Gran parte de nuestras conversaciones sobre las criptomonedas se encuentran dominadas por la visión del Norte Global y algunas pequeñas naciones insulares del Pacífico, el Caribe o cualquiera que sea el territorio que gane la lotería para convertirse en el próximo Cryptoland. Edemilson Paraná, sociólogo brasileño, publicó recientemente un libro llamado Bitcoin: a utopia tecnocrática do dinheiro apolítico para reflexionar sobre las criptomonedas de manera más amplia, como una expresión de la crisis financiera de 2008.
Tras explicar los orígenes ideológicos de bitcoin, Paraná nos cuenta en esta conversación por qué es probable que Brasil introduzca su propia moneda digital y también por qué esta idea podría no ser tan progresista. Realizada en el marco de Crypto Syllabus, este proyecto de The Center for the Advancement of Infrastructural Imagination (CAII) trata de ofrecer coordenadas para comprender de manera crítica los discursos sobre estas tecnologías descentralizadas.
En su trabajo analiza el cambio desde el régimen de acumulación de la posguerra, que conocemos como fordismo-keynesianismo, al contemporáneo, dominado por las finanzas. Usted identifica las tecnologías digitales como uno de los principales factores habilitadores detrás de este cambio. ¿Cómo encajan exactamente en el nuevo capitalismo financiero? ¿Es proporcionando estabilidad o, más bien, creando nuevas oportunidades para obtener ganancias? ¿O quizás de otra manera?
Ciertamente existe una causalidad estructural entre el desarrollo de las tecnologías digitales y el nuevo dominio financiero. Por un lado, sin estas tecnologías, el tipo de financiarización que se afianzó en la década de 1980 –y aún continúa hoy– no sería posible. La financiarización misma ha evolucionado; ahora está cada vez más centrada en datos y en lo algorítmico. Sin las tecnologías digitales, algunos de los instrumentos financieros actuales, simplemente, no existirían.
Por mi trabajo se refiere a las «finanzas digitalizadas»: este concepto busca describir el nuevo sistema de gestión sociotécnica para la valorización del capital financiero. Esta valorización se produce mediante el despliegue de tecnologías automatizadas de última generación, que aceleran la compresión de los flujos espacio-temporales para obtener ganancias líquidas a corto plazo y a escala global.
Parafraseando a nuestros compañeros chinos, se podría decir que se trata de una «financiarización con características digitales» o una «digitalización con características financieras». Su lógica es la de crear nuevas oportunidades para extraer ganancias y, en definitiva, no la de brindar transparencia y estabilidad.
En su libro anterior, donde discute el auge de los grupos oscuros y el comercio de alta frecuencia, escribió que la penetración de las tecnologías en el sistema financiero conduce a la proliferación de nuevos riesgos e inestabilidades.
En mi estudio sobre los diferentes mercados financieros observé la recurrencia de cierto patrón que describí como «la espiral de complejidad de las finanzas digitalizadas». Esta espiral es un proceso de retroalimentación que contribuye a la creciente complejidad de los mercados financieros. Como resultado, muchos de los operadores financieros, por no hablar de los reguladores, desconocen qué está pasando en los mercados. Los llamados flash crash, en los que los mercados se comportan de formas extrañas e inesperadas, son un buen ejemplo. Existen tres pasos básicos en esta espiral.
Primero, en las finanzas muy digitalizadas, se buscan ganancias sin explotación económica y esto lleva a sus actores a inventar, implementar y perfeccionar los medios necesarios para superar los obstáculos tecnológicos o regulatorios que se interponen en el camino de la especulación.
Segundo, la amplia adopción de estas nuevas tecnologías lleva a la aparición de nuevas configuraciones institucionales, modos de acción y dinámicas operativas; como resultado, los mercados se reconfiguran, en parte como respuesta a los conflictos políticos y sociales que estallan.
Finalmente, la aparición de un nuevo entorno institucional y tecnológico fomenta el desarrollo y la implementación de soluciones técnicas aún más novedosas. Este ciclo de creciente complejidad termina por enredar a inversores, reguladores, empresas tecnológicas y otros participantes. Como resultado, proliferan nuevos riesgos sistémicos e inestabilidades.
