“Todo el arte debería ser arte climático, de lo contrario dentro de treinta años todo el arte será sobre el dolor”. La declaración de intenciones de una conferencia climática en Estados Unidos en el 2019 es una realidad en el 2022, tanto en lo que se refiere a la evidencia del clima como en su repercusión en el mundo del arte: ahora mismo centenares de creadores de todo el planeta dan forma a esta preocupación, mientras los museos y centros expositivos programan sin cesar muestras al respecto, actualmente en Londres la tradicional gran exposición del verano de la Royal Academy se titula simplemente Climate ; en París, en el Palais de Tokyo, Réclamer la Terre, mientras en el neoyorquino museo de Brooklyn se presenta Climate in crisis: Enviromental change in indigenous Americas ; incluso han aparecido en varias universidades los estudios críticos sobre el arte climático como disciplina.
Sí, el arte se ha llenado de términos como Holoceno, Antropoceno, Novaceno, Aeroceno, Tecnoceno, Simbioceno y otros enos , porque, como señaló la comisaria de Climate, Alison Wilding, “es el gran tema que lo abarca todo”. Lo abarca todo, efectivamente, pero el objetivo es que este arte del clima sea, valga la redundancia, efectivo, es decir, que contribuya si no a su solución, sí a la difusión de esta emergencia, y que lo consiga eso ya es otra cuestión. El llamado arte climático está directamente conectado con el Land Art, una tendencia que utiliza la naturaleza como escenario y material para sus creaciones, pero su ambición va mucho más allá y también lo van sus medios, entre los que destacan las instalaciones, el vídeo, la fotografía y proyectos directamente vinculados al activismo. y a la comunidad.
Artistas que dejan huella (no de carbono)
Desde instalaciones a realidad virtual
1
Olafur Eliasson. De su obra, centrada en el cambio climático, destaca Ice watch, para la que hizo transportar doce grandes bloques de hielo desde Groenlandia a Copenhague, París y Londres, y los hizo situar siguiendo las horas de un reloj en lugares tan céntricos como el Panteón o la Tate Modern. El público podía acercarse, tocarlas y asistir a su desaparición a medida que se iban fundiendo.
2
David Buckland. Reunió a un grupo de artistas y escritores, incluidos Ian McEwan y Rachel Whiteread y llevarlos al Ártico en una serie de expediciones, que se iniciaron en el 2003 y donde desarrolló sus Ice texts, unos periplos a bordo en algunos casos de buques noruegos de más de cien años; además, es el creador y director del proyecto Cape Farewell, que promueve iniciativas vinculadas con las emisiones de carbono.
3
Makoto Azuma. Su proyecto Exobiotanica, iniciado en el 2014, consistía en enviar al espacio un bonsái de pino blanco de 50 años y un ramo compuesto por diferentes plantas, a 30.000 metros de altura, lanzados por un globo especialmente equipado. Mientras ambos objetos rodeaban la Tierra, cámaras de gran resolución capturaban una imagen cada segundo, creando 12.000 piezas de arte del vuelo.
4
Pekka Niittyvirta y Timo Aho. Los finlandeses muestran en Lines (57° 59’ N, 7°16’W hasta dónde llegarían las aguas en un pueblo costero de las Hébridas si no se detiene el calentamiento, utilizando una línea de luces LED.
Aunque dio sus primeros pasos en la década de los 60 del pasado siglo, ha sido en este cuando se ha entronizado como la “gran tendencia del arte”, tal como lo establecía el pasado año el influyente magazine Artland , y desde hace una decena de años, el arte del clima ha ido impregnando desde festivales a ferias y ha dado lugar a un cuerpo teórico ya presente en Wikipedia, lo que dice bastante de su generalización: ¿qué es arte climático? ¿tiene sentido o, dicho de otra forma, capacidad para influir en los espectadores y sus actitudes?
Con motivo de la celebración de la Cumbre del Clima en París en el 2015, se creó el grupo Artists 4 Paris Climate 2015, partiendo de que “los artistas visuales tienen el poder de crear metáforas que pueden abrir los ojos de la opinión pública a través de experiencias y emociones. Esto es lo que el arte puede hacer por la ciencia”.
