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Vengo escuchando mi libro, “La sociedad del cansancio” de Byung Chul Han y sí, cada párrafo va colándose entre mis oídos, abriendo espacios de asombro en mi mente.
“¡Claro!” me repito, “es que esto es así”. Me brota lo compulsivo entonces, le regreso, lo paro, pienso, y continuo para regresar más tarde, y reviso si hay algo que todavía no termina de anclarse. ¡Caray! la aridez de los conceptos filosóficos me pesa.
Justo cuando el narrador dice algo así como: “Con el evangelio del desarrollo personal en una mano y el culto de la capacidad de rendimiento en la otra, encaramos una manera de enfrentar lo cotidiano, que incluye la forma en que pobremente abordamos los conflictos.” Me veo envuelta en una escena que parece sacada de una película.
El Suceso
Debo confesar que en ese día, mis alertas se prendieron, entré en modo supervivencia, y busqué las salidas para escapar ilesa, o al menos lo menos lo menos raspada posible. El miedo se hizo presente y cada poro de la piel respondió a su embate.
En mí se alertó el instinto con gran rapidez; un modo supervivencia se activó; mis oídos se agudizaron, la vista buscó salidas. Hay una sobreatención en lo que está pasando afuera, que por unos momentos deja mi mente sin otros pensamientos.
Aparecen frente a mi dos coches, estoy en el segundo piso de un eje vial que siempre me ha causado intriga, pues se inunda en tiempos de lluvia, sube y baja como una montaña rusa, está lleno de ballenas de concreto que no van a ninguna parte, porque o se acabó el presupuesto o salieron mal los cálculos.
Las marcas de los automóviles para mí no tienen importancia. Pero sé distinguir el origen de algunos, estos dos tienen origen japonés y son un símbolo de la globalización y sí, vivimos en mundo de mercancías que cruzan el océano, juntando piezas de África, América, India, ensamblados en Puebla. Porque así es más barato.
El primero es de un color gris como esta ciudad y el otro de color oro neon, de esos que me hacen pensar “¿por qué alguien compraría un coche de ese color, que además en la reventa segun una investigación, se deprecian más que cualquier otro color?”, y la verdad es que a mí me parecen horrorosos. (https://noticias.autocosmos.com.mx/2021/04/29/el-color-del-automovil-y-su-efecto-en-el-precio-de-reventa)
Los dos quieren ocupar el mismo carril, pero ninguno deja pasar al otro. La lucha dura unos minutos, las mentadas de madre se presentan con las manos en alto, el claxon mostrando la inconformidad. Estoy en medio de una batalla de machos alfa.
Como siempre pasa, esto no puede sostenerse más que un ratito, hasta que llega un punto donde el gris termina adherido al otro raspando las puertas, yo bajo la velocidad y el coche de atrás me insulta y comienza a tocar el claxon. Como no pienso perder el tiempo con él, me orillo para dejarlo pasar y justo en ese momento, un espejo sale volando estrellándose en el parabrisas del conductor que con tanto ahínco me insultaba. Un rin sale volando dando vueltas por el carril de al lado, obligando a un coche a dar un volantazo pegándole a otro coche, y éste al frenar, le pegaron por detrás.
Yo decido parar, dejar que se vayan, no puedo huir a no ser que me aviente del puente, y pues no es una opción que me parece viable. Se le cierra el del coche gris, no le permite avanzar, se baja del coche y comienza a patear la puerta neón, y de pronto, éste se baja con una pistola, le apunta y dispara al aire.
¿Mi reacción? Meterme abajo del asiento pero no quepo, me cubro la cabeza con las manos, pidiendo que no me caiga la bala que fue detonada hacia el cielo, pues se que la gravedad la llevará a caer con impulso en algún lado.
Gritos, golpes, un estruendo y se hizo el silencio. Espero un momento, no mejor otro más, sacó la cabeza entre el volante y veo que el del coche neon ya no está, solo queda el gris con un hombre que llora, sentado en el piso.
Me sorprenden los celulares que graban el suceso, seguramente en cuestión de segundos habrá miles de likes en Facebook, Instagram, Tiktok.
Yo soy de las locas que siempre buscan como ayudar, es inevitable, como estoy a unos metros por detrás, me bajo del coche, los otros comienzan a buscar como pasar por el pedazo del tercer carril que ha quedado libre, pasan despacio. Según Gavin de Becker en su libro de “The Gift of fear” esto no es morbo, el cerebro aprende observando lo que pasa. A mí me da rabia pues yo lo percibo como desconexión, falta de interés y de comunión.
Me acerco y le preguntó, ¿necesitas algo? ¿estás bien? Sólo escucho el sollozo, veo caer al pavimento el líquido rojizo de las babas y las lágrimas que se le escurren bajo sus manos. Me siento junto a él, busco alguna herida, le preguntó si está lastimado, y cuando voltea la cara lo veo sangrar. Le han dado una paliza monumental, un ojo ya está apagado, escupe y sale un diente. Se llama Manuel, lo oigo apenas entre sollozos.
