Esta entrevista se encuentra disponible en papel en nuestra trimestral nº35 especial 10º Aniversario.
Mónica Carrillo (Elche, 1976) tiene una risa saltarina y estruendosa, de esas de echar la cabeza atrás. Lleva más de quince años en nuestras pantallas, pero raramente la hemos visto así, carcajeándose. Es lo que tiene la actualidad, el prime time y ser «la de las noticias»: que te impone un corsé de seriedad. Ella abraza el mote —«la de las noticias»— sin chispa de amargura, al contrario. Carrillo es una periodista hiperconsciente de lo que ocurre cuando llevas tantos años entrando en los hogares de un país para narrar de todo, mirando de frente al espectador. Convive en paz con esa familiaridad que despierta, asumiendo la cercanía, pero ejerciendo el derecho de ser ella quien marque hasta dónde. Se describe prudente, pero no como excusa: su pudor es parte del ADN. Lo tenía cuando se lanzó a publicar primero microcuentos, luego novelas. Lo conservó cuando se volvió superventas y ganó premios literarios. Si despertó recelos, no se enteró. O escogió no hacerlo. En general, Mónica Carrillo se aísla de alabanzas y desdenes y hay que reconocerlo: funciona. Por eso —o por otra cosa— es capaz de exhibir el mejor de los ánimos incluso cuando deja de locutar titulares para protagonizarlos ella, revelando que fue un cáncer lo que la mantuvo lejos del telediario en 2020.
Dice y cree que no hay por qué saltar en todos los charcos, y en esta ocasión se calza las botas de lluvia para chapotear en algunos. Los escoge cuidadosamente, tiene callo en lo de no salpicar a nadie. No es falta de beligerancia, es una beligerancia muy concreta: la que tienen los que creen que la amabilidad es más fructífera que la bronca.
Al periodismo llegas dando un rodeo, primero estudiaste arquitectura, luego turismo… ¿No tenías clara la vocación?
El caso es que el periodismo, para mí, fue más vocacional de lo que parece. Por un lado, soy de Elche, y la posibilidad de estudiarlo me pillaba un poco lejos; por otro, era de ciencias, y eso te va alejando un poco del sueño, sin querer. Pero yo quería ser periodista desde muy pequeñita. Me gustaba muchísimo la comunicación, especialmente la radio. Recuerdo que, en casa de mi madre, ella cosía y yo siempre estaba a su lado, escuchando la radio juntas. Vamos, que yo me saqué el BUP escuchando a Julia Otero en Onda Cero, en su primera etapa. A los diecisiete años, cuando estaba a punto de terminar COU de ciencias puras, fui a Barcelona a ver su programa en directo, a conocerla.
Salí fascinada de allí, convencida de que quería hacer lo que ella hacía y todo lo que hizo después en sus programas de entrevistas, porque es un género que me apasiona, la comunicación más desnuda. Pero di un rodeo para llegar ahí. No podía estudiar la carrera de letras porque había numerus clausus, y daba igual que tuviera buena nota, no entraba igualmente. Mi profesor de matemáticas, con las notas que tenía, me recomendó hacer arquitectura. El periodismo seguía siendo mi vocación, pero me parecía una cosa casi inalcanzable, no había nadie en mi familia que lo hubiera estudiado. Valencia era lo más cercano, pero la facultad era privada. Y las únicas facultades que había eran las de Madrid, Barcelona y La Laguna. En aquel momento era complicado.
¿No te decían eso de que, habiendo estudiado ciencias, estudiar una carrera de letras era un desperdicio? Por las salidas…
Sí, claro. Me decían mucho eso de: «Pero si se te dan bien las ciencias, ¿por qué te planteas las letras?». ¡Pero es que me gustaba el periodismo, simplemente! El caso es que hice arquitectura, un año. Me lo curré un montón, pero mis padres vieron cómo llegué al último día de clase y me ayudaron a replanteármelo. Quería hacer tres años más, el proyecto de fin de carrera y después estudiar periodismo. Me hicieron ver que era muy absurdo, porque además era una carrera muy dura. «No vas a tirar ni una lágrima más», me dijeron. Me gustaba mucho la arquitectura, pero no me veía en una obra. Así que me metí en turismo, porque al ser de la zona había mucho movimiento. Aproveché para irme de erasmus, que me vino muy bien para los idiomas. Cuando volví, hice lo que iba a hacer desde el principio: periodismo. Pero, al final, todo te sirve, porque hasta los créditos de cálculo de arquitectura me sirvieron para convalidarme asignaturas de libre elección en la Carlos III [risas]. Hice la prueba de acceso, un curso puente, me metí en el periodismo y aquí estoy, después de toda esa vuelta.
Empezaste en la Agencia Efe, pero en la parte de radio, ¿no?
Sí. Cuando llegué a Madrid enseguida busqué para hacer cosas en radio. En el IMEFE, en la radio del Ayuntamiento, tenían unos cursos de formación muy buenos para chavales en paro. Daban ochocientas horas de radio y también había de televisión. Yo elegí radio, y fue como aprender jugando, pero con mucha exigencia. La única diferencia era que no te pagaban, pero íbamos a las ruedas de prensa, te ponías delante de un micrófono, sacabas cortes de voz… Me surgió la beca en la Agencia Efe y allí estuve un año. Como ya me iba a quedar ese verano en Madrid, eché las prácticas de TVE y acabé yendo allí por las mañanas, y en Efe por las tardes. Hacía jornada completa en dos medios.
¿Cuándo empezaste a hacer tele?
Pues más o menos por entonces. Empecé a hacer nacional en el verano del año 2000, y en septiembre presenté el proyecto de fin de carrera, que trataba sobre ETA. En la radio cubría muchas cosas de nacional, de economía, hasta me llamaban «Monifestaciones» porque siempre estaba metida en eso [risas]. Pero en la tele cubría solo nacional, y justo ese verano hubo una escalada terrorista brutal. Total, que presenté el proyecto de fin de carrera y me entró el vértigo. Era septiembre y no sabía qué tenía que hacer. Miraba alrededor y decía: ¿qué hago ahora? Hasta entonces, el vértigo era haber cambiado de profesión, que no era poco, pero en ese momento no sabía por dónde seguir, literalmente. Así que me fui a Alemania otra vez, a Berlín. Volví en Navidad, y fui a visitar a unos antiguos compañeros y me pillaron para el gabinete de seguimiento de medios del PSOE. De hecho, lo del seguimiento de medios lo empezamos nosotros. Cada semana te tocaba un medio de comunicación, escuchabas y transcribías. Era muy enriquecedor, porque pasabas por todos los medios: una semana en la SER, otra en la COPE, la siguiente en RNE… Hacías un oído increíble y cogías mucha soltura: imagínate trascribiendo lo que decían los tertulianos, que muchas veces tenían voces muy parecidas… También hacíamos teles e informativos, pero me repescaron de TVE.
