El costo del mural de la Prefectura de Pichincha fue de USD 480 000. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
En el marco del Bicentenario de la Batalla de Pichincha, la Prefectura de Pichincha inauguró un mural. La obra adjudicada sin concurso a Pavel Égüez se presentó como un homenaje a la gesta histórica.
Hace pocos días la intervención de Street Art del español Okuda San Miguel generó polémica, al incluir la imagen de Pikachu.
Ahora, la obra del muralista ecuatoriano también dividió opiniones sobre su concepto, pero también sobre el costo. Al respecto, dos expertos en arte urbano compartieron su criterio con este Diario.
Una obra de casi medio millón
El mural de ‘Homenaje al Bicentenario de la Batalla de Pichincha’ se encuentra ubicado en la Plaza de la República. Su autor trabajó con la técnica de cerámica policromada en 600 metros cuadrados, en uno de los costados de una torre.
La Prefectura de Pichincha confirmó que no se realizó un concurso público para elegir al autor del mural sobre el Bicentenario. El argumento es que la obra fue encargada a Égüez porque es el principal exponente del muralismo ecuatoriano. El costo de la obra fue de USD 480 000.
Este no es el primer mural de Égüez que ocupa espacio en una institución pública. Sus obras se encuentran en instituciones como la Secretaría de Educación Superior en Quito, el Complejo Judicial en Otavalo, el Complejo Judicial del Tena, la Corte Provincial del Guayas, entre otros.
La obra muestra a un grupo de personas con los rostros de frente. Detrás de este grupo se aprecia una figura femenina con el puño en el aire. Al fondo se visualiza un perfil montañoso, sobre el que aparecen los colores de la bandera ecuatoriana. Sobre el horizonte de la imagen se aprecia una circunferencia dentro de la cual hay dos rostros que se miran.
‘Estéticamente es un mural con muchos problemas’
La obra de Égüez pone nuevamente sobre la mesa el tema de las políticas públicas en cultura, en un país donde no hay una línea de fomento para el arte urbano, explica María Fernanda López, docente y curadora de arte urbano.
López se pregunta por el tipo de asesoría o funcionarios que seleccionaron y aprobaron obras como las de Okuda y Égüez.
“Quito está a merced de autoridades indolentes con el arte urbano ecuatoriano, así como con sus curadores”.
En ese contexto asegura que el proceso presenta problemas desde su concepción. Según la experta, la instalación de un mural también requiere del contacto con la comunidad, de un trabajo de campo que genere una investigación de campo y un trabajo de bocetaje.
Los últimos murales inaugurados en Quito también muestran la inequidad de género y una preferencia por los artistas masculinos en este campo del arte, asegura.
Los USD 480 000 adjudicados para la obra de Égüez es un monto desproporcionado para López. Ella compara la inversión de gasto público en una sola obra con los USD 15 000 que se entregó para la primera muestra de arte urbano ‘Cartografías Paganas’ en la que participaron más de 40 artistas, por citar un ejemplo.
López califica como “innecesaria y recalcitrante” la obra de Égüez. Propone como alternativa trabajar en un “diálogo intergeneracional” entre autores de larga trayectoria con artistas jóvenes, que ofrezcan una visión distinta del muralismo nacional.
“En términos de composición es una pieza muy pobre. En términos cromáticos es una pieza sosa y ni qué decir en términos iconográficos”, dice la artista sobre ciertas carencias estéticas que encuentra en la obra pagada por la Prefectura.
‘Una obra que no comunica mucho’
“Me parece lamentable que se escoja a un artista sin que exista un proceso de méritos de por medio”, dice el artista urbano Apitatán. Señala la falta de transparencia en el proceso que asignó directamente la obra a Égüez.
El artista coincide con López en que se trata de un presupuesto desproporcionado para una sola obra. “Tal vez era más conveniente e interesante hacer una serie de obras”.
Visualmente, dice Apitatán, la escala del mural de Égüez no funciona bien porque hay detalles que no se distinguen bien en la lejanía.
La cromática escogida, con el azul como color dominante en el mural, tampoco es un acierto, pues termina por perderse en el entorno de las edificaciones grises de la ciudad o el azul del cielo en un día despejado.
Sobre la técnica, Apitatán explica que la imagen se limita a la reproducción de una obra de menor a mayor escala.
“Es una obra que no comunica mucho, porque las personas que están ahí agrupadas no hacen ninguna acción. No es una obra que aporte algo trascendental al espacio público o a la cultura contemporánea”, dice sobre la posición estática de las figuras representadas.
“Al mismo tiempo es negar la posibilidad de que artistas jóvenes ocupen ese espacio para expresar una visión más contemporánea, que resulte en algo trascendente para nuestra cultura y la visión de estos acontecimientos de la historia”.