Durante más de un siglo, se habían considerado objetos rituales en el culto funerario o, incluso, representaciones de deidades. Las más de 4.000 curiosas figuritas parecidas entre sí, halladas en distintos yacimientos neolíticos del suroeste de la península ibérica (en Extremadura, Andalucía occidental y Portugal), habían sido englobadas bajo la aséptica etiqueta de “ídolos oculados“. “La comunidad arqueológica no se refería a ellas como búhos. En las clases de Arqueología de la universidad, tampoco se decía que fueran búhos”, señala a Público Juan José Negro, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en la Estación Biológica de Doñana. Es algo que sorprendió a este ornitólogo cuando empezó a indagar sobre el tema.
La idea de su investigación surgió por casualidad, nos cuenta Negro. “Vivo en Valencina de la Concepción, donde hubo un antiguo poblado neolítico y se encontró una de las figuras mejor conservadas. Suelo pasar a diario por delante de una rotonda que tiene una réplica en grande: la gente la conoce como la rotonda del búho. Un día, se me ocurrió intentar identificar la especie de ave con la que se correspondía. Porque hay búhos de muchos tipos, con o sin orejas, penachos, distintos tipos de plumas, unos con pecho blanco y otros no…”.
Sus pesquisas, publicadas este mes en la revista Scientific Reports, apuntan a que la mayoría de estas figuritas podrían corresponder las especies de búhos oriundas de la región, sobre todo, Asio otus y Athene noctua. ¿Pero quién las había hecho? ¿Y para qué?
Una hipótesis revolucionaria
Todas están grabadas sobre placas de pizarra, hace entre 5.500 y 4.750 años, con materiales locales que todavía hoy abundan en la zona. “Reproducirlas con las mismas herramientas es relativamente fácil. Se tarda tres horas y media en lograrlo”, nos dice Negro. “Primero, se da forma a la placa de pizarra, frotándola contra una roca de granito, por ejemplo. Luego, como buril, se usa una piedra dura y puntiaguda, como un cuarzo, también muy común en la región. La pizarra tiene la bondad de que al rayarla se marcan líneas blancas”.
“Algunas son más esquemáticas, otras más elaboradas. Pero usan todas líneas sencillas. Nuestra hipótesis es que, tal vez, las hicieron los niños y jóvenes que estaban aprendiendo el oficio de tallar la piedra. Estamos hablando de la Edad de Piedra. Allí tenías que aprender muy joven, porque no se vivía mucho tiempo. A los 30 años ya eras un viejo”, comenta Negro.
Igual que los niños de hoy
La rompedora hipótesis de que los artistas fueran niños, algo que no se había barajado hasta ahora en los libros de arqueología, se le ocurrió viendo cómo algunas figuras eran como el típico dibujo que hacían sus hijas cuando eran pequeñas, cuenta Negro. Entonces, él y su compañero de proyecto, el investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales Guillermo Blanco, se propusieron comparar las tablillas con forma y grabados de búhos con dibujos actuales realizados por cien niños de entre cuatro y 13 años. “Observamos muchas similitudes. Los ojos redondos y grandes, las plumas, la cara plana, pico, alas”, nos dice Negro.
¿Y por qué búhos? “Son especiales. Son muy antropomorfos, por eso de tener los ojos de frente, mirándote siempre. Además, como cazan ratones y ratas, en aquella época en que los hombres neolíticos empezaban a guardan el grano, debían ver a estas aves como benefactoras. Incluso los podían utilizar como mascotas. No es un animal difícil de mantener. Le ofreces un pedazo de carne y se va contigo donde lo lleves”, comenta Negro.
Jugar aprendiendo
La sencillez de los grabados, por otra parte, contrasta con la gran complejidad de otros objetos del mismo periodo, también en la Edad de Cobre, como joyas, adornos o flechas que por su sofisticación, “claramente, no estaban hechos por niños”. Por eso, entre otras cosas, los autores sugieren que los artistas eran pequeños aprendices. “El juego estaba en hacerlas, en el proceso“. Más o menos, como haría cualquier niño de cualquier época, con una pequeña pizarra en la mano. El hecho de que se encontraran, en muchas ocasiones, en enterramientos funerarios, podría explicarse, según los autores, como “una forma en que los más pequeños podían rendir homenaje a sus muertos, dejándoles objetos que ellos mismos habían fabricado o a los que tenían aprecio”. En palabras de Negro, “ambas cuestiones, el objeto de aprendizaje y el objeto ritual no son excluyentes”.
De todas formas, Negro quiere dejar claro que su estudio, contra el cual no se han hecho esperar las críticas por parte de la escuela arqueológica más conservadora, “es una hipótesis nada más”. “No estábamos nadie allí para ver lo que hacían realmente con esto y quién lo hacía”.