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La ética, el medio ambiente o la salud. Son los principales motivos por los que cada vez más personas reducen el consumo de carne, pero también el de otros alimentos de origen animal, como los lácteos o los huevos. Las dietas basadas en plantas, ya sean vegetarianas o veganas, ganan adeptos de todas las edades y procedencias, de ciudades grandes y de pueblos pequeños, también en Castilla y León. Y concretamente, en el mundo rural castellano y leonés, donde personas que han excluido estos productos de su alimentación conviven con la ganadería, la caza o los festejos taurinos populares.
Ya en 2006, la FAO apuntó a la actividad ganadera como una de las principales emisoras de gases de efecto invernadero, y en 2015, la OMS catalogó la carne roja como cancerígena. Desde entonces, “es increíble cómo ha avanzado el veganismo, incluso en el mundo rural”, señala Rocío Cano, licenciada en Sociología, con máster en Sostenibilidad y creadora de contenido en @veganaynormal, quien dejó de comer carne hace 25 años, cuando “no había tanta información sobre veganismo, y ni siquiera sobre vegetarianismo”, tal como recuerda. A partir de ahí, pasó por diferentes etapas hasta convertirse en vegana, hace algo menos de una década. Su marido e hijas, de ocho y diez años, también siguen estos valores éticos. Desde el principio, “teníamos claro que las niñas no iban a consumir animales, y no lo han hecho nunca”, manifiesta. La familia reside en una localidad de la Sierra de Gredos.
El veganismo no solo implica excluir de la alimentación todos los productos de origen animal, ya sea carne, pescado, lácteos, huevos o miel, sino también dejar de usar prendas de piel o lana y maquillaje o productos de limpieza testados en animales. En definitiva, consiste en no contribuir con el consumo a ninguna actividad donde estos sean utilizados, incluyendo espectáculos como circos o corridas de toros y zoológicos o acuarios.
Vivir en un pueblo no está necesariamente reñido con llevar una vida vegana, “hago la compra aquí sin necesidad de ir a ningún otro sitio”, apunta Rocío Cano. Al fin y al cabo, las frutas, verduras, legumbres, cereales, semillas o frutos secos están disponibles en cualquier lugar, aunque eso no implica que las personas veganas que viven en municipios pequeños no puedan acceder a hamburguesas, salchichas o nuggets vegetales, yogures de soja o helados veganos, productos que ya han llegado a muchas tiendas rurales.
Independientemente de la ubicación geográfica, conocer el veganismo es ahora mucho más fácil con las nuevas tecnologías. “Hay cosas que, aunque estén normalizadas en tu casa, te chirrían y te informas, ahora cualquiera tiene acceso a la información y a pesar de que el ambiente pueda ser hostil, a través de Internet se puede crear esa red de personas que sienten y opinan como tú”, apunta la socióloga.
Hay quienes han crecido en pueblos donde la matanza y los encierros taurinos son citas anuales, o donde la caza es el pasatiempo preferido de los fines de semana, pero eso no las convierte en insensibles al sufrimiento animal o al impacto medioambiental del consumo de carne. Una encuesta sobre los hábitos alimentarios de la población española flexitariana, vegetariana y vegana realizada recientemente por ProVeg Internacional y VeganaGal en España reveló que el 21% de las personas flexitarianas, el 23% de las vegetarianas y el 26% de las veganas viven en pueblos o aldeas.
Sin embargo, los activistas por los derechos de los animales habitualmente son tildados de urbanitas. “A mí también me dijeron ‘no has visto una ternera en tu vida’ o ‘no sabéis de lo que habláis’, pero podemos hablar con pleno conocimiento de causa”, señala Cano. Pese a ello, en el pueblo “la aceptación es igualmente buena, incluso estando en una zona taurina, ganadera y cazadora en la España vaciada, la gente con la que nos relacionamos sabe que somos una familia vegana y nos trata con total respeto y teniéndonos en cuenta”, aclara.
En el mundo rural, “cuesta más que este tipo de opciones avancen, pero el futuro son las alternativas vegetales y eso es imparable, si no, no estarían llegando tantas y, de hecho, son productos que se venden”, sostiene. Incluso algunos restaurantes de zonas rurales ya incluyen opciones veganas en sus cartas, más allá de “parrilladas de verduras o ensaladas de lechuga”.
Entre las capitales de provincia, Salamanca lidera la lista de ciudades con más restaurantes sin carne de Castilla y León. La ciudad universitaria cuenta con tres establecimientos veganos y cinco vegetarianos. Le sigue Burgos, con dos veganos y dos vegetarianos; y León con un restaurante vegano y dos vegetarianos. Valladolid cuenta únicamente con un local vegano y en Segovia se puede encontrar uno vegetariano. Zamora, Ávila, Soria y Palencia no cuentan con restaurantes de estas características, pero sí con establecimientos que han incorporado opciones vegetales en su oferta. Desde hace tiempo, las principales cadenas de comida rápida también han incluido este tipo de alternativas.
