Hace ocho años, la pediatra Lucía Galán (Oviedo, 1978) siguió la sugerencia de una amiga: “Con lo bien que escribes, ¿por qué no te haces un blog?”. Aburrida de imprimir papeles con consejos útiles para repartirlos a padres atribulados, se puso al teclado y se abrió a internet. Los contenidos de Lucía se divulgaban a una velocidad asombrosa, se viralizaban en los tiempos en que el ahora manido término aún era nuevo.
Así, llegó el primer libro. Luego, el siguiente, la web, las charlas, las intervenciones en medios de comunicación y un perfil en Instagram (Lucía mi pediatra) que alcanza hoy los 600.000 seguidore/as, algunas tan conocidas como Sara Carbonero, Eva González, Alba Carrillo, Lourdes Montes, Laura Escanes, María Pombo, Natalia Sánchez…
Lucía ha sido incluida en la lista Forbes de los 100 mejores médicos de España en 2021 tras aparecer dos años antes en la de mejores influencers de salud y recibir el Premio a la Mejor divulgadora de España de la Organización Médica Colegial en 2018. Médico pediatra fundadora de Centro Creciendo, es miembro del Consejo Asesor de UNICEF y acaba de publicar su noveno libro, La vida va de esto (Planeta).
La pediatría es una disciplina fascinante pero tras ocho libros, ¿aún quedan cosas por contar?
Siempre hay cosas que contar. La vida es muy larga y hasta el último aliento siempre hay contar, sentir, compartir… Que aun cumpliendo años sigan pasando cosas y lo más bonito es compartirlo.
¿Dirige este libro a un público en concreto?
El público es muy amplio, desde papás recientes a quienes tienen hijos en la adolescencia, como es mi caso o abuelos. He querido echar la vista atrás con esa mirada compasiva que todos necesitamos, bajar ese listón de autoexigencia que nos marcamos los padres de hoy en día y sentir que no lo has hecho tan mal, aun con todos tus errores. La vida va de esto: de equivocarse, caerse, levantarse, de vivirla. Es el libro más maduro y tranquilo que he escrito porque ha sido desde ese lugar, desde la madurez que tengo ahora y el autoperdón de mis errores, de esa madre imperfecta con que todas las madres se sienten identificadas.
La vida improvisa y nosotros con ella, es el leitmotiv del libro. Eso implica flexibilidad pero supongo que hay normas insoslayables.
Sí, es fundamental establecer unos límites claros y líneas rojas en la crianza de nuestros hijos, independientemente de la edad que tengan. Pero este mensaje se refiere a que en la primera etapa solemos ser muy rígidos en cuanto a tenerlo todo planeado; el bebé no tiene dos meses y ya saben a qué colegio lo van a apuntar, cuáles serán las clases extraescolares, qué viajes vamos a hacer, etc. Nos marcamos un proyecto de vida y con el tiempo te das cuenta que muy pocas suceden como las habías planeado. O aprendemos a surfear o chocaremos con una realidad que no es la imaginábamos; por mucho que planeemos, la vida improvisa y el secreto de la felicidad que buscamos es aprender a adaptarnos, a improvisar con ella.
En un capítulo aborda cómo contar a nuestros hijos asuntos tan duros como la muerte o tan peliagudos como el sexo. En el primer caso, ¿qué aconseja?
Es normal estar muy triste. Las penas se lloran y se hace juntos pasan un poco mejor. Los niños tienen muchas preguntas y tenemos que darles respuestas aunque no las tengamos exactas. En el libro cuento un caso propio. Mi hijo me preguntó si la abuelita iba a morir y le respondí ‘No lo sé pero creo que sí y que no va a faltar mucho’. Nuestros hijos necesitan sinceridad y hay temas en que debemos ser realistas, contarles las cosas como son en el lenguaje adecuado, no mentirles.
¿Y si no se tiene respuesta?
Continúo con el ejemplo: ‘Y cuando se muera, ¿qué va a pasar, estará en un lugar mejor?’ y para eso no tenía respuesta. Le respondí que no sabía qué hay después pero dándole una alternativa: la abuelita no va a morirse mientras la recordemos; no estará físicamente pero la mantendremos viva recordándola. Ante la siguiente pregunta, el cómo, pues contando cosas de ella, buscando sus fotos, cocinando sus recetas, etc. Quise darle el enfoque de que la muerte forma parte de la vida.
