El acoso y las violencias escolares (bullying) se han convertido en fenómenos psicosociales endémicos y globales, que habitan puertas adentro de las escuelas y que además ofrecen un criterio inverso a la teoría científica de la evolución biológica: involucionan. Partiendo de la cosmovisión de que la violencia es fundamentalmente cultural, en la actualidad existe evidencia entre los académicos acerca de que la violencia escolar impacta, no solo en la salud integral y la autoestima de la víctima (en el contexto escolar, el alumno) sino también —y de manera directa— en los aprendizajes colectivos de los estudiantes.
Si a este doloroso escenario se suma el efecto de una pandemia por un nuevo virus que azotó al globo -hace ya dos años- el saldo ante tanta disrupción social es que no sólo se profundizaron las brechas respecto al acceso a la tecnología y a la educación; sino también la tecnología parece haber perfeccionado el acoso escolar.
La pregunta que aquí resuena es: ¿Qué pasa con la convivencia en mi escuela? ¿Conoce cada escuela su propio clima de convivencia?
Las escuelas son muy distintas a otro tipo de organizaciones, pero también muy distintas entre sí. Los mejores programas para prevenir e intervenir estos fenómenos que boicotean el clima escolar y que afectan rendimiento y salud, no solo de la víctima sino de toda la escuela, saben que la respuesta debe ser educativa, compleja y perseverante.
Hace pocas semanas, la desgarradora historia de Drayke Hardman, el niño de 12 años que se suicidó en la ciudad de Salt Lake City, Estados Unidos, después de sufrir bullying en la escuela, conmovió al mundo entero y vino a confirmarlo todo. Sus padres, Andy y Samie Hardman, difundieron una carta dramática en la compartieron y expusieron la historia de su hijo para crear conciencia sobre las terribles consecuencias que puede tener el acoso escolar.
Alejandro Castro Santander, educador y escritor mendocino, director general del Observatorio de la Convivencia Escolar (Universidad Católica de Cuyo) y uno de los referentes indiscutidos en la región en el tema violencias escolares, que estudia desde la paradigmática masacre escolar que provocó el entonces alumno Rafael Juniors Solich, el 28 de septiembre de 2004, quien asesinó a balazos a tres compañeros de su misma clase de la Escuela de Enseñanza Media Islas Malvinas, en Carmen de Patagones, provincia de Buenos Aires.
Desde entonces, Castro Santander no paró de “evangelizar” acerca de la importancia de instalar y complejizar el tema de bullying y clima escolar como punto central en la tarea educativa. La labor para el experto fue titánica porque, no sólo había que visibilizarlo, sino discutir la complejidad del tema puertas adentro y fuera de la escuela. Todo el mundo sabía de la existencia y profundidad del tema, pero pocos se ocupaban de problematizarlo y menos de enfrentarlo.
Según señaló el último informe del Observatorio Argentinos por la Educación, cuya autoría estuvo a cargo de Castro Santander, en la Argentina —como en otros países participantes de las pruebas del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA, por sus siglas en inglés), llevado a cabo por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico)—, los estudiantes que sufren acoso escolar (bullying) tienen un menor desempeño en las pruebas de aprendizaje. Es decir, que el acoso entre escolares es, definitivamente, un problema grave para lograr un buen clima escolar.
Este informe se propuso dar cuenta de la relación entre acoso escolar (bullying) y desempeño en pruebas de aprendizaje, apoyado en los datos de las pruebas PISA 2018, en la que participaron estudiantes de 15 años de edad de más de 60 países. Cabe recordar que las pruebas PISA es una evaluación que realizan los países miembros de OCDE cada tres años a nivel mundial, y que mide el rendimiento académico de los alumnos en matemáticas, ciencia y lectura.
En diálogo con Infobae Castro Santander explicó, “uno de los factores internos que más influye en la calidad de los procesos educativos es el clima escolar y paradójicamente el que menos se gestiona hacia el interior de las comunidades educativas. Hoy se debe reconocer al bullying y al ciberbullying como aquellas formas de violencia entre los estudiantes que más obstaculizan el buen desarrollo del clima escolar”.