Un ejemplo muy claro de lo que “el arte puede hacer por la ciencia” fue el proyecto +1,5º C Lo Cambia Todo, llevado a cabo por el Museo del Prado y el WWF, el Fondo Mundial para la Naturaleza, en diciembre del 2019 coincidiendo con la celebración de la Cumbre del Clima en Madrid. El objetivo era alertar sobre cómo sería el planeta si aumentara su temperatura solo 1,5 grados, el punto de inflexión que establecen los científicos para evitar consecuencias catastróficas imprevisibles.
Para ello, se seleccionaron cuatro obras célebres, Felipe IV a caballo de Velázquez, Los niños en la playa de Joaquín Sorolla, El paso de la laguna Estigia de Patinir, y El quitasol de Goya, y se realizó un montaje fotográfico para mostrar cómo les hubieran afectado esos 1,5 grados más: una laguna totalmente seca, la playa llena de peces muertos, la pareja del Quitasol en un campo de refugiados y Felipe IV y su caballo casi engullidos por las aguas de una inundación.
La campaña estaba muy bien resuelta desde el punto de vista gráfico y también emocional, que es a lo que se aspira. En el 2015, también con motivo de la cumbre de París, dos estudiosos del comportamiento, Laura Kim Sommer y Christian A. Klöckner, analizaron las reacciones de los visitantes de la muestra sobre cambio climático producida para la ocasión, con el objetivo de comprobar si los trabajos expuestos inducían a cambios en los comportamientos.
Sus resultados, publicados en un estudio seminal en la revista Psychology of Aesthetics, Creativity and the Arts , identificaban cuatro categorías: 1. Obras de “utopías reconfortantes”, que visualizaban un futuro mejor. Generaban poca reflexión y conciencia. 2. Obras de la “distopía desafiante”, provocan emociones negativas pero no una reflexión sobre nuestro papel en ellas. 3. Obras de la “mitología mediocre”, que ni provocan impacto ni mueven a la reflexión, y 4. Obras de la “solución increíble”, trabajos sobre la naturaleza que proponen soluciones a los problemas medioambientales, dejan al visitante esperanzado y consciente de su propio papel.
¿Sólo una tendencia?
Existe el riesgo de que el arte del cambio climático se convierta en un cajón de sastre o un pseudofestival
Porque existe el riesgo de convertir el arte climático en una especie de festival infantil, o mera realidad inmersiva, o, en el otro extremo, en un discurso de datos y cifras incomprensible para el gran público. Como señalaba con británica ironía el crítico de The Guardian Jonathan Jones sobre la exposición actual de la Royal Academy, “la situación de la Tierra es desesperada, pero eso no significa que los artistas tengan necesariamente algo que decir al respecto”. Otros críticos han destacado la paradoja de que algunas de estas instalaciones generan una huella de carbono importante en un sistema artístico que se caracteriza por las ferias, bienales y actividades en diferentes lugares del mundo, con lo que ello implica de desplazamientos y demás facturas ecológicas. Por ello destaca la iniciativa de Gallery Climate Coalition, que intenta reducir el impacto ambiental de la industria del arte; así, ofrece a los miembros un medio para calcular sus emisiones y les pide que se comprometan a reducir al menos el 50 % para el 2030.
¿Qué puede hacer el arte por el clima? Una pregunta que se planteaba hace solo un par de meses la historiadora del arte Zoë Lescaze en The New York Times. Quizás la respuesta más interesante, y la que más haría por el planeta, sería reducir su propias emisiones. Un ejemplo que aportaba era el pintor Gary Hume, quien pidió a su galerista que investigara las emisiones asociadas con el envío de sus obras de Londres a Nueva York para una muestra; el resultado fue que el transporte marítimo las reducía en un 96 por ciento en relación con el avión. Otro ejemplo, más adelantado a su tiempo, fue el de la artista catalana Eulàlia Valldosera, quien no se desplazó a la Bienal de la Antártida en el 2017, sino que envió su obra, unos archivos de audio, para el encuentro.
Posiblemente por todo ello la tendencia actual es a los proyectos que se materializan en actuaciones concretas, y a trabajar con las comunidades próximas, de forma que se pueda incidir directamente en ellas.