Agrónomo de profesión, curioso por vocación y divulgador de los fenómenos del agua, Esteban Jobbagy se planta en el alambrado que separa la producción del ambiente natural con un pie en cada territorio. Así lo demuestra en esta conversación con Télam-Confiar, en la que repasa los cambios en las tecnologías agrícolas, su impacto en los ecosistemas y algunos mitos en torno del agua, el componente de la naturaleza que más lo fascina.
Nacido en Chile, criado en Buenos Aires -donde estudió Agronomía-, e instalado en San Luis luego de realizar un posgrado en Ecología en la Universidad de Duke en Estados Unidos, la biografía de Jobbagy refleja los avatares de la Ciencia Argentina: “Mis viejos eran investigadores bioquímicos en la Facultad de Exactas en la UBA y por la Noche de los Bastones Largos se tuvieron que ir. Por eso yo nací en Santiago de Chile, pero al poco tiempo volvimos”, cuenta el hoy integrante de la Academia Nacional de Ciencias (nombrado en julio de 2021).
“En casa se respiraba ciencia”, afirma. “Mi hermana se reveló y es poeta, pero mi otro hermano es Químico y vive en Bélgica”, cuenta.
Télam-Confiar: ¿Por qué te dedicaste a temas del Agua?
Esteban Jobbagy: Cuando volví a la Argentina, las oportunidades me fueron llevando a la llanura y al agua en un momento crucial de la historia agricola del país. Desde 2000 hasta hoy la agricultura se expandió a una velocidad sin precedentes en el mundo. Y tuve la suerte de estar en el momento justo, observando algunos fenómenos: que el paisaje se inundaba mucho más que antes. Y que en años secos los cultivos tenían buenos rendimientos, explicados en parte por la existencia de agua subterránea. Ese fue uno de los frentes de la investigación más interesantes porque me permitió acercarme a los sectores productivos y generar una sinergia entre el conocimiento fáctico y el académico.
T.C.: ¿Entonces tener inundaciones nos salva en años de sequía?
E.J.: Siempre vimos a la llanura como si fuera una maceta con agujeros que drenan agua. Pero nuestra llanura tiene un tapón. Esto genera una reserva de agua que nos beneficia en época de sequía. Sin embargo, como en la mayoría de los cambios ambientales, no todos tienen la misma responsabilidad ni ganan y pierden de la misma manera.
T.C.: ¿Cómo se relaciona esto con la crisis climática?
E.J.: Hay un componente en la dinámica de las inundaciones que está vinculado al clima. Pero señalar al Cambio Climático como la causa principal es un error. Las inundaciones son cada vez más frecuentes no sólo por las lluvias sino por el tipo de agricultura que hacemos.
Una de las cosas que descubrimos es que el tipo de plantas que sembramos y la profundidad de sus raíces influyen mucho.
Reemplazamos pastizales naturales con raíces profundas por soja que tiene raíces más cortas. Y esto genera un efecto parecido a cebar un mate con la bombilla muy arriba. Queda con agua en el fondo y la próxima vez que vertemos agua, rebalsa.
T.C.: Se habla del agua como un recurso estratégico y que las próximas guerras serán por el agua. ¿Cómo ves esto desde la Ciencia?
E.J.: Existen muchos mitos respecto del agua, y uno de ellos es sobre su escasez, cuando en Argentina el principal problema no es la cantidad sino la calidad del agua, que en zonas muy extensas del país contiene arsénico. Esto ocurre porque nuestra llanura está hecha de polvo y ceniza volcánica. Y esa ceniza volcánica tiene arsénico, que al contaminar el agua genera problemas de salud a largo plazo.
T.C.: ¿Cuál es el principal factor de contaminación del agua?
E.J.: En casi todo el mundo el mayor factor de contaminación es el exceso de fertilizantes. Pero no es el caso de Argentina. Aquí se usa menos fertilizante que en otros países, pero somos campeones mundiales en el uso de herbicidas. Y los impactos ambientales que generan son diferentes. El exceso de fertilizantes causa eutrofización, cuando la presencia de materia orgánica tiñe de verde las aguas. En el caso de los herbicidas, afectan la vida del suelo y su capacidad de mantener diversidad biológica. Además, como ocurre con los antibióticos, los fertilizantes generan resistencia. Van apareciendo malezas que obligan a usar otros herbicidas más fuertes, que terminan contaminando suelos, aire y agua más allá de su zona de aplicación, con consecuencias en la salud que son cada vez más denunciadas y estudiadas.
T.C.: ¿Cómo impactan las prácticas agrícolas en la disponibilidad y la calidad del agua?
E.J.: Hoy se está extendiendo la agricultura hacia tierras cada vez más secas. Y lo que ocurre es que lugares que nunca se inundaban ahora lo hacen. Esto resulta en una salinización de los suelos. Es como una maceta a la que no regamos nunca y de pronto la llenamos de agua. Al irse, la superficie queda blanca. Esto sucede porque mientras está la tierra seca, las sales suben por capilaridad.
Hoy la desertificación y la salinización son las mayores amenazas para la agricultura y la producción de alimentos.
T.C.: La ciencia y la tecnología siempre buscaron lograr una mayor producción, ¿es hora de que busquen conservar y regenerar los ecosistemas?
E.J.: Los sistemas agrícolas evolucionan por los avances tecnológicos, las regulaciones de mercado y los hábitos de consumo. Cada cambio que hacemos, cada solución que encontramos genera nuevos problemas. Es una especie de huída hacia adelante. Estamos en un experimento siempre nuevo. Nunca cultivamos tanta superficie y nunca exportamos una fracción tan grande de lo que se produce en el mundo. El comercio global de granos no para de crecer.
Nuestro trabajo como científicos es entender qué está pasando con esas transformaciones vertiginosas. Y ayudar a que se hagan de la manera más justa posible, para nosotros y para las generaciones que vienen.
T.C.:¿Cuáles son los desafíos entre una ciencia en el laboratorio y otra en el territorio?
E.J.: Los científicos estamos convencidos de que nuestro trabajo es publicar papers y que la gente los va a leer y usar. Y eso no pasa nunca. Porque leer papers es difícil. Además, cada vez somos más especializados y creamos una jerga alrededor nuestro que nadie entiende.
El modelo más virtuoso es la co-producción de conocimiento. Un diálogo en el que el conocimiento se genera en colaboración con quien lo va a usar. Y no encerrados en un laboratorio.
Por suerte algo de eso está cambiando. Hay un montón de agencias en el mundo que financian investigaciones en colaboración.
C.T.: Los actuales modelos de producción agrícola, y actividades como la minería, generan controversias y disputas con las comunidades por el acceso y la conservación del agua ¿cuál es el rol de los científicos en ese contexto?
E.J.: Desde la Ciencia podemos acercarnos a esos espacios de tensión para aportar evidencias y sumar opciones que antes no se habían visto. Cuando parece que la decisión es A o B, lo mejor que podemos hacer desde la ciencia es mostrar que también hay C, D y E. Y ayudar a entender mejor quiénes ganan y pierden; quiénes afectan y son afectados.
Nuestro rol es poner esa evidencia sobre la mesa, sabiendo que las decisiones son de la política. La ciencia ayuda a llevar la discusión en términos más racionales y justos. Pero la palabra última la tienen las sociedades, aún equivocándose y cambiando de valores.
Si tuviera que decirlo en una sola frase, el rol de la ciencia es exponerse y mostrar evidencia. En el caso del agua, podemos poner en la mesa datos territoriales, ecológicos y geológicos. Pero muchas veces lo que se discute no es el agua, sino el modelo de producción.