El problema en torno a la mente determinó en buena medida el contexto histórico, científico, político y cultural del siglo XVII y los siglos posteriores, de acuerdo con el historiador, psiquiatra y psicoanalista George Makari (Nueva Jersey, 1960), autor de Alma máquina. La invención de la mente moderna. Además, deja claro que la mente no se trata de un problema filosófico, carácter que ya supone muchas dificultades, sino que se abre paso en la historia de la modernidad tocando diversas esferas del conocimiento humano como la política, la medicina, la física, la química y las artes. A su vez, explica cómo el contexto determinó la manera en que podían tratarse los conflictos en torno al alma y cómo ello dio paso a que fuera considerada un concepto adicional al de mente, y no ya como su sinónimo.
Es así como un determinado tratamiento de la mente en la modernidad tuvo consecuencias hasta nuestros días. La más llamativa, según el autor, es que nos concebimos como herederos de una tradición que nos configuró como “híbridos modernos de alma y máquina”. Esto como resultado de la problemática a la que se enfrenta la humanidad en torno a su naturaleza mental e interior y que se reduce a la imposibilidad de reconciliar ambas. Además de la propia taxonomía con la que se tratan los fenómenos de la conciencia y la vida mental en general, una de las primeras preguntas que surgen es la de cómo hablar de fenómenos mentales que suceden dentro de un cuerpo: ¿Cómo se relaciona el cerebro con la mente? ¿La conciencia es el resultado de la actividad neuronal o se trata de algo que trasciende la materia? Diversos pensadores, filósofos, científicos y médicos de Inglaterra, Francia y Alemania participaron en un debate sobre cómo explicar el concepto de alma y se preguntaron cómo se ligaba con el cerebro, que es donde parecía que residía la vida mental. Todavía más, se preguntaron por qué el alma debía describir todos y cada uno de los fenómenos que implicaba tener conciencia si estaba íntimamente ligada con una doctrina religiosa que, más que promover la discusión, la limitaba. ¿Podríamos hablar de mente y no de alma? ¿Podríamos relegar el alma a un contexto puramente teológico y tratar con el término mente todas aquellas problemáticas que suponía tener una vida mental?
El autor es hábil para condensar en setecientas páginas una vasta cantidad de teorías, postulados y doctrinas que se erigieron con un mismo objetivo: desentrañar las dificultades que suponía no solo el concepto mismo de mente, sino su relación con la conducta moral de los individuos, la anatomía de los seres humanos, el cerebro y las pasiones, y la libertad de los ciudadanos en un contexto a veces religioso, a veces secular, a veces monárquico, a veces revolucionario. Son cinco los momentos que capturan el largo viacrucis de la invención del concepto de mente, a los que Makari dedica el mismo número de capítulos.
“En medio de una tormenta” introduce una poderosa escisión entre el alma y la mente. Si en la Antigüedad y en la Edad Media el alma se erigía como el lugar donde descansaban todas las facultades humanas, con Locke la “materia pensante” destronó al alma inmortal y se coronó como la nueva morada de la razón. Con ello, las discusiones muchas veces limitadas por el contexto religioso del siglo XVII lograron abrir sus horizontes para hablar de la moralidad, la ética y la política, pero no ya desde un contexto meramente teológico y restrictivo, sino desde una ciencia secular y objetiva, donde los individuos fueran portadores de mentes y no de almas, y las enfermedades del alma pasaran a ser de la mente.
“Los sensualistas franceses” y “Vitalismo, el eslabón perdido” describen la recepción lockeana en Francia, específicamente en los sensualistas franceses y los médicos de Montpellier. Para los primeros, la vida mental dependía de la recepción de estímulos sensoriales. Pero si bien un pensamiento así lograba dar una explicación de cómo se ligaban el cuerpo y la mente, no daba cuenta de la libertad humana, pues estaba determinada por lo que pasivamente recibía de la realidad a través de sus sentidos, sin tener ningún papel activo en el origen del conocimiento. Sin embargo, el tema de la libertad era crucial en un contexto en que la monarquía y los revolucionarios franceses se oponían a una idea de libertad distinta para cada uno. No por nada ocurrió la toma de la Bastilla y la decapitación del rey Luis XVI y María Antonieta. Ya después con los jacobinos y Robespierre la idea de la libertad se tergiversó y pasó a ser una justificación del uso de la guillotina, pero no por ello la libertad dejó de ser menos relevante. Con todo, parecía que las teorías de la mente determinaban en buena medida la constitución de las leyes y de las libertades políticas individuales, pues ¿cómo podían defenderse las libertades políticas de los individuos si se postulaba que los seres humanos no tenían la capacidad de ser libres? Por su parte, los médicos de Montpellier lograron no solo vincular a la mente con el cuerpo sino que además reavivaron una noción aristotélica abandonada en los inicios de la modernidad: la teleología. De ese modo, pudieron incluir a la volición humana, el deseo y la motivación antes apartadas de la discusión.