También ha argumentado que las tecnologías digitales, en realidad, ayudan a consolidar el dominio de las finanzas modernas sobre nuestras vidas. ¿Podría explicar cómo sucede exactamente esto?
Quizás pueda invocar otro concepto para explicar esta dinámica: el «ciclo de operaciones de las finanzas digitalizadas». Como ya he dicho, el principal impacto que tienen las tecnologías digitales en el mercado es acortar los flujos espacio-temporales. Es decir, hacer que todo sea más rápido y cercano. Esto aumenta el número y el volumen de las operaciones y las transacciones comerciales. Los sistemas digitales que hay detrás de esos intercambios son increíblemente complejos, operan a una inmensa velocidad y tienen enormes habilidades de aprendizaje y adaptación. Hacen que la labor de regular los mercados sea mucho más ardua; hay demasiada opacidad e incertidumbre involucradas. A medida que los reguladores se encuentran perdidos, se produce una mayor concentración y centralización de capitales en los mercados: aquellos con tecnologías más avanzadas disfrutan de mayores ganancias, por lo que es natural que esas centralizaciones ocurran. Esto afianza la hegemonía del capitalismo financiero.
En su anterior libro ya aludía a las posibilidades que ofrecía el auge de las criptomonedas: a medida que el sistema financiero mundial se volvió más inestable, opaco e impredecible –sobre todo debido al comercio de alta frecuencia y otras innovaciones financieras– de alguna manera necesitaba asentar sus operaciones sobre algo que prometiera certeza, transparencia y previsibilidad… El bitcoin y el blockchain proporcionaron precisamente eso.
En cierto sentido, estamos ante la actualización de una vieja paradoja. Si bien los capitalistas necesitan acumular información para dominar la incertidumbre, ellos mismos quieren vivir en un entorno donde existe poca información, evitando el escrutinio de los consumidores, los ciudadanos, los gobiernos y los medios, al menos en lo que respecta a sus propias estrategias lucrativas. Las empresas siempre quieren transparencia en todo… menos sobre sí mismas. Sus competidores, así como los gobiernos y los tecnócratas, tienen objetivos similares, produciendo escenarios inciertos, de mucho riesgo y, en cierto sentido, «opacos».
La lucha entre estas dos tendencias, su particular combinación en diferentes contextos, es, en mi opinión, la clave para comprender la gobernanza de la información dentro del capitalismo. Expresa la contradicción capitalista fundamental. Es decir, que la producción es un proceso social colectivo que, sin embargo, es conducido y controlado de forma privada. Las disputas sobre el control de la información deben abordarse de esta manera. Dado que la contradicción subyacente nunca puede resolverse de forma adecuada, todo lo que estas contradicciones pueden hacer es acomodar precariamente sus tendencias de auto-cancelación.
Un ejemplo obvio es la mencionada espiral de complejidad. Esta no es solo una dinámica caótica e incontrolable, sino también muy confusa: pocos expertos y operadores pueden navegar bien sobre ella. La creciente opacidad de los mercados se convierte en un elemento de control, dejando la gestión de la información estratégica en manos de una élite cerrada de inversores.
Los gobiernos y los reguladores, pero también los pequeños inversores, que actúan al margen, se vuelven cada vez más dependientes de los grandes fondos, intermediarios e instituciones financieras para gestionar sus inversiones. Esto, generalmente, se hace con muy poca transparencia. Y todo ello se hace en nombre de la eficiencia, la estabilidad, la previsibilidad… La opacidad es «el otro», esa es la verdad de la transparencia capitalista.
En su último libro presenta el bitcoin como una extraña consecuencia de la crisis financiera de 2008 y de su dinámica contradictoria. ¿Cómo ha dado forma esta crisis a la recepción inicial del bitcoin y a su desarrollo posterior? Después de todo, eso que Nakamoto quería que fuera simplemente un medio de pago se ha convertido en una enorme «burbuja de activos» similar a las que han desencadenado algunas de las crisis financieras anteriores…
El bitcoin llegó al radar público tras la crisis de 2008, y entonces el neoliberalismo estaba inmerso en una grave crisis. El libertarismo antisistema de los defensores de las criptomonedas atestigua la intensificación de esta ideología neoliberal, al mismo tiempo que ilustra sus muchos problemas, limitaciones y contradicciones como práctica de gobierno. El bitcoin es una emanación más del zombi-neoliberalismo rastrero en el que vivimos, como un síntoma mórbido, estridente y high-tech, de nuestro tiempo.
