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La discusión por la Ley de Etiquetado Frontal renovó un debate que está relacionado con la alimentación pero que muchas veces queda debajo de la alfombra, una discusión que incomoda porque obliga a profesionales de la salud, al mercado, a los medios y a la sociedad toda a repensar lo aprendido- y aprehendido- hasta ahora: los trastornos alimentarios y la invisibilidad de los cuerpos diversos. Las redes sociales llegaron también para echar luz sobre la gran contradicción presente en la sociedad argentina, que se caracteriza por una presión social sofocante que asocia salud y éxito a los cuerpos hegemónicos pero que no refleja los entornos reales.
“El problema es que en la Argentina las presiones son muchas y los entornos son opuestos. Vivimos en un entorno que nos impulsa a consumir más y de peor calidad con un standard de belleza muy exigente”, detalló a El Destape Ignacio Porras, presidente de la Sociedad Argentina de Nutrición. No por nada el país es el segundo del mundo con más casos de trastornos alimentarios, de acuerdo al estudio del psiquiatra Mervat Nasser. Argentina se ubica desde hace mucho tiempo después de Japón en esta lista elaborada por especialistas del instituto de psiquiatría de Kings College.
Los trastornos alimentarios se generan y tienen impacto en lo alimentario pero tienen un gran componente psicológico: bulimia, anorexia y vigorexia son algunos de ellos. Hay muchos factores que interfieren y contribuyen en su desarrollo, sobre todo los aspectos culturales, que juegan un rol preponderante en cuanto postulan ciertos ideales hegemónicos como válidos.
Porras, quien impulsó desde el organismo la sanción de la Ley de Etiquetado Frontal, explicó que las niñeces y adolescencias están expuestas en las redes a un bombardeo de publicidades en las que personas delgadas o “fitness” se muestran con productos que no son sanos y que, de hecho, esos “influencers” tampoco consumen, o al menos no en las cantidades que dicen hacerlo. “Lo vemos a otro nivel cuando Messi promociona consumir cerveza pero todos sabemos que los futbolistas no toman alcohol”, remarcó al trazar la comparación.
La misma discordancia aplica para “el amor propio” que luego esas mismas modelos e influencers proponen como mantra, como si la personas pudieran – y estuvieran obligadas- a abrazar por completo su cuerpo en medio de un entorno tan tóxico. Además, generalmente se asocia directamente la delgadez con la belleza, pero también con la buena alimentación, aunque “nutrición no es estética”, una idea que cuesta internalizar, según remarcó Porras. “Hay cuerpos con sobrepeso que son completamente sanos y hay cuerpos delgados que responden a los parámetros de estética y pueden estar teniendo un consumo excesivo de nutrientes críticos que no tienen un impacto en el peso pero sí pueden tener repercusión en otras enfermedades como la cuestión coronaria”, manifestó.
Un informe de la asociación Bellamente y del proyecto Ubacyt, que reunió las respuesta de 6.945 personas que se autoperciben como mujeres, arrojó que el 90 por ciento de ellas siente una alta presión por los medios de comunicación para bajar de peso y el 49 por ciento siente presión moderada por parte de sus familias. Sin embargo, en el caso de las masculinidades, el ideal de muscularidad prima más que el de delgadez: apenas el 12 por ciento de ellos dijo tener un alto grado de internalización del ideal de delgadez contra un 19 por ciento que siente la necesidad de tener un cuerpo musculoso.
La nutricionista Jessica Laiva, quien escribió el libro titulado “Pese lo que Pese” y que tiene una gran presencia en las redes sociales (Jesi NUTRI), remarca que “el problema es que vivimos en una sociedad pesocentrista y gordofóbica”, fogoneado por una “cultura de las dietas”, que imposibilita muchas veces que las personas se puedan relacionar con los alimentos de forma más positiva. “No se trata de qué comemos solamente, sino también de qué nos pasa en esta cultura cuando consumimos alimentos y cómo eso repercute en la percepción de nuestra imagen corporal”, amplió en diálogo con El Destape al proponer una reflexión más profunda sobre el consumo de alimentos.
Al respecto, el estudio de Bellamente, dirigido por la la Dra Guillermina Rutztein con la colaboración de la Lic. Julieta Sanday y la Lic. Victoria Juncos, destacó que un 93 por ciento de las participantes de la encuesta se ven fuertemente influenciadas por la cultura que contribuye a provocar o justificar el adelgazamiento. Por otro lado, el 49 por ciento de las participantes tienen un alto grado de internalización del ideal de delgadez.
