Fue varios años antes de que el precio de las criptomonedas volara por la estratósfera: de hecho, Ethereum ni existía todavía. También mucho antes de que se pusiera de moda la palabra metaverso y de que todos hablaran de la Web3 como la etapa de internet que se viene. En la prehistoria de blockchain y de las tecnologías de descentralización, un grupo de estudiantes avanzados de Ingeniería y Computación, no más de 15 o 17, adelantaron la película y experimentaron con contratos inteligentes, NFTs (tokens no fungibles) y DAOs (empresas autónomas descentralizadas) antes de que estos conceptos siquiera tuvieran nombre.
Esta trama tiene un epicentro insospechado: una casa que de afuera no dice nada, de planta baja y primer piso, en una cuadra silenciosa y muy poco transitada del barrio de Palermo: la Casa Voltaire, el lugar donde empezó todo. Ubicada en el pasaje homónimo, en una zona de bares para turistas y productoras publicitarias, la Casa Voltaire recibió entre 2014 y 2016 a un grupo de criptoentusiastas que, entre charlas de filosofía, fiestas y hackatones, iniciaron media docena de empresas que hoy valen miles de millones de dólares con modelos de negocios que no existían hasta hace muy poco tiempo.
Con ventanas oscuras que impiden ver el interior, un grafiti de Darth Vader Samurai en la pared externa que sobrevive de aquella época de aventuras (lo pintó un programador-artista residente bajo el seudónimo de Dilucious), hoy a metros de una heladería, la Casa Voltaire sigue envuelta en un aura de misterio. Casi ninguno de sus protagonistas habla on the record, y prácticamente no hay notas, registros ni imágenes de ese período en las redes. En relación a su entidad y a la explosión posterior, debe estar entre las historias más subexploradas del mundo de los negocios en la Argentina.
“Hubo muy pocos nodos similares en otros países. Puede ser el espacio de coworking Full Node, en Berlín, pero eso fue después de lo de Buenos Aires”, cuenta a LA NACION revista el programador y emprendedor Manuel Araoz. En 2014, recién graduado de Ciencias de la Computación en el ITBA, Araoz comenzó a trabajar en una billetera pionera en pagos con Bitcoin basada en los Estados Unidos, Bitpay, y como uno de los primeros empleados tuvo que buscar un espacio físico para la operación en Buenos Aires. El lugar elegido para alquilar fue la Casa Voltaire.
Pronto comenzaron a llegar al pasaje palermitano otros amigos y conocidos de la facultad, con proyectos distintos al de Bitpay. Casi todos pasaron por las aulas del ITBA. “En ese momento eras un bicho muy raro por hablar de estos temas. Encontrar gente que compartiera el entusiasmo para discutir cómo iban a cambiar la sociedad, la economía y el mundo a partir de estas nuevas tecnologías no era tan común, así que la unión se dio bastante orgánica”, recuerda Demián Brener, uno de los primeros en sumarse al nodo.
Brener nació en Buenos Aires y también estudió en el ITBA. Al igual que Araoz y los demás integrantes de la Casa Voltaire, forma parte de una generación (la de los noventas) marcada por las sucesivas crisis macroeconómicas, el default más grande de la historia (el de 2001), las continuas devaluaciones, corralitos, cepos, etcétera. “Un polo cripto no podía surgir con esa fuerza en el Primer Mundo, donde los ciudadanos confían en sus gobiernos, en su moneda, en sus instituciones y en sus bancos. Visto en retrospectiva, tiene mucho sentido que algo como Voltaire se haya dado en la Argentina”, cuenta Brener a LA NACION revista. “A este caldo de cultivo se suma que en la Argentina hay gente muy talentosa y con ganas de hacer cosas, quizás a raíz de la necesidad constante de adaptación”.
Criptonita y premoniciones
Con este espíritu, un día los integrantes de la Casa Voltaire se plantearon dejar por un tiempo las deliberaciones sobre política, física teórica y filosofía para pasar a la acción todo lo que venían debatiendo. Agendaron un hackathon (una jornada de programación grupal) de dos fines de semana, para ver qué salía.