En el libro defino el bitcoin como «el hijo rebelde del neoliberalismo». Es bien sabido que muchos dentro de la comunidad bitcoin defienden las ideas centrales del neoliberalismo (el monetarismo de Milton Friedman, la catalaxia de Friedrich Hayek, etc.). Al mismo tiempo, el bitcoin –y la retórica abiertamente beligerante, radical y antiestatista más amplia que lo rodea– avergüenza a muchos dentro del establishment neoliberal «de toda la vida», con su resolución «pragmática» de problemas.
Es cierto que el auge del bitcoin –y el resurgimiento más amplio de la Escuela Austriaca– dice mucho sobre el estado de ánimo político de la era posterior a 2008. Al presentarse en oposición al establishment político, percibido como autorreferencial, corrupto y antidemocrático, el bitcoin afirma representar una forma de dinero supuestamente «apolítica» y «honesta». Pero las criptomonedas, y ahí está la ironía, también vienen a exacerbar, de innumerables maneras, los principios mismos de la era neoliberal, acelerando el proceso de especulación de activos.
Esta es la tragedia, aburridamente obvia, que yo llamo El Edipo del Bitcoin. Es como si este histriónico «hijo rebelde» del neoliberalismo de repente comenzara a exigir estabilidad al padre, el sistema neoliberal. Después de la crisis financiera, el padre quedó expuesto como un hipócrita viejo y vicioso, predicando una cosa, pero, al rescatar a los bancos, haciendo exactamente lo contrario.
De esta forma, el radicalismo libertario del bitcoin gana terreno precisamente al exigir, de forma tecnocrática, que el neoliberalismo cumpla sus promesas iniciales: promover la competencia como forma de crear «innovación», defender la propiedad individual, avanzar en los proyectos de mercantilización y privatización, etc. El bitcoin, a pesar de sus aspectos técnicamente innovadores, no es mucho más que la transmutación de esta misma agenda al campo de la gestión monetaria.
Su análisis presenta el bitcoin como una combinación de tres corrientes ideológicas: neoliberalismo, populismo antisistema y utopismo tecnológico. Si estas tres ideologías se han sumado en un proyecto común coherente, ¿cuál es?
En mi opinión, el núcleo estructural de la ideología del bitcoin está representado por el principio teórico, tan importante para la ortodoxia económica, de que el dinero es y debe permanecer neutral. La misma ideología sostiene que el dinero, como criatura del mercado, es simplemente un velo, un lubricante, un habilitador técnico y un vehículo para el intercambio de mercancías. Bajo esta visión, el dinero es una «cosa» que, por sus cualidades particulares, viene a realizar sus funciones específicas en el mercado. El dinero, desde este punto de vista, debe ser regulado –o mejor dicho, autorregulado– a través del propio mercado.
En consecuencia, algo como la inflación se reformula como una forma tiránica de erosionar la propiedad individual y promover la servidumbre; siempre se ve como un fenómeno monetario, que surge, en gran medida, de la intervención externa en el ámbito monetario por parte de –¿quién si no?– la aterradora figura del Estado. Este último representa el colectivismo autoritario: una invasión política viciosa e ineficiente de lo que de otro modo sería la existencia puramente técnica y funcional del dinero. Esta es la fantasía que une a muchos neoliberales, los populistas antisistema y los utópicos tecnológicos asociados detrás del bitcoin.
