La joven guatemalteca asesinada el viernes en Dos Hermanas, Sevilla, se llamaba Yaqueline Alonzo Najarro y tenía 31 años. Sobre su presunto asesino, Julio C., un colombiano de 47, padre de sus tres hijos, pesaba una orden de alejamiento por malos tratos. Sin embargo, ni las denuncias de la joven ni las llamadas de alerta de sus amigas al 112 unos días antes impidieron que su agresor le arrebatara la vida de tres puñaladas. Una de ellas se hundió en la boca de su estómago. Otra, en uno de sus costados. La tercera le atravesó las costillas y llegó directamente al corazón.
Yaqueline no murió en el acto. La Policía Nacional acudió al escenario del crimen después de que los vecinos denunciaran gritos, forcejeos, golpes. Los niños estaban aterrados, aunque no presenciaron el asesinato. Cuando los agentes llegaron a su pequeño apartamento en la urbanización Montequinto, trasladaron en estado crítico a la joven al hospital Virgen del Rocío, pero no pudieron hacer nada por su vida. “Ella no tenía familia acá. Estaba solita. Así que sus amigas fuimos a pasar sus últimas horas con ella. Al llegar al hospital ya supimos que iba a fallecer. Se fue a las 2:36. Entramos, la vimos y nos despedimos. Ya tenía los ojitos cerrados”.
Quien habla es Martha Zulay Tafur Díaz, una de sus mejores amigas. Ellas jugaban juntas en el equipo de fútbol femenino local luciendo las camisetas de Colombia. Aunque Yaqueline era de Guatemala, la aceptaron en el grupo como a una más. La sangre latinoamericana, al fin y al cabo, corría por sus venas. Aunque lo que verdaderamente las conquistó fue su sonrisa, su mayor virtud, con la que las atrapó desde el primer momento. “Era una niña maravillosa, con una luz impresionante. Siempre reía. A veces la poníamos de portera y salía muerta de la risa aunque le metieran goles. Nunca tenía una mala cara ni una mala contestación”.
Sin embargo, tras la actitud risueña y siempre dispuesta de Yaqueline se encontraba un auténtico infierno personal. Su expareja, Julio, sostiene su amiga, era un maltratador que le hacía la vida imposible. Para retratar el nivel de control al que podía llegar a someterla, cuenta una anécdota que ocurrió tras uno de los partidos: “Tras terminar de jugar llegaron nuestros maridos y los hijos del resto de chicas, pero las bromas que hacían los hombres a él no le gustaban. Siempre la miraba raro. Un día llegó a abofetearla a escondidas. Lo hizo porque Yaqueline se había reído de una broma que había hecho el hijo de una compañera. Ella me lo contó. Estaba harta de él, pero como no tenía familia y tenían tres hijos y a veces no tenía ni para papel higiénico, no había forma de que se separaran”.
Zulay cuenta que una vez él se fue de viaje y la dejó encerrada en casa bajo llave. No quería que se viese con nadie. También le espiaba el teléfono. Con quién se escribía y para qué. Los celos enfermizos, uno de los rasgos distintivos de quienes acaban denunciados en los juzgados por violencia de género, fueron la rutina de su relación de puertas para adentro. “[Julio] era como una serpiente envolvente. Sabía cómo arrinconarla para hacerle ver que mandaba. Un día la agredió y ella al final le puso una orden de alejamiento, pero no la cumplió”.
Efectivamente, tras separarse y denunciarlo por malos tratos, Julio empezó a vivir en su coche, un Mazda negro, situado a la salida de la urbanización en la que vivía Yaqueline. Tenía un piso de alquiler, pero prefería dormir en el vehículo, envuelto en mantas, y vigilar todos los movimientos de su expareja.