De esa experiencia surgió Streamium, un intento de crear un competidor de Periscope (la aplicación para la transmisión de video en directo) con herramientas de la Web3. Allí un músico o artista podía filmar y transmitir en tiempo real su creación (stremear), y recibir micropagos en bitcoins a cambio.
Fue claramente un proyecto adelantado a su tiempo, porque aún no había masa crítica de usuarios cripto como para que escalara. Pero Streamium llamó la atención de algunos medios especializados en tecnología de EE.UU., y gracias a esa cobertura comenzaron a llegar algunas llamadas y contactos de inversores de Silicon Valley. Fue así como varios miembros de la Casa Voltaire viajaron por unos meses a San Francisco.
Allí, además de inversores globales, conocieron a otros argentinos que luego se volvieron leyendas en el mundo de la descentralización. Como Wenceslao Casares, el ex Patagon, a quien el medio Quartz describió como “el paciente cero” de Bitcoin porque convenció a Bill Gates, Reid Hoffman y otros figurones del negocio tecnológico de las ventajas de la principal criptomoneda (Casares podría ser hoy el argentino más rico del mundo: nunca dejó de comprar este activo). O como Sergio Lerner, el científico que identificó los bitcoins originales de Satoshi y formó parte del comité mundial de seguridad es la criptomoneda.
Pero el impulso más decidido a los jóvenes de Voltaire vino de la mano de Emiliano Kargieman, el fundador y CEO de Satellogic, la empresa de satélites que semanas atrás comenzó a cotizar en el Nasdaq. Kargieman los ayudó a quedarse unos meses en la costa Oeste de los Estados Unidos. “Vi varias veces a los chicos desde que arrancaron, y siempre me entusiasmó esa combinación de equipo joven y ambicioso, con herramientas propias en medio de una revolución a punto de estallar –cuenta Kargieman a LA NACION revista–. Les recomendé que se dieran el tiempo de experimentar y buscar. Converger demasiado rápido, mientras todo cambia a tanta velocidad afuera, puede ser contraproducente”.
En esos meses de búsqueda se toparon con trabas burocráticas y con la necesidad de lidiar con abogados, contadores y otros intermediarios para iniciar sus proyectos. “El mundo Delaware”, lo describe uno de los protagonistas.
Todo este nudo era una suerte de criptonita para un grupo promotor de blockchain, una arquitectura de programación que se suele definir como una “máquina de confianza” precisamente porque permite obtener una validación entre todos los nodos sin necesidad de recurrir a intermediarios. Su solución (o intento de solución, porque no prosperó por estar también muy adelantada a su tiempo): explorar las bit-corps, empresas basadas en el protocolo de Bitcoin, que no fueron otra cosa que los antecesores de las hoy muy de moda DAOs (organizaciones autónomas descentralizadas), que corren sobre Ethereum, un entorno mucho más amigable y práctico que el de Bitcoin para los contratos inteligentes, pero que apareció varios años después.
Otro movimiento premonitorio similar ocurrió durante el mundial del juego electrónico League Of Legends. A los programadores argentinos se les ocurrió un sistema para validar en blockchain las entradas de los asistentes que estuvieran interesados en conservar ese recuerdo. Los neandertales de los actuales NFTs que estallaron en 2021 y permiten autenticar la posesión de todo tipo de bienes digitales.
Luego de varios meses, cuando la exploración ya estaba drenando los bolsillos y quedaban unos pocos miles de dólares en la cuenta bancaria, Brener y Araoz lanzaron OpenZeppelin, una firma de auditoría y seguridad de contratos inteligentes. En las semanas previas hubo un caso muy resonante en los medios de un hacker que robó 50 millones de dólares, con la cual la nueva compañía comenzó con el pie derecho y se posicionó como un estándar de mercado, en quien confían la Fundación Ethereum, Coinbase, Compoud, Brave y muchos otros.