Otra observación muy astuta en su análisis de los partidarios de las criptomonedas tiene que ver con su insistencia en que lo político y lo económico se pueden separar limpiamente, de modo que lo económico podría ser manejado por sistemas algorítmicos que se basan en las leyes de las matemáticas y la física en lugar de sobre la confianza, la política y todo ese sucio asunto humano. ¿Cree que esta tendencia a ver las dos esferas separadas tiene su origen en el pensamiento neoliberal y tecnocrático? Supongo que alguien como Friedrich Hayek, con su insistencia en «destronar la política», podría estar de acuerdo en la necesidad de mantener lo político fuera de lo económico tanto como sea posible. Pero alguien como Thorstein Veblen, con su creencia en el poder de los ingenieros, podría creerlo también…
El determinismo tecnológico y el liberalismo económico tienden a caminar juntos, aunque no son lo mismo. Podemos rastrear esto y llegar hasta David Ricardo y sus contemporáneos, a principios del siglo XIX: los mercados y el dinero son una cuestión de autorregulación, una cuestión técnica que no debe ser corroída por la política, y debemos resolverla sin discutir valores, creencias, cultura, historia, instituciones, objetivos y acuerdos comunes, necesidades sociales, etc. Todo lo que importa son los mercados y los individuos transhistóricos, con sus tecnologías autónomas mágicamente neutrales; sólo ellos constituyen el camino hacia la libertad y la prosperidad.
Por supuesto, hay todo tipo de matices en la manera de combinar estos principios que cristalizan en diferentes formas de liberalismo, pero dichas máximas siempre están presentes en algún grado. Lo político debe quedar fuera, no tiene nada que ver con lo económico; tienen que estar claramente separados y la frontera entre ellos ha de ser vigilada. Aquí es, por cierto, donde la tecnología entra en escena. No solo en términos de posibilitar la «innovación» y la «destrucción creativa», sino también como una forma de materializar la paranoia colonial propietaria contra lo social, contra todo lo que no se puede encapsular en términos de mercado y de su racionalidad.
No es una coincidencia que el propio Milton Friedman sugiriera, a principios de la década de 1990, que la Reserva Federal debería ser reemplazada por una computadora programada para aumentar automáticamente la oferta monetaria en función de las proyecciones de crecimiento de la población. De esta manera, se extinguiría la necesidad de una política económica, junto con la necesidad de mantener algo parecido a un Banco Central.
En cierto sentido, esto es exactamente lo que el bitcoin ha tratado de realizar en su utopía del dinero programable. Sin embargo, contrariamente a lo que creen neoliberales como Friedman, el dinero es una relación social, no es una cosa. Como tal, no importa si es físico o no, si es papel, plata o dígitos en la pantalla. En cierto sentido, ya es «virtual» –de lo contrario, no podría funcionar correctamente como dinero–. Pero la «virtualidad» del dinero no tiene nada que ver con su «digitalidad».
Lo que intenta hacer el bitcoin es desplegar tecnologías digitales para, precisamente, desvirtualizar el dinero, es decir, que pase de ser una «relación social» a una «cosa». Que esta cosa esté destinada a ser «digital» no debería distraernos de comprender el objetivo subyacente. En este sentido, la ideología del bitcoin no es tan diferente del imaginario que nos brindaron los amantes del oro y los metalistas del dinero. Una vez más, no es casualidad que gran parte de su lenguaje técnico se base en las metáforas fisicalistas relacionadas con el oro: extraer, acuñar, excavar… El bitcoin es un metalismo digital.
Echando la vista atrás, se podría decir que la principal contribución del bitcoin en estos últimos 13 años ha sido mantener la crítica principal al capitalismo –y a los bancos centrales– que floreció a partir de 2008 estrictamente dentro de los contornos del sistema, es decir, sin desafiar realmente al capitalismo como tal. Es difícil ver a Wall Street y al sistema financiero sentirse particularmente amenazados cuando toda la ira antisistema se ventila a través de comunidades de Reddit como WallStreetBets, con dinero que fluye hacia Robinhood y varias de las llamadas aplicaciones DeFi. ¿Cómo está viendo este desarrollo en Brasil?
Sí, es cierto. Y es muy llamativo ver que esto suceda en Brasil, un país enorme y complejo, lleno de contradicciones muy interesantes pero también trágicas. Cuando lancé mi primer libro A Finança Digitalizada: capitalismo financeiro e revolução informacional en 2016, hice una gira por varias ciudades brasileñas. Por la naturaleza del tema, la mayoría de estas conferencias tuvieron lugar en escuelas de negocios y economía de importantes universidades.
