México no es una gran potencia económica porque sus gobiernos han sido un estorbo en el camino al desarrollo en lugar de servir para alcanzar un verdadero bienestar.
Por ahí va el asunto de llevar la cosa pública, señoras y señores, no por la senda de la demagogia, la rancia retórica nacionalista, el tema de la «soberanía» y la machacona exaltación de la historia patria. Nos solazamos en la rememoracion de un pasado de artificiosos ocultamientos y fabricaciones de todo pelaje en lugar de tener la mirada puesta en el futuro: nuestra apuesta tendría que ser la modernidad pero el desmantelamiento de los usos de siempre nos resulta muy amenazante en tanto que lo asociamos a una pérdida de valores ancestrales que, encima, sacralizamos en el altar de una mexicanidad tan irrenunciable como inmune a las influencias del exterior.
En los hechos no es nada cierto que seamos tan irreductiblemente aztecas porque nos apresuramos a imitar como simios los giros de lenguaje del inglés y ya hemos adoptado también los bobos grititos de los yanquis para celebrar cualquier gansada (no escribimos wow, sin embargo, sino, cuando toca transcribir excitaciones y entusiasmos, el más perruno «guau»). Deglutimos alegremente hamburguesas y hot-dogs, entonamos canciones declaradamente ajenas a nuestra idiosincrasia y viajamos a Las Vegas (bueno, eso es hábito de politicastros encumbrados pero que valga también para ilustrar nuestro costumbrismo) a celebrar como dios manda las Fiestas Patrias.
Ah, pero cuando es asunto de adoptar medidas y emprender acciones para trasformar de veras el anquilosado entramado de lo público, ahí ya no somos nada complacientes y la tolerancia de los señores gobernantes se extingue en el instante mismo en que se aparece doña Iberdrola en el escenario o de que la energía que consume una planta de ensamblaje automotriz es producida a menor costo por extraños enemigos que profanan con su planta nuestro suelo.
De por sí cualquier emprendedor ilusionado con abrir un pequeño negocio debía ya, desde siempre, vivir una pesadilla de trámites burocráticos, pagar sobornos a los inspectores uniformados por papá Gobierno y someterse a las más absurdas reglamentaciones. Pero la embestida del Estado para dificultar la creación de riqueza ya no se circunscribe al ámbito de la economía doméstica sino que ahora la gran cruzada, aderezada del consabido discurso nacionalista, se dirige a apartar a los grandes inversores de fuera, a los que han venido a estos pagos a instalar parques eólicos y granjas solares. También han sido afectados los de casa, desde luego, porque en un país de patriotas certificados los grandes monopolios públicos no deben permitir que los recursos estratégicos de la nación caigan en manos de codiciosos capitalistas.
Ésa es nuestra receta, ése es nuestro modelo patentado. Y así nos va…
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