En ese contexto, Instagram ofrece un abanico de herramientas que permiten a una persona disimular facciones y ocultar imperfecciones, un arma de doble filo incluso para los más vanidosos. Las redes potencian muchas veces los ideales de belleza ya incorporados: los usos excesivos de filtros distorsionan la imagen real de las personas y refuerzan los problemas de autoestima. Un término relativamente nuevo que surgió para explicar este fenómeno es el de “dismorfia selfie”, la obsesión que padecen quienes perciben un defecto físico – principalmente en la cara -porque se acostumbran a ver su imagen modificada, con lo cual luego piensan que tienen una alteración gravísima cuando se enfrentan con su imagen real.
“Hay que preguntarse qué pasa cuando las infancias y adolescencias, que son las que están superconectadas, se lavan la cara y se miran al espejo. Ven esos granitos, imperfecciones en la piel, los dientes chuecos. Se dan cuenta que nuestra carita no tiene la misma forma, entonces hay que ver qué pasa en estos casos con la autoestima en relación con la propia imagen”. destacó Laiva.
Instagram, el gran censor
El algoritmo caprichoso de Instagram elige por otro lado qué cuerpos tienen el derecho de ser vistos. Por caso, a Corina Lagos, la influencer y activista que tomó en las redes el nombre de “Gorda Isurrecta”, Instagram le cerró unas 20 veces su cuenta. Eso la llevó a buscar respuestas: ella se comunicó con Ig Latinoamérica para consultar sobre su caso. “Esa era mi identidad y no la quería cambiar. Ellos decían que era una cuestión algorítmica, que estaba como en una lista negra. El tema es que la representación de un cuerpo gordo se puede denunciar en la app si se dice que se está haciendo en algún modo ‘apología´ sobre una afección a al salud”, relató a El Destape.
Lagos se puso a investigar qué había detrás y, con otras compañeras activistas, descubrieron que el algoritmo detecta la cantidad de piel que se registra en una imagen por cada pixel. “Por razones obvias ocupo mas piel que una persona flaca y eso hace que el algoritmo baje la foto. Pero las políticas de publicidad son por otro lado aberrantes, porque si una marca quiere hacer una publicidad con una gorda probablemente no se la aprueben si está en ropa interior”, sumó “Gorda Insurrecta”, quien instaló la discusión sobre la doble vara de la aplicación: “Yo me muestro igual que Sol Pérez, pero soy gorda”, bromeó.
Sin embargo, Lagos entiende que el problema va más allá de la app, que en definitiva “es la representación de una cultura gordofóbica y de personas que tienen miedo y odio hacia los gordos”. “De a poco nos vamos organizando, como podemos y abrimos la voz y el debate para que los cuerpos puedan existir con más libertad y menos violencia. La balanza no nos define y es algo que hace muchos años estamos gritando y estamos poniendo en palabras. Es hora de que nos escuchen”, enfatizó sobre la lucha del activismo gordx.
El debate que se abre y la oportunidad de implementar cambios profundos
Semanas atrás la alimentación volvió al centro de la escena cuando se reglamentó la Ley de Etiquetado pero en cuestión de unos pocos días volvió a la invisibilidad. Desde el Ministerio de Salud de la Nación informaron que están trabajando hace tiempo en la capacitación social para abordar los trastornos de la conducta alimentaria con profesionales especialistas en la temática. Al mismo tiempo, llevan adelante una línea de promoción de trabajo con la sociedad civil para un abordaje más completo de la temática.
En ese sentido, Laiva recomienda enfatizar la discusión sobre las “medidas preventivas”, pero siempre con una idea de integralidad. “La realidad es que se trata de un tema muy complicado en el marco de una sociedad gordofóbica, pero por eso es urgente que empecemos a dar estas charlas desde distintos escenarios, que podamos revisar lo que comunicamos y que se hable del tema”, indicó, al tiempo que resaltó que el silencio vuelve más difícil esta tarea. “Que las niñeces y adolescencias tengan acceso a la información es muy importante pero para eso las personas adultas también tenemos que tener información y muchas veces no la tenemos”.
Por lo tanto, propone prestar más atención en los mensajes que se dan, los ejemplos que se instalan y generar espacios de diálogo con los más chicos: “Quienes sufren trastornos lo hacen generalmente en la soledad, sienten vergüenza y culpa; entonces es importante que puedan sentirse acompañados en su grupo de pertenencia desde un lugar genuino: darles espacio, contarles que es importante mantener una relación saludable con la alimentación y la educación física”.
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