Me pasa su teléfono, marca un solo número y al otro lado escucho la voz de un hombre. “Hola” le digo, “estoy en el segundo piso del periférico a la altura de Altavista, Manuel sufrió un percance, al parecer está bien, pero está lastimado de la cara. Del otro lado escucho “¡está vivo!”
La experiencia me dejó en un estado de entumecimiento, por un par de horas estuve en silencio. ¿Qué hace que alguien entre en esta dinámica caótica?
Viene a mi mente mientras escribo ¿Somos los humanos violentos por naturaleza, como lo pensaba Hobbes, o acaso somos seres que nacemos pacíficos y que las experiencias, el entorno y la cultura nos transforman en violentos, como sugería Rousseau?
Sin duda ha sido un tema que ha cautivado a pensadores y científicos desde tiempos inmemoriales. Al parecer hoy aún no contamos con una respuesta definitiva. Un estudio reciente publicado en Nature, realizado por cuatro investigadores del CSIC, la Universidad de Granada y la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, abordó este tema diciendo que probablemente ambos pensadores tenían parte de razón.
El estudio arrojó que los niveles de violencia se presentan en linajes de mamíferos donde el nivel de violencia letal es bajo, y en otros donde ese nivel es alto. Esto es una indicación de que la violencia letal tiene un componente evolutivo significativo, posiblemente porque se hereda de especies ancestrales a especies descendientes, a lo largo del curso de la evolución.
Así que parte de lo que presencié ese día tiene una posible raíz biológica. Pero es la otra, la que durante algún tiempo me ha dado vueltas en la cabeza, y no fue sino hace un par de días que tuve la oportunidad de calmar mi curiosidad cuando recibí la llamada del padre de Manuel, que fue el que me contestó del otro lado del teléfono ese día.
Lo cité en mi consultorio, pues ese día le di mis datos por si necesitaban algo, y llegó puntual a las 16:00 horas. Supe que Manuel estaba mejor y el padre llenó los espacios de la historia durante la hora que duró la consulta.
Manuel debería ser la cuarta generación de médicos de una familia reconocida por su trabajo en este rubro. Por ser el primogénito, siempre supo que tendría que ser doctor. El día del suceso, le habían dicho que estaba reprobado y tenía que dejar la universidad, un par de días antes, había encontrado a su novia de toda la vida, en la cama con una mujer. El proyecto de investigación donde estaba lo cerraron, y lo habían despedido; el uso de alcohol y marihuana comenzó a ser un problema habitual en su desempeño desde hacía un año. Dieciséis horas diarias de trabajo y estudio. No estaba durmiendo, mal comía y comenzó a tener estos actos de cólera en su casa y con sus amigos, generando una tensión tremenda.
Sí, Manuel estaba presentando muchos de los síntomas del Burnout. Esta enfermedad que es pandemia y que ha alarmado a las autoridades de todo el mundo.
“La sociedad del cansancio” de Byung Chul Han ha sido para mí, un encuentro con respuestas que me dan una guía, para trabajar con mis pacientes.
La vida de este siglo nos está conduciendo a una sociedad llena de individuos agotados, frustrados y deprimidos. En este nuevo escenario social, somos víctimas y verdugos de nosotros mismos. Ya no hace falta una dictadura, ni un tirano para someter a la población. Nos bastamos nosotros solos para explotarlos hasta la extenuación. Somos una sociedad del rendimiento, aunque vivimos bajo una falsa sensación de libertad.
Yo, como él, pienso que la pandemia ha provocado que hayamos entrado en una nueva era, que transformará el mundo. El ritmo frenético en el que vivimos, nos ha vuelto una modernidad líquida como diría Bauman, donde la inmediatez circunda como un virus en todas partes.
Todo esto nos reduce a buscar la excelencia, a absolutizar lo sano, volvernos adictos de la salud y del fitness, sin duda somos zombies del rendimiento y del botox, obsesionados cada minuto con la productividad.
Como lo diría el autor “Vivimos siempre con la angustia de no hacer todo lo que podríamos hacer, y encima nos culpamos a nosotros mismos de nuestra supuesta incapacidad”. Esa angustia es la consecuencia de nuestra propia autoexplotación.
Me da la impresión que aquel día presencié lo que Byung Chul Han, con gran maestría pone en palabras, en hojas de papel.
La familia de Manuel vendrá a terapia, esto es un tema que se debe abordar sistémicamente, lo que le pasa a Manuel es solo un síntoma que toda la familia vive, y hay que encontrar juntos, qué hacer con ello.
Por DZ
Claudia Gómez
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PD: Por razones de confidencialidad he cambiado el nombre, el lugar y algunos datos de lo sucedido; el escribir me da la posibilidad de moldear los sucesos a mi capricho, para poder lograr lo que busco.
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