Cinco cabezas, con sus torsos desnudos, asoman sobre un mar de amapolas blancas en medio de una llanura amarillenta y solitaria. Desde lejos, la escena recuerda a un óleo del pintor impresionista Claude Monet. De cerca, el panorama es menos bucólico. Son dos mujeres y tres hombres que se han colado, por un agujero en la valla, en una finca abandonada y repleta de plantas silvestres de adormidera, a las afueras del pueblo toledano de Ajofrín. “Somos tres amigos que venimos de Francia para recoger la amapola, como mucha gente que viene de otros países de Europa”, explica Justin, de 34 años. Los otros dos son de Barcelona. No vienen a por las vistosas flores blancas, sino a por la sangre de la planta. Por eso los llaman los vampiros del opio.
Justin lleva dos palitos de helado en una mano, pero no está combatiendo el calor de este martes a mediodía. Entre los palitos hay pegada una cuchilla de afeitar, con la que raja minuciosamente las cápsulas de las plantas para que gotee su látex: el opio, una sustancia muy adictiva que adormece y calma el dolor, gracias a compuestos como la morfina. Es una especie de heroína barata. La rudimentaria herramienta de Justin es idéntica a la que apareció junto al cadáver de Pasquale, un italiano de 32 años que murió asfixiado y entre convulsiones en un cultivo legal de adormidera en Albacete en 2009, tras colarse para ingerir opio. Hace tres años, Ryan, un chaval irlandés de 20 años, también falleció de manera similar en Polán (Toledo), a tan solo unos kilómetros de donde Justin y sus colegas rajan plantas esta mañana de mayo.
España es el mayor productor de opio y paja de adormidera en el mundo, con 113 toneladas de equivalente de morfina anuales, muy por delante de Francia y Australia (75 toneladas cada una), Turquía (69) e India (27), según los datos de Naciones Unidas. Una empresa privada, Alcaliber, es desde 1986 la única autorizada por el Ministerio de Sanidad para controlar los cultivos en España y fabricar estos fármacos derivados del opio, esenciales en los hospitales para tratar el dolor intenso.
Alcaliber, fundada hace medio siglo, ha estado históricamente unida a la familia de Juan Abelló, un empresario madrileño de 80 años con una fortuna valorada en 2.500 millones de euros, la sexta mayor de España, según la revista Forbes. Abelló, heredero del imperio farmacéutico creado por su padre tras la Guerra Civil, fue compañero de cacerías del rey Juan Carlos, con el que compitió año tras año por matar al ciervo con la mayor cornamenta del país. Un gestor de un latifundio castellano-manchego afirma que aquellas jornadas cinegéticas ayudaban a repartir el negocio de Alcaliber. La empresa entregaba las semillas y recogía la cosecha. Los grandes terratenientes ponían sus fincas. Y todos ganaban, porque la adormidera y su opio eran mucho más rentables que los garbanzos, los guisantes o los cereales. En 2018, los Abelló ganaron unos 69 millones de euros por la venta de Alcaliber al fondo de inversión británico GHO.
La ubicación de los 528 cultivos legales de adormidera es secreta, pero en primavera es imposible esconder esas 11.000 hectáreas plagadas de amapolas blancas que hay en España, según los datos del Ministerio de Sanidad. Una peregrinación de consumidores y traficantes de toda Europa recorre el país estos días en busca de “la flor de la pereza”, como la llamaba el poeta Pablo Neruda. La ribera del Tajo es uno de los destinos preferidos, como señala un gaditano de 24 años que también ha viajado a Ajofrín desde Barcelona para coger opio. “Gracias al boca a boca se sabe que en Toledo y alrededores siempre hay. A partir de ahí, pues echas diésel y te pones a dar vueltas por los pueblos”, explica, con una cresta y una camiseta del satélite soviético Sputnik.
