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Una voz angelical, una sonrisa sincera y un alma de bailarina que vuela libre. Charo Rodríguez aceptó la concejalía de deportes con más ganas que miedos, aunque no olvida el vértigo que le dio cruzarse al lado de la gestión deportiva. La conquense con raíces madrileñas cuenta con un pasado deportivo más que avalado por la danza y la música.
Su primera vez en el mundo del baile fue un recuerdo para el olvido que le gusta evocar de vez en cuando: “En realidad, soy una bailarina de ballet frustrada. Mis padres me apuntaron a los 4 años porque les insistí, pero el primer día no vino la profesora, estaba lloviendo y nos quedamos en la calle. Mi padre se enfadó y me quitó de ballet. Muchos años después me apunté a ballet para adultos, formándome como base para el resto de las danzas. Era la ilusión de mi vida, pero seguí bailando por las esquinas”.
Con 15 años se subió al escenario para aprender flamenco y sevillanas y allí se quedó por siempre jamás. Tras los bailes típicos españoles llegaron los bailes de salón y con él las ganas de explorar un mundo extenso que todavía no ha terminado de descubrir: “Mi hermana fue la que me regaló mi primer curso de bailes de salón. Es un campo muy amplio, no acabaré nunca de formarme. A veces digo que tengo que hacer más cursos porque no todo el mundo sabe bailar rock, tango o vals. Reconozco que me gusta lo diferente, cuanto más minoritario sea el estilo más me estimula”.
En Madrid se formó en tantos tipos de danza como pudo: danzas árabes y orientales, chinas, renacentistas, históricas, de la Polinesia, de la India… “De ahí hilé con la parte de deporte con base musical. En aquella época era el aeróbic, spinning, step… Mi deporte siempre ha ido ligado a la música”. Todo ello lo consiguió al mismo tiempo que sacó sus estudios de Ciencias Económicas y Empresariales con unos resultados académicos admirables y a la par que continuaba creciendo como bailarina se especializó en derecho fiscal, laboral y tributario.
El punto de inflexión de su carrera deportiva no tardaría mucho en llegar: “Empecé a pensar que todo aquello que yo aprendía quería transmitirlo. Necesitaba que todo lo que yo disfrutaba la gente lo compartiera y me empecé a formar como profesor”. Realizó cursos innumerables, dedicando horas incontables y adquiriendo conocimientos imprescindibles para no ser una simple profesora, sino convertirse en “Charo, la de baile”.
Incluso estudió metodología y didáctica del baile antes de lanzarse a su primera clase. Aquella la recuerda con la ilusión e incertidumbre de una niña que se lanza al abismo hace ya más de 20 años: “Fui a la Casa de la Juventud, les presenté mi proyecto y solo me dieron libre los miércoles por la mañana. Me venía desde Madrid para dar clases de bailes de salón. Al principio solo tenía tres alumnos (2 amigas y otro chico), pero yo quería coger tablas”. Pronto se dio cuenta de que tenía un don para bailar y un ángel para enseñar. En pocos meses la agenda se le llenó de clases por toda la provincia: “A mí venir a mi ciudad a dar clases me daba la vida, no me la quitaba”.
Cada día recorría Cuenca y sus pueblos y continuaba añadiendo adeptos a sus clases: “Quienes más me han marcado el camino han sido mis alumnos. Yo les ensañaba baile, pero ellos a mí vida”. Lo que Charo no sabía es que la misma vida que ella recibía también conseguía proyectarla en forma de danza.
Así, tan solo un año después de empezar a dar clases, comenzó a realizar el programa de verano de ocio para jóvenes “Esta noche toca”. En 2001 decidió aceptar el reto de dirigir la Escuela Municipal de baile en Cuenca y poco a poco comenzó a crear una cantera de bailarines que cada año era más amplia y más rica: “Primero saqué bailes de salón, luego danza oriental y después zumba. Hasta aquí seguí hasta que cogí la concejalía y lo tuve que dejar. Reconozco que en tema de clases de baile siempre me ha ido muy bien”.
En las escuelas ha organizado actuaciones de más de 200 personas en el auditorio: “Creo que desde este sitio hay que dar voz y lugar a personas que no estarían nunca en una compañía de baile”. Fue en la Escuela Municipal donde se dio cuenta de que el baile y su carisma sumaban uno a favor de la función social de la actividad física: “Me daba cuenta de que el baile también era una cuestión de salud y terapia. Venía gente enferma y me decía que su hora de felicidad de la semana era su clase de gimnasia”.
Evoca con especial cariño y con los ojos vidriosos a sus alumnas enfermas de cáncer y las lecciones de vida que recibía a diario de cada una de ellas: “Me decían que les daba la vida el ratito en el que venían a bailar porque se obligaban a vestirse y a arreglarse. Maduré que el deporte es como una lección psicológica, más que un ratito de esparcimiento. Es un trabajo físico y psicológico que funciona”. Fue entonces cuando empezó a colaborar con diversas instituciones benéficas.