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“La acosaba. La ayudamos a buscar un trabajo limpiando casas y a los pocos días ya sabía dónde estaba. Le mandaba audios insultándola, amenazándola, le decía cosas horribles. A nosotras se refería como ‘las lesbianas'”. Zulay explica que hasta llegó a poner a sus hijos en su contra para que ejercieran violencia intrafamiliar contra Yaqueline. Eso ocurrió este mismo lunes, una semana antes de ser asesinada.
“Los niños se pusieron en su contra porque su padre se lo pidió. Me llamó llorando diciendo que quería morirse. Me contó todo lo que había sucedido y yo misma llamé al 112 para que la policía se personase allí, pero los agentes de Dos Hermanas dijeron que como los niños tenían menos de 14 años no podían hacer nada. ¡Lo que pasa es que el padre los estaba enviando a hacer esto! Él estaba abajo, la mantenía acosada todo el tiempo, pero decían que no podían hacer nada. La única emergencia que querían es que la presentáramos en un ataúd“, denuncia Martha Zulay, que considera que este crimen podría haberse evitado.
Julio: un extraño alma en pena
Salvo las amigas íntimas de Yaqueline, que conocían la intrahistoria de celos y maltrato psicológico al que estaba sometida, nadie imaginaba que aquel callado y menudo colombiano de 47 años pudiese esconderse un presunto asesino. EL ESPAÑOL ha hablado con algunos vecinos de la zona y la mayoría califican al presunto agresor de un hombre reservado, algo tímido, pero muy educado. Así lo recuerda David de la Freiduría El Timón, uno de los locales situados en la urbanización en la que vivía Yaqueline. “Siempre se le veía con los tres niños andando. Iba con ellos muchas mañanas porque los traía del cole”.
Julio y Yaqueline se conocieron hace más de 17 años en Guatemala, cuando él viajó al país centroamericano. Ella tenía 14 años y él rozaba los 30, una diferencia de edad considerable. Cuando él vino a España, se la trajo consigo para mantenerla. Pero según señalan fuentes cercanas a la familia, Julio no se mantenía mucho tiempo en los trabajos y, según reveló Yaqueline a sus amigas, llegó a traficar con drogas e incluso a consumirlas.
Su inestabilidad laboral queda confirmada por varios vecinos de Dos Hermanas. “Durante un tiempo nos estuvo echando una mano en el local”, cuenta Antonio, regente de un bar, que prefiere ocultar su nombre real. “Estuvo unos cuantos días, pero no sabía trabajar, era como que tenía la cabeza ida. Sólo pensaba en la mujer, en sus niños, en que sólo quería verlos, en que ella no le dejaba y que se encontraba muy mal”, explica la misma fuente. “Yo le veía un poco cortito. No hacía las cosas bien. Un día me dijo: ‘Paco, a ver si me puedes ayudar'”. Quería trabajo. “‘Se lo comento a mi hermano’, le respondí. ‘Aunque sea para recoger vasos, lo que sea’, pidió”.
“Eso fue en octubre o a primeros de noviembre”, continua Antonio. “Él decía que era buena persona, que nunca le había levantado la mano a una mujer y que se portaba bien con los niños. Cuando vino a pedirme trabajo me contó todo el tema: que ella le había echado de la casa, que tenía la denuncia interpuesta, que no quería saber nada de él y que él, con soberbia, le registró el móvil porque [Yaqueline] hacía posturitas en TikTok con ropa que no le gustaban y que salía demasiado con sus amigas. Dice que le pusieron la denuncia por malos tratos, pero él juró que nunca le había tocado”. No es el único al que pidió ayuda. Tal y como desveló ABC Sevilla, el sospechoso también solicitó trabajar en la parroquia Nuestra Señora de los Ángeles sólo unos días antes de cometer el crimen.
Custodia compartida y asesinato
En julio Yaqueline y Julio se divorciaron y, en septiembre, un juzgado dictó contra él una orden de alejamiento por malos tratos, pero estaba calificado como ‘de riesgo no apreciado‘, de ahí que aún pudiera seguir viendo a sus hijos, siempre según la versión de Martha Zulay. La expareja, además, tenía la custodia compartida de sus dos tres hijos, de 4, 8 y 10 años.