Alcaliber rechaza responder a las preguntas de EL PAÍS, pero este periódico ha confirmado varios asaltos a sus cultivos en Toledo, pese a las patrullas de agentes de seguridad privada con visores nocturnos. En 2011, la Guardia Civil detuvo a dos italianos que se habían colado en una plantación de Alcaliber en Polán. Los dos hombres, de 24 y 26 años, guardaban en un bote de Actimel y en otro de Coca-Cola unos 84 gramos de opio, valorados en el mercado ilícito en casi 3.400 euros. Llevaban rodilleras, para avanzar a gatas entre las flores, sin ser vistos. Fueron condenados a un año y once meses de prisión por un delito de tráfico de drogas y otro de hurto en grado de tentativa. En 2014, un portugués fue cazado con 81 gramos de opio en una finca con adormidera de Alcaliber en El Carpio de Tajo.
Los asaltos son solo una pequeña molestia para el gigante mundial del opio. Hace una década, la Guardia Civil empezó a detectar un aumento del número de personas que llegaban en furgonetas o caravanas a los pueblos del Tajo en busca de adormidera, según detalla el agente Álvaro Gallardo, portavoz de la Comandancia de Toledo. “A partir del mes de mayo, que es cuando florece, vienen jóvenes extranjeros que son plenamente conscientes de que hay grandes campos en esta provincia con la amapola blanca. Vienen con el único fin de consumir estas sustancias”, expone Gallardo. El viento dispersa las semillas de adormidera, así que es fácil ver plantas silvestres en la provincia. Ni siquiera hace falta saltar vallas para conseguir la droga.
Ryan —el irlandés de 20 años— y un amigo estuvieron en junio de 2019 recogiendo opio en un campo de adormidera salvaje en Polán, no muy lejos de los cultivos legales de Alcaliber. Ryan ingirió la droga un mediodía y esa misma noche tenía dificultades para respirar. Al día siguiente amaneció inconsciente y fue trasladado al centro de salud del pueblo, con el pulmón izquierdo lleno de espuma, según relatan los químicos María Antonia Martínez y Carlos García Caballero, que han publicado el caso en la Revista Española de Medicina Legal. Su equipo, del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses, dictaminó que Ryan murió “por una intoxicación letal por opio”, posiblemente agravada por un consumo de cannabis.
García Caballero es muy contundente. “El turismo de personas que vienen a España a consumir opio es un fenómeno peligroso, peligroso para ellos, porque no controlan la dosis de morfina que toman”, advierte. La morfina, recuerda el químico, puede provocar problemas graves de respiración, sobre todo en dosis altas o combinada con alcohol. “Estas personas tienen un riesgo elevado de sufrir una reacción adversa, incluso de morir por una insuficiencia respiratoria. Que sea un producto natural no significa que sea bueno. El opio es peligroso”, alerta García Caballero, cuyo instituto está adscrito al Ministerio de Justicia.
Ana, una joven dicharachera nacida hace 28 años en Barcelona, también recorre Toledo en busca de opio. No cree que sea temerario. “No nos da miedo pasarnos de dosis y morir, porque hay que ser muy tonto para eso”, zanja, pese a que estuvo el año pasado recogiendo opio en Polán, donde murió Ryan. Ana conoció allí a otro grupo de recolectores y se quedó con ellos en una urbanización abandonada que hay a la entrada del pueblo, un lugar fantasmal a medio construir. “Nos gusta viajar, movernos y ganarnos nuestra vida”, afirma Ana. El gramo de opio ronda los 40 euros en el mercado clandestino.
El chico gaditano y Ana han llegado juntos al campo de adormidera silvestre de Ajofrín y aquí han conocido al grupo de tres franceses. Los cinco se han puesto a rajar amapolas sin camiseta, como si fueran colegas de toda la vida. Justin, de la región de Perpiñán, saca su teléfono móvil y pone un hipnótico tema de música tecno que ha compuesto él mismo. “A mí la planta me inspira porque me relaja y tengo otra visión de la música”, sostiene con voz muy pausada, mientras su perro corretea entre las amapolas blancas.
Las llamativas flores del opio proliferan por las cunetas de algunas carreteras toledanas, en parte porque las semillas caen de los camiones que transportan la paja de adormidera a la fábrica de morfina de Alcaliber, una factoría protegida por concertinas en el polígono industrial de Toledo. El ingeniero agrónomo Javier Seseña, contratado por la empresa, cree que la abundancia de adormidera silvestre en la ribera del Tajo ha hecho que haya menos asaltos a los cultivos legales. “Los jipis saben dónde están nuestras parcelas y nosotros sabemos dónde están ellos. La Guardia Civil y nuestros guardas hablan con ellos y nos respetamos. Ellos van a lo suyo, que es la planta que sale silvestre, y nosotros hacemos lo nuestro, que es para uso farmacéutico”, sentencia Seseña, de la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (ASAJA) de Toledo.