El entorno universitario brasileño, especialmente el de las universidades públicas, fue durante décadas, incluso en los tiempos duros de la dictadura, tradicionalmente progresista. Y aunque tienden a ser más conservadoras, esto también ocurre en algunas escuelas de negocios importantes, ya que hemos tenido una gran tradición de economistas heterodoxos influyentes en el país. Y ahí me encontraba yo, debatiendo sobre la financiarización digital con académicos maduros que eran mucho más progresistas en el fondo que sus jóvenes y rebeldes estudiantes. Estos últimos, con la mirada brillante de los novatos, siempre me preguntaban, en todas partes, sobre el bitcoin, las criptomonedas y cosas por estilo. Algunos iban más allá y debatían sobre Hayek, Mises y demás. Y cuando daba charlas a sindicatos u organizaciones políticas de izquierda, a menudo ocurría lo mismo.
Me quedó claro que algo grave estaba pasando, así que decidí dedicarme a explicar esto. No en vano, 2016 es el año, como muchos señalaron, del debut de Jair Bolsonaro como candidato outsider a la presidencia. Su puesta de largo tuvo lugar durante el impeachment de la presidenta Dilma Rousseff, cuando, al anunciar en el Parlamento su voto a favor de la destitución, saludó al que fuera torturador de la presidenta en los años de la dictadura. No fue muy difícil conectar los puntos.
Toda la gente del mercado financiero en Brasil lo recibió con los brazos abiertos, especialmente la nueva generación de académicos que trabajan en la tradición de la economía austriaca –¡fueron los primeros!– y los cripto-entusiastas. Su lunática retórica era bastante familiar: todo era culpa del gobierno; allí todos eran comunistas, por lo que el país se encontraba al borde del socialismo. Algunos de estos neoliberales a ultranza fueron invitados al gobierno por el nuevo ministro de Economía de Bolsonaro, Paulo Guedes, un Chicago Boy que trabajó como financiero en el Chile de Pinochet.
Por eso, la exageración sobre las criptomonedas en Brasil está impulsada casi en su totalidad por representantes del derechismo hardcore. Muchos de ellos, por supuesto, dependen del generoso apoyo ideológico, logístico y financiero de Estados Unidos a través de think tanks conservadores y organizaciones libertarias, algo que está bien documentado a día de hoy. Dicho lo cual, también es cierto que el bitcoin plantea algunos desafíos interesantes y, a veces, insuperables para los grandes bancos, los gobiernos y las instituciones financieras internacionales. Esta paradoja debe tomarse en serio.
Con Bolsonaro, Brasil ha demostrado ser particularmente receptivo al Instituto Mises y otras instituciones del libre mercado; parece que hay muchas comunidades online de este tipo. ¿Cuánto les gusta lo cripto? ¿Han logrado presentar argumentos verdaderamente novedosos contra la banca central (y el gobierno en general) o se apegan a los temas de conversación convencionales? ¿Cuáles son sus principales demandas políticas en lo que respecta a la regulación de las criptomonedas, tanto en términos de inversiones como de operaciones mineras? ¿Quiénes son sus principales partidarios en la administración de Bolsonaro?
Diría que hay dos capas de entusiastas de las criptomonedas en Brasil. La primera está compuesta por jóvenes geeks, aficionados a la tecnología, guerreros de las redes sociales, ingenieros, gente del mundo de la tecnología, etc. Esto no es exclusivo de Brasil, encontramos a estos tipos en todas partes. Tienden a ser más idealistas y, de alguna manera, ingenuos. A estos hay que añadir algunos hombres de treinta y tantos años, en su mayoría blancos, de clase media-alta, a menudo inversores y desarrolladores.
La otra capa está compuesta por personas que están ganando, de diferentes maneras, cantidades significativas de dinero con las criptomonedas. Estas personas se ubican en instituciones financieras y en empresas emergentes de tecnología financiera (fintechs), algunas de ellas enormes. Propagan el cripto-evangelismo vendiendo libros, cursos de inversión y, más comúnmente, invirtiendo o vendiendo algún tipo de cripto-producto o cripto-esquemas. Y aquí, en esta segunda capa, tenemos una subdivisión: los que son abiertamente criminales, construyendo variados esquemas piramidales; y aquellos que son legítimos y trabajan para corredores, casas de cambio, plataformas o aplicaciones, cobradores de tarifas de cualquier tipo, como parte de este creciente cripto-ecosistema en Brasil. Algunos representantes de esta rama legítima del negocio también forman parte de la puerta giratoria que conecta el Ministerio de Economía de Bolsonaro con las grandes instituciones financieras del país.
