Nuevas olas de contagios de Covid. Inflación en alza. Suba de las tasas de interés y recortes en los programas de estímulo de los bancos centrales. Desaceleración del crecimiento global. Cuellos de botella y falta de insumos. Tensión bélica entre Rusia y Ucrania. El escenario económico en 2022 luce convulsionado y colmado de factores que generan incertidumbre de corto plazo. Para la Argentina, que está fuera de los mercados de crédito internacionales y tiene desequilibrios macro internos, el contexto luce desafiante. El fortalecimiento del dólar frente a las monedas de países emergentes, el estancamiento en Brasil o la suba en el costo de la energía se combinan con los altos precios de las commodities exportables, cuestiones que condicionarán la disponibilidad de divisas, la inflación interna y el cumplimiento de las cuentas públicas.
El período de gran liquidez global y bajas tasas de interés en el mundo parece haber llegado a su fin. Tras las reacciones expansivas adoptadas por los bancos centrales para intentar contrarrestar el efecto negativo de las cuarentenas en la actividad económica, ahora comenzó un gradual pero consistente endurecimiento de la política monetaria, que se verifica en los senderos de subas de tasas de interés, o de reducción de los paquetes de estímulo, que ya comunicaron entidades como la Reserva Federal de los Estados Unidos, el Banco Central Europeo y el Banco de Inglaterra. Esa decisión se da, a su vez, en un contexto de suba en la inflación, que se replica en el mundo, aunque con particularidades y en cada país.
Al no tener nuestro país acceso al crédito internacional, una suba de la tasa de interés de los Estados Unidos tendría, según los analistas, un impacto directo acotado para la Argentina. “Creo que el efecto es muy bajo, porque no tenemos ingreso de capitales y no estamos tomando deuda en el mercado internacional. Lo que puede haber es un efecto indirecto o derivado”, explica Camilo Tiscornia, de C&T Asesores Económicos, en referencia a un fortalecimiento del dólar que podría implicar un debilitamiento de las monedas de los países emergentes, con una consecuente salida de capitales de estos países hacia las economías desarrolladas.
“No es inocuo para la Argentina una suba de la tasa, pero el canal del crédito es distinto respecto de lo que era en otro momento”, coincide la economista Marina Dal Poggetto, directora de Eco Go, al comparar la situación actual con el shock negativo del primer semestre de 2018, que contribuyó a gatillar la corrida cambiaria y a dar inicio a la crisis económica en el país.
En este punto, sin embargo, el efecto de un fortalecimiento del dólar y una depreciación de las monedas de países emergentes, como el real brasileño, pueden impactar negativamente en el peso argentino y acentuar aún más su pérdida de competitividad. “El tipo de cambio en agosto de 2020 era alto, y hasta enero de 2021 el Gobierno mantuvo la competitividad porque tenía un camino de crawling peg atado a la inflación. Hoy el problema es la brecha. Es recontra perversa y genera una transferencia de ingresos de exportadores a importadores fenomenal. En 2021 el Gobierno consumió hasta el último dólar para financiar una mejora en el bienestar transitorio, que no alcanzó para ganar las elecciones, y ahora no tenés los dólares para seguir forzando el crecimiento de corto plazo”, concluye Dal Poggetto.
Tras un 2021 con precios internacionales favorables para la Argentina, el escenario de 2022 combina factores contrapuestos que condicionan el escenario. Según los analistas, un fortalecimiento del dólar, asociado a una suba de las tasas de interés, tendría como consecuencia una baja en los precios de commodities internacionales que son claves para las exportaciones argentinas, como la soja o el maíz.
Sin embargo, Gabriel Caamaño señala que “en el corto plazo hay factores que hacen que esos precios no caigan; uno es el tema del conflicto en Ucrania. Siempre que hay conflictos bélicos y amenazas de bloqueos económicos, más cuando involucran a un gran productor como Rusia, los precios suben”, explica el economista de Consultora Ledesma. En el escenario global, además, la desaceleración de la economía china podría afectar la demanda global, mientras que el impacto de la pandemia con eventuales nuevas olas de contagios abre un gran signo de interrogante.
En el caso de la soja, a su vez, se combina el efecto de la sequía en la Argentina y Brasil, que amenaza con afectar las cantidades cosechadas y empuja hacia arriba los precios. “Y hay otro tema con el aceite de palma, que es el segundo más usado del mundo. Indonesia, que es gran productor, puso restricciones a las exportaciones, y se interpreta que habrá más demanda de soja para producir aceite ante la menor oferta del sustituto”, agrega el economista. En ese escenario, la soja acumula un alza sostenido que llevó su precio a registrar los valores más altos desde junio de 2021.
“Los precios están hoy en un contexto buenísimo. En comparación, en la época de Macri la soja estaba a US$300″, grafica Tiscornia, al referirse a una dinámica favorable para la recaudación del Estado por la vía de retenciones, uno de los ítems más relevantes de las cuentas públicas en el año 2021.
La contracara de ese escenario favorable es que la sequía afecta los volúmenes. Las últimas estimaciones de la Bolsa de Comercio de Rosario, del 12 de enero, recortaron de 45 a 40 las millones de toneladas de soja esperadas para esta campaña, y de 56 a 48 las millones de toneladas de maíz, aunque las últimas lluvias podrían mejorar el escenario.
La energía es uno de los factores que dinamizó la escalada de la inflación en países como España y, de cara al próximo invierno, enciende luces amarillas para la Argentina. Además de factores asociados al escenario macroeconómico global, la escalada de la tensión entre Rusia y Ucrania tiene consecuencias en materia energética, con subas esperadas en los precios internacionales del petróleo y el gas. “Eso pega en contra, por el déficit energético y el crecimiento de los subsidios económicos”, sintetiza Caamaño.