La burbuja de los 30
No todos los integrantes de la Casa Voltaire se conocían del ITBA: varios se habían cruzado años antes. Darío Sneidermanis nació en Mar del Plata y fue al secundario Einstein, donde tomó un curso extracurricular de programación y se metió en el mundo de las Olimpíadas de Matemática y de Computación. Viajaba por todo el país tres o cuatro veces al año para competir, y en uno de esos torneos se encontró con otro estudiante de la misma edad, que venía de Santa Fe, y con el que compartía muchos intereses: Esteban Ordano, uno de los fundadores de Decentraland, la empresa más exitosa (en términos de cotización) surgida de la Casa Voltaire.
Sneidermanis y Ordano se volvieron a cruzar en los pasillos del ITBA. En 2011, “los dos leímos, comentamos y nos entusiasmamos con el paper de Satoshi (escrito en 2008), que nos pareció increíble”, contó Sneidermanis en Elige tu propia aventura, un espacio de conversaciones sobre tecnología y cripto que coordinan Gabriel Gruber y Patricio Molina en Spaces de Twitter. Sneidermanis cuenta en la misma charla que esa primera chispa se generó durante “la burbuja de los 30″: no se refiere a la Gran Depresión de esa década, sino a la semana en la que el precio del Bitcoin saltó de menos de un dólar a 30, “y mucha gente vendió, todos pensaban que ya estaban hechos”.
Sneidermanis y otros miembros de la Casa Voltaire años más tarde fundaron Muun, una billetera cripto muy famosa por su diseño simple y facilidad de uso.
Hagamos un breve paréntesis para dimensionar la historia de Decentraland. Probablemente en el último año, en la temática de innovación, no haya existido una avenida de avance tan rápido como la denominada Web3: muchos creen que la nueva generación de herramientas y negocios en internet vendrá de la mano de un “consenso distribuido”, descentralización o tecnologías cripto, en oposición a la Web2 que conocimos hasta ahora, donde mandan las plataformas y la centralización. Dentro de la Web3, una de las zonas más calientes es la del metaverso, el entorno que se promueve como futuro paso de una internet más inmersiva y experiencial. Y dentro de este subconjunto de lo excitante al cuadrado aparece una empresa icónica: Decentraland, que surgió también en la Casa Voltaire.
A mitad de la década pasada, a una de las habitaciones del caserón del pasaje palermitano llegaron equipos de realidad virtual, comprados entre todos los residentes. Aunque se trataba de hardware muy primitivo comparado con el de hoy, Ordano quedó inmediatamente maravillado con el potencial que intuyó. “Voltaire fue un espacio seguro para experimentar y compartir ideas, un espacio de crecimiento donde no había preguntas tontas o respuestas incorrectas. Para mí fue como una segunda universidad, conocí a personas que me inspiraron muchísimo (como en el ITBA, donde estudié), pero esta experiencia estaba mucho más conectada a la práctica y a la vida real. Nos hacíamos el tiempo para conversaciones profundas en los almuerzos, descansos y tiempos de ocio. El cambio tecnológico y su impacto en la sociedad sin duda eran un eje importante. La política y la economía también estaban muy presentes, pero sin estigmatización: se discutían ideas sin juzgar a quienes las traían”, dice Ordano a la nacion revista.
Anatomía de un instante
La palabra metaverso fue acuñada por el escritor de ciencia ficción punk Neil Stephenson en su novela Snow Crash de 1992, donde se describe un mundo virtual en el que el protagonista, Hiro, socializa, hace sus compras y hasta vence a sus enemigos del mundo real. El concepto (no la palabra) en realidad es anterior: ya estaba presente en la premonitoria novela Neuromancer, de William Gibson, de 1984, con el nombre de ciberespacio. Gibson es el autor de una de las frases más famosas en el terreno de la innovación: “El futuro ya llegó, solo ocurre que está desigualmente distribuido”.