¿Ahí fue cuando te dijeron que dabas bien en cámara?
No, qué va. Todavía no. Ahí me incorporé como redactora de economía para el Canal 24 Horas, y estuve cuatro años en eso. No había hecho ni una prueba de cámara ni nada. Lo único que hice fue eso [señala una fotografía enmarcada] en Marbella. Hacíamos un programa semanal que se emitía para América también, y este trató del turismo. Nos fuimos a toda la Costa del Sol, haciendo entrevistas a hoteleros, y fue la primera vez que me puse delante de una cámara. La guardo ahí, y mira que yo no soy de poner muchas fotografías mías… Tendría veintidós años. Un verano me hicieron una prueba para hacer las conexiones de Bolsa, que salía para el matinal. Esa es la primera prueba de cámara que hice. Pero mi primer directo fue en un telediario, en Diario América, que se emitía a las dos de la mañana en España, a primera hora para países como Argentina y México. Yo estaba muy nerviosa, pero estuvo muy bien, porque aquí, a las dos de la mañana, no me veía nadie [risas]. El equipo era muy majo, dos personas que habían sido corresponsales en Bogotá y en Argentina, y cuatro redactores del Canal 24 Horas. El Diario de América tenía repercusión fuera de España.
Recuerdo una vez que llamaron de México a la redacción, diciendo: «Soy la secretaría del señor García Márquez. Les quería felicitar por su trabajo, porque los ve todas las tardes…», y yo: «Ahhhhh». Por entonces él vivía en el D. F. Colgué, y me quedé pensando que en lo que fuera a escribir lo iba a escuchar Gabriel García Márquez, completamente emocionada. De alguna manera, éramos su ventana a Europa y un poco también al mundo. En ese momento TVE lo era todo. Ahora también nos ven en Antena 3 a nivel internacional, pero entonces es verdad que la única manera de informarse era a través de esos canales. En Efe también me pasó una cosa curiosa con esto del feedback, porque la agencia también era una gran referencia en América Latina. Me llamaron de la agencia en Colombia para pedirme el contacto del jefe de ETA. Tuve que decirle que si tuviéramos el contacto o supiéramos dónde está, estaría detenido. Me hizo mucha gracia, porque en Colombia la relación con la guerrilla era completamente distinta, y eso me chocó muchísimo. Fue algo muy llamativo, porque ese verano hubo muchos atentados de ETA, y desde allí parecía una cosa natural pedir ese contacto, como si fueran las FARC o el ELN. Tenían muchos frentes y la relación era completamente distinta.
¿Porqué te vas a Antena 3?
Me llamaron en 2006, el día del 50.º aniversario de Televisión Española, porque recuerdo que había una celebración. Yo entraba a las siete de la tarde y salía a las tres de la mañana. Llegué tarde, y había una fiesta en la que tocaba Amaral. Y, de repente, a las diez de la noche, me llaman de Antena 3 para hacer una prueba para El diario de Patricia. Y les dije: «Mirad, yo estoy en noticias, y no tengo mucho interés en ese programa…». Pero me insistieron, porque era la persona que se encargaba de buscar caras nuevas, el programa en cuestión era un poco la excusa. Querían que me pusiera delante de la cámara. Ahora, años después, ya veo el vídeo de esa prueba con ternura, pero en ese momento me dio una vergüenza increíble. Era un registro completamente distinto al que yo tenía. Lo pienso ahora y me da pena y ternurilla… [risas]. Estaba nerviosa sobre todo porque yo soy muy vergonzosa y muy pudorosa y, claro, ponerme delante de la cámara siempre ha sido un reto. Y yo nunca había hecho un casting, porque a TVE entré como redactora y un día directamente me pusieron una cámara delante. Sin maquillaje ni nada. Luego he hecho cursos de locución y doblaje, porque me gustaba, pero yo no he tenido ninguna preparación específicamente de televisión.
¿Realmente fue una excusa ese casting?
Sí. De hecho, no sé si cogieron a alguien más de las que fuimos a la prueba. Estaban, de verdad, viendo caras. Y yo, pues, bueno, por no hacer el ridículo, apreté [risas]. Al poco tiempo me llamaron con una oferta.
¿De informativos?
Sí. Antes no me lo habían dicho porque unos meses después empezaba Espejo Público, y Susanna Griso se iba del informativo, pero aún no se habían hecho públicos los cambios que eso traía. Encima, a mitad de temporada. Así que el día que empezó Susanna en Espejo fue el día que yo debuté en el informativo matinal. Ahí ya sí que fui a hablar con Fran Llorente para contarle que me iba. Cuando yo llegué a TVE estaba [Alfredo] Urdaci, y después Fran. Yo pillé el cambio, porque estuve seis años.
¿Cómo fue ese cambio en la dirección? ¿Cómo lo viviste? Porque fueron años convulsos.
Pues, mira… Al final, parece que nos quedamos con las altas esferas de los medios, pero lo que yo viví fue la experiencia del trabajador de a pie, viendo trabajar al equipo de nacional muchísimo, muy duro. Con una chaqueta en el coche, porque no sabías si te tenías que ir a Ermua en el día, o adonde sea. Había mucha tensión con los atentados, en los consejos de ministros… Y yo era un satélite que iba a adosada a los redactores —bueno, redactoras: las vi trabajar de una manera brutal, como leonas—. Y me quedo con eso. El periodista tiene que sacar su trabajo adelante, porque los telediarios siguen saliendo al margen de quién esté arriba. Tienes que contar lo que está pasando, en una actualidad muy convulsa, rellenando un espacio de noticias, y da igual lo que esté pasando en los despachos. Es verdad que hay que tener un control sobre la información, porque es la televisión pública y se puede utilizar como una herramienta fácilmente politizable. Pero una vez que eso está auditado, una vez que hay un cierto control del Parlamento, no deberíamos ser tan implacables en cuanto a que todo está mal. No puede ser.
Yo me siento muy orgullosa de mi paso por TVE y defiendo mucho el trabajo de los periodistas de allí, porque no es fácil y es muy ingrato. Estar en TVE es estar en la picota, es muy fácil atacar a TVE. Yo quiero una televisión pública fuerte, honesta, prestigiosa, con grandes profesionales, porque nos hace mejores a todos. A la competencia, y lo digo estando en ella, y como sociedad. Me ha gustado mucho haber pasado por las públicas, tanto por Efe como por TVE. Cuando me fui de allí me acababan de hacer fija, y para mí fue un desgarro emocional muy importante, pero sentí que con esa edad tenía que irme y trabajar en otros medios, en la privada.
¿Qué idea tiene la gente sobre los informativos, qué mito sobrevive aún?