Las 11.000 hectáreas de Alcaliber se concentran en los latifundios de Castilla-La Mancha, pero también se encuentran en Valladolid, Burgos y Palencia, según detalla Seseña. “Intentamos dar la mínima información, para evitar ataques de este tipo de gente. No necesitamos exhibirnos demasiado, porque ya nos conocen nuestros clientes, los agricultores”, recalca. Ignacio Méndez de Vigo es uno de ellos. Su empresa familiar lleva 30 años cultivando adormidera para Alcaliber en Malpica de Tajo. En sus parcelas alternan el opio medicinal —hasta 40 hectáreas— con los guisantes y el trigo.
Méndez de Vigo afirma que nunca ha tenido problemas con los vampiros del opio. “Nunca habíamos visto guiris por aquí y ahora llegan furgonetas con un montón de jipis de todas partes de Europa, como si esto fueran las playas de Cádiz. Estos pobres, con el calorazo del mes de junio, cogen agua de canales de riego, que es agua del Tajo, y se lavan con eso. Es horroroso. Para no molestar y no meterse en líos cogen la adormidera silvestre y se colocan con ella”, explica el empresario, un corredor de maratones de 56 años que compagina la gestión de sus 300 hectáreas con un puesto directivo en una compañía de seguros.
El opio legal ya no genera tanto dinero como hace unas décadas. “Es un cultivo que no te da mucho tormento y te da una rentabilidad buena, razonable, pero no es la panacea. No es como cultivar marihuana”, matiza Méndez de Vigo. El ingeniero agrónomo de sus tierras, Ildefonso Alonso, explica que la adormidera siempre se había conocido como “el cultivo de los 1.000 euros por hectárea”, pero ahora la rentabilidad ha bajado a unos 700 euros, un poco más que la cebada. El empresario Juan Abelló, histórico rey mundial de la morfina, ha cambiado de hecho el opio por la marihuana, tras obtener la primera licencia para cultivar cannabis medicinal en España.
Ana, la joven barcelonesa, explica entre las amapolas blancas que consume el opio de todas las maneras, excepto inyectado: ingerido, bebido en infusión, fumado o incluso por vía rectal. “Por el culo evitas los vómitos que puedes tener al comerlo y se absorbe mejor”, afirma. La escritora Emilia Pardo Bazán retrató a una mujer adicta a la morfina en su novela La quimera, de 1905, una época en la que algunos artistas españoles, como Picasso, coqueteaban con el opio. La droga, según relataba Pardo Bazán, abría “breves instantes el paraíso” y provocaba “una especie de inconsciencia dulce”, que hacía olvidar el dolor y permitía “evadirse del prosaico mundo”. Pero la novela también alertaba de que era “la enfermedad de toda una generación, el lento suicidio, […] la droga de muerte”.
La química María Antonia Martínez coincide con la escritora gallega. “Yo no soy moralista, pero las drogas, tarde o temprano, solo te conducen a dos caminos: al cementerio o a la cárcel”, opina Martínez, jefa del Servicio de Drogas del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses, en la localidad madrileña de Las Rozas. La científica advierte de que ingerir opio en el campo es “peligrosísimo”. “Con un miligramo de morfina puedes matar a una persona. Puedes tener una sobredosis en el acto”, alerta Martínez, que también investigó la muerte del italiano Pasquale en un cultivo de Alcaliber en Albacete.
Unos días antes de comenzar la primavera, el canal oficial de turismo de España publicó una espectacular imagen de los campos de Polán atestados de amapolas rojas, flores de una especie silvestre pariente de la adormidera, pero sin opio. El alcalde del pueblo, Pedro Cano, insta a los turistas a visitar su municipio, pero no para recoger opio de manera clandestina, como hizo el veinteañero Ryan aquel día mortal de junio. “En Polán hay campos de amapolas preciosos”, proclama el alcalde. “Pero para fotografiarlos”.
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