Este tipo de hostigamiento, los conflictos, indisciplinas, y violencias esporádicas están en la raíz del acoso escolar o bullying y necesitan de una adecuada gestión de la convivencia en el ámbito de las instituciones educativas. El informe de Argentinos por la Educación profundiza en tres puntos e indicadores – clave para demostrar la imbricación que existe entre clima escolar y calidad del aprendizaje:
1- Pertenencia escolar
En este punto para estudiar la relación entre el acoso escolar entre iguales y los resultados del aprendizaje, medidos según PISA, se consideraron tres indicadores: la violencia social medida a través del sentimiento de falta de pertenencia escolar o exclusión; el acoso medido a través de la violencia física sufrida por estudiantes y el maltrato verbal, medido a través de la frecuencia de la agresión verbal (por ejemplo circular rumores dañinos) por parte de estudiantes.
2- Acoso físico
Este indicador es el acoso medido a través de la violencia física sufrida por estudiantes. Este indicador se construye en base a la respuesta de los estudiantes sobre la frecuencia con la que han sido golpeados o empujados por compañeros en los últimos 12 meses.
3- Maltrato verbal
Este indicador se mide a través de la circulación de los rumores sufrida por estudiantes y en base a la respuesta de los estudiantes sobre la frecuencia con la que compañeros han circulado rumores dañinos sobre ellos en los últimos 12 meses. El informe demostró que los estudiantes que sufrieron mayor acoso escolar tienen, en promedio, un menor desempeño en las pruebas estandarizadas -en este caso PISA 2018-. Y esto se observa tanto en los países que integran la OCDE como en los sistemas educativos de América Latina.
—¿Con el confinamiento primero y la vigencia de la educación virtual a lo largo de 2020 y 2021, cree usted que aparecieron nuevas formas o formatos de violencia escolar?
—Alejandro Castro Santander: El confinamiento preventivo en 2020 y la educación virtual, primero general para quienes podían, luego bimodal pero aún con muchas dificultades de conectividad, adecuación de los dispositivos, brechas didácticas, junto a la necesidad de una gestión adecuada para cada momento de la evolución de la pandemia, se terminó postergando la salud mental de todos y la seguridad de los estudiantes. Los peligros en la Red de redes ya estaban antes de la llegada del virus y ahora, ante un mayor tiempo frente a las pantallas, el riesgo, sin dudarlo, es mayor.
En este contexto complejo, no necesariamente aparecieron nuevas formas de violencia, sino que se incrementaron las formas indirectas, como la ciberviolencia escolar esporádica y el ciberbullying en particular.
En América Latina y el Caribe se han realizado estudios muy puntuales en algunas universidades, intentando diagnosticar, en primer lugar, la pérdida de aprendizajes y posteriormente el “bienestar docente”, pero son pocos los trabajos acerca de lo sucedido con la violencia en el ámbito de las instituciones educativas. La pregunta que nos toca responder es: ¿Qué pasó con la convivencia de los estudiantes durante 2020/21 y cómo pensamos trabajar el (re) encuentro en máxima presencialidad este 2022?
Sirve de adelanto un estudio español de la Fundación ANAR y la Fundación Mutua de Madrid sobre el acoso escolar. A partir de los datos que obtuvieron de talleres en más de 300 escuelas de distintas comunidades autónomas, se concluyó que el ciberbullying fue la forma de violencia más frecuente y que se utilizaron para agredir, el whatsApp en más de la mitad de los casos, seguido por Instagram, TikTok y los videojuegos en línea.
Alumnas y alumnos ya venían insistiendo en estudios anteriores, que casi la mitad de los casos de bullying quedan sin solución, así que es fácil deducir que frente al anonimato que permite el ciberbullying, la impunidad es mucho mayor.
Estamos ante un pico del ciberacoso infantil y/o escolar y/o ciberbullying. En estos pandémicos tiempos, la violencia en general y el hostigamiento en particular se adaptaron utilizando aquello que tienen a su disposición para llegar rápidamente al otro: celulares, computadoras, tablets…
Si ya muchos chicos estaban navegando solos y con poco control por el ciberespacio, en pandemia han seguido solos más tiempo. Sabemos la facilidad con la que se pasa del uso al abuso y de los peligros concretos, no sólo por aquellos que acosan a sus compañeros, sino también por los adultos que buscan víctimas continuamente, como en el caso del grooming.
—¿Cómo se tramitan, se gestionan, hoy las violencias escolares? Es cierto que están más instaladas en el debate social, pero ¿mejoraron las cifras?
—En América Latina tardamos más en hablar del bullying, un fenómeno de violencia entre escolares que tiene, desde la investigación, unos 50 años. En Argentina fue nuestro triste caso de Carmen de Patagones, el que nos inició tímidamente en los trabajos sobre este tipo de acoso. Pasaron casi 18 años y aún seguimos sin dar respuestas concretas, no sólo al hostigamiento, sino a los conflictos, las indisciplinas, la violencia esporádica, y por supuesto al emergente por el descuido de estas: el bullying.