El mito que sobrevive, y da igual que yo lleve ocho años poniéndome de pie, es que te sigan preguntando: «¿Vais vestidos de cintura para abajo? ¿Lleváis vaqueros o chándal?». Y yo explico siempre que cambiamos el plató hace mucho, y que se ve todo… ¡Y ya casi no quedan informativos de esos con el plano sin piernas! Es muy curioso, porque da igual, sigue como mito. Yo cuando empecé salía sentada, y con el pedal me pasaba el prompter, e iba con zapas y con vaqueros. Y solo me vestía presentable por arriba. Pero ¿ahora? Ya vas vestida entera, con tacón… Es un mito recurrente, aun así. Les encanta imaginarse que vas con el pijama o en pantuflas. El otro día, no me iba a levantar en el informativo, pero al final lo hice sin planearlo, y me dejé las zapatillas. Salieron en una ráfaga, y la gente se dio cuenta y lo comentó por redes. Yo bromeé con ello también, pero es curioso, se fijan en todo. Hay mucha gente que se sigue pensando que llegas media hora antes y que solo lees lo que te ponen, pero bueno.
En informativos fíjate todo lo que hemos innovado, ahora con las realidades aumentadas, que nosotros fuimos pioneros en eso. Ahora tenemos que movernos por el plató, nos agitaron y fue un cambio muy bueno. Porque, al final, somos mucho más conservadores de lo que creemos, y mucho más valientes también. Tendemos a no movernos, porque asustan los cambios, pero, con el tiempo, dices: «Mira, pues me puse de pie», y si te llegan a pedir consejo, habrías dicho: «Pues estamos mejor sentados» [risas]. Y eso que yo he llegado a salir a pelo en televisión, ¿eh? Sin maquillaje y sin nada, varias veces. Me acuerdo, por ejemplo, con los atentados de Barcelona. Justo dejé el coche y me dijeron: «Hay una furgoneta atropellando gente en las Ramblas», y llegué, tal cual iba vestida, al plató. Sin gota de maquillaje. De aquella estaba sustituyendo a Vicente Vallés, y a las nueve de la noche me senté tal cual estaba.
¿Cuándo empiezas a presentar el informativo con Matías Prats?
Dos años después de llegar a Antena 3, después del matinal. En julio del segundo año la directora de informativos me llamó al despacho y me dijo que en septiembre empezaba con Matías a las nueve de la noche. Tuve vértigo, porque en realidad no llevaba tantos años presentando: dos en TVE y dos en Antena 3. Es verdad que ya había pasado tres horas en directo en el matinal, de seis a nueve, casi sin dormir. Entraba a las tres de la mañana. Fueron muchas vueltas: en septiembre me acostaba a las cuatro de la mañana, en junio a las cinco… De eso, pasé a levantarme a la una de la mañana. Dormía muy poquito. Cuando me pasaron a las nueve de la noche no me lo creía, porque además Matías estaba solo desde hacía muchos años. Con Susanna estuvo solo un año, en realidad, ella estuvo más años con Roberto Arce. Matías estuvo con Olga Viza cuando salió Rosa María Mateo, pero después de tantos años de presentar solo, nadie esperaba que le pusieran pareja. Y mira, ahí estamos, el matrimonio [risas]. Tenemos una relación más larga que muchos españoles, el matrimonio más longevo dentro y fuera de la televisión.
Has dicho que empezar a presentar junto a él los informativos fue un vuelco enorme, en cuanto a la repercusión para ti. ¿Te notaste más expuesta?
Sí, absolutamente. Ahí noté que se me iba el anonimato. Mi vida no es que cambiase bruscamente, pero sí es cierto que lo perdí. El matinal era muy sutil, lo ven menos personas, es un horario más complicado… Ya empezaba a pasar que me reconocían, pero era suave. Fue pasar a las nueve y ahí sí que hay un antes y un después. Lo noté mucho. Y eso que yo tardé en tener redes sociales, no fui de las pioneras. Al principio me parecía que todo era más tipo Facebook, de exposición personal, y no me sentía atraída por eso. Pero algo cambió cuando empecé a ver el movimiento de Ana Pastor, que yo la conocí por redes, porque en TVE no llegamos a coincidir. Ella estaba en 59 segundos, y yo en Torrespaña, no cuadró. Cuando hizo la entrevista a Ahmadineyad, que tuvo tanta repercusión, de repente sentí que me estaba perdiendo algo. Como periodista, me pellizcó. Aquello fue clave para darme cuenta de que me perdía algo como profesional que era muy interesante. Ahí empecé a tener contacto con ella. Pero no llegué a Twitter con una idea clara de qué aportar. Lo único que sabía era que no iba a dar noticias, sí destacar algo que me pareciese interesante, pero no noticias, que eso ya era lo que hacía en prime time. No quería ser una fuente de información porque yo no era un medio de comunicación, y eso podría llevar a equívocos. Y tenía que ser consciente de mi responsabilidad como persona pública, de que mucha gente me seguía por esa parte.
Empecé así, pero pronto fue saliendo en redes un poco la esencia de cada uno. En mi caso, obviamente el interés de la información, el contacto con otros colegas o con determinadas noticias en las que pones el foco. Al principio es cierto que se generaban también debates, pero de otra manera. Y también el sentido del humor, la ironía, que a mí me encanta, y es un formato que permite los dobles sentidos, lo que me resulta muy atractivo. Especialmente al principio, con los 140 caracteres. Ahí empecé haciendo microcuentos, con tan poco espacio. Yo nunca he utilizado abreviaturas, y nunca he puesto una «q» para decir «que», así que tenía que cambiar el verbo. Me gustó mucho como aprendizaje. Escribía aforismos, un haiku, micropoesía… Me fui atreviendo, y ahí sigo.
El Twitter de entonces era mucho más amable, o distinto, que el de ahora. ¿Te pondrías a hacer microcuentos hoy?
Sin dejar de darte la razón sobre lo mucho que ha cambiado Twitter, porque es cierto que ahora es más bronco, lo que creo es que entonces tenía la inocencia de todos los comienzos. Tú empiezas a trabajar en un sitio, una nueva amistad, y es así: la gente queda, se relaciona…, y luego algunas relaciones se enturbian. Y, en Twitter, más que enturbiarse, lo que ha pasado es que se han visto las posibilidades que tenían, y se han utilizado. Mira todo el tema de los bots, por ejemplo, que aprovechan que haciendo ruido o creando una polémica llegan a más seguidores. En Twitter antes éramos todos más cándidos, hemos perdido un poco la inocencia. Todos. Y nosotros mismos también hemos cambiado, no escribiríamos algo de la misma manera que hace diez años. Pero yo tengo que reconocer que mi relación es bastante parecida a la del principio. Porque he tenido suerte y no tengo demasiados troles o haters, y tampoco les hago caso. Silencio y adiós. Intento llevar en las redes sociales la misma filosofía que en la vida. Entiendo que hay veces que te pellizca, pero ¿por qué me voy a sentar a hablar contigo si me estás faltando el respeto? No me interesa. No me interesa el debate, ni siquiera. Siempre hay otros periodistas, o la clase política, que están mucho más expuestos, especialmente con ciertos temas como el fútbol o la religión. Ahí entran las vísceras, no la razón. Son las pasiones. No puedes decir si ha sido o no penalti, como en política, si es de los míos, no se ha tirado. Yo intento capear, como hago en la vida, e ignoro.
