Hablar y escribir alrededor de la comida en estos tiempos, se presta para diferentes interpretaciones. Algunos podrían creer que un especialista en alimentación es alguien que trata a los alimentos principalmente desde dos esferas bastante “manoseadas”: ya sea la esfera de la cultura del “wellness”, de la salud y nutrición y todo lo que implica la dimensión sanitaria en torno a la alimentación, o la esfera que pertenece a ese trato a veces frívolo, elitista o hedonista que se le da a la gastronomía. Ni la nutrición ni la gastronomía son áreas disciplinares frívolas, y sin embargo hoy en día los discursos alrededor de estas disciplinas pueden llegar a ser banales.
Basta con ver el trato que se le da en muchas esferas de la vida a la nutrición: especialistas y no especialistas, certificados y no certificados, pseudo gurús y personas que realmente cuentan con las credenciales científicas, multiplican sus voces en redes sociales. De estos discursos higienistas, podríamos sacar una multiplicidad de dimensiones que se abordan. Lo mismo sucede en el ámbito de la gastronomía, donde un chef puede estar muy enfocado en lograr una complicada técnica culinaria, mientras otro chef está aprovechando su estatus de superestrella para ayudar a los ucranianos desplazados por la guerra.
El riesgo es entonces que ante el imaginario popular, todo se reduzca a dietas y recomendaciones, y por el lado de la gastronomía, a platillos y técnicas que entre más rebuscados y difíciles de acceder, mayor estatus dan a quién habla de ellos. Y se nos olvida sin embargo, que la comida es el medio y no el fin, para explicar de una manera en la que todos nos identificamos, una serie de hechos sociales, políticos, económicos e históricos que impactan no solamente en nuestras vidas cotidianas, sino en nuestro futuro como ciudadanos.
Mientras tratemos a la comida como el fin y no el medio, los discursos alrededor de ella se tienden a banalizar y a propagar. La comida se vuelve parte de la anécdota, y no el signo de los trasfondos sociales e históricos que vivimos. De ahí el “éxito” por ejemplo, de desviar la atención sobre las divisiones sociales tan peligrosas que existen en el país, sobre las formas y los modos de comercializar un antojito mexicano – que dirían los oaxaqueños, ni tlayuda es-. La comida resulta instrumental entonces para orientar discursos a modo. No en vano, la comida fue instrumental en la época posrevolucionaria en México, para construir un imaginario de nación unida a través del concepto de comida mexicana. De ese tamaño es entonces el papel que representa un alimento para permear discursos que a polémicas para desviar la atención en temas de fondo.
Dicho de otra manera, utilizar las prácticas culturales alrededor de la comida en ocasiones, es un acto performativo premeditado para orientar la conversación y el discurso hacia donde se quiere poner el foco para desviarse de los asuntos de fondo.
No importa si se mira a la comida desde el ángulo nutricional, gastronómico, cultural, social o político, es importante no banalizarla. Pensar la comida de esta forma no es un tema de la trivialidad o del anecdotario, no importa el área disciplinar desde la que se trate el tema. La comida es y ha sido instrumental en la construcción de discursos higienistas, políticos e ideológicos. Reflexionar sobre ella, nos permite identificarlos para sopesar fortalezas y debilidades.
Columnista de alimentación y sociedad
PUNTO Y COMO
Columnista de alimentación y sociedad. Gastronauta, observadora y aficionada a la comida. Es investigadora en sociología de la alimentación, nutricionista. Es presidenta y fundadora de Funalid: Fundación para la Alimentación y el Desarrollo.