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Gerardo Castillo
Profesor de la Facultad de Educación y Psicología
Es mucho más fácil inventar o difundir un rumor que hacer una
investigación periodística que permita dar noticias contrastadas. Con frecuencia nos llegan a todos informaciones a través de internet sin mencionar su fuente ni su fecha.
Sería una imprudencia que las difundiéramos sin comprobar antes si son o no veraces, porque es posible que se trate de una falsa información o de un simple rumor con apariencia de noticia. Son muchas las personas que habitualmente no tienen esa precaución.
El anonimato de las personas usuarias posibilita la emisión y difusión tanto de rumores como de noticias engañosas, denominadas también fake news. Un ejemplo fue la difusión a través de las redes sociales de una portada del medio digital El Time sobre la supuesta evacuación de la isla de La Palma a causa de la erupción del famoso volcán.
Sobre el mismo tema circuló infinidad de bulos que ya han sido desmentidos: la ceniza volcánica sirve para elaborar pasta de dientes, el agua de toda la isla está contaminada, por lo que no es potable, etc. Las redes sociales permiten que cualquier usuario sea a la vez productor y consumidor de informaciones falaces.
Así se genera un circuito vicioso: una noticia falsa se replica miles de veces en pocos segundos. Todo esto sucede en un contexto de posverdad, término definido por el diccionario de Oxford como la ‘palabra del año en 2016’. Significa que los hechos objetivos son menos importantes a la hora de modelar la opinión pública que las apelaciones a la emoción.
Con frecuencia nos llegan a todos informaciones a través de internet sin mencionar su fuente ni su fecha.
El periodismo de calidad y el derecho de los lectores a una información veraz están padeciendo actualmente la difusión, por parte de algunos medios, de simples rumores: es mucho más fácil inventar o difundir un rumor que hacer una investigación periodística que permita dar noticias contrastadas. Los bulos son mucho más antiguos que internet, pero gracias a las redes sociales, que permiten un bajo coste, el anonimato y una enorme capacidad de viralidad, se han incrementado exponencialmente. Hay varias razones por las que alguien puede dedicarse a difundir bulos por internet. El Departamento de Delitos Telemáticos de la Guardia Civil clasifica a estos en tres tipos, según la intención del creador: los que pretenden generar alarma social, los que quieren obtener dinero y los que buscan la reafirmación de una ideología.
Hay bulos entre los gobiernos y la oposición, entre marcas comerciales, entre ideologías opuestas, etc. Según el investigador Fransesc Canals, director del Observatorio de Internet, España es uno de los primeros países del mundo en producir y distribuir noticias falsas a través de las redes sociales. Esto se debe a factores culturales que Canals reduce a tres: la capacidad de propagación, la ausencia de fuentes definidas y la falta de testimonios. Otros expertos añaden deficiencias educativas, como la falta de un código moral y pedagógico acerca de cómo niños, adolescentes y adultos deben usar las redes sociales.
Para detectar noticias falsas es aconsejable hacer lo siguiente: descubrir la fuente de la noticia, y verificar el autor y la fecha de publicación. Si alguno de estos datos no aparece, se trata de un engaño. Se puede recurrir también al triple filtro socrático. Se refiere a una anécdota de Sócrates. En una ocasión uno de sus discípulos dijo al filósofo que se había encontrado con uno de sus amigos y que este le había hablado mal de Sócrates. Después de que el hombre admitiera que no estaba seguro de si aquello que iba a contarle era verdadero, bueno y útil, Sócrates le preguntó: “¿Sigues teniendo interés en hacerlo?”.
Pienso que la mejor medida preventiva para no ser afectado por las fake news es aprender a pensar, a informarse y a discernir entre verdad y certeza, entre verdad y apariencia de verdad, entre lo verdadero y lo falso. También entre curiosidad sana y curiosidad malsana, entre afán de aprender y simple afán de divertimiento.
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