¿Nunca te mojas?
Me muerdo la lengua si no me interesa entrar en ese debate. Porque tengo una responsabilidad, la de las personas que tenemos un perfil público. Yo estoy dando las noticias y tengo una credibilidad y un pacto tácito con el espectador que confía en ti. Es honesto que, en determinados momentos, a lo mejor haga algún comentario que yo considere relevante, pero no tengo que pisar todos los charcos. No lo veo necesario, lo voy llevando un poco por intuición. En las redes me he movido mucho por el sentido común. Seguro que hay gente despotricando contra mí, pero no me interesa. Paso de ellos como pasaría de ellos por la calle si me insultaran, ahí tampoco me pararía a razonar con esa persona, a preguntarle por qué me ha llamado tal o cual. Esas personas que desde el anonimato y el sofá de su casa te están diciendo cosas horribles, por la calle no se atreverían. Es una guerra un poco falsa. No es valiente, tampoco. Y es improductiva. Ya que le dedicamos mucho tiempo a las redes sociales, que por lo menos sea útil. No va a ser para pelearme.
De hecho, llama la atención que una de tus pocas «polémicas» en redes fuera por un tuit bastante blanco sobre el 8-M: «El feminismo defiende la igualdad. Ninguna persona debería sentirse incómoda por denominarse feminista. Defender lo contrario es lícito, pero tiene un nombre: machismo», dijiste.
Sí. Eso es lo que te digo: como es algo que me parece importante como mujeres, como sociedad, lo digo. Y es importante porque es didáctico. Ahí sí me meto. No es verdad que sea machismo versus feminismo: el feminismo es igualdad. Y esto, que me parece de base y que es objetivamente así, no es una opinión. Por eso lo digo. Me parece muy llamativo que eso pueda generar ninguna controversia.
Además de esa, también generó revuelo aquella «columna» —por llamarlo de algún modo—, que escribió Ramón Palomar en Las Provincias sobre ti, machista a rabiar.
Sí, luego él me pidió disculpas, posteriormente. Lógicamente hay cosas que ya no son tolerables. El insulto no es tolerable, el machismo no es tolerable y ciertos comentarios groseros y obscenos, tampoco. Aquello fue una torpeza, porque, queriendo ensalzar, hizo una loa sinsentido. Yo lo ninguneé no dedicándole atención, porque alguien que te está destacando por eso se retrata. No había insultos. Fue más cateto que machista, dentro de que era supermachista. Yo no quería más controversia. Quien hace este tipo de comentarios, sobre mí o sobre cualquier persona, se está retratando, y cada vez tiene menos cabida porque se tolera menos, a la sociedad cada vez nos chirría más. A hombres y mujeres. Hay veces que es bueno no darle más bola, porque hay gente que incluso busca esa provocación, esto es como los troles. No defiendo esas y otras salidas de tono, que son torpezas, aceptadas, pero son machistas.
Han pasado tres años de eso, ¿sería impensable hoy en día?
Sí, pero, a ver: el machismo sigue instalado en todas las capas de la sociedad, en todos los sectores, y los medios de comunicación no son una excepción. Es la propia sociedad la que tendrá que ir reeducándose, tendremos que ir haciéndolo. Seguramente habrá cosas que la siguiente generación no tolere porque les parecen rancias y no las entiende. Ahora estamos en transiciones, y nosotras hemos vivido un momento de apertura y de mayor libertad e igualdad, pero todavía nos queda mucho recorrido. Todavía.
Cuando te dieron el premio Azorín señalaste que uno de esos lugares en los que más se notaba la desigualdad era en las cúpulas de los medios de comunicación, completamente masculinas.
Sí. Algo sucede. Están pasando cosas, pero no las suficientes. Hay que seguir remando. Están pasando muchas cosas que tienen que ver con la sororidad, y eso es muy importante. Igual que la solidaridad es muy fuerte en temas espinosos como la inmigración, porque va con la humanidad y empatía que nos despierta, la sororidad también está uniendo muchos lazos. Y en las últimas manifestaciones del 8-M se creado esa red tan sólida. No digo que la sororidad no existiera antes, pero creo que hemos roto una barrera ahí. Hace unos años, a las propias mujeres nos podía costar decir: «Soy feminista», porque podían pensar que eras radical, que odiabas a los hombres, cuando solo quieres la igualdad. Yo quiero que mi sobrina y mi sobrino tengan los mismos derechos y las mismas oportunidades, y que socialmente se acepten. Igual que no concibo el racismo, y sé que está instalado, aunque nadie se plantea decir: «Yo no soy racista, pero…», porque todo lo que venga detrás de un pero implica que sí lo eres, hay que reconocer que hay todavía camino por andar, porque el machismo está muy enraizado. Pero hemos avanzado mucho, hay cosas que hemos visto que hoy serían impensables. Cosas que nos pueden llamar la atención a nosotras mismas, que nos chirrían si miramos hacia atrás, como los roles establecidos en casa.
A las presentadoras de informativos, en concreto, las ha acompañado siempre esa acusación de estar ahí «solo» por su belleza. ¿Eso es machista?
Bueno, fíjate, yo nunca me he sentido así. Te diré que a lo mejor alguien lo ha pensado, quizá alguien ha intentado que yo me sintiera así, pero no lo han logrado, con lo cual yo he seguido adelante. A las presentadoras de televisión nos han llegado a decir que estamos ahí porque «éramos jóvenes», cuando teníamos ya cuarenta años. Esto lo he hablado mucho con Ana Pastor, riéndonos: «¡Pero que tenemos ya más de cuarenta años, y siguen con lo mismo!». Cuando Matías o Lorenzo Milá tenían esa edad, no decían eso. Parece que las presentadoras de informativos vamos a pasar de ser jóvenes a ser veteranas, pero de repente. Pero te digo algo: yo elijo lo que me pongo de ropa para presentar un informativo. Nunca nadie me ha dicho nada de qué me tengo que poner. Tengo una estilista, obviamente, porque hay un departamento para eso. Pero ahora hasta me maquillo yo, desde la pandemia. Lo que te quiero decir es que es responsabilidad mía: yo proyecto la imagen que quiero proyectar. Si no te gusta, soy yo la responsable. Creo que también tenemos que asumir ciertas cosas. Distinto es que hacemos televisión, que se hace un casting y se está cogiendo a determinadas personas…
Claro, pero es evidente que hay un patrón: los presentadores, por ejemplo, siempre tienen más edad que las presentadoras.
