En el momento en que se escribe esta columna el mundo ha superado con creces los 400 millones de casos (los 100 millones últimos, en el último mes), y casi 6 millones de personas han fallecido por esta causa. Y en España nos acercamos a los 11 millones de casos y 100.000 muertes. Pero es que es peor, porque se sabe que las cifras citadas son infraestimaciones de la realidad. Y ello sin contar el enorme impacto en enfermos crónicos y personas vulnerables en todo el mundo que se han visto afectados de alguna forma u otra, en términos de salud personal o familiar, malestar y tremendo daño económico. Y en paralelo a todo lo anterior, el enorme daño emocional que han sufrido innumerables personas de todo el mundo que han perdido a sus padres/madres, cónyuges, hermanos, hijos y amigos queridos, y no se les permitió abrazar o tocar a sus seres queridos mientras agonizaban. El dolor de esa separación forzada no desaparecerá fácilmente.
Y es que la muerte nos ocurre a todos, pero la amenaza de muerte de una plaga global invisible ha puesto de manifiesto nuestra vulnerabilidad como especie, nuestra asombrosa dependencia mutua para pasar un solo día -para obtener alimentos, agua, calor, medicinas y mucho más- y la fragilidad del planeta en su conjunto. Habíamos denominado nuestra era geológica como Antropoceno, un periodo en el que los seres humanos constituyen la influencia dominante tanto en el clima como en el medio ambiente, y sin embargo no sabemos cómo manejar un futuro incierto en manos de nuestra propia especie.
Ante ese desasosiego multitud de voces se han alzado para que se consiga un gran acuerdo mundial o tratado sobre pandemias, impulsado por la escala y la presión del desafío de la covid-19 y del conocimiento de que habrá nuevos retos pandémicos.
La covid-19 reveló lo mal que está preparado el mundo para prevenir y controlar las pandemias. Además de los fallos a nivel nacional y local, múltiples comités y paneles de revisión independientes señalaron la necesidad urgente de un régimen internacional más fuerte para hacer frente a las pandemias, sobre todo porque muchas cuestiones que requieren soluciones globales parecen estar más allá del alcance y el mandato del actual Reglamento Sanitario Internacional, el único de los instrumentos jurídicos que pone algunas reglas sobre el tema específico de epidemias y pandemias, pero que ha demostrado ser insuficiente. Además, creemos que un acuerdo vinculante global sería posible porque tenemos la experiencia del instrumento jurídico adoptado por la Asamblea Mundial de la Salud en 2003, una experiencia de éxito en forma de Convenio Marco de Control del Tabaquismo (CMCT), que demostró la viabilidad de negociar y adoptar un tratado globalmente vinculante (aunque el único hasta ahora) sobre una importante amenaza sanitaria mundial bajo los auspicios de la OMS.
La presencia de un acervo jurídico internacional tan inconexo en el ámbito de la salud hace que a menudo se pregunte por qué este ámbito esencial para la vida está tan torpemente regulado, y por qué se duda de la claridad jurídica internacional incluso cuando se trata de afrontar riesgos sanitarios mundiales de esta magnitud.
Entre los puntos flagrantes que motivan esta necesidad están, entre otros, el hecho de que el gobierno del país o Estado miembro de Naciones Unidas en el que aparentemente se inició esta pandemia se niegue a dejar investigar el potencial origen del virus pandémico y que no haya instrumento jurídico que impida esa sinrazón. Desde luego clama al cielo. El hecho de que en el acceso a vacunas y tratamientos primen los derechos comerciales sobre el derecho a la protección de la salud es aún más inquietante. El no disponer de forma reglada de una plataforma de intercambio de conocimientos e innovaciones compartidas ante una amenaza mundial no tiene lógica.
Ante ello han surgido voces de científicos, profesionales y de la propia ciudadanía exigiendo que se evite el vergonzoso nihilismo dejando que todo ocurra sin capacidad de respuesta y reaccionando tarde y mal. Instituciones independientes como el Instituto Universitario de Estudios Internacionales y del Desarrollo de Ginebra o la Asociación Europea de Salud Pública (con los cuales colaboro) y otras sociedades científicas y profesionales han impulsado un debate y sistematización de ideas para articular un tratado sobre prevención y control de pandemias.
Además, organismos multinacionales como el Consejo de Vigilancia de la Preparación Mundial («Global Preparedness Monitoring Board»), ya publicaron en su informe anual de septiembre de 2020 la petición de que se convocara una cumbre de las Naciones Unidas sobre Seguridad Sanitaria Mundial, con la intención de desarrollar un marco internacional de la salud y la respuesta a las emergencias.
En paralelo, el informe del Panel Independiente sobre Preparación y Respuesta ante una Pandemia publicado en mayo de 2021 incluía recomendaciones sobre la transformación del sistema internacional responsable de la preparación y respuesta ante una pandemia. El Panel identificó específicamente la necesidad de una OMS más enfocada a temas cruciales, y verdaderamente independiente, y la necesidad de un tratado sobre pandemias.
Dentro de la propia OMS, dos comités presentaron sus informes a la 74ª Asamblea Mundial de la Salud en mayo de 2021. Y está previsto que este tema se aborde este mayo de 2022 en una oportunidad que no debemos dejar pasar.
El reto no será fácil, porque habrá que encontrar respuestas a preguntas sobre cuestiones como los términos en uso, los tipos de instrumentos disponibles, los procesos antes y después de la adopción de un posible tratado, y cuestiones específicas como los mecanismos financieros, el cumplimiento y la supervisión, la interfaz ciencia-política, y otras múltiples dimensiones. Pero pese a ello, y aunque reconozcamos que el reto es complejo, tenemos la obligación ética de abordar este tema. Ojalá todas las personas de bien empujen para hacer posible este acuerdo global.
* Doctor en Epidemiología y Salud Pública por la Universidad de Harvard. Catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública, Incliva y Universitat de València