Recordar un viaje, la cara de alguien conocido, el aspecto de tu plato favorito, un sueño que has tenido por la noche… todo ello incluye la necesidad de que el cerebro reproduzca la imagen en la mente para acordarnos. Sin embargo, hay personas que no tienen esta facultad y que sufren lo que se conoce como afantasía.
Esta enfermedad se caracteriza por la imposibilidad de crear imágenes en la mente y afecta a 2-5% de la población mundial. A pesar de que no hay una extensa investigación sobre el tema, la revista Scientific Reports publicó un estudio en el que arrojaba más luz en este ámbito. Las conclusiones a las que llegaron fueron que, además de no poder crear imágenes mentales, también había otra serie de cambios cognitivos que dificultaban el reconocimiento de otro tipo de sentidos, como el gusto o el olor.
Para este estudio, se encuestó a más de 250 personas que sufrían afantasía y se compararon las respuestas con 400 personas, repartidas en dos grupos de control independientes. Se les pidió que imaginaran un escenario, como por ejemplo una puesta de sol. Las personas con afantasía apenas pudieron imaginarla, mientras que las personas que no lo sufrían podían pensar en la imagen y en información de otros sentidos, como el olor del mar o el tacto de la arena.
El 26% de los participantes señaló que tenía problemas también con evocar otro tipo de información sensorial, como el sonido o el olor. “Estos son los primeros datos científicos que tenemos que muestran que existen subtipos potenciales de afantasía” explica Joel Pearson, director del Laboratorio de Mentes Futuras de la Universidad de Wisconsin (Estados Unidos) y uno de los autores del estudio.
Este problema afecta también a la capacidad de soñar. Mientras que para las personas es algo completamente normal y que podemos recordar al día siguiente, los afantasmas sueñan con menos regularidad y son menos vividos, sin tantos detalles, según informan los encuestados. “Esto sugiere que cualquier función cognitiva que implique un componente visual sensorial (ya sea voluntaria o involuntaria) es probable que se reduzca en la afantasía”, plantea Pearson.
Una de las formas en las que no tenían problema para imaginar era en las imágenes espaciales. Las personas con afantasía y las que no lo sufrían tenían la misma capacidad para evocar cosas relacionadas con el espacio, como por ejemplo, la localización de ciertos elementos de decoración en un salón.
Origen de la afantasía
Esta enfermedad se describió primeramente en el año 1880, pero no se le puso un nombre hasta 2015, en un estudio llevado a cabo por el investigador Adam Zeman, de la Universidad de Exeter. La primera hipótesis a la que se apunta en relación al origen de este problema es que la actividad de la glándula pineal (lo que se conoce como ojo mental) se interrumpe, quizá por la ausencia de neuronas dedicadas a esta función.
Otro de los puntos en los que influye la afantasía es en la capacidad de aterrarse con las historias de miedo. Mientras que una persona puede notar los síntomas relacionados con el miedo al escuchar alguna historia, los afantasmas no sienten miedo. “Estos dos conjuntos de resultados sugieren que la afantasia no está relacionada con la reducción de la emoción en general, sino que es específica de los participantes que leen historias de miedo. Los hallazgos sugieren que las imágenes son un amplificador del pensamiento emocional. Podemos pensar todo tipo de cosas, pero sin imágenes, los pensamientos no van a tener ese boom emocional”, comenta Joel Pearson en otro estudio realizado en este ámbito.
Esta información no sustituye en ningún caso al diagnóstico o prescripción por parte de un médico. Es importante acudir a un especialista cuando se presenten síntomas en caso de enfermedad y nunca automedicarse.
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