En la actualidad hay todo un debate sobre qué es el metaverso, pero existe cierto consenso en que será únicamente uno, abierto, no controlado por nadie: la próxima fase de una internet espacial más inmersiva. El emprendedor Shaan Puri lo definió como “un instante”: el momento exacto en el que nuestra vida digital pasará a importarnos y a valer más que nuestra existencia física.
En Decentraland no les gusta usar el término metaverso, sino que prefieren hablar de una internet más inmersiva. Sea como sea, está claro que la Edad de Bronce de este fenómeno puede rastrearse hasta la Casa Voltaire de hace menos de una década.
Quienes visitaron el espacio del pasaje que corre entre Ravignani y Arévalo en 2015 se encontraron con algunas versiones experimentales, pero el proyecto arrancó formalmente en 2016. A principios de 2017 la plataforma se desplegó y testeó en una blockchain alternativa. Y e 17 de agosto de ese año se lanzó una ICO (oferta inicial de acciones del mundo cripto), con la que el equipo esperaba recaudar 86.206 ethers o –a valores de ese momento– 26 millones de dólares. El mercado agotó la oferta disponible en 35 segundos.
Hay analistas que comparan la génesis de estos nuevos mundos virtuales con el surgimiento de Las Vegas. En 1905 se completó el tendido vial de un tren que unía Salt Lake City con Los Ángeles. Pasaba por un pequeño pueblo, casi deshabitado, que comenzó a crecer gracias a su nuevo estatus de estación intermedia del tren. En las décadas siguientes la metrópolis explotó como atracción turística global. Con un PBI propio de 150 mil millones de dólares, Las Vegas es la ciudad de los Estados Unidos más grande creada en el siglo XX.
Al igual que en Las Vegas, en Decentraland uno puede ir a casinos, charlas en bares y tener una sensación de “extrañeza”, casi una experiencia antropológica. Pero también se puede volar en dragón o minar asteroides caídos en busca de gemas para cambiar por “maná”, la moneda oficial que permite acceder a propiedades, bienes y experiencias.
En 2021, la compañía se vio beneficiada por el efecto Meta: el anuncio de Marc Zuckerberg de que Facebook pasaría a llamarse Meta desató una locura inversora en todo lo que tenía que ver con el metaverso. En dos meses hubo 12 mil artículos en medios de primera línea hablando sobre este tema, 30 veces más que el año anterior.
En cuatro días, el valor de Decentraland pasó de 1600 millones de dólares a 7 mil millones de dólares: el mismo precio que el New York Times. Y aunque la caída del mercado de los últimos dos meses le quitó la mitad de su valor, en su pico la compañía surgida en la Casa Voltaire llegó a valer 12 mil millones de dólares. Con tokens propios que suman unos 6000 millones de dólares, Decentraland (en rigor una DAO) es el primer cripto-unicornio de la Argentina.
Montaña rusa
Camila Russo es periodista. Nació en Chile y reportó durante ocho años para Bloomberg desde Buenos Aires, Madrid y Nueva York, donde vive actualmente. Su libro The Infinite Machine fue el primero sobre la historia de Ethereum, y como directora del medio especializado en cripto The Defiant está considerada una de las principales analistas e influencers del sector.
Consultada por LA NACION revista, Russo sostiene que, a pesar de los avances, a la denominada Web3 aún le quedan desafíos muy importantes por delante. “La usabilidad es uno, todavía usar billeteras de autocustodia en cripto es complicado. Ethereum, la blockchain donde hoy está la mayor parte de la actividad de Web3, todavía no escala bien y usar las aplicaciones es muy caro. Y un tercer tema es que estamos en una zona regulatoria gris, con la posibilidad de que las autoridades vayan a poner leyes que limiten el desarrollo de la industria”.
