Tras toda una vida luchando contra su sobrepeso con dietas y planes nutricionales más o menos efectivos, Mónica Hernando (47) asegura que la “keto”, como se conoce popularmente a la dieta cetogénica, marcó para ella un antes y un después. “Fue la primera vez que logré bajar cerca de veinte kilos y lo conseguí en cinco meses”, cuenta esta ama de casa de Tolosa que llegó a pesar 108 kilos y se enorgullece de estar hoy en 76.
Como ella, en los últimos años son multitud los seguidores de estas dietas que, basadas en una fuerte restricción de hidratos de carbono y un alta ingesta de grasas, dividen aguas entre los especialistas en nutrición. Mientras que algunos resaltan sus beneficios para lograr resultados a corto plazo; otros ponen el foco en los riesgos que traen aparejados para la salud, en especial cuando se las realiza durante períodos prolongados y sin supervisión profesional.
Pese a que en los últimos años se han convertido en una moda con grupos de seguidores en las redes sociales y hasta aplicaciones específicas para el celular, lo cierto es que las dietas cetogénicas no son ciertamente una novedad. Tienen su origen hace un siglo cuando el médico norteamericano Rusell Wilder comenzó a investigar el efecto de planes alimentarios capaces de producir cetosis para el tratamiento de enfermedades metabólicas
La cetosis es un proceso metabólico en que el organismo convierte la grasa de los tejidos adiposos en unos compuestos orgánicos llamados cetonas y empieza a emplearlos como combustibles. De esta manera que se produce un adelgazamiento similar al del ayuno, que en algunos casos comienza a registrarse ya a los pocos días de iniciado el cambio de alimentación.
GRASAS Y PROTEÍNAS
Aunque depende de la cantidad de hidratos de carbono que cada persona venía consumiendo, su reducción en la ingesta a niveles por debajo de los 30-50 gramos diarios hace que el organismo entre en cetosis a los dos o tres días, lo que implica un aumento cetonas en la sangre que da lugar a que se emplee las grasas como combustible para funcionar.
Para lograr este propósito, las dietas cetogénicas no sólo restringen en forma significativa el consumo de hidratos de carbono (presente en alimentos como los panificados, las pastas, el arroz, las papas y la fruta) sino que elevan la ingesta de aquellos con un alto contenido graso (como ciertos corte de carne, algunos tipos de queso, manteca, palta, frutos secos y aceite de oliva…), a fin de que representen más de la mitad del total. Luego de las grasas el otro macronutriente en que se basan son las proteínas. De ahí que suelen incluir entre sus opciones habituales las carnes rojas, el pollo, el pescado y los huevos.
“Es una ventaja de la dieta keto que muchos de los alimentos permitidos no sólo son los que comemos habitualmente sino que además logran llenarte”, cuenta Mónica, quien reconoce sin embargo que “cortar casi por completo con las harinas genera al principio una sensación de cansancio y de ansiedad”.
En efecto, una revisión de estudios sobre el tema publicada en la revista ‘Nutrición Clínica y Dietética Hospitalaria’, señala que las dietas cetogénicas tienen un mayor efecto saciante, lo que permite disminuir la ingesta calórica a lo largo del día. Sus autores reconocen también que son dietas relativamente difíciles de seguir, ya que requieren ciertos conocimientos en nutrición, concretamente sobre la composición de los alimentos, para no ingerir más carbohidratos de los que están permitidos, ya que si esto ocurre no se produce la cetosis
RIESGOS A LARGO PLAZO
Pese al fanatismo que despiertan entre algunos, lo cierto es que las dietas cetogénicas no son ciertamente una panacea. El informe más extenso que se hizo sobre ellas, una revisión de investigaciones publicada en la revista ‘Frontiers in nutrition’, advierte que a largo plazo pueden provocar efectos adversos para la salud, ya que el consumo de carnes rojas, procesadas y grasas saturadas, así como la restricción de frutas, verduras, legumbres y cereales integrales (principales fuentes de carbohidratos de la dieta), deja al organismo sin una serie de nutrientes esenciales para su correcto funcionamiento.
“Al limitar tan altamente la cantidad de frutas y verduras, se limita totalmente el aporte de fibra dietaria a la alimentación. Es bien conocido y documentado el alto impacto positivo que tiene su consumo diario en la prevención de las enfermedades no transmisibles, por lo cual no serían -además- dietas preventivas de este tipo de enfermedades, corriendo el riesgo de disminuir más aún el bajo consumo existente de fibra tras su recomendación”, señala la médica nutricionista María Elena Torresani, miembro de la Sociedad Argentina de Nutrición (SAN).
“En el corto plazo pueden llegar a ser una herramienta eficiente, pero que uno esté flaco no quiere decir que esté saludable. Las dietas cetogénicas tendrían efectos negativos en el largo plazo”, explica el médico genetista Jorge Dotto, quien reconoce que quienes las siguen desde hace tiempo a menudo tienen el colesterol muy elevado, lo que aumenta su riesgo cardiovascular.
Entre los riesgos asociados a este tipo de dietas algunos estudios señalan además la presencia habitual de constipación por el déficit de fibras para facilitar el tránsito intestinal, alteraciones en el funcionamiento del hígado por tener que procesar grandes cantidades de grasa, cálculos renales por el exceso del consumo de proteínas, y hasta mal aliento frecuente, producto de la propia cetosis que buscan generar.
En cualquier caso, no se trata de dietas aptas para cualquiera. Para hacerlas, “primero hay que descartar un mal funcionamiento del riñón”, advierte el médico especializado en medicina biológica Adrián Di Sanzo, quien recomienda consultar antes a un médico y considerar un análisis de orina a fin de determinar la presencia de proteínas, un indicador de problemas en el funcionamiento renal.
Por su contenido de grasas las dietas cetogénicas tienen un mayor efecto saciante
Quienes las siguen desde hace tiempo a menudo tienen muy elevado el nivel de colesterol