Esta segunda capa se aprovecha de una masa creciente de personas, expuestas a décadas de reformas neoliberales, desesperadas por ganar algo de dinero con unos ahorros personales decrecientes en tiempos de crisis. Estas personas, muchas de ellas recientemente desempleadas, alimentan el sueño de volverse ricas de repente especulando con criptomonedas, a menudo para complementar sus ingresos, que están en caída libre.
Este entorno no deja mucho espacio para argumentos verdaderamente novedosos contra los bancos centrales y los gobiernos, ya que, en primer lugar, nadie está muy interesado en eso. Quieren, pese a todo, ganar dinero. Por lo tanto, reproducen los temas de conversación de siempre. Que yo recuerde, no hay un solo economista o intelectual austriaco distinguido que sea reconocido académicamente en Brasil, aunque, con la ayuda de organizaciones estadounidenses, pronto podrían surgir algunos. Sus principales demandas políticas se basan en algo así como «déjenme en paz y déjenme hacer mi dinero», al tiempo que intentan conseguir, en la medida de lo posible, algún privilegio o apoyo –incluso del gobierno– para su agenda y sus negocios.
Siguiendo el ejemplo de El Salvador, algunos políticos en Brasil quieren hacer del bitcoin una moneda de curso legal. Usar bitcoins para «comprar una casa, un automóvil, ir al McDonalds a comprar una hamburguesa», citando a Aureo Ribeiro, un diputado federal. ¿Es este un debate marginal en el país o es algo que merece la pena tomar en serio? ¿Qué lecciones se pueden extraer de la experiencia de El Salvador para el caso brasileño? ¿Hay algún elemento que valga la pena allí, como la billetera Chivo, por ejemplo?
No creo que valga la pena tomarlos en serio, al menos por el momento. ¿Y por qué? Pues por algunos factores estructurales. El primero, y el más importante, es que Brasil tiene un sistema financiero complejo, fuerte, capitalizado y tecnológicamente avanzado, todavía relativamente bien regulado y, sobre todo, estructurado por algunos de los bancos más grandes de América Latina, dos de ellos parcialmente controlados por el Estado. Estos bancos, especialmente los privados, controlan políticamente el Banco Central y la política monetaria del país.
Por supuesto, eso es un problema, pero cuando se trata de criptomonedas, paradójicamente, también es una defensa. Este entorno financiero oligopólico ha demostrado ser un desafío incluso para los grandes bancos internacionales y las grandes tecnológicas, que tienen problemas para desplegar sus operaciones financieras en el país. Entonces, si bien la billetera Chivo de El Salvador es un experimento interesante en ciertos aspectos, no veo que suceda lo mismo en Brasil. Sin embargo, sí creo que algún tipo de billetera digital podría lanzarse eventualmente, como un esfuerzo conjunto de las empresas privadas de pago, los grandes bancos y el Banco Central. Así suelen ocurrir las cosas en el sistema financiero brasileño.
Además, todavía tenemos una burocracia estatal bien equipada, que se ha mostrado en contra de que el bitcoin sea de curso legal. Finalmente, también tenemos economistas bien formados e influyentes, tanto de izquierdas como de derechas, que ofrecen resistencia diaria a este tipo de propuestas. Los grandes medios de comunicación –y, con ellos, la opinión pública– también han tomado conciencia de cómo se está utilizando este espacio para favorecer prácticas ilícitas. Así que la tendencia principal, en este momento, es dejar que el juego continúe como está y ver qué sucede más adelante. Lo que quieren realmente algunos representantes del gran capital financiero del país –como también sugirió Paulo Guedes, el ministro de Economía– es dolarizar la economía brasileña (lo que seguramente sería una tragedia), pero incluso eso se ha encontrado con una importante resistencia.
En resumen, diría que Brasil está más cerca de tener su propia moneda digital del Banco Central (CBDC, por sus siglas en inglés) que de hacer que el bitcoin sea de curso legal. Por supuesto, eso no contradice el hecho de que este es un negocio de rápido crecimiento en Brasil.