad de isoflavonoides de la soja se ven reducidos a aproximadamente un quinto cuando la soja es procesada para producir tofu.
De todos modos, la soja no es para cualquiera. Aquellas personas que sufran de enfermedades vinculadas a temas hormonales como el cáncer de mama o trastornos metabólicos deberían conversar con un médico especializado sobre su alimentación, señala Nicole Schlaeger, licenciada en nutrición.
En líneas generales, Schlaeger recomienda no reemplazar los productos lácteos y la carne únicamente con soja y derivados. Siempre es fundamental mantener una dieta balanceada e incluir de vez en cuando leche de avena o de almendras, en caso ideal, enriquecida con calcio.
Otros nutricionistas advierten que deben tomarse recaudos en relación a la soja en otros casos, por ejemplo, cuando se trata de alimentar a un bebé. La leche de soja no es muy sana para los lactantes, ya que no contiene tanto calcio como la leche de vaca, y además aún se desconoce cómo interactúa con otras hormonas. Lo mismo en el caso de las mujeres embarazadas o en período de lactancia.
Atención con las alergias
Por otra parte, los alérgicos debieran estar atentos, no sólo ante la soja, sino también ante otras legumbres. La nutricionista advierte que quienes padecen alergia hacia los abedules también podrían reaccionar mal ante la soja.
La soja tampoco es una buena aliada de los pacientes de gota, dice Kabisch, porque contiene purinas, que el metabolismo descompone y convierte en ácido úrico. Lo mismo vale para otras legumbres.
En caso de no querer prescindir de la soja en la alimentación, es mejor que su consumo sea moderado.
Isoflavonoides en suplementos alimenticios
La soja no sólo se presenta como ingrediente en las comidas. Los isoflavonoides y sus efectos a nivel hormonal también están presentes en suplementos alimenticios que se venden para compensar los malestares producidos por la menopausia.
Dado que la dosis artificial de 40 a 5.000 mg es mucho más elevada que la que se presenta de forma natural (en Europa occidental, 1-3 mg), consumirla puede aumentar el riesgo de efectos hormonales secundarios, advierte Kabisch.
Las mujeres que tienen cierta propensión a sufrir de enfermedades tiroideas deberían consultar a un médico especializado antes de ingerir este tipo de suplementos, considera Kabisch, que además desaconseja automedicarse. Cabe recalcar, según el especialista, que la ciencia por el momento no cuenta con datos fehacientes a largo plazo.
Otro punto a considerar en el caso de la soja es que, quien no sólo quiera hacerle un bien a su salud sino además colaborar con el medio ambiente debería comprar exclusivamente soja que tenga el sello de calidad orgánica. Es lo único que permitirá controlar la calidad de los cultivos.
Dependiendo del país de consumo, a veces es difícil rastrear el origen de esta legumbre. En Europa, la soja que se utiliza para producir alimentos para humanos suele ser cultivada dentro del mismo continente.
Sin embargo, a nivel mundial la mayor parte de la producción no tiene como destino la mesa de los hogares sino la alimentación animal. Según datos del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), los mayores productores son Estados Unidos, Brasil y Argentina.