Desde San Luis
Arriba de la puerta principal, en letras grandes blancas, con volumen, se lee WEYE. Es la palabra que ancestralmente en comunidades mapuches se usó para nombrar a quien no se define ni como varón ni como mujer. WEYE es el nombre de la casa trans, abierta en la ciudad de San Luis por el gobierno provincial, como parte de sus políticas de inclusión y promoción de derechos para ese colectivo: en donde antes había calabozos y la policía encerraba arbitrariamente a travestis y mujeres trans por “dudosa identidad”, funciona este espacio integral, de encuentro y contención en la capital puntana, que les ofrece desde un consultorio médico para niñeces y adolescencias trans hasta la posibilidad de terminar los estudios secundarios, participar de talleres, tener consejería para casos de violencia de género, una asesoría integral con enfoque de diversidad y una biblioteca y un archivo disidente.
–Yo estuve detenida acá cuando tenía 28 o 29 años –dice Flavia Andrea González, que ahora tiene 53. Se refiere al lugar donde estaban los calabozos y hoy hay oficinas administrativas. El lugar fue parte de una comisaría.
–Nos detenían en cualquier lado. Si vos accedías a lo que ellos querían, te largaban rápido. Si no, te dejaban encerrada –cuenta, en una ronda con una veintena de compañeras trans, de distintas edades.
–¿Y qué querían?
–Sexo oral.
Ahí, donde antes las humillaban y violentaban, hoy hay escritorios y trabajan compañeras trans. Flavia Andrea es una de las más grandes del grupo que concurre a WEYE.
–El lugar fue resignificado –cuenta a Página/12 Ayelén Mazzina, secretaria de Mujer, Diversidad e Identidad de la provincia. A partir de una propuesta de organizaciones LGBT, en una mesa que comparen con referentes del Estado, del gobierno y el INADI, se creó WEYE. Al lado está la comisaría del Menor y detrás se está terminando una de la Mujer.
–Ahora somos vecinas –dice Karla Heredia, para enfatizar como las ven en el barrio.
Y agrega:
–Que nosotras podamos acceder a eso tan básico que es cobrar con tarjeta de débito, te hace parar distinto. La gente cuando vos vas a comprar algo, te mira raro, pero sacas la tarjetita y ya es otra cosa. Y una se para en la vida de otra manera. Ya nadie nos puede pasar por encima. Somos parte del sistema. Estamos incluidas.
Karla es parte de Transgresorxs, acción y efecto del activismo trasnfeminista. Desde los 17 hasta los 37 años fue “trabajadora sexual, por obligación” –dice– porque no lograba ganarse la vida de otra forma. Ahora Karla tiene 40 años. Y pudo dejar la calle, como muchas integrantes del colectivo trans puntano, a partir de lograr su ingreso en el Programa de Inclusión laboral de la provincia, que les permite una entrada –de unos 30 mil pesos—por cuatro horas de trabajo, que puede ser de maestranza, administrativo u otras tareas. Así dejó la prostitución. Como no le alcanzaba con ese dinero, también trabajó como peluquera a domicilio y pudo hacer una capacitación en depilación láser que ofreció el municipio de San Luis, y sumar ese oficio. Ahora es jefa de Adulteces de la Diversidad Sexual y Género de la provincia.
Dejó la secundaria, por la discriminación que sufría.
–En el colegio me decían puto, mariquita, maricón, manito quebrada, muñeca quebrada, un montón de calificativos re discriminatorios de parte de mis compañeros. Y ahora que soy grande me doy cuenta de la violencia institucional que sufrí porque mis profesores, recuerdo me llamaban atención por mi comportamiento, por la manera de expresarse de una y encima te retaban o llamaban a tus padres y todo eso.
También es de la provincia de Mendoza, como Flavia Andrea. Y se alejó de su familia –como muchas de ellas—al empezar a transicionar, porque sentía que en su comunidad no podía ser ella. Karla llegó a San Luis después de ejercer la prostitución en Puerto Madríyn y en otras ciudadas, con el sistema de plazas, por el cual iban cambiando de burdel, llevadas por un proxeneta.
Es una de las cinco personas trans con cargo de funcionaria en San Luis. La provincia tiene además, un programa de Reparación Histórica para adulteces, por el cual reciben una pensión, como forma de reparar la exclusión y las violencias institucionales que vivieron por ser travestis y trans en el país. Ya lo reciben 14 y a fines de este mes estaba previsto incorporar a una decena más, cuenta Mezzina. La Reparación Histórica es un reclamo del colectivo trans en el Congreso.
