Ciencia | Opinión
La invasión de Ucrania ha llevado a la UE a plantearse apostar por la energía nuclear para reducir emisiones y levantar las restricciones al grano transgénico
En las últimas décadas muchos gobiernos europeos, entre ellos el nuestro, han hecho una política decidida por las energías renovables. Eso ha cambiado el paisaje del medio rural, donde los gigantescos molinos eólicos se han convertido en un elemento perturbador del horizonte. Sin embargo, Rusia invade Ucrania y estamos todos temblando porque no se corte el suministro del gas, del que media Europa es absolutamente dependiente. Parece que la antigua promesa, tantas veces formulada, de que con energía renovable íbamos a eliminar la dependencia de los combustibles fósiles no es más que un espejismo. La realidad es que actualmente el 80% de la energía mundial sigue proviniendo de fuentes fósiles.
Cuando Alemania anunció que iba a cerrar las nucleares no explicó que la energía que dejarían de producir esas centrales no vendría precisamente del sol o el viento, sino que iba a aumentar su dependencia del carbón y, sobre todo, del gas ruso, una circunstancia que ahora mismo condiciona toda la diplomacia de la Unión Europea en relación con la invasión de Ucrania. Es difícil no ser malpensado si tenemos en cuenta que la persona que tomó esa decisión, el excanciller Gerhardt Schroeder, ahora es lobista de Putin y aspira a entrar en el consejo de administración de la empresa estatal rusa de gas Gazprom. Con todo esto en mente, se entiende que la UE esté planteando la energía nuclear como alternativa verde, ya que es la única que a día de hoy puede permitir alcanzar los objetivos de reducción de emisiones.
Otro ejemplo de mito caído es el de los transgénicos. Durante 20 años las organizaciones ecologistas y los partidos verdes nos estuvieron alertando de unos supuestos peligros que nunca llegaron a suceder porque no eran ciertos. Mientras decían eso, la producción de cosechas transgénicas aumentaba cada año y se desarrollaban nuevas aplicaciones no solo en agricultura, sino también en medicina e industria. En marzo del 2020, en pleno confinamiento, el Gobierno español aprobó una ley para facilitar la investigación en plantas transgénicas dedicadas a desarrollar vacunas contra la covid. No deja de ser divertido que esta ley se aprobara cuando el partido al que actualmente está afiliado el histórico dirigente de Greenpeace Juantxo López de Uralde formaba parte del gobierno. París bien vale una misa, dijo Enrique IV, y el escaño de diputado bien vale un transgénico, debió de decir López de Uralde.
Es sintomático que los partidos verdes y los grupos ecologistas hayan dejado de hablar de este tema en los últimos años y lo hayan quitado de sus reivindicaciones. La paradoja actual es que los antiguos países del bloque soviético, con Rusia al frente, eran antitransgénicos, por lo que Ucrania era nuestro principal proveedor de maíz y trigo no transgénico. Con la actual crisis, ahora Europa se plantea levantar las restricciones y permitir importar más grano transgénico para suplir la falta de cereal de Ucrania. Por lo tanto, vemos que el mensaje ecologista que tanto respaldo encontró en nuestros políticos se ha dado de bruces con la cruda realidad. Los mensajes bonitos y verdes no acaban con el hambre ni el frío.