Claro. Es cierto que, cuando empecé, estábamos a la misma hora en los informativos: Matías y yo; Gabilondo y Silvia Intxaurrondo; Lorenzo Milá, que estaba solo; y Piqueras, también. A mí me encantaba tener a esos tres referentes en la competencia, por cierto. Pero yo nunca pensé que Silvia Intxaurrondo estaba ahí porque era un busto parlante, y yo he hablado de este tema con Gabilondo, y lo que me dijo de ella es brutal. Es una chavala formadísima, culta, buena profesional… Es decir: la belleza tampoco puede ser un peaje en televisión. No hay que decir que no existe, lógicamente tener buena imagen ayuda, como tener buena voz. ¿Gabilondo tiene buena voz? Sí, claro. Y él ha sido el referente de la radio. Y Luis del Olmo también tiene buena voz. La televisión tiene la imagen, que socialmente afecta mucho. Pero es que el que escribe en un periódico también escribe bien. No digo que solo haya que tener buena imagen para salir por televisión, me refiero a que tú no estás pensando en las cualidades, pero cuando entra la belleza en juego parece que no puede haber nada más. A eso me refiero.
Pero para las mujeres, no para los hombres.
Claro. Pero es cuestión de tiempo. Esta generación, en la que estábamos muchas mujeres como Mamen Mendizábal, y que seguimos hoy, te pueden gustar más o menos, pero es absurdo pensar que somos las mujeres más guapas de este país, que nos han puesto por eso. No hemos ganado ningún concurso de belleza. Yo tengo mi expediente y nadie me ha dicho jamás: «Tú sacaste matrícula de honor en COU». Y en ciencias. ¿Sabes lo que te quiero decir? Eso no lo sabe nadie. A veces no soy beligerante con este tema, aunque creo que hay que ser tenaz y contundente con ello. Estar al lado de Matías Prats con treinta años no es fácil, te va a eclipsar, y tú tienes que hacer tu trabajo, hacerte un hueco respetando la figura. Porque, aunque te pongan al lado de Matías Prats, no eres Matías Prats, y si te lo crees, estás perdido. Tienes que aprender cierta seguridad y profesionalidad si no la tienes, que esto te lo digo ahora porque hace ya doce años de eso y lo veo con distancia. Me da mucho apuro que parezca que soy sobrada diciendo esto… Soy muy prudente, porque tengo un sentido de la justicia muy marcado, que me viene de mis padres.
¿No es por miedo a las consecuencias?
No. Porque he sido valiente en muchas ocasiones. Yo, desde mi sitio, despedí a Fran Llorente y a Ana Pastor, por ejemplo; y dije que lo habían despedido con agostidad y alevosía. Y yo a Ana no la conocía tanto. De Fran dije que se fue como estuvo: haciendo las cosas bien y en silencio, discreto. Y no pasó nada.
Pero ahí rompes la prudencia no por ti, por los otros.
Claro. Porque me parecía injusto y creía que se merecían que les tendiera una mano. Por eso no rompí yo la lanza cuando ocurrió lo de aquel artículo que hablábamos antes: porque a mí no me gusta hacer ruido. Luego, de repente sorprendo. Cuando conté esto [se señala la cicatriz en el rostro], Matías se quedó helado. Lo dije a las cinco de la tarde, y no sabía nadie que lo iba a soltar en directo. Mi madre me regañó: «Me podías haber avisado de que lo ibas a decir, me están llamando las titas…».
Hablas de cuando dijiste públicamente que habías sufrido un cáncer, un carcinoma basocelular.
Sí. Matías me dijo: «Qué huevos tienes». Él sabía lo que me había pasado, pero no todo, no tanto. No la gravedad. Si yo cuento algo así es porque de repente me ha surgido, de verdad que es honesto. Si hubiera sabido todo el ruido que iba a hacer, igual me lo pienso [risas]. Pero de repente dije: «Ya he hecho el primer informativo, ya he salido, ya está…». Pensé en la visibilidad que podía tener esto, lo que podía ayudar a la gente. Y, de hecho, no sabes lo que ha sido: me llegan mensajes a diario, diciendo: «Si ella, presentando las noticias, ha podido salir…». Mucha gente ha ido al dermatólogo y a raíz de eso le han encontrado el carcinoma. Pero en el momento no lo medí.
¿Te asustó el impacto?
Bueno… Me distancié un poco y dije: «Ya está». Me abrumó un poco, pero ya está. Sobre todo, cuando puse las fotos.
Verte en titulares no te encanta…
No, ¡me da un pudor…! Sé que a veces puede parecer falsa modestia, salvo que me conozcas. Pero es de verdad. Luego me reconozco valiente, por los demás, o en ciertos momentos. Seguramente haya decepcionado a ciertas personas… Pero es que soy prudente. En algunos momentos he dicho: «Esto, no».
Cuando en 2019 haces de presentadora del Premio Azorín, ¿estabas pensando en presentarte el año siguiente con La vida desnuda?
Ahí todavía tenía el libro sin terminar.
¿Y es ahí cuando decides presentarlo?
Sí. Nunca me había planteado presentarme a ningún certamen literario. Esto es como cuando empecé a trabajar en TVE de becaria, y de repente llegan tus amigos y tus tíos y te dicen: «¿Y cuándo te vamos a ver presentando el telediario?». Y yo les decía: «Espérate, que hay nueve mil trabajadores…». Pero al final, ¡acabas presentándolo! Es rarísimo, porque presenté el premio y, como era en Alicante, también vinieron algunos amigos y dijeron eso mismo: «Bueno, pues ya lo ganarás tú», pero, vamos, como te lo decían también del Premio Planeta. Hasta entonces no se me había pasado por la cabeza, pero de ahí surgió la idea, aunque estaba sin terminar. Me pareció que era bonito precisamente el Azorín, por ser de Alicante. Pero también había sido presentadora del Planeta hacía años, que fue donde conocí a mis jefes. Fue una puesta de largo brutal. Mira: yo debuté con Matías el día que quebró Lehman Brothers, que era septiembre. En octubre me mandaron a Barcelona, a presentar el Planeta, y allá que fui con la infanta Cristina, José Manuel Lara —que yo no lo conocía—, Silvio González, consejero delegado de Atresmedia… Los conocí a todos ahí. Saludé diciendo algo así, que esperaba tener una buena noche, porque si no la tenía sería la última [risas]. Ese año ganó el Planeta Savater, recuerdo. Y quién me iba a decir a mí que unos años después iba a ir ya como autora.
¿Cómo fue ese salto a la novela con La luz de Candela? ¿Salió de ti? ¿Te lo propusieron?
