Por Emilia Herrera Abdala
Los inicios de Azul Burguer, el negocio de hamburguesas más conocido de la ciudad, con los hermanos Valentín y Serafín Giaconía al mando, se dieron de una manera muy particular: “El emprendimiento empieza con la pandemia. Arrancamos a trabajar en junio de 2020. Antes de todo esto vivíamos en Buenos Aires y con lo del coronavirus volvimos para Azul sin saber qué hacer, buscando trabajo. En ese momento laburábamos en un lavadero. Hacíamos cosas para poder solventarnos ya que vivíamos con nuestra ‘vieja’ y a ella eso le molestaba. Al cabo de unos meses ella se va de casa y nos queda el espacio libre. La cuestión fue: no tenemos trabajo pero si casa, y una mañana mi hermano ‘Sera’ me dice: che Valen… ¿Vamos a empezar a vender hamburguesas? a lo que mi respuesta fue un sí rotundo, sin saber todo lo que venía por delante”, comentó Valentín.
Según los hermanos Giaconía, la idea estaba y para ellos siempre fue un gran negocio, pero quedó ahí. Cuando ambos terminaron viviendo solos pusieron en marcha el proyecto. Comenzaron vendiendo la computadora de su abuela para poder iniciar con la inversión, al igual que un teléfono. Con eso compraron una bici y también tenían una moto con la que Valentín cadeteaba mientras su hermano cocinaba, o viceversa. Todo fue para hacer algo con sus vidas y poder generar ingresos.
Ese fue el comienzo, con una moto, una bici, una casa, cocina, heladera, una planchita en la que entraban sólo cuatro medallones de hamburguesas y una olla que compraron para freír las papas. Con eso cocinaban. Ni siquiera la plancheta era suya, sino que era de un vecino.
“Cuando arrancamos fue todo de cero, fue empezar a construir. Así surge Azul Burguer en junio. Me acuerdo que los primeros clientes estaban satisfechos, pero también teníamos gente que se nos quejaba, nosotros no teníamos mucha idea de cómo iniciar un emprendimiento, como por ejemplo que la hamburguesa llegue en perfectas condiciones. Fuimos mejorándolo. Nuestros primeros clientes fueron re piolas, muchos nos apoyaron y no les importaba en ese momento como era el gusto de la comida sino que lo hacían para mancarme”, explicó Serafín.
Los jóvenes sentenciaron que cuando el negocio comenzó a hacerse más grande, al cabo de dos meses, fue cuando explotó y empezaron a recibir muchos más pedidos. Arrancaron con cinco encargues, diez, quince, y fue constante el crecimiento. Pero, como ellos cuentan, mientras más pedidos tenían más difícil era todo.
Al principio fue fácil porque eran pocos, Valentín cadeteaba solo y llegaba todo perfecto, pero cuando los llamados se ampliaron ahí se complicó la situación.
“De ahí vienen los primeros empleados, yo le pido a un amigo que venga a darme una mano, y él me empezó a tirar ideas y le hicimos caso. Nos dimos cuenta que era el momento para invertir. Ya no podíamos con una planchita, necesitábamos una plancha al igual que con la olla, necesitábamos freidora. Ahí empieza la inversión en material. Me acuerdo que ese verano teníamos planeado irnos de vacaciones, pero decidimos comprar la freidora. Sacrificamos nuestras vacaciones para comprarnos las herramientas necesarias, que para nosotros fue importantísimo, y resultó ser una freidora chiquita. También compramos una plancha, obvio teníamos apoyo y algunos nos daban la posibilidad de pagarlo en cuotas”, relataron ambos.
Cuando se dieron cuenta que invertir era rentable, empezaron a hacerlo con todo. Remodelaron la casa, comenzaron con un hornito y a la plancha la trasladaron al patio. Cuando llovía no podían trabajar y se las tenían que ingeniar para seguir cocinando. Entraban todo y se llenaba la casa de olor a grasa y humo. A raíz de eso, construyeron un techo en el patio para el lugar de la cocina y compraron un extractor campana. También invirtieron en otra freidora mucho mejor, porque con la chiquita no bastaba. Ahí armaron su sector de cocina para las hamburguesas. Era todo a escala menor.
Además, sobre las dificultades a las que se fueron afrontando, el hermano menor, Valentín, explicó: “Los obstáculos que fuimos teniendo fue con nosotros mismos, el tema de no tener herramientas, de crecer muy repentinamente y no tener la infraestructura necesaria, que tu propia casa sea tu propio lugar de laburo, fue una locura. Nos despertábamos pensando lo que necesitábamos para la noche. El primer inconveniente fue no tener el ambiente para empezar a trabajar. Nosotros teníamos que armar las hamburguesas arriba de un mantel de casa con servilletas. Cuando nos dimos cuenta que la plancha sola no alcanzaba compramos otra más. Con dos planchas mejoramos un montón. Ahí éramos tres los que trabajábamos, y aun así no bastaba, necesitábamos más gente y llamamos a otro chico para que se dedicara a las papas. Fuimos dividiéndonos las tareas y los puestos de trabajo. Es el día de hoy que son varios y cada uno cumple un rol”.
A su vez agregó que “desde un principio nosotros queríamos expandirnos, no queríamos trabajar en nuestra casa, nos íbamos a dormir con olor a hamburguesa aun limpiando todo. Averiguábamos lugares pero era muy lejana la idea de mudarnos a un local. Era muy difícil por la idea del gas industrial y otras cuestiones, pero las ganas siempre estuvieron. Queríamos demoler nuestra casa y hacerla un local, la idea era remodelarla y hacer el negocio acá. A todo esto surgió la idea de Dime, me lo ofrecieron y la pensamos un montón, al principio fue un no, pasaban los meses y nada, seguíamos creciendo. Fuimos haciendo miles de cambios, hasta los pisos, para dejar todo impecable”.
Errores y aciertos, según su relato, tuvieron un montón, fueron más los aciertos y de los errores fueron aprendiendo. Siempre fueron mejorando desde donde podían en cuanto a lo económico. “El tema marketing fue todo prácticamente, mientras esto surgía en pandemia, y todos los locales cerraban, nosotros estábamos en auge. Con el tema de la pandemia nos vino joya que solo podían salir los deliverys. Con eso aprovechamos e hicimos mucho marketing, desde sorteos o envíos gratis hasta incluir nachos. Pagábamos publicidad en Instagram y también en buenas producciones de fotos y flyers. Los juegos como la búsqueda del tesoro fueron otro factor, eso gustaba mucho en la gente. Nos servía que nos mencionen en las historias, con eso nos hacíamos más conocidos”, aclaró el mayor de los Giaconía, Serafín.
Los dos atestiguan que siempre pensaron en su negocio y que nunca se dieron un gusto groso: “Éramos yo, mi hermano -el burro por delante- y Azul Burguer. Siempre nos importó que al negocio le vaya bien y que al cliente le llegue el mejor producto. Nuestro vecino nos dice que está orgulloso de nosotros, porque levantamos un proyecto de cero a cien”.
Para abrir el local tuvieron que vender un auto, obviamente siguen faltando cosas porque como cuentan los emprendedores, al espacio lo recibieron muy deteriorado y tuvieron que hacerle muchos arreglos, no sólo fue el alquiler. “Ahí somos todos un equipo y tiramos todo para el mismo lado. Veremos cómo resolver las complicaciones que nos va a traer el local con experiencia. Pero estamos felices”, concluyeron.