Hablamos más del bullying, en oportunidades utilizando mal el término, pero es cierto que está incorporado al debate social. Lamentablemente, los que gestionan la educación llaman “prevención” a actuar cuando ya sucedió, cuando tenemos agresores, víctimas y una gran cantidad de justificaciones, entre ellas: “ya aplicamos el protocolo”. El desafío sigue siendo el de conocer las “temperaturas” sociales para tener alertas tempranas, prevenir a través de acciones en distintos niveles (escolar, familiar, el entorno de la escuela, etc.). La violencia siempre está atenta, no descansa y solo necesita que nos descuidemos. Por eso, no sirven los ataques de innovación y luego una larga siesta.
Repaso por las cifras
—Castro Santander: Desde el Observatorio de la Convivencia Escolar (UCC), nuestras aproximaciones diagnósticas al fenómeno de la violencia entre escolares, nos vienen indicando en los últimos 15 años que entre un 20 y 25% de los alumnos le tiene miedo a un compañero. Y que las formas de maltrato más frecuentes, sobre todo en pubertad y adolescencia, son las indirectas: romper, esconder y robar pertenencias al compañero; murmurar, calumniar; excluir de las actividades de convivencia habitual en la escuela o no dejar participar de actividades grupales extraescolares.
Muy triste, ya que rompe la pertenencia al grupo de iguales, algo que para muchos es más importante que andar bien en los estudios. Así, el clima social, la convivencia escolar, se convierte en el factor asociado al rendimiento de los estudiantes y a la calidad educativa más significativa.
Preocupa la idea que a medida que avanzan en edad, a la pregunta ¿A quién le comunicas cuando sufres el maltrato de un compañero? el adulto va desapareciendo. Se hace evidente que no nos ven, tanto a docentes como a padres, como referentes capaces de ayudarlos ante sus dificultades de convivencia. Hemos ido perdiendo la habitualidad del diálogo con ellos. En 2019 en su informe “Detrás de los números”, UNESCO comunicó que casi 1 de cada 3 estudiantes ha sido maltratado por sus compañeros “al menos una vez en el último mes”.
—¿Cómo ve el futuro de las violencias escolares, a lo largo de sus más de 25 años de trabajo académico-profesional, al comienzo en soledad y hoy con el tema más instalado?
—Si me paro en las acciones que se vienen realizando desde las políticas públicas, no veo intenciones de cambiar la situación en lo que respecta a las violencias en las escuelas. Es sencillo argumentar que la responsabilidad pasa por la familia del agresor, o existen padres sobreprotectores o la escuela no estuvo atenta.
Sí se pueden observar en los últimos 15 a 18 años acciones esporádicas y casi siempre reactivas (leyes, resoluciones, protocolos). Cuando pasa algo que conmociona la opinión pública, aparece una respuesta “salvadora” que resolverá el viejo problema. Resultado: al pretender desembarcar programas foráneos, al no consultar con expertos locales que esperan ser escuchados en las universidades, al no existir un programa integral que acompañe la propuesta (sensibilización y capacitación a directivos, docentes, familias, supervisores y los alumnos que son los protagonistas más importantes de la prevención e intervención) el pronóstico no será bueno. Estamos llenando las escuelas de humo.
Recordemos que estamos hablando de violencia, daño voluntario, y que en ocasiones también nos podemos encontrar con situaciones que pueden involucrar problemas de salud mental y delitos, para los cuales la comunidad educativa no está preparada.
Sin embargo, frente a la inoperancia de muchos gobiernos escolares o legislaciones que sólo hacen cosquillas a la violencia, confío en el criterio de muchos directivos y docentes que, conociendo sus escuelas, sus alumnos, pueden aplicar a su proyecto institucional, acciones multinivel que logren impactar en la convivencia de todos y puedan decir que para ellas la buena convivencia, la convivialidad es prioridad.
Hemos aprendido mucho en estos casi 50 años de estudiar y convivir con el bullying, como para que siga siendo un protagonista silencioso de la vida de muchos estudiantes. No se puede estudiar con miedo. No se puede crecer bien con miedo. Los adultos tenemos una gran responsabilidad para que nuestros hijos/alumnos aprendan en mejores climas de convivencia. Y esto hoy vale tanto para las escuelas como para las universidades, para los chicos y chicas y para los docentes, que también pueden experimentar situaciones de acoso laboral de parte de directivos o colegas.
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