La enfermedad inflamatoria intestinal (EII) es cada vez más incidente en España. Así lo advierte la Confederación ACCU Crohn y Colitis Ulcerosa, entidad que engloba las dos patologías que se enmarcan dentro de este término. Sin embargo, su causa exacta sigue siendo una incógnita, aunque cada vez se producen más avances en el campo. De hecho, el último ha sido publicado recientemente y apunta a que su origen podría estar detrás del uso de antibióticos.
Así lo afirma un grupo de científicos comandados por la Universidad de Nueva York (EEUU), en colaboración con la Universidad de Aalborg (Dinamarca). Su trabajo, que ha visto la luz en la revista Gut, ha conseguido trazar una relación observacional entre la toma de antibióticos y el desarrollo de estas dos enfermedades. ¿La razón? Los cambios en la microbiota intestinal que causarían estos medicamentos, sobre todo en la enfermedad de Crohn.
La enfermedad de Crohn es un problema inflamatorio crónico que afecta al aparato digestivo. Se puede dar en cualquier parte de éste, desde la boca al ano, aunque suele ser más incidente en el final del intestino delgado. Entre los principales síntomas destacan dolor abdominal, diarrea, pérdida de peso involuntaria, fiebre y hemorragia rectal. Mientras, la colitis ulcerosa, de curso y manifestación similar, ataca exclusivamente al intestino grueso (colon y recto).
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Según los últimos trabajos epidemiológicos, en España afecta al año a 16 personas por cada 100.000 habitantes, siendo frecuente que, a lo largo del primer año de manifestación, la persona precise de, al menos, una intervención quirúrgica, por lo que entender y comprender mejor los mecanismos de la enfermedad es un asunto importante.
El estudio más grande
El nuevo trabajo publicado en Gut es, en este sentido, un gran avance para la EII. Supone también el estudio más grande hasta la fecha, con datos médicos de 6.104.245 personas, acumulados entre el año 2000 y 2018. De todos ellos, un total de 5,5 millones había tomado, al menos, un ciclo de antibiótico, comprobando los investigadores que su uso se traducía en un mayor riesgo de desarrollar la enfermedad, sobre todo al año o dos años de haber ingerido alguno de estos medicamentos.
La correlación, además, se hacía más fuerte cuanto más mayor era la edad del paciente. Así, las personas entre 10 y 40 años tenían un 28% más de probabilidades de ser diagnosticadas de EEII después de la toma de antibióticos; mientras que las de entre 40 y 60, un 48%. A partir de esa edad, la cifra bajaba tan sólo un punto porcentual.
Los investigadores también constataron que el riesgo era más elevado si la persona había hecho varios ciclos de antibióticos. Concretamente, a partir de cinco. Este dato consigue que la hipótesis de que los cambios en la microbiota intestinal que causan estos medicamentos son un desencadenante potencial para el desarrollo de EII, una teoría que cuenta con el apoyo de trabajos previos.
Es el caso de una investigación publicada en 2020 en The Lancet Gastroenterology & Hepatology y que, tras el análisis de 24.000 pacientes con EII demostraron una relación entre la frecuencia de dispensaciones de antibióticos y el desarrollo tanto de colitis ulcerosa como de enfermedad de Crohn.
Los antibióticos señalados
“Una mayor exposición acumulada a la terapia antibiótica, en particular a los tratamientos con mayor espectro de cobertura microbiana, puede estar asociada a un mayor riesgo de EII de nueva aparición y sus subtipos“, describieron en su momento.
En el caso del nuevo trabajo, también se describe qué tipos de antibióticos afectan más al desarrollo de la enfermedad. Según constata, los nitroimidazoles (metronidazol y tinidazol son los más populares) y las fluoroquinolonas son los dos tipos de más riesgo. Casualmente, coinciden con los identificados por el estudio de The Lancet, ambos son tratamientos de amplio espectro porque atacan indiscriminadamente a todos los microbios, no sólo a los que provocan enfermedades.
Según su ficha técnica, el metronidazol está indicado en adultos y niños para el tratamiento de: peritonitis (una inflamación de las paredes abdominales), absceso cerebral, osteomielitis (infección en los huesos), fiebre puerperal, abscesos pélvicos, infecciones de heridas después de cirugía, prevención de infecciones bacterianas postoperatorias, vaginosis bacteriana, infecciones periodontales agudas e infección por Helicobacter pylori, entre otros usos.
El tinidazol, por su parte, es muy popular en el tratamiento de la tricomoniasis (una enfermedad de transmisión sexual), giardiasis (una infección del intestino que puede causar diarrea, gas y calambres estomacales), y amebiasis (una infección similar a la anterior).
Mientras, las fluoroquinolonas son antibióticos empleados para el tratamiento de una amplia gama de infecciones bacterianas, entre las que se incluyen de las vías urinarias y respiratorias, del aparato genital y gastrointestinal, así como infecciones cutáneas, óseas y articulares.
Más fármacos implicados
El único antibiótico que no se asoció en los resultados con riesgo de EII es la nitrofurantoína, utilizada para infecciones de tracto urinario. No obstante, este es un medicamento que, en 2016, en España generó controversia por notificaciones de reacciones adversas graves, especialmente pulmonares, por lo que la Aemps introdujo varias restricciones de uso.
A pesar de esa pequeña excepción, los investigadores consideran que sus hallazgos son suficientes para comenzar a considerar nuevas limitaciones en la prescripción de antibióticos. “No sólo puede ayudar a frenar la resistencia a los antibióticos, también a reducir el riesgo de EII”, sentencian en el escrito.
También matizan que es necesaria más investigación sobre el tema, ya que puede haber más medicamentos implicados en la enfermedad. De hecho, esta es la teoría del investigador español Javier P. Gisbert, uno de los encargados de realizar el estudio epidemiológico antes nombrado. Según él, en su trabajo también comprobaron que el riesgo de desarrollar la patología se incrementaba después del uso de ciertos fármacos: aproximadamente el 50% de los pacientes recibieron corticoides sistémicos, el 50% inmunosupresores y el 30% había estado expuesto al tratamiento con biológicos, a los 12 meses del diagnóstico.
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