Resulta increíble pensar cómo un futbolista puede validar hoy cualquier cosa. Incluso en pleno siglo XXI, cuando vivimos rodeados de influencers y posibilidades. Aun a día de hoy, una palabra de un jugador de primera línea bastará para prender la luz verde.
Pensar en un futbolista cuya influencia haya trascendido el campo de juego en la historia reciente es pensar en David Beckham. Antes de él, los hombres no llevaban pendientes con brillantes, no experimentaban con su pelo, mucho menos con la moda, y utilizar algún producto más allá de una crema hidratante (sin esconderse) era inimaginable. Un ejemplo tangible de la influencia del inglés es cómo, poco tiempo después de su llegada al Real Madrid, las ventas de productos de cuidados masculinos se dispararon en España, posicionando a nuestro país como uno de los principales consumidores de las líneas cosméticas para hombre. Todos querían ser como el inglés, y lo quieren seguir siendo aunque ya esté retirado. Sin embargo, lo que resulta todavía más increíble es descubrir cómo la influencia de Beckham parece que sólo fue permeable de puertas para fuera.
Nombrar a tres futbolistas en activo con la autoridad de Beckham en cuestiones estéticas resulta complicado. Mientras tanto, el arquetipo del look off the pitch de los jugadores sigue siendo ése que pasa por prendas sport —generalmente ajustadas—, gorra, zapatillas y neceser con logo bien visible bajo el brazo, porque llevar un bolso sería demasiado. El neceser, en cambio, está permitido para ocultar cualquier cosa que necesites acarrear y que abarrote tus bolsillos. Al fin y al cabo es la coartada perfecta: sales del vestuario y, por tanto, llevas tu neceser. Hombría a salvo.
Parece ser que David Beckham es el único que tiene vía libre absoluta de ser y vestir, mientras el resto se adapta al cliché aceptado y normativo. Las pruebas recientes lo demuestran. En una entrevista que Héctor Bellerín ofreció al periódico británico The Times en 2018, el entonces jugador del Arsenal —ahora defensa en el F. C. Barcelona— confesaba: “Hay gente que me llama lesbiana por dejarme crecer el pelo. Hay otro tipo de insultos homófobos, y aunque he conseguido crear un caparazón, de vez en cuando te hacen dudar de ti mismo”. La razón de estos insultos no es otra que el interés del catalán por la moda en general —más de una vez ha asistido a las primeras filas de los desfiles, siendo uno de los invitados más destacados por su estilo— y la estética en particular, por no hablar de su defensa de la dieta vegana. “El problema es que la gente tiene una idea de la imagen que debería tener un futbolista, de cómo se debería comportar y de los temas de los que debería hablar”, remataba Bellerín en su declaración.
Muchos justifican estos acontecimientos alegando que los gritos se producen en un momento de calentón en mitad de un partido, pero más allá de lo incongruente y absurdo del argumento, lo cierto es que “la mayoría de abusos se producen online”, como explicaba el futbolista, se dan en ese mundo en el que todo usuario con un perfil se cree con derecho a aplastar al otro. No es la única excusa, bajo la manga también está el clásico “son cosas que pasan”. El problema son las cosas que no pasan, como dejar de asociar la diferencia de manera negativa a orientaciones sexuales que trascienden la heterosexualidad. Como si ésta fuera la única válida.