En 2021, según el Indec, el país exportó US$5215 millones en el rubro ‘combustibles y energía’ y tuvo importaciones por US$5843 millones en la categoría ‘combustibles y lubricantes básicos y elaborados’. Una eventual suba del precio del petróleo podría generar mayores presiones a las extenuadas reservas del Banco Central.
“El petróleo subió a casi US$90 el barril, entre otros factores por el conflicto bélico en Ucrania, y nosotros somos importadores. Antes estaba en torno a los US$70. Si volviera a ese precio es un escenario distinto, pero si se clava en este valor puede ser un problema mayor”, afirma Tiscornia.
Además de la cuestión cambiaria, un eventual incremento del petróleo implicaría problemas adicionales en materia de inflación, con mayores presiones al alza de los combustibles en el mercado interno. Este sector fue noticia esta semana, porque se concretó una suba de precios de 9% en promedio (la inició YPF y luego se plegaron el resto de las compañías). Fue el primer ajuste en el precio al consumidor desde mayo de 2021, cuando se completó el último tramo de un incremento que llegó al 15%.
El otro punto tiene que ver con el gas, cuyo precio en Europa escaló a causa de la tensión bélica entre Rusia y Ucrania. Y si bien la producción local, según estimaciones de la Secretaría de Energía, representará el 84% de la oferta local, hará falta recurrir a la importación para abastecer la creciente demanda en invierno, con un consecuente impacto tanto en la salida de divisas como en la ecuación de tarifas y subsidios.
Con el flujo de Bolivia menguando, en despachos oficiales ya diagraman cómo será el proceso de importación de GNL (gas natural licuado), cuyo precio se proyecta en alza. De acuerdo con las proyecciones oficiales, el GNL se importó en 2021 a US$8,5 el millón de BTU mientras que este año el precio será de US$23,72 (para tomar como referencia, el gas de Bolivia se pagará a un valor esperado US$7,46 el millón de BTU),
Para la Argentina, que el principal socio comercial, que es a su vez la mayor economía de la región, enfrente un proceso de estancamiento económico, no ofrece las mejores perspectivas. Luego de haber aplicado una política de restricciones más laxas para atacar la pandemia en 2020, Brasil fue de los países que menos cayó en términos económicos ese año (4,1%, según datos oficiales) y de los que mostraron un rebote más veloz. Pero luego ese proceso se frenó. “A nivel regional, tenemos dos socios complicados, que son Chile, que viene muy bien pero se espera que desacelere, y Brasil, que viene mal y con poco dinamismo. Le está costando salir de la pandemia y es el que tiene más dificultades en la región”, dice Caamaño.
De acuerdo con las proyecciones del FMI, 2021 cerró para Brasil con un alza de 4,7% del PBI (el promedio de la región fue del 6,8%) y hubo caídas interanuales en el segundo y en el tercer trimestre del año. En ese escenario, los números de 2022 son aún más sombríos. En su última actualización del World Economic Outlook, publicada en enero, el organismo recortó en 1,2 puntos porcentuales su proyección de crecimiento para el país vecino este año, y lo estableció en 0,3%.
Factores económicos como la sequía que afecta la cosecha agrícola, la aceleración de la inflación y el endurecimiento de la política monetaria se combinaron con la incertidumbre política de cara a las elecciones presidenciales, en las que probablemente se medirán el actual primer mandatario, Jair Bolsonaro, con el expresidente Luiz Inacio Lula da Silva, que aparece como el favorito en las encuestas. “En Brasil tenés un año electoral y una economía que se frenó. Con una inflación del 10%, el Banco Central aceleró la suba de la tasa de interés. Hay que ver cómo se maneja este año un banco central que es independiente y un ministro de Economía que es ortodoxo”, dice Dal Poggetto.
“Estamos en un contexto de desaceleración del crecimiento de América Latina, y lo que más preocupa es la recesión en Brasil. La proyección de crecimiento del 0,4% es de casi estancamiento, y es un problema porque ahí van nuestras exportaciones de MOI (manufacturas de origen industrial”, analiza Soledad Pérez Duhalde, directora de Operaciones en la consultora Abeceb.
Según los datos del Indec, en 2021 Brasil conservó su lugar como principal destino de exportaciones locales, por un total de US$11.775,9 millones, por encima de China (US$6159,9 millones) y de los Estados Unidos (US$4921,1 millones). Pero en el primer mes de 2022, las exportaciones se estancaron (totalizaron US$796 millones, con un crecimiento interanual del 0,2%), algo explicado por una merma en las ventas de energía y trigo, mientras que las importaciones se expandieron un 24,2% (sumaron US$943 millones). Enero cerró con un déficit comercial de US$147 millones (en el último trimestre de 2021 se había alcanzado un superávit promedio de US$223 millones), en una dinámica que, según Abeceb, podría “marcar la tónica de este año”.
“Juegan cuestiones económicas y políticas. La incertidumbre es muy grande, no solo en Brasil, sino también en Perú y Colombia, y eso afecta a la demanda doméstica. El efecto todavía no se ve, pero se puede sentir en los próximos meses. El último dato fue de caída en el rubro de energía y en el trigo. Este año habrá un punto de inflexión a una moderación significativa del comercio. Si Brasil apenas va a crecer, eso deprime la demanda de nuestras exportaciones, que van a estar más afectadas por las importaciones, porque nosotros tenemos mayores expectativas de crecimiento”, dice la economista de Abeceb, que proyecta que 2022 podría cerrar con un déficit comercial bilateral de unos US$1000 millones.
Para Dal Poggetto, la dinámica comercial también estará marcada por la dinámica “intra-firmas” y la integración que mantienen las filiales de las empresas a uno y otro lado de la frontera, especialmente en el sector automotor.