Brener, uno de los ex Voltaire, coincide: “Hay desafíos de escalabilidad, de uso –faltan experiencias similares a las de Web2– y se seguridad: cuando un software maneja plata, cualquier vulnerabilidad se traduce en pérdidas”, dice. Araoz, el fundador de la casa de Palermo, agrega: “Sigue siendo todo muy difícil para la gente no técnica; incluso para quienes conocen Web3 es bastante complicado de usar (está todo bastante roto)”.
Al menos en su trayectoria de relato, el pico de la Web3 se dio en el tercer trimestre de 2021: allí se multiplicaron los ensayos y argumentos que sostenían que la descentralización es la respuesta para prácticamente cualquier problema de la Humanidad: desde el cambio climático hasta la pobreza, la corrupción, las dificultades de representación política y mucho más. En el campo de la economía de la creatividad, la Web3 traería una nueva era en la que los músicos, escritores y creativos en general serán mejor remunerados por su trabajo (sin intermediarios-plataformas que se quedan con la parte del león de lo que se produce).
Pero a fin del año pasado, en pleno boom, comenzaron a surgir voces críticas importantes. Las que más trascendieron fueron las de Elon Musk, el CEO de Tesla y SpaceX, y de Jack Dorsey, ex Twitter. ¿Los argumentos? Por un lado, la falta de impacto real (mucho relato, expectativa y valuaciones infladas en relación a resultados concretos). Por el otro, no “comerse la curva” de la descentralización y la democratización de la propiedad en un terreno donde los que ganaron fortunas fueron los VC (fondos de capital de riesgo) y no la “gente común”. Musk dijo que hoy la Web3 es un “concepto marketinero”, y Dorsey apuntó específicamente a un fondo de riesgo (Andreessen-Horowitz) como la usina que lidera la batucada de Web3 en story-telling.
Aparecieron dos ensayos largos, también críticos, que tuvieron mucha repercusión. Uno fue publicado el 13 de diciembre pasado por Tim O’Reilly, un figurón de Silicon Valley y quien acuñó el término “Web2″ hace 17 años, bajo el título de Por qué es muy temprano para entusiasmarse con la Web3. O’Reilly afirma que en su carrera ya vio muchos ciclos de “descentralización y re-centralización” en la que una nueva tecnología inicialmente democratizante (como las PC o internet) luego son aprovechadas por jugadores que se las arreglan para centralizarlas (Microsoft con su sistema operativo, Google, Amazon o Meta con big data, etcétera).
El otro ensayo que dio que hablar fue el del divulgador Scott Galloway, quien subrayó que la concentración en la Web3 es de hecho mucho mayor que en la Web2. “Si fuera un país, bitcoin tendría la mayor desigualdad del mundo”, escribió Galloway.
La polémica se dio en paralelo con una montaña rusa de valuaciones. La caída de los mercados globales de acciones fue mucho más profunda en el campo cripto. Dos semanas antes del cierre de esta nota, por caso, Meta (la ex Facebook) experimentó la mayor pérdida de capitalización en la historia en un solo día: 200.000 millones de dólares.
Mi nombre es misterio
Camila Russo cuenta que siempre le sorprendió “la cantidad de talento cripto que hay en la Argentina, la cantidad de start ups exitosas y que en todos los proyectos globales casi siempre hay algún argentino metido”. Escuchó en distintas oportunidades sobre la Casa Voltaire, “las hackers houses en general son míticas, generaron un ambiente de innovación y optimismo”.
Voltaire se adelantó a otros nodos, como el de Berlín que mencionaba Araoz al principio de esta nota o el Crypto Castle en San Francisco. Otras referencias de revoluciones tecnológicas anteriores podrían ser el Homebrew Computer Club de los ochentas, que funcionó entre 1975 y 1986 en la Costa Oeste y al que asistieron, entre otros, los fundadores de Apple. También, la legendaria “mafia PayPal”, un grupo de exalumnos de Stanford y de la Universidad de Illinois (Musk, Peter Thiel, Reid Hoffman y varios otros multimillonarios de hoy) que luego de PayPal terminaron fundando otras compañías muy exitosas.
