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Cena reciente de amigos y amigas de infancia, de cuando éramos estudiantes de lo que ahora se llama Primaria y que los “boomers” recordamos como “educación básica”. Suele hacerse una vez al año. Bocadillos generosos, algo de picar y cervezas, y muchos recuerdos sobre la mesa con mantel de papel. El local es sencillo, de elevados techos y de paredes cubiertas de grandes fotos de caballos tirando de carros, en el centro de Alzira. Alguno ya está (pre) jubilado, otros y otras comparten experiencias de hijos ya universitarios, y la mayoría preguntan para ponerse al día, momento en el que salen nombres de conocidos y conocidas que han sufrido desgracias, naturales o forzadas. Es una constante: primero las tragedias, y después las alegrías y las risas, que suelen emerger en los postres.
Ella se llama Esther, fue compañera de juegos cuando había televisión en blanco y negro y solo dos canales, y aún mantenemos esa complicidad forjada desde la infancia, y no poco cariño. Una gran mujer, rebelde siempre y comprometida en el activismo político. Impone. En un momento indeterminado habla de la menopausia. Bueno, habla de los problemas que le está causando, y no se corta en describirlos con detalle: desde el insomnio, el sobrepeso, el castigo a los huesos y hasta lo que ella detalla como “la sequedad de las mucosas”. Lo hace relativizando la circunstancia, ironizando sobre algunos efectos vividos recientemente y abriendo un debate al que otras se suman sin resistencias. “Es un puto agobio” concluye, sin dejar de mostrar una sonrisa sincera.
En un momento indeterminado habla de la menopausia, de los problemas que le está causando, y no se corta en describirlos con detalle: desde el insomnio, el sobrepeso, el castigo a los huesos y hasta lo que ella detalla como “la sequedad de las mucosas”.
En la mesa hay varios hombres, todos con el pelo blanco y algunos con muy poco pelo, a decir verdad: Carles, Fernando, Jordi, Benardo…. El tiempo siempre deja huella. Al principio parecen ignorar la conversación, sobre la menopausia, pero después callan (estaban hablando, estábamos hablando, del Mundial, en ese mismo momento, jugaba Argentina) y escuchan. Cuesta leer en sus gestos qué piensan desde su silencio. ¿Entienden lo que están relatando ellas? ¿Cómo valoran la situación? ¿Quieren decir algo? ¿Por qué no intervienen? ¿Tenemos algo que decir? La tertulia, de ellas, de Esther, de Pepa, de Rosa, de tantas mujeres, profundiza en el objeto de debate, se habla del inicio y fin de la regla, de la sexualidad en las diferentes etapas, con especial atención a la actual; de los deseos satisfechos y de los insatisfechos, de la suerte de sus hijas, a las que la menstruación no las ha estigmatizado en casa y en la calle, como sucedió con ellas a finales de los 70, en un entorno rural y cargado de puñetas.
Alguno se anima a participar, y observo que ellas lo agradecen, y mucho. La edad también tiene efectos en los hombres, por mucho running, fitness o pilates que se practique. No estamos libres de una erosión que también fuerza a cambiar hábitos, de todo tipo, y a vigilar presiones, azúcares y derivados, antiguas lesiones o el cansancio de órganos que tanto sirven para alentar nuestro estado de ánimo como nuestra vida sexual. Hay consenso: la farmacología ayuda mucho. El clima de la conversación va ganando altura, en sinceridad y comprensión; todos se abren. Llega el momento de las risas, que se fundamentan sobre las verdades de nuestro inevitable desgaste. Comprendo que los valencianos tenemos un humor especial, muy irreverente, para afrontar ciertas realidades, incluso las que nos afectan directamente, por duras que sean.
Dentro de un año, por estas fechas, nos volveremos a ver. Me gusta la tradición; no es nostalgia, es sentirte cerca de aquellos que comprenden mejor que otros quién eres, porque te han conocido toda la vida, desde que llevábamos babero y pantalón corto. Concluyo que cada año que ha ido pasando ellas han adquirido más protagonismo, y los temas de debate se han ido enriqueciendo, sin complejos. Es tarde y debemos retirarnos. Esther, antes de despedirse, me pregunta: “¿Vas a escribir en La Vanguardia sobre lo que hemos hablado hoy?”.
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