“Kant y la edad de la autocrítica” sigue una consecuencia inevitable, pues si la modernidad estuviera guiada por la razón había que investigar a cabalidad los límites que implicaba, sus capacidades en el origen del conocimiento y la ciencia, y en la naturaleza de sus facultades. Se esperaba desarrollar una empresa así cuando Bonaparte justificó sus acciones ondeando el estandarte de la razón, desvirtuando lo que alguna vez fue el objetivo de ilustrados como Diderot, Rousseau y Voltaire: librar a la razón de la minoría de edad, como Kant lo describió en su texto ¿Qué es la Ilustración?. La edad de la autocrítica dio paso a una serie de postulados volcados hacia el yo y la oscuridad que suponía: la naturaleza de la conciencia se encontraba más allá de sus propios límites y ni siquiera podía dar parte de aquella realidad que guardaba dentro de sí a la cosa-en-sí.
Finalmente, en “La promesa de la frenología”, Makari habla de esta teoría y su caída hacia finales del siglo XIX. En el periodo de la Contrailustración alemana, la frenología se abrió paso para tratar a las facultades humanas, las cuales, a juicio del pionero en esta disciplina, Franz Joseph Gall, habían sido retratadas a antojo de los pensadores anteriores a él. Gall postuló veintisiete facultades de la mente, bajo el criterio de que solo se podía considerar una facultad como tal si se encontraba una parte del cerebro que la justificara. De ese modo, Gall dibujó un vínculo explícito entre mente, conciencia y cerebro, lo cual no solo significó un problema para los filósofos naturales al romper con la unidad de la conciencia, sino también para los románticos, al establecer que el ser no era libre y estaba determinado biológicamente. Pero ¿por qué postular solo 27 y no 49 facultades? Si bien tuvo avances en la investigación detallada de la anatomía cerebral, esta teoría de la mente tampoco profundizó en la relación entre la mente y el cerebro ni en la postulación de un número determinado de facultades.
La pregunta por la definición de la mente y su vínculo con el cerebro y el alma queda todavía sin contestarse. Considerado por muchos un concepto indefinible e indescifrable en sus relaciones, este tema tiene vigencia hasta nuestro presente. Pues, ¿qué pasará cuando la tecnología avance a tal grado que podamos extraer nuestras conciencias de nuestros cuerpos y podamos existir más allá de ellos? “Black museum”, uno de los episodios de la serie Black mirror, presenta a los espectadores una abrumadora realidad en la que es posible extraer la conciencia de las personas para luego manipularlas según el objetivo que se persiga. Desde un médico que logra sentir las dolencias y enfermedades que aquejan a sus pacientes por un neurotransmisor que trae implantado en el cerebro hasta un viudo que accede a extraer la conciencia de su esposa en coma para integrarla después a su propia mente, las consecuencias de cada uno de estos escenarios futuristas dejan claro que el problema de la mente es actual, aunque nos parezca irresoluble en sus distintas aristas.
Pero no hace falta ir tan lejos, hoy en día el suicidio figura como una de las principales causas de muerte en el mundo, según la Organización Mundial de la Salud, superando en número a las muertes por cáncer de mama, sida o paludismo. La salud mental es un tema que durante mucho tiempo fue relegado por ser considerado tabú o un secreto, algo propio de los exorcismos y las pasiones incontrolables. Pero, si la salud de nuestra mente nos parece urgente hoy día, ¿por qué no habría de ser igualmente importante rastrear sus orígenes? Es por ello que libros como el de Makari resultan necesarios para retomar la discusión en torno a la naturaleza de la mente y sus alcances. ~