Asociar el que un niño sea gordito a que esté sanito o creer que no importa que un preadolescente viva con sobrepeso porque “ya se va a pegar el estirón”. Pensar que simplemente le faltan un par de actividades deportivas y que solo con eso la obesidad es tema resuelto son algunos de los errores o justificaciones que usamos para no hacer frente a uno de los problemas de salud pública más importantes en Chile: la obesidad infantil. Porque asumir que los hábitos de vida que niños en etapa preescolar, escolar y adolescentes han aprendido en sus casas los han llevado al sedentarismo, sobrepeso e incluso la obesidad no es fácil. Pero sí es necesario. Porque según datos entregados por el Instituto de Nutrición y tecnología de los Alimentos de la Universidad de Chile (INTA), en Latinoamérica, Chile es uno de los países con los niveles más altos de obesidad infantil. De acuerdo con el Mapa Nutricional Junaeb 2020, más del 25% de los niños en nuestro país son obesos. Y, en este contexto, el que los padres puedan ayudar a sus hijos de la forma correcta sin dejarse guiar por tendencias o intuición y perpetuando antiguas creencias en relación a la nutrición, es fundamental para combatir estas estadísticas.
En 2004, la cadena de televisión estadounidense NBC estrenó The Biggest Loser, un programa en formato de reality que mostraba cómo un grupo de concursantes con un importante grado de obesidad competía por bajar la mayor cantidad de kilos en el menor tiempo posible. A lo largo de las semanas, acompañados de nutricionistas y personal trainers, los competidores compartían en cada capítulo sus historias, dificultades y victorias. Hasta que, al final de la temporada se determinaba quién había sido el gran perdedor de kilos. El programa —que en su minuto recibió premios, luego fue éticamente cuestionado por las audiencias y finalmente cancelado— funcionaba sobre la premisa de someter a las personas a una dieta restrictiva pero sobre todo a un régimen extenuante de ejercicio.
6 años después, un estudio conducido en 14 de los 16 participantes originales mostró que solo uno de ellos había logrado mantener la pérdida original de peso. Los demás habían recuperado casi 3/4 de lo perdido y, además, habían sufrido una adaptación metabólica. Sus cuerpos ahora requerían de menos calorías para cumplir con las funciones vitales. Todo esto demuestra cómo el organismo opera a través de mecanismos más complejos que bajo la simple creencia del come menos y muévete más. Y si sumamos a ello los efectos que tiene la alimentación en la relación de los niños con su cuerpo y su autoestima, no abordar el sobrepeso y la obesidad de la forma apropiada puede no solo generar problemas físicos, también secuelas psicológicas para toda la vida.
La nutricionista pediátrica Valentina Larenas explica que precisamente uno de los principales motivos de consulta hoy de parte de los padres es por algún grado de malnutrición por exceso de un hijo. Y como plantea, establecer de forma clara la asociación entre obesidad y malnutrición es clave. Porque permite entender por qué no basta con un régimen hipocalórico o con una estrategia al estilo The Biggest Loser para solucionar el problema de la obesidad infantil. Inscribir a los niños en un sinnúmero de actividades deportivas e intercambiar sus alimentos por la versión diet para forzar la baja de peso es la fórmula del fracaso en el largo plazo según han mostrado los estudios, y una bomba de tiempo para una serie de posibles problemas de salud mental.
“Siempre se analiza el contexto de cada paciente y se individualiza caso a caso, pero yo personalmente no soy partidaria de las pautas dietéticas para pacientes pediátricos”, explica Valentina. “Hay que ser súper cuidadosos en cómo hablar estos temas en este rango etario porque es en esta edad donde podemos actuar educando a los niños y familia sobre la alimentación y evitar que se caiga en estas dietas restrictivas que lo único que hacen es generar daño para su salud tanto física como mental”, aclara. Valentina es enfática en un punto: un niño no puede estar preocupado de cuántas calorías tiene un alimento, o de qué es lo que puede o no comer. Porque explica que es así como comienzan a tener una mala relación con la alimentación. Y ese es uno de los puntos de partida de los trastornos alimentarios.
Así como hoy el sobrepeso y la obesidad son problemas que han alcanzado proporciones impensadas en la población infantil —340 millones de niños a nivel mundial son obesos según datos de la OMS— los problemas de salud mental asociados a la alimentación también son cada vez más frecuentes en menores. Y es que uno de los principales predictores de trastornos alimentarios son precisamente las dietas que se utilizan muchas veces como herramientas para la baja de peso. Especialmente cuando se aplican sin supervisión en niños o adolescentes. Valentina Larenas explica que una de las consecuencias de una dieta restrictiva en un paciente pediátrico es generar una mala relación con la comida.
En el caso de niños es importante también que el problema de la malnutrición se aborde con toda la familia, porque es altamente probable que todos los miembros del núcleo familiar necesiten revisar sus prácticas alimentarias. Valentina explica que educarse sobre nutrición y entender lo importante que es tener una buena alimentación es fundamental. No basta con ser delgado para estar bien nutrido.
“El peso no es razón para guiar cómo debe o no alimentarse una persona. Es la salud, y eso es lo que quiero siempre transmitir a mis pacientes y familiares”, comenta Valentina. Agrega que hay que tener claro que los niños aprenden a alimentarse y definen sus gustos y aversiones por medio de la observación e imitación de sus modelos a seguir. Ya sea papá, mamá, hermanos, u otros referentes. Por eso es importante realizar los cambios en todo el grupo familiar. “Es fundamental que todo el núcleo familiar entienda y sepa cómo alimentarse. Educarlos sobre la importancia de cada grupo de alimentos para el desarrollo, crecimiento, la energía que tengan día a día, el rendimiento escolar, etc.”. Agrega que, además, hay que erradicar el discurso de que hay determinados alimentos nos hacen bajar de peso o subir de peso. “Los cambios que hay que motivar en las familias no es que todos se pongan a comer lechuga”, comenta. “Esa es la antigua idea que se tiene de hacer dieta y no es necesario que sea así. Lo que nosotros trabajamos en la consulta es invitar a generar momentos juntos como familia, a comer juntos. Crear momentos gratos en los que se relacione el comer con algo agradable. Donde todos coman un plato de tallarines con salsa o en la once un pan con palta y no que el paciente coma algo distinto a los demás porque está a dieta”, aclara.
Valentina agrega que en el caso de la nutrición infantil una de las premisas clave es lograr derribar el mito de los alimentos buenos y malos. “No debemos temerle a los alimentos. No existen alimentos malos o buenos”, comenta. Aclara que el mensaje que hay que transmitirle a los niños tiene que ver con otros aspectos. “Sí hay alimentos que tienen distintas características y calidad nutricional, y no por eso no los podemos comer nunca”, aclara. Porque abordar el tema desde la nutrición versus la restricción, el aspecto físico, la disciplina o como una competencia por llegar a una determinada meta en el plazo más corto posible puede marcar una enorme diferencia. No solo en términos del éxito o fracaso del proceso de perdida de peso, sino que además porque la alimentación es un tema que se ramifica y va más allá de solo el ámbito físico. Asesorarse por los profesionales adecuados es importante porque la relación que los niños desarrollen con la comida determinará también la relación que desarrollen con su cuerpo y su autoestima. Y eso es algo que los acompañará toda la vida.