Nació en Italia, pero vivió en Caracas y en Buenos Aires, donde estuvo en pareja con Víctor Grippo. Hizo feminismo desde los márgenes y contra los cánones. Su muestra antológica permanece hasta febrero en el Malba.
Anna Maria Maiolino ha sido muchas cosas a lo largo de su vida, pero siempre artista. En el juego del fondo y figura buscó siempre ser figura. Con 80 años inauguró una muestra antológica dedicada a su obra en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba). Adelante, conozcan a la mujer que a su manera hizo feminismo desde los márgenes y contra los cánones.
Curada por Paulo Miyada, curador en jefe del Instituto Tomie Ohtake y curador de arte latinoamericano del Pompidou, la muestra es el resultado de tres años de investigación y muchas horas de conversación con la artista. Además, es un reencuentro, y para las generaciones más jóvenes una primera aproximación, de la artista con Buenos Aires donde vivió durante la década de los ‘80.
La artista ha pensado su vida como una espiral, con temas y problemas que fluyen y se retoman a lo largo de los años. Desde ese punto de partida se pensó la organización de la muestra que le escapa a la cronología, aunque resulta inevitable conocerla para que los porteños entremos en su mundo.
Anna nació en Italia en 1945, en el pueblo de Scalea. En medio de la pobreza de la posguerra la familia migra a Venezuela. En Caracas estudió en la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas donde adquiere una formación académica tradicional. Pero fue recién con la mudanza a Brasil en la década del 60 que conoce las tendencias y entra en contacto con la currícula de las vanguardias.
En Río de Janeiro se vincula con los artistas de la Nueva Objetividad Brasileña, aquellos que asumieron el compromiso de crear un lenguaje de opinión crítica a la dictadura que gobernaba. La expresión de ideas comprometidas nacerá en esta instancia y se mantendrá durante toda su carrera. Adopta tempranas posturas feministas que necesitarían décadas para ser comprendidas.
Miyada abre la muestra poniendo el énfasis en el “Yo”, que aparece como una constante a lo largo de la carrera de Anna. Las obras a las que bautiza ‘mapa’s reproducen sobre en cuadrículas palabras claves de su vida. También crea los mapas del pueblo en el que nació, de la Italia quemada, desgarrada por la guerra que debió dejar y de Brasil partida.
Reafirmarse como artista, como mujer y como ciudadana de varios lugares son conceptos que aparecerán a lo largo de toda la exhibición. “El mapa es también territorialidad de vida, de cuerpo y espacio mismo”, comenta el curador.
Según Miyada, la predisposición de Anna de enunciarse como artista, madre, esposa, nómade, hija, abuela, amiga, brasileña, italiana, y tantos otros roles no siempre fue visto con buenos ojos por la crítica en Brasil. A mediados de los ’70 le destacaban que era una buena artista, pero le achacaban que no se involucrara con las narrativas de crítica política en tendencia.
La mujer “atrapada”
Anna se casa con su colega Ruben Gerchman. Cuando su marido consigue una beca se instalan con sus dos hijos en Nueva York. Allí ya no es Anna la artista, sino la esposa, la ama de casa, con un trabajo temporal. Un amigo le advierte que se está enfermando por no producir arte y la empuja a empezar a hacerlo en el escaso tiempo libre que le queda.
Surgen así sus trabajos con lapicera, composiciones de pocas líneas donde recrea escenas que tocan en algún aspecto su vida diaria. La mujer preocupada porque envejece, la mujer que es musa, el hombre como el portador de la mirada, la mujer atrapada como alegoría son algunos de los temas que aborda. “Son trabajos muy poéticos y testigo de las diferencias de género en un matrimonio heteronormativo tradicional”, explica Miyada.
La experiencia neoyorquina dura poca y a principio de la década del 70 Anna se separa y regresa a Brasil con sus dos hijos. Si hasta entonces había trabajado en temas políticos desde lo individual a partir de generar empatía desde una experiencia propia que permita una visión más compleja de la realidad colectiva, ahora se volcará a los problemas macropolíticos. El hambre, la pobreza, la dictadura, la violencia, la represión ingresan en sus obras y también abordará otros formatos como la fotografía y el cine.
Con el tiempo se enfoca en el aspecto manual del trabajo artístico y pasa a utilizar casi exclusivamente la arcilla. Desarrolla proyectos e instalaciones con gran presencia de este material dónde se observa la repetición de un gesto y la huella de la energía concentrada en la materia.
En la década del 80, Anna se instaló tres años en Buenos Aires. Llega al país por amor al ponerse en pareja con el artista Víctor Grippo, pero no consigue conectarse con el sistema artístico de la Argentina.
De esta época sobresalen dos cuestiones: por un lado una instalación inspirada en Madres de Plaza de Mayo, cuya historia le recuerda a la dictadura brasileña que también le tocó vivir; por otra parte, las obras que mezclan objetos y arcilla donde se distingue la influencia de su entonces pareja.
A modo de cierre Malba recreó la instalación Terra Modelada, una obra que la artista ha montado in situ en distintas ocasiones y que en cada lugar que se emplaza adquiere diferentes formas según el espacio.
Las pequeñas esferas aplastadas toman las paredes, forman líneas que escapan hacia distintas ángulos, se concentran y se expanden al mismo tiempo. “Es un trabajo que deja muy clara la preocupación de Anna por los gestos más sencillos y simples”, apunta el curador.
Ficha
Schhhiii…, de Anna Maria Maiolino
Dónde: Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415.
Cuándo: de jueves a lunes, de 12 a 20. Miércoles, de 11 a 20. Hasta el 20 de febrero.
Entrada: $900 (general).
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