Ese aumento de la demanda de productos cien por cien vegetales obedece a la existencia de “un debate que hace años no existía, hay una concienciación de que hacer daño a los animales no está bien”, señala la socióloga. Conscientes de esta preocupación, la industria de la producción animal se enfoca actualmente en definirse como sostenible o de bienestar animal, pero para el colectivo vegano esto es insuficiente: “los animales sufren igualmente y es verdad que el maltrato es mucho mayor en la ganadería intensiva que en la extensiva, pero eso no quiere decir que en esta no exista, si estás criando a una ternera, por mucho que la tengas en el campo, al poco tiempo la vas a separar de su madre, la vas a meter en un camión y la vas a llevar al matadero”, explica.
Infancia vegana
Son muchos los padres y madres veganos que deciden inculcar sus valores a sus hijos. Según la Asociación Americana de Dietética, una dieta vegana bien planificada es apropiada para todas las etapas de la vida, desde el embarazo hasta la tercera edad, pasando por la infancia, la adolescencia y la edad adulta, e incluyendo a deportistas. “La evidencia científica ha demostrado desde hace décadas que la alimentación vegana es absolutamente sana, y de hecho es positiva para nuestra salud”, recuerda Rocío Cano.
Sin embargo, “hay personas que realmente piensan que estoy haciendo algo malo para mis hijas”, indica la socióloga. Pero para ellas “lo natural es no comer animales ni hacerles daño, ni hacer la diferencia entre unos que sí se comen y otros que no y lo viven con total normalidad, aunque conocen que existe otro tipo de alimentación porque lo ven en sus amigas”.
De esta forma, la infancia vegana en casa puede ser algo sencillo, pero no siempre lo es fuera del hogar familiar. La gran mayoría de los centros escolares no cuenta con menús veganos en sus comedores, aunque los Presupuestos Generales del Estado del año 2022 recogen el hecho de fomentarlos, pero no como una medida obligatoria, como sí ocurre en países como Portugal. La familia de la Sierra de Gredos lleva luchando por los menús veganos desde el 2012. Entonces, vivían en Madrid y lograron esta opción en los comedores de tres colegios distintos.
A día de hoy, en el centro escolar del pueblo, no utilizan este servicio, pero el año pasado iniciaron una solicitud a través de Osoigo en la que pedían la inclusión de menús cien por cien vegetales, sanos y equilibrados, en todos los comedores de los centros públicos, ya no solo en colegios, sino también en hospitales, residencias o centros penitenciarios. La petición “tenía que conseguir 1.500 firmas para llegar al Congreso de los Diputados y en ocho horas ya habíamos pasado de esa cifra, tuvo bastante repercusión”, recuerda Rocío Cano. De hecho, tuvieron respuesta por parte de algunos representantes políticos. “Asociaciones y partidos también lo están pidiendo, pero quisimos aportar nuestro granito de arena para que sonase un poco el tema y llegar a más gente”, y aunque el objetivo “ya se cumplió”, la petición sigue abierta.
La impulsora de la recogida de firmas recuerda que incluir menús veganos en los centros públicos “sería algo muy sencillo, hay que tener en cuenta que la base de nuestra alimentación es la proteína de legumbres, estamos hablando de un bote de garbanzos”. Recientemente, esta propuesta se ha debatido en la Asamblea de Madrid, aunque finalmente no salió adelante por los votos en contra del PP y Vox. “Hay mucha falta de información, pero el problema también viene por las políticas: en Castilla y León ahora mismo es implanteable“, recalca.
Otra situación a la que tienen que hacer frente los niños y niñas veganas es la asistencia a cumpleaños o actividades extraescolares donde no siempre se les incluye, aunque en la última década, “esto ha evolucionado mucho: hace casi diez años tenía que ir con la opción vegetal que compraba yo”, recuerda Cano. Con la oferta actual, los anfitriones cuentan con más posibilidades de comprar productos aptos para estos pequeños, y muchos locales que organizan fiestas de cumpleaños ya contemplan estas opciones, así como la exclusión de alimentos por alergias o creencias religiosas.
“Solo una vez en Madrid nos encontramos con una madre que dijo que no iba a cambiar el menú”, comenta la socióloga y madre de dos niñas veganas. En aquel momento, fue su hija, con siete años, quien “decidió que no quería ir, pero ha sido la única vez de las decenas y decenas de cumples a los que han ido”. Después de dos años en la Sierra de Gredos, “no hemos tenido ninguna experiencia negativa hasta el momento y esperamos que siga así, nos llama mucho la atención el respeto y la inclusión en cumpleaños, colegio, campamentos o actividades extraescolares”, manifiesta, algo que quizá se deba a “la manera que tenemos de comunicarlo, desde el respeto, desde la empatía y desde el amor“.