En Es la hora de opinar, el programa que conduzco en FOROtv, hice una mesa con especialistas en educación para evaluar el regreso a clases presenciales después de la pandemia. Ha pasado ya un semestre completo que los estudiantes retornaron a las aulas y me parecía un periodo sensato para saber qué ha pasado durante este tiempo. Yo pensé que el tema central sería el rezago educativo como consecuencia de los dos años en que niños y jóvenes se quedaron en sus casas tomando clases vía remota. Para mi sorpresa, no fue así. Desde luego que los estudiantes se retrasaron en los contenidos que debieron aprender, pero el asunto crítico no fue éste sino la salud mental de los educandos después de la pandemia.
Desgraciadamente, el tema de la salud mental sigue teniendo un estigma importante en nuestra sociedad. No se habla abiertamente de este tipo de trastornos. Hay muchos tabús involucrados. Sin embargo, en todos lados del mundo, en todas las edades, la pandemia significó un incremento en los problemas de salud mental.
El terror a contagiarse, el súbito aumento de la mortandad, las historias de enfermos cercanos, los confinamientos, el cambio de los hábitos cotidianos, las nuevas presiones familiares, en fin, todo lo que ocurrió durante un par de años nos dejó traumatizados. A unos más, a otros menos, pero el efecto fue generalizado.
Los niños, que son los que menos instrumentos tienen para entender por sí solos lo que estaba ocurriendo, y los jóvenes, quienes vivieron la pandemia al mismo tiempo de la complicadísima etapa de la adolescencia, son de los que más sufrieron. Ahora, ya con el regreso a clases presenciales, se está evidenciando este fenómeno en las escuelas.
Por un lado, se reportan más casos de depresión, angustia, ansiedad y autolesiones de los estudiantes. Por el otro, los maestros, que también pasaron por su propio calvario y muchos de ellos no acaban de reponerse, ahora tienen que cargar con un peso mayor en su labor cotidiana en las escuelas. Deben identificar a sus alumnos con problemas de salud mental y canalizarlos a los especialistas.
Muchos creen, erróneamente, que los docentes tienen que resolver este tipo de trastornos mentales. No es así. Los maestros deben estar capacitados para identificar educandos con problemas de este tipo, mas no atenderlos. No son ni sicólogos ni siquiatras. De por sí, los profesores se encuentran abrumados por el rezago educativo que tienen que superar después de dos años de pandemia, como para ahora cargarlos con el peso de una labor que no les corresponde.
Busqué datos para ver de qué tamaño es el problema de salud mental en las escuelas. Desafortunadamente no existen muchas estadísticas. Es lógico. Apenas está apareciendo el problema y lo que tenemos es más evidencia anecdótica de los que se atreven a hablar de este asunto.
Urgiría que la Secretaría de Educación Pública (SEP) realizara un estudio para dimensionar este asunto. Habría que comenzar por ahí. Medir el sapo para saber de qué tamaño tiene que ser la pedrada. Parece, sin embargo, que en la SEP no están preocupados por este problema. De hecho, la SEP, durante este sexenio, no ha estado preocupada por nada educativo. Su prioridad ha sido mantener la paz laboral con los sindicatos. Así que no esperemos mucho de esta institución.
Ante la ausencia federal, a ver si los gobiernos locales reaccionan. Al respecto, me escribió el regidor de oposición en el Ayuntamiento de Zapopan, Pedro Kumamoto, para informarme que está construyendo “una propuesta que se llama #CerrarLaBrechaEducativa, que aborda este tema y que plantea soluciones en los ejes de rezago, salud mental y nutrición infantil”. (Por cierto, esto último también es un tema ya que hay evidencia que la obesidad infantil y juvenil se agudizó durante la pandemia, por razones obvias).
Voy a buscar a Kumamoto para que me cuente de qué se trata y si puede prosperar políticamente en su gobierno municipal.
Entiendo que algunas escuelas privadas han comenzado a atender el problema de la salud mental pospandemia, tanto de alumnos como de maestros. Afortunadas ellas, que son las que más recursos tienen.
Como siempre, las más afectadas serán las poblaciones más pobres del país. Sin recursos, el problema simple y sencillamente se soslayará, como si no existiera.
Pero la crisis de salud mental entre niños y adolescentes es real. Hay que reconocerla y atenderla. Ojalá que la maldita pandemia sirva, por lo menos, para quitar los tabús involucrados y hablar abiertamente de un problema sanitario tan relevante como es el mental.