En cualquier caso, lo tienen más fácil unos padres creyentes que otros no lo son…
Yo aconsejo que la conversación fluya. Ante ‘¿Entonces es posible que el abuelito esté allá arriba y nos esté viendo?’ responder ‘Pues quizá. ¿A ti te hace sentir bien? Pues vamos a pensar eso, cariño’. Ellos deben dirigir la conversación en función de su edad y su inocencia. No hacemos mal en alimentar ese pensamiento que, con el tiempo, seguramente vaya desapareciendo. Dejémonos llevar por aquello que les da paz y alejémonos de lo que les da miedo.
¿Cómo superar la vergüenza de hablar de sexo con ellos? ¿Esa conversación cómo se produce?
Realmente no es una conversación. El sexo forma parte de nuestras vidas desde que nacemos, desde que tu hijo de tres años nos ve salir de la ducha y pregunta. Tampoco podemos pretender informarle cuando tiene 15 años porque ya sabrá latín y probablemente habrá obtenido la información donde menos quieres que la busque. Hablemos de sexualidad desde que el niño nos haga preguntas. Por ejemplo: ¿Ven dos chicos besándose en la calle y miran con atención? Pues es una oportunidad fantástica para hablarles de la homosexualidad. No esperes a la adolescencia para hablar de sexualidad porque llegarás tarde. A partir de los 10, 11, 12 años ya experimentan cambios en su cuerpo, así que es momento idóneo para hablarles de embarazos no deseados, métodos anticonceptivos, enfermedades de transmisión sexual, etc. Y que lleguen a la adolescencia con la confianza de que si tienen un problema, pueden contárselo a sus padres. Si no les damos respuestas, las buscarán en otro lugar.
¿Qué aconseja para no preocuparse y llamar al médico o, como poco, perder los nervios ante un niño que come muy mal?
En primer lugar, es un problema muy habitual, así que no hay que desesperarse. En segundo, no hay que obligarles a comer ni usar recursos como el engaño, ofrecerles premio si comen o castigo si no lo hacen o la distracción continua porque si no, nos esclavizamos y llega un momento porque el niño necesita la tablet, el móvil, el avioncito, el padre haciendo el pino y la madre bailando la sardana. Eso no nos lleva a ningún lugar ni es una relación sana con la comida.
¿Entonces?
Debemos entender que hay niños que no necesitan comer mucho para estar perfectamente. No es lo mismo que el niño no coma a que no coma todo lo que a mí me gustaría que comiese. Hay niños delgaditos porque sus padres también lo son pero llenos de energía, con desarrollo estupendo y comen como pajaritos. Pero no pasa nada. No todos comen dos platos de lentejas; nosotros escogemos la calidad de los alimentos y ellos, la cantidad. El reto es que si comen poco, que sea saludable. Ah, y no tirar la toalla: ofrecer, ofrecer, ofrecer. Si come, genial y si no, no pasa nada.
Hace años, alguien me respondió esto a la pregunta qué es ser madre: “No dormir tranquila nunca más”. ¿Hay una etapa especialmente difícil?
No las hay fáciles pero todas son alucinantes. Tampoco podemos vivir, y esto es un consejo de vida, en el ‘tranquilo, cariño, que ya verás cuando…’ y añade ‘comiences el instituto, vayas a la universidad etc’. Nuestros hijos coleccionan el ahora y eso es lo que van a recordar. Desgasta enormemente pensar que todo lo malo desaparecerá ‘cuando’ porque aparecerán otros problemas. El foco de este viaje no debemos ponerlo en las dificultades de este viaje sino en lo alucinante y revelador de convertirse en padres y de cada etapa.
¿Es la pediatría una disciplina en evolución continua? ¿Hay verdades universales que no se discuten?
Mmm… Verdades que no se discutan, pocas. La ciencia es cambio y lo que hoy es verdad, mañana es media verdad. La pediatría es una disciplina con muchas ramas, una medicina interna de niños que nos obliga a estar al día continuamente. En la vida hay pocas verdades absolutas y en la ciencia, menos aún.
Escribir un libro es frecuente. Si son dos o más, mejor. Tener una web, también, pero un perfil de Instagram con 600.000 seguidores para una pediatra creo que es un hito. ¿Cómo se le ocurrió dar el paso de ser comunicadora?
Fue algo progresivo e inesperado. Tomando un día un café con una vecina, me aconsejó hacer un blog para dar consejos. Fue hace ocho años. Y me pareció una gran idea. A los tres meses, muchos de mis posts se empezaron a viralizar, me llamaban medios de comunicación, del extranjero… Mi hermano me dijo: ‘Lucía, aquí hay un libro’. Me puse a ojear la estantería, cogí uno al azar y era de Planeta. Y les llamé (risas). A raíz de aquello me hice un perfil en Facebook, luego en Instagram, a subir los contenidos a vídeo y la cosa fue creciendo, creciendo… Hasta hoy.