Fue un poco las dos cosas. De hecho, me propusieron un par de cosas: otra editorial me ofreció escribir un ensayo y Planeta me dijo que si me apetecía novelar. Y me metieron el veneno. Lo del ensayo vi claro que no, pero la novela… Simplemente, les dije: «Ya nos veremos». Y me puse a escribir. Cuando tenía ochenta páginas, les llamé para decir que sí quería.
¿Quién leyó ese primer borrador?
Creo que mi madre, aunque luego ese borrador creció. Aunque ahí ya había comienzo y fin, porque cuando me pongo a escribir tengo que saber a dónde llego. Lo de en medio…, bueno, ya crecerá. Mi técnica es llegar al punto final, aunque luego entre medias haga así y así [dibuja un laberinto con las manos]. En esta última novela me ha salido un personaje inesperado.
¿Escribir ficción era algo impensable para ti?
Completamente, ¿sabes por qué? Por el pudor. Yo he tenido siempre mucho miedo al ridículo, que es algo que va muy unido al pudor, pero luego soy muy apasionada. Si empiezo y me gusta, ya no hay marcha atrás. Ya me va a dar igual. No es que me dé igual lo que salga, sino que tengo que hacerlo. Yo ya lo hice, escribí la novela, y luego, si la quieren publicar, que la publiquen, pero yo la escribí.
¿Qué te daba más miedo con ese debut? ¿Que te destrozase la crítica, que te trataran como una outsider literaria…?
Hombre, a mí me daba miedo exponerme.
¿Por si lo relacionaban con tu vida?
No, mira, eso no. Aunque en la primera novel sí me daba un poco de miedo, porque fui muy atrevida. Pero si me ponía a escribir, me ponía. Ese diálogo lo tuve conmigo misma antes, y decidí que no iba a escribir de política, ni de contexto actual, ni de una redacción… No me apetecía en ese momento, no digo que no lo vaya a hacer. Me apetecía irme a las emociones y que fuese una evasión para mí, que no fuese una prolongación de lo que ya hacía. Que precisamente por eso me había venido lo de los microcuentos, por eso disparé por ahí, si no, a lo mejor, habría intentado algo más cerca de mi profesión. Como eso me quitó un poco el miedo a exponerme, a mostrar algo, es lo que me hizo escribir luego una novela con libertad. Pero repitiéndome todo el rato: «No eres la de las noticias que está escribiendo un libro. Olvídate». Y me pregunté si escribirlo en primera persona, que era lo que me apetecía, porque quería que el lector se pusiera en la cabeza de la protagonista, que se lo contara. Me planteé que por escribir en primera persona pensaran que la protagonista era yo, y que me preguntaran por ello, o que me visualizaran como ella, pero me dio igual. Lo hice de todas formas. Lógicamente, cuando la escribí alguna vez se me pasó por la cabeza eso de «pa’ qué te metes».
De hecho, has dicho alguna vez que sentías que, escribiendo, estabas «pisando lo fregao» de otros…
Sí, eso me ha pasado. Es un poco el síndrome de la impostora, lo sé también. Y, hablando de eso, la editora que me llamó para proponerme el ensayo me sugirió que tratara sobre el lenguaje, que es un tema que a mí me encanta. Le dije que no, porque yo no soy filóloga y no me sentía preparada, y ella respondió: «Llevo veinticinco años en esto. Nunca un hombre me ha dicho eso». Y a mí me dio igual. Es que yo no soy la RAE, no puedo hablarte desde mi atalaya de lingüista. Ella me decía que hablase de ello como comunicadora, pero yo no lo veía. Seguramente, también te digo, tampoco vi claro el proyecto en sí. Con la novela no me pasó eso, porque ahí estaba haciendo ficción, y asumía mi riesgo. Te puede gustar o no gustar mi técnica, el lenguaje, mis expresiones, las tramas… Pero no estoy juzgando nada ni a nadie más que a mí misma, que me estoy exponiendo. Era más difícil, si me apuras. Lo otro era un tema interesante, pero no me veía.
Alguna vez has reconocido el papel que juega tu proyección mediática en el éxito de tus libros. «Desde el anonimato no sé cómo habría obrado…», has dicho.
Sí. Pero esto es lo mismo que lo que hablábamos antes de la belleza: no todo el mundo que sale en la tele responde al mismo canon de belleza, ni tiene el mismo cociente intelectual. Claro que no. Pero se pueden dar ciertas circunstancias y que coincida. Pues esto es lo mismo, salvando las distancias. Claro que las personas que somos más mediáticas podemos despertar cierto interés. Cuando alguna vez me han preguntado: «¿Qué te parece cuando te dicen que eres una presentadora que se ha metido a escritora?». Pues es que sí, es que es eso: soy una periodista que escribe. Pero si me lo dices en tono peyorativo, yo te digo: «El carnet de escritor, ¿dónde te lo dan?» Porque en el periodismo yo tampoco soy tan estricta con el tema de los carnets. Julia Otero, por ejemplo, es filóloga, no periodista, y a mí me parece de lo mejor. Carlos Herrera es médico, ¿no? Pues eso. No porque sean buenos comunicadores tienen que haber estudiado periodismo. Yo he estudiado la carrera y claro que estoy a favor de la formación, pero esto de que el talento ha de conseguirse solamente si te evalúas…, pues no. Es igual que lo del multitalento, que en España se penaliza bastante, al contrario que en otros países. Aquí, si te ven haciendo una cosa muy distinta a lo tuyo, dicen: «Huy, es sospechoso. ¡Si eres periodista, qué haces tocando el piano!».
¿Y no puede influir que, en particular en el mundo de la literatura, donde hay tanta precariedad y son tan pocos los que consiguen vivir de ello, haya cierto resquemor?
¡Sí! Eso también es cierto. Y lo entiendo, ¿eh? Si bajamos el balón a tierra y me dices eso, por supuesto que lo entiendo. Al final se juntan muchas cosas, que tengas la suerte de que te lean, por ejemplo. Te tienen que leer, y luego que les guste, y que sea el momento… ¡Son tantas cosas que se tienen que dar! Entiendo que la persona que está luchando por eso se sienta frustrada.
Pero ¿tampoco es tu responsabilidad?
¡Lo has dicho tú!