Dignas
Es viernes, y la tarde está gris y muy fría. Para el día siguiente, hay pronóstico de nieve en la ciudad. Adentro la temperatura es agradable. Se siente la calefacción y el clima de festejos: WEYE celebra su segundo aniversario.
La tertulia es alrededor de una mesa amplia en uno de los salones. Hay café y una torta que ya se empezó a repartir. Más temprano, al almuerzo, hicieron choripanes. Las paredes, de blanco inmaculado, están adornadas con ramilletes de globos de colores. Todo luce como recién pintado. En los patios internos hay bellos murales, con semblantes de activistas trava emblemáticas –que ya no están– como Lohana Berkins y Diana Sacayan. En los ventanales hay pegadas mariposas gigantes, símbolo de la transición de las personas trans.
El tema que se comenta alrededor de la mesa es la dignidad que les ha dado la posibilidad de tener un trabajo formal, con obra social y todo. Muchas de las presentes tienen un ingreso del gobierno provincial o en el municipio, a través de distintos programas.
Hacer un Excel
Junto al mostrador de la entrada de WEYE, se lee una frase del activista gay pionero en el país Carlos Jáuregui. “En una sociedad que nos educa para la vergüenza, el orgullo es una repuesta política”. La biblioteca y archivo disidente lleva su nombre. Un mural con su rostro, en una de sus paredes junto a los libros, lo homenajea.
Al frente de WEYE, está la comunicadora trans Maia López. Tiene 30 años. También ella se ganó la vida durante muchos años con la prostitución. Antes de ocupar esta función pública, pudo acceder a un sueldo también a través del programa Inclusión de la provincia, y estuvo a cargo del área de prensa de la Secretaría de Mujer, Diversidad e Igualdad. Hizo tres años de la carrera de Periodismo en la Universidad Nacional de San Luis. Tiene que retomar, dice.
Entre las actividades que ofrece WEYE, cuenta, una es la posibilidad de terminar los estudios secundarios.
–La primera encuesta a la población trans de la provincia que se hizo en 2019 encontró que 8 de cada diez no había terminado el secundario. Hace más de un año tenemos la Escuela Transformar, un proyecto educativo digital, adaptado a la trayectoria de vida de las personas travestis y trans, para la finalización de estudios para adulteces, que lo desarrollan profesionales de la Universidad de La Punta –cuenta Maia.
Arrancaron 8 alumnas y ahora son cinco, de entre 30 y 45 años.
Flavia es una de las que dejó porque –apunta—no pudo acceder a sus certificados educativos en la escuela donde cursó en Mendoza, su provincia de origen. Tiene hecho hasta segundo año. Los mandó pedir pero no logran ubicarlos. De todas formas, le gusta ir a WEYE “para encontrarme con otras compañeras”.
Entre las alumnas está Victoria Olivares. Empezó las clases hace siete meses.
Tiene 31 años. Nació en Villa de la Quebrada, un pueblo muy religioso de la provincia donde, cuenta, también sufrió mucha discriminación.
–A los 16 años empecé a transicionar. Me vine a San Luis capital. Conocí a una chica trans trabajando en la calle…
Hace ocho o diez años dejó la prostitución. Estuvo con un “plan social” en la Secretaría de Mujer, Diversidad e Igualdad, y ahora es empleada administrativa en WEYE. También trabajó en una fábrica. Es la coordinadora de la filial de ATTTA en San Luis, la Asociación de Travestis Transexuales y Transgéneros de Argentina. Flavia Andrea también es parte de esa ONG.
–No sabés lo feliz que me puse cuando aprendí a hacer una planilla de Excel –dice Victoria.
Una vez que termine el secundario le gustaría seguir estudiando: duda entre Psicología Social y Trabajo Social. Ya verá.
De niñeces y adulteces trans
Flavia Andrea recibe una pensión no contributiva y quiere seguir trabajando. Ha sido niñera, empleada en casas particulares, en una farmacia, en un supermercado. Su pareja es empleado municipal.
—Nunca trabajé en una esquina –dice.
También dice que en la época de la híper-inflación durante el gobierno de Raúl Alfonsín, vivía en Neuquén con su compañero –que falleció hace 11 años—y se vio obligada a ejercer la prostitución.