Con la Asociación Española Contra el Cáncer ha trabajado mano a mano. Con sus alumnas enfermas realizó incluso un baile en el puente de San Pablo, paralizando durante unos minutos esta vena turística conquense para convertir en protagonistas a las musas que inspiraron esta iniciativa: “Juntamos unas 70 personas y estas mujeres llevaban un traje distinto para que resaltaran”. Pero la pandemia caprichosa les obligó a hacer un alto en el camino: “Hicimos online, pero esta labor tiene una parte personal que no se puede cubrir”.
A su memoria llega en forma de aprendizaje inolvidable una anécdota que cambió su mirada hacia el mundo: Cuando una alumna enferma llegó a clase le comentó que se había tenido que poner la peluca, motivo por el que había entrado tarde. Pero no quería perder su clase por nada del mundo. Y Charo, con cristales clavados en los ojos, recuerda que aquello le afligió más de lo que pensaba: “No le das valor a lo que consigues dando una clase. Ella decía que esta era su terapia de la semana. Ellas me dicen siempre que yo les ayudo mucho, pero la que gano aquí soy yo, aprendo. Es maravilloso trabajar con ellas».
Tampoco ha dudado en ponerse el traje violeta para luchar contra la violencia de género. Todas estas hazañas le ayudaron a crear su propia disciplina: “Bailando la vida”: A la parte de alto impacto en el deporte con música le unía una segunda pieza de relajación con técnicas de yoga y pilates. ·»Empecé a trabajar con gente que quizás no se acercaría a un polideportivo por su situación personal”.
Se ha embarcado en otras aventuras: “embarazadas, tercerda edad, discapacidad… Todo lo que fuera diferente y ayudar a la gente de otra manera me llama la atención”. No ha dicho que no a otras escuelas, como la de Fitness. Allí ha realizado gimnasia de mantenimiento y gerontogimnasia. De aquí se ha llevado la energía, la sabiduría y la constancia de las personas mayores, gente con una historia de vida que ha dejado huella en Charo.
Y es que la danza ha sido su mejor aliada para impartir y recibir terapia: “En momentos muy difíciles de mi vida el baile me ha ayudado mucho. Por eso lo comparto. A mí la danza me sube la energía, la autoestima… “. Qué mejor manera que aunar tu ciudad favorita con tu disciplina predilecta: “Cuenca es un gimnasio natural, te pide salir a la calle. Desde la pandemia no he vuelto a dar clases en interior. Este verano estamos haciendo fitness en los parques. El entorno nos ayuda. Ahora viene el Tour Universo Mujer y nos dicen que no han encontrado un entusiasmo como este como en Cuenca, tanto por la ciudad como por los clubs. Es la ciudad más pequeña a la que van a ir y la que mejor les ha acogido”.
EL RETO DE LA CONCEJALÍA
Y de repente, cuando crees que tu vida ha dejado de dar giros radicales, llega el destino y te tiende un puente hacia el otro lado del deporte. Charo dejó las pistas para actuar desde los despachos, intentando cambiar el orden ahora con la sartén por el mango. “Con la concejalía he tenido que parar un poco, pero mantengo a mis chicas de la Asociación del Cáncer y dos horas con un grupo que ya son amigas. Hay días que salgo de casa cansada del trabajo, pero llego y desconecto, me da la vida”.
Para Charo, trabajar el deporte en Cuenca es un regalo. Pese a las vicisitudes del camino, los altibajos y las coyunturas a las que se enfrente día a día no pierde la ilusión, mucho menos la sonrisa: “Me conocía mucha gente y me dijeron que me pasara a la parte de gestión. Nunca me lo había planteado, pero hay cosas que se me escapaban y pese a pensarlo mucho lo cogí porque hay que intentar mejorar las cosas siempre. Por eso di el paso hacia el otro lado”.
Como profesora se quejaba de las carencias, ahora como concejala intenta mejorar la situación del deporte en Cuenca siempre que puede. “Cuando me lo ofrecieron no podía decir que no a intentar cambiar lo que no me gusta. Estoy aprendiendo de otros deportes que no conocía”.
Entre semana trabaja para dar pasos al frente y los fines de semana se traslada a los campos para comprobar esas mejoras y, sobre todo, disfrutar del deporte conquense: el auge del atletismo, los triunfos del fútbol y baloncesto femeninos, los buenos resultados del voleibol y el fútbol sala, las victorias agónicas del balonmano esta temporada…
Incluso tiene pendiente aprender a jugar al villar y a los bolos conquenses este verano. “Sé que no es fácil y son muchas horas y quebraderos de cabeza, pero los clubs de Cuenca son una maravilla. Emplean mucho tiempo en sacar adelante sus equipos incluso aunque tengan otros trabajos. Se merecen que les apoyemos”.
Aunque lo que más le emociona es ir a los actos deportivos y que la sigan conociendo como “Charo, la de baile”. La misma Charo que ha hecho de la vida una coreografía cargada de energía, de positividad, de valores buenos, de movimientos nuevos y, sobre todo, de sonrisas que siguen transmitiendo el amor que esta conquense tiene por su ciudad, el deporte y el arte de danzar al son de la música.
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