Dices que nunca has recibido demasiado odio por esto…
No. Porque lo encajo con naturalidad, y entiendo una cosa y la otra. Lo que no voy a hacer tampoco es pedir perdón. Porque al final eso es un poco insultar al lector. Me sabe mal. Cuando algo suena mucho, o es mainstream, y se dice eso de: «Este cine es muy comercial», yo me pregunto: ¿y qué queremos hacer? A mí me podrá gustar esa película o no, pero vamos a hablar de cine. Yo lo que quiero, lógicamente, es hacer cosas de calidad, que nos nutran, que nos formen. Pero ¿cuál es el criterio?, ¿el tuyo? ¿Quién me lo va a dar?, ¿tú? ¿Quién es el adalid de la calidad o de la moral? Eso me da un poco de miedo, porque eso es lo más parecido a la censura, cuidado. Yo le pongo el cascabel al gato. Tú puedes haberte leído un libro y decir: «No entiendo este fenómeno, porque a mí no me ha gustado», claro. Pero ese fenómeno ha encajado muy bien en la sociedad, y algo tendrá ese libro, esa película, o esa canción… Pero desacreditarlo por el hecho de que sea un fenómeno… ¿Qué prefieres, que no se lea ningún libro, o que se lea el libro de ese fenómeno? Si tú le dices a un niño que se lea el Ulises de Joyce, no lo va a hacer. Pero si le dices que se lea un cómic… Lo importante es nutrirse. A mí me parece que en la medida en la que podamos ser referentes para alguien, siempre es bueno. Yo desde que escribo he tenido una remesa de gente joven que me sigue, que no la tenía en los informativos.
¿Gente que te conoce por escritora, no por presentadora?
Sí. Al principio eran sobre todo muchas chicas, luego fue ampliándose. Porque se suponía que era un tipo de literatura —porque nos encanta etiquetar— para ellas. «Novela femenina», lo llamaban. Que a mí no me lo parece. Porque ¿si lo escribe Almudena Grandes es novela femenina, y si lo escribe Javier Marías es masculina, o qué? Como a mí no me gustan las etiquetas, no lo acepto. El caso es que en las firmas de libros veía a muchísima gente joven, y a padres que me daban las gracias, porque era el primer libro que leían sus hijos. Y, de repente, que veas que están deseando que llegue la fecha para comprarse el libro porque ya lo tienen reservado… A mí me parece un milagro. Luego puede que leas mi libro y no te guste, por supuesto, como a mí puede no gustarme la novela negra. Pero yo los libros se los he dado a las personas, en determinados momentos, que consideraba que me iban a decir las verdades.
¿Para que te criticasen, te refieres?
Sí. Y he escuchado cosas duras, ¿eh? Te hablo de Gabilondo, te hablo de Antonio Lucas… A Lucas, poeta reconocido y premio Loewe, le he llegado a preguntar: «¿Qué te parecen los microcuentos esos que pongo yo ahí?». Porque me va a importar lo que me diga. Y lo otro…, pues, bueno: lo entiendo, pero sinceramente no he recibido mucha crítica. O no lo he sentido así. De hecho, siento que ahora mismo, hablando de ello, le estamos dando más bola de lo que me ha llegado a mí. No me he sentido nunca criticada. Igual que con el tema de la imagen: a mí nunca nadie me ha hecho sentir que yo estaba ahí por mi físico. Nunca, nadie. Ni en el tema de la literatura ni en el tema de la belleza. Igual que no me he sentido discriminada como mujer, aunque eso no significa que no exista.
Además del informativo, has colaborado y colaboras en radio, has presentado programas de viajes en Japón… ¿Qué te queda, periodísticamente, por hacer? ¿Una exclusiva?
Lo que más me gusta es la entrevista. Actualidad ya hago, no digo que no tampoco a un programa de corte de actualidad, pero con lo que más disfruto es con la charla. Porque es otro registro diferente al que hago, e implica conocer a las personas de otra manera. Estaría disfrutando esto mucho más si estuviera al otro lado ahora mismo [risas]. Para mí el formato perfecto es en el que tú estás charlando y el espectador está diciendo: «Ojalá estuviera yo ahí sentado también. Qué suerte está teniendo ese periodista que está escuchando». Tiene sentido porque estás siendo realmente los ojos del espectador, porque esa es tu misión, ser lo más fiel a lo que ha ocurrido, a la realidad, a cómo es el personaje, te lo tengo que dibujar… Eso es muy chulo.
Como espectadora siempre me han gustado los programas de entrevistas tranquilas y relajadas que ahora ya no hay tanto, porque estamos acostumbrados a otro formato, tipo El Perro Verde, La Luna… Me quedan muchas cosas por hacer y no descarto que me sorprenda la vida. Porque, fíjate, mi sueño era ser periodista y soñaba con hacer radio y, al final, mira: el grueso de mi carrera es la televisión. He hecho radio relacionada con la música, porque me gusta mucho, di el salto a la literatura, a escribir novelas, los microcuentos… Al final, yo qué sé qué más haré. Por eso me sorprende tanto que haya gente a la que le resulte raro que un periodista se ponga a escribir. ¿Quién se va a poner a escribir?, ¿un cocinero? ¡Que también podría, si se le da bien! Si consigues llegar a la gente… Es un riesgo y es un vértigo lanzarte a escribir, y claro que da miedo salir de la zona de confort como yo hice. De hecho, me pasé la primera promoción de la primera novela diciendo esto mismo: «Salgo de mi zona de confort». Y eso lo haces, aunque no tengas ninguna necesidad.
¿Cómo fue pasar de entrevistar a ser entrevistada?
Fue una jornada entera de promoción, bestial. No recuerdo a la persona en concreto, pero sí ese día. Sobre todo, lo que recuerdo con mucho pudor fue cuando Matías dio la noticia de que salía el libro. Nunca he estado tan nerviosa, y eso que yo tengo bastante temple.
¿Nunca te has roto en directo?
No en lo emocional. Muchas veces estás nerviosa, o rota, pero tienes que salir igual. Pero con lo del libro fue una sensación rara, porque estaban hablando de mí. Es raro, me quedé muy emocionada. No había visto el vídeo antes, lo vi en directo y creo que fue un error porque me quedé muerta [risas]. Y tuvo que despedir Matías, porque yo no podía ni hablar, estaba cortadísima, parecía muy seriota, pero no. También es verdad que luego vas teniendo más tablas, como ahora, cuando volví después del cáncer. Ya ahí le gasté yo también bromas a Matías: «Te voy a decir algo», me avisó. «Y yo te contestaré», le respondí.
¿Qué dijiste?
Que había tenido una baja de narices, y que ahora ya sabía que tenía un lado bueno y un lado malo [risas]. ¡Consecuencia colateral! Y él me dijo: «Anda que…». Ahí vi un poco la evolución, la primera vez que fui protagonista me quedé bloqueada, y ahora ya soy capaz de bromear con un tema serio, después de estar tres meses fuera. Es que salí del confinamiento para el médico, fíjate qué año. Al principio no lo quería contar, y ni siquiera di demasiada información a casi nadie, porque estaba en proceso y era muy escandaloso, la verdad, con muchos puntos. Me operaron varias veces. Mira: el libro tenía que haber salido el 31 de marzo, pero no: confinados. Salió en junio y solo me dio tiempo a hacer la promoción de las teles, que menos mal. Salí justo ahí, me operaron y ya hice el resto por teléfono, con no sé cuántos puntos en la nariz, que no sabes cómo tenía la cara. Me tiraba muchísimo al hablar. Lo habíamos pospuesto unos cuantos días, porque empezó como una cosa pequeña y acabó siendo una cosa más grande, y no quería andar contando que me habían operado otra vez. Recuerdo un día de esos de promo, que me habían operado el día anterior y tuve trece entrevistas seguidas, contando lo mismo. Y me tiraba una barbaridad. Fue una prueba dura, lo llevé bien, aunque ahora lo recuerdo y alucino. Como nos pasa a todos, supongo, que cuando no tenemos opción, sacamos fuerzas.