En Silicon Valley, la empresa General Magic también fue una suerte de Argentinos Juniors de talento tecnológico que luego, cuando se dispersó, terminó creando Android, el iPhone (el producto más exitoso de la historia del capitalismo), eBay y otras iniciativas. Al igual que Voltaire, General Magic se adelantó a su época: quiso producir un teléfono inteligente 12 años antes de que aparecieran en el mercado. Hay un documental fabuloso que cuenta esta historia, dirigido por Sarah Kerruis y Matt Maud.
“Lo fundamental aquí es entender el timing”, contó Sneidermanis, de Muun, en el mismo podcast citado párrafos atrás, “hay muchas ideas (de la Web3) que van a pasar, pero es difícil saber exactamente cuándo porque dependen de la masividad de adopción o de ciertas tecnologías que aún se tienen que desarrollar mejor”.
Eventualmente, los integrantes de la Casa Voltaire viajaron al exterior o fundaron nuevas empresas que crecieron y necesitaron instalaciones propias más grandes, y el grupo se disgregó. De esta historia quedan muy pocos rastros en las redes: una nota en Medium de 2017 y otra titulada Auge y caída de la casa de Bitcoin, escrita por Lucía Cholakian Herrera y Leo Schwartz, que publicó primero el sitio Rest of World en inglés y luego en castellano Hipernoir. Si se tipea en Google “La Casa Voltaire” aparecen decenas de referencias al hogar del filósofo francés y luego algunas propiedades en venta o alquiler en el pasaje palermitano. Pero nada del nodo de programadores.
¿A qué se debe este misterio y secretismo? Lo primero para señalar es que se trata de una música común en el criptomundo, que viene ya desde el anonimato del creador de todo, Satoshi Nakamoto, quien en 2008 con un paper de apenas ocho páginas dio origen a una industria de billones de dólares. La reticencia de la mayoría de los ex Voltaire a hablar de esta experiencia en los medios tiene, en este sentido, una tradición arraigada.
“Hay una explicación que tiene que ver con la personalidad de bajo perfil, pero también cuestiones de seguridad y de no levantar la cabeza en una etapa en la que se supone que aumentarán las regulaciones y la carga impositiva sobre el sector”, especula un programador del círculo cercano. “No a todos les gusta la farándula. Muchos ya la hicieron y juegan con sus propias reglas”, explica Edwin Rager, de la criptobilletera Belo, “No nos olvidemos de que el anonimato es la forma definitiva de lujo en una era de híperconectividad”. La mayoría de ellos, actualmente, reside en Uruguay.
Esta historia de la Casa Voltaire podría seguir varias páginas. Amerita definitivamente un libro, o un documental, como General Magic. Las derivaciones no son solo económicas sino también políticas, culturales y filosóficas.
Nacido en Sydney, Australia, en 1966, el matemático y filósofo David Chalmers pasó la mayor parte de su carrera laboral en distintas universidades de los Estados Unidos, donde se volvió una autoridad destacada en filosofía de la mente, estudios de la conciencia y cognición extendida. Provocativo, Chalmers suele argumentar que hay posibilidades de que hoy todos estemos viviendo en una gran simulación (y hay varios colegas suyos que piensan lo mismo), y que lo que llamamos realidad tal vez ya haya sido programado por alguna civilización pasada o lejana.
Su último libro, Realidad+: mundos virtuales y problemas filosóficos (aún no traducido), juega con la emergencia del metaverso como una “simulación de una simulación”, es un espejo de realidades infinito que le hubiera encantado a Borges, el escritor favorito –por lejos– en el mundo critpo, por su elegancia matemática y sus conceptos previos y claros para la Web3. El escritor pasó su infancia en un caserón de Serrano (hoy Borges) al 2100, por entonces un Palermo marginal. A pocas cuadras de lo que, 100 años después, sería el punto anticipatorio de la explosión cripto. La Casa Voltaire.