“Cuando él entraba a cuidar a sus niños, ella tenía que salir y buscar dónde quedarse a dormir, porque no podía quedarse en el domicilio”, asegura su compañera. “Esa fue la orden del juicio: los niños no salían de su entorno, sólo se movían los padres. Cuando él los cuidaba, ella tenía que salir y cuando ella entraba, él tenía que estar abajo“.
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La última vez que las amigas de Yaqueline hablaron con ella fue el miércoles a las cuatro de la tarde. Gabriela, una amiga común, la llevó a su casa a las 20:30 de la noche y le escribió un mensaje: ‘¿Todo bien por ahí?’. Ella le contestó que sí, que todo iba bien. Desde entonces, silencio. A la mañana siguiente Martha envió por su grupo de WhatsApp un mensaje para confirmar el partido del domingo. Yaqueline siempre contestaba la primera, pero no dio señales de vida. “Pensé que estaba dormida”, confiesa ella. “La llamé a las 10 de la mañana porque me pidió que la ayudara a vender una casaca por Milanuncios. Nadie contestaba. Ya presentíamos algo. Finalmente, Cintia, otra amiga, llamó a la policía, que le dijo que estaba en el hospital con las tres puñaladas”.
La policía llegó al lugar de los hechos y encontró a Yaqueline ensangrenada y a los niños aterrorizados en casa de una vecina. Julio fue detenido y llevado al hospital, ya que también presentaba varias heridas por arma blanca, probablemente autoinfligidas. Tras pasar la noche en el hospital, fue dado de alta y trasladado a disposición judicial.
Ayer, el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 3 de Dos Hermanas acordó su ingreso en prisión provisional, comunicada y sin fianza. Las autoridades lo investigan por los delitos de homicidio y quebrantamiento de la condena de alejamiento hacia la presunta vícitma. La juez de guardia también ha acordado la suspensión de la patria potestad del detenido y de la comunicación y régimen de visitas hacia los tres hijos de la pareja.
Debido a la pobreza en la que vivían ambos y que ella no tenía ningún familiar en España, sus compañeras de su equipo de fútbol están recaudando dinero para el sepelio y para pagar el billete de avión a su hermano, que se encuentra en Guatemala. “Yo creo que su mamá, que está muy enferma, ni siquiera sabe que ha muerto”, confiesa Martha, con la voz entrecortada.
Entre lágrimas, devastadas y en shock por la muerte de Yaqueline algunas de sus amigas, como Giselle Gutiérrez, Gloria Catuta o Margarita Pérez, le rindieron homenaje en una concentración frente al ayuntamiento de la localidad sevillana. “Por la igualdad y la no violencia“, rezaba una gran pancarta tras la cual se ocultaban algunas de sus compañeras. La joven guatemalteca es la víctima número 43 de violencia machista en lo que va de año. Una lacra abominable que, tristemente, parece no cesar nunca.
Yaqueline Alonzo Najarro de Calderón es la cuadragésimo tercera víctima de violencia machista en España en lo que va de año. En 2022, también han sido asesinadas Irina Dimitrova Spasova y su hija Mariya; Adoración García Gómez, de 27 años; Raquel Carrión Diez, de 32; Virginia, de 50; Gema Jiménez, de 44; María Luisa, de 48; Ouardia, de 43; Maite, de 50; Eva María, de 50; Victoria, de 46; África, de 44; Teodora, de 42; Claudia, de 17; Mercedes, de 51; Lobna, de 32; Isabel Velasco, de 45; María Ángeles, de 47; Ivet, de 25, Luna, de 32; Mónica, de 50; Sara Pina Yeregui, de 38; Débora, de 39 y Maria Luisa, de 67. La serie ‘La vida de las víctimas’ contabilizó 53 mujeres asesinadas en 2017, 47 en 2018, 55 en 2019, 43 en 2020 y 41 víctimas en 2021.