–Me costaba horrores. Fue algo traumático. Pero estábamos sonados de hambre con mi pareja –recuerda.
En la ronda se habla también de los problemas de salud que tienen compañeras que se han inyectado aceite de avión o silicona líquida para su transición, sustancias tóxicas para el cuerpo, que migran de los pechos o los glúteos a otras zonas. Y les generan infecciones, dolores intensos. No hay profesionales médicos especializados para tratarlas, dicen. Muchas que han pasado por esa experiencia tienen las piernas arruinadas.
No es el caso de Flavia, pero ella tuvo otros problemas en la atención médica en el camino de su transición: se sometió a cinco cirugías, con mala praxis, que le causaron mucho daño, al intentar una readecuación en sus genitales. Le hicieron injertos que tampoco funcionaron. La pasó feo, dice. Andaba con sondas y una bolsita para poder hacer pis. Recién hace tres años en el hospital de San Luis le hicieron una vaginoplastia, y ahora está bien con eso.
–Si nosotras hubiéramos tenidos la posibilidad de un consultorio para niñeces y adolescencias trans, que distinto hubiera sido. Se celebra con mucha felicidad que tengan un lugar donde empezar su transición sin intervenir su cuerpo con cosas que no son prescriptas por un médico –comentan Karla.
Cuentan que se emocionan al ver a familias acompañando a niñes trans al consultorio que funciona los martes. Tiene en la puerta el nombre de Azul Montoro, una joven trans puntana, que fue víctima de un transfemicidio en Córdoba, en 2017. Dos años después, su asesino fue condenado a perpetua. Azul tenía 26 años.
En el relevamiento que hizo la Secretaría de Mujer, Diversidad e Igualdad en 2019, se encuestó a 88 personas trans, pero estiman que en la provincia viven alrededor de doscientas. Un 43 por ciento tiene empleo público, apunta Ayelén Mezzina. En la encuesta se corrobora un dato conocido: la expectativa de vida de las personas trans es inferior a la del resto de la población. Entre las encuestadas, apenas cuatro superaban los 53 años. “Se comprende esto en el marco de las vulnerabilidades que atraviesan en sus vidas”, dice el informe de la encuesta.
Del estigma a la inclusión real
Varias van a los talleres que se ofrecen en WEYE. Tiziana Herrera, también trans, da uno de folklore. Maia cuenta que están ensayando para ser parte de la varieté del 35° Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales, No Binaries e Intersexuales que se hace en octubre en la capital puntana.
Los talleres en WEYE son abiertos a la comunidad. Hay otro de tango. La semana próxima arranca uno de artivismo, que lo va a dar Lucerito, otra compañera trans que trabaja en la Municipalidad. También se han hecho talleres de una jornada, de empoderamiento, sobre derechos; otros sobre adulteces trans, y sobre adolescencias y juventudes trans. En la reunión la más joven tiene 26 años.
Karla está en pareja con María José, mujer trans, su compañera de vida.
—También somos lesbianas las mujeres trans –dice, y se ríe– Que podamos acceder al trabajo dignifica a las personas travestis, trans, a las disidencias, tantos años de derechos negados… tiene un valor extra más allá de una obra social, de un aporte jubilatorio, que es sumamente importante, también nos atraviesa de una manera profunda, interna. Para nosotras que siempre estuvimos estigmatizadas y para la gente que hasta el día de hoy, algunas dicen, sirven para prostituirse, no señora… También sentimos una sensación dignificante, una se siente parte del sistema, incluida, ahí empieza la inserción real de las personas.
Maia cuenta que el fin de semana fue a bailar a un boliche, donde los shows están a cargo de mujeres trans y transformistas. “Pensar que a mi muchas veces no me dejaban entrar o me sacaban de boliches por ser trans”, recuerda. Otro cambio de época: Cuando se cumplieron los diez años de la Ley de Identidad de Género, desde la Secretaría organizaron un conversatorio en la sala teatral “Berta Vidal de Battini”: Diez años, diez voces, fue la convocatoria. Expusieron compañeras trans. En el público estaban integrantes de la cúpula de la policía provincial, dice Maia.
Antes las llevaban detenidas. Ahora, las escuchan.
La Ley de Identidad de Género y el camino de inclusión laboral les cambiaron el presente. Seguramente, el futuro.