Hace exactamente dos años dejé de consumir productos de origen animal. Fue algo autoimpuesto para un reportaje— y pese a las advertencias de que lo ideal era dejar gradualmente la carne, me salté la fase vegetariana y me convertí en vegano, una palabra que al decirla en voz alta retumba como si uno estuviera definiéndose como terraplanista o antivacunas ante el resto.
Inicialmente, mi idea era ser vegano un mes y volver a los crudos, las ostras y la comida chilena donde la carne es infaltable (cazuelas, empanadas, charquicán y machas a la parmesana). Pero a la semana de dejar los productos de origen animal, mi cuerpo cambió. No solo por una sensación real de sentirme más liviano, sino porque empecé a dormir ocho horas de corrido —algo que no me pasaba hace años, acostumbrado a despertar numerosas veces en la noche— y mi ánimo era diferente, ya no andaba cansado. Esa razón hizo mantenerme bajo la dieta vegana y en 24 meses no he sentido ni una sola vez ganas de comer carne. En este tiempo, además, solo he tenido un par de resfríos de rigor, pero mi salud ha estado perfecta.
Junto a un asunto alimentario, van de la mano otras dos razones: no contribuir a una industria que maltrata a los animales y tomar conciencia de la sostenibilidad del planeta. Una investigación de la revista Science demostró que para obtener una proteína de carne de vaca se necesita mucha más tierra, agua y emitir más contaminantes a la atmósfera, suelo y agua que para obtener una proteína de origen vegetal. El cambio, efectivamente, parte por uno.
Una vaca en un establo.
Ir a un nutricionista es clave, para diseñar en conjunto una dieta alimentaria que tenga todas las vitaminas y nutrientes. Tras un chequeo completo y, si todo marcha bien, hay que reconocer el menú: ser vegano es mucho más que comer verduras y frutas. Las legumbres y frutas secas deben ser algo cotidiano, también el tofu y las bebidas vegetales de soya, coco o almendras (que hay que fijarse en la caja que digan que son fortificadas), acompañadas con chía y superalimentos. El arroz, las papas y las pastas sin huevo suman (hay que fijarse en los ingredientes, la mitad de las marcas tienes fideos sin huevos). Hoy, además, hay reemplazos veganos para prácticamente todos los alimentos, incluso las salchichas, el jamón, el helado, las hamburguesas, la mayonesa, el queso o el huevo tienen su versión veggie.
Marcelo Frías (35) se hizo vegano en noviembre del año pasado, luego de ser vegetariano durante seis meses y tras ver uno de los documentales producidos por Leonardo DiCaprio sobre cambio climático y conciencia ambiental. Primero, la decisión fue de su esposa, cuenta, pero al tiempo se sumó. Él dice que hay que romper el mito de que se necesita comer carne para hacer deportes. Ingeniero y con un emprendimiento, hace deportes cuatro veces por semana y corrió la última maratón de Santiago. “Los hombres, en general, sufrimos más bullying al tomar esta decisión. Te molestan, te dicen “¿cómo no vas a comer un asadito?”. Es extraño que lo relacionen a la virilidad del hombre, que no me gustan las mujeres. Les digo a mis amigos que tengo más energía”, cuenta. Desde que partió, dice, las ensalada son un acompañamiento, “pero jamás es mi plato principal, porque cocino un carbohidrato con proteína más una ensalada. Bien balanceado”.
Mayonesa vegana.
Ignacia Uribe (34) era vegetariana en el colegio y luego se convirtió en vegana. Fundadora de Vegetarianos Hoy, está embarazada por primera vez y con casi seis meses. Dice que no he tenido que ceder en nada por su estado actual. “Tengo una doctora muy abierta al tema y no me puso el grito al cielo como otros doctores. En un principio fui a otro doctor, que me dio unas pastillas prenatales con aceite de pescado y decidí encargar unas veganas y certificadas”, cuenta ella, quien para su hija espera darle la misma alimentación. Aunque sin estresarse: “No sé si será 100% vegana, porque si va al jardín puede que le den algún dulce o algo vegetariano. Carne por ningún motivo, porque considero que hace mal. Pero si va a un cumpleaños y se come unas galletas, todo bien”, agrega. En su familia, afirma, nadie le ha hecho observaciones sobre el futuro alimenticio de su hija: “Hay gente que les elige la religión, el modelo alimenticio es propio y en la medida que estés informado, no hay problemas. La dieta debe ser equilibrada”.
El nutricionista Cristián Valdés señala que, teniendo leche materna, una guagua puede contar con los nutrientes necesarios para sus primeros meses de vida. Luego, dice, “llevando una dieta equilibrada y bajo supervisión médica, es perfectamente posible que un niño lleve una dieta vegana sin problemas”. Luego agrega: “Un niño carnívoro o vegano tendrá los mismos problemas si se alimentan mal, si al niño le dan solo papas fritas, hamburguesas de carne y dulces, se va a enfermar, no es un asunto de qué dieta le den los padres, sino de ser responsables en una alimentación con todos los nutrientes”.
Ilustración: Milo Hachim.
Lo más difícil de ser vegano, dice Marcelo Frías, es que debe ser planificado: como trabaja haciendo obras en terreno, debe llevar su comida. “Sufro cuando no lo hago, aunque en los últimos años igual ha sido más fácil, porque la mayoría de los locales de comida entienden la diferencia de vegetariano y vegano y tienen alguna opción más allá de una ensalada”. A los asados, dice, lleva su propia hamburguesa vegana, aunque envuelta en aluminio para la parrilla. “Mis amigos me dicen que soy exagerado, pero les respondo que no quiero que se cruce con su cadáver en la parrilla. La palabra vegano la consideran muy extremista y ser vegano, en definición, es disminuir o no consumir productos de origen animal, en la medida de lo posible. Si andas de viaje y mueres de hambre y es lo hay, dame el plato vegetariano. Uno ya hace un esfuerzo, no es cosa de no comer nada”.
Ignacia Uribe complementa: cambiar desde una dieta carnívora a una vegana es un asunto de hábitos. “Es como dejar de tomar, si tienes tus cócteles favoritos y cambias a los sin alcohol, no les encuentras gracia. Pero dado un tiempo sabes qué sí y qué no”. Y ella, pese a ser militante vegana, pone paños fríos: “Si decidiste ser vegano y un día comiste algo que no lo es, sigue siendo vegano igual. Es mejor darse permiso un par de veces al año que no intentarlo. Si uno es vegano 360 días del año, eres lo suficientemente vegano”.
Tras terminar de hablar con Ignacia, me quedo pensando en más de alguna vez en que he decidido comer algunas galletas, dulces o tortas no veganas (la repostería vegana, lamentablemente, es mala y sin sabor) y en las recriminaciones de algunos amigos. No me aproblema probar algo vegetariano, pero ese es mi límite. En tiempos de 18 de septiembre, asados y empanadas en la oficina, no podría volver a comer carne. “Pero come una empanada de queso”, me dicen. Explico que tampoco como queso (y tampoco me apetece, a estas alturas). La mirada de “qué extraño eres” se clava, una vez más, sobre mí.