Hablemos un momento del tema rosa, prensa del corazón. Jamás has querido participar de ella, pero siguen sacándote con insistencia. Cuando eso pasa, ¿piensas en los compañeros que están hablando de tu vida personal?
No pienso en los compañeros, la verdad. A ver, siempre hay gente más respetuosa y menos, en todos los medios. Pero es un tipo de periodismo en el que a mí nunca me ha gustado participar, seguramente porque forma parte de mi carácter reservado, y solo he contado mis cosas a mis dos amigas, no me entra en la cabeza otra cosa. Yo lo respeto, lógicamente, pero no entro.
¿No es difícil?
A ver, esto, como todo. Yo no puedo querer entrar en las casas y que cada día te vean tres millones de personas, y que te conozcan, tener una notoriedad pública…
¿Va en el paquete que se interesen por tu vida privada?
Claro, es lógico. Matizo: es lógico despertar interés. Yo intento tomármelo bien, porque no soluciono nada tomándomelo mal. Me parece lógico y bueno despertar interés. Es como cuando dejas de ser anónimo, que me recuerda a una canción de Leiva: «Fue una rara pérdida el anonimato / Ya sé que no es para tanto». Perder el anonimato es raro, no digo que sea malo, solo que te cambian cosas, buenas y malas. Te van a sacar una foto, o a pedirte un selfie sin que te des cuenta, pero a lo mejor también te dejan hueco en un restaurante, como siempre se cuenta. Es raro que te empiecen a tratar de manera diferente, porque tú eres igual, y en ti no ha cambiado nada, ha cambiado tu notoriedad, tu reconocimiento, pero sigues siendo la misma persona que va evolucionando. No le echo cuentas a eso. Entiendo que está ahí, y cuando alguna vez ha pasado, intento quitarle importancia y reírme. Y esto es como los troles: no voy a entrar, porque no me interesa. Jamás voy decir si es verdad o es mentira, sencillamente no quiero contar nada Y a mí no me persiguen los paparazzi tampoco: salen caros y tienes que dar chicha. ¡Y como me sigan a mí, lo llevan claro! [risas]. Yo me río, porque también hay algo positivo en despertar interés, en esa curiosidad.
Me ha llamado la atención ver que tienes muchas páginas de fanes. ¿Cómo es eso de ser una periodista con clubes de fanes?
Sí, es muy tierno, porque además es que son muy fanes. Muchos de Latinoamérica y mucha gente joven, fan de los libros. Lo normal, al principio, era que me dijeran: «Te conozco de la tele», y luego ya me decían: «Yo me he leído tus libros», y ahora incluso: «Te sigo en Twitter». Es muy curioso, porque han ido llegando a mí de diferente manera. Está muy bien, porque te das cuenta de que tu carrera no está tan focalizada en una sola cosa, puedes ampliar tu público. Muchas veces estamos muy centrados en lo que ya tenemos y, mira, a mí me interesa que haya gente joven, o gente de otros países, porque aspiro a comunicar a más gente y que sea más diversa. Me acuerdo de cuando entrevistamos a Ibai Llanos, y el tío decía: «Hostia, tío, es que estoy viendo a la de las noticias, y estoy hasta nervioso, coño, es que joder…» [risas]. A mí eso me gusta, porque todo lo que sea tender la mano a las nuevas generaciones es bueno. No soy nada de que «todo tiempo pasado fue mejor», o que «los que vienen no tienen ni idea». Claro que va a haber códigos de las nuevas generaciones que no entienda, claro, porque yo no tengo veinte años, tengo cuarenta. Es lógico que ellos tengan sus músicas y sus rebeldías, y que no les guste tanto lo que les gustaba a sus padres porque es su manera de reivindicarse… Pero a mí me gustó igual entrevistar a Ibai que Julia Otero me acogiera aquella vez. Esta es un poco la cosa. Lo de los prejuicios y las etiquetas no va conmigo.
En una de tus primeras entrevistas cuando pasaste a presentar el informativo en Antena 3, te preguntaron cuál era la noticia que esperabas dar.
¿Y qué dije?
El fin de ETA. Y la diste.
Sí, es verdad.
¿Y ahora?
Inmunidad de rebaño, sin duda. El fin de esta pesadilla, porque ha sido un año duro, especialmente el confinamiento. Y eso que yo salía de casa para el informativo, y a contar un panorama de incertidumbre brutal. Todos los fines de semana hablaba Pedro Sánchez, los datos eran nefastos… Ya ha pasado un año de eso y ahora estamos como en una fase de duelo, o yo tengo esa sensación. Estamos haciendo balance todos, con la fatiga pandémica cuestas. En ese 2008 que cuentas, era todo crisis económica, pero me acuerdo que en 2012-2013, en el fondo, seguíamos con lo mismo: la prima de riesgo… Ahora dentro de un año a lo mejor es otra vez la crisis económica y la angustia esta de los ERTE convertidos en ERE, pero ahora mismo es todavía un tema de salud, aún no tenemos ni idea de lo fuerte que es lo que nos ha pasado. Es que se paralizó el planeta, fue una llamada de atención. Antes estaba un poco más optimista con que íbamos a aprender de eso, pero…
¿Lo de «saldremos mejores»?
«Sildrimis mijiris», ya, ¿no? [risas]. A ver: es verdad que veo imágenes de la solidaridad que despertó, y me curo un poco. Ahora estoy viéndome el programa que hizo Gabilondo de la pandemia, hablando con expertos, cuando estábamos confinados. Y ahí Arsuaga decía: «Esto es un aviso, es como que nos han puesto frente al espejo con nuestro modo de vida». Más allá de entrar en cuestiones de si vamos deprisa o no, era una cuestión como especie. Y ahí no creo que hayamos aprendido, así que no sé si estoy más pesimista. También el hecho de ver escenas, de repente, del mundo paralizado… Veo lo de los aplausos y se me queda el cuerpo un poco raro. Así que, aunque la crisis estallara en 2008, el hastío nos llegó en 2012. A ver lo que pasa ahora. A ver qué mal contesto en otros años, no dar tantas malas noticias…