Con una puesta que siembra interrogantes y convoca a la participación del espectador desde el arte, la ciencia, la literatura y la filosofía, el artista Pablo Bernasconi explora el concepto del infinito con material didáctico, interactivo y artefactos que juegan con lo absurdo, lo lúdico y lo humorístico, en una exhibición que podrá visitarse hasta el 9 de octubre en el Centro Cultural de la Ciencia (C3).
“El infinito”, una muestra surgida del libro homónimo del autor, reúne 30 obras acompañadas de textos de divulgación científica que se abren a distintos significados, activan los sentidos y juegan a fondo con la imaginación, dando cabida a la literatura a través de pensamientos y reflexiones de Jorge Luis Borges, Alejandra Pizarnik, Franz Kafka o Clarice Lispector en torno al tiempo, el espacio, la inmensidad, la pequeñez y hasta la misma muerte.
Un unicornio blanco emergiendo de una pared, el ojo de un artista representado con cientos de bases de lápices de distintos colores y cables que penden del techo buscando conectar sitios hacia donde se extienden los puntos del infinito, componen esta muestra que Bernasconi define en diálogo con Télam como “un experimento que involucra al poder terapéutico y comunicacional de la poesía, en forma de metáfora”.
“Busqué un tema que desafíe todos los preceptos que la humanidad conoce, y de ahí surgió ‘El Infinito’. Tanto el libro como la muestra intentan abarcar los confines conceptuales de este universo desde la metáfora y la retórica para fundamentar lo inexplicable, lo inasible, dándole escala humana y apelando a la poesía visual y escrita. Estoy seguro de que la imaginación como vehículo, motoriza el interés aún tratando conceptos de altísima complejidad, por eso el impacto es mucho más heterogéneo y expansivo. Contrapone la soberbia del intelecto, frente al bálsamo de la poesía. Nadie queda afuera”, afirma el artista.
La intención primaria de la exposición es “unir contenidos complejos con respuestas originales y artísticas, e integrarlas a la mayor cantidad de personas”, explica. Y acota: “Mi impresión es que esta consigna asegura una experiencia que podría cambiar ciertas percepciones y expandir algunas realidades. Alquimia pura”.
Para Bernasconi “es imposible acercarse a la idea de infinito, y salir indemne, sin apelar al absurdo o al humor. Tomarse demasiado en serio una pregunta de la que no vamos a encontrar nunca la respuesta puede ser angustiante y tortuoso. Hablar del Infinito supone un choque directo con nuestro intelecto, porque entramos en el universo de las paradojas”.
“Supongo que, por otro lado, existe algo de mi impersonalidad que me impulsa a intentar sostener el absurdo como aglutinante discursivo. No por nada, al inicio de la muestra, coloqué un retrato de Frank Zappa diciendo ‘Todo el universo es una gran broma'”, acota.
Como la frase disparadora del músico estadounidense, la muestra reúne pensamientos de científicos, y escritores sobre la naturaleza y la condición humana, que pueden leerse como las infinitas formas del ser y sentir y las inabarcables formas del universo. “Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio infinito”, de William Shakespeare, es una de esas frases.
“Hay dos cosas que son infinitas, el universo y la estupidez humana; de la primera no estoy muy seguro”, dispara punzante Albert Einstein; mientras que Isaac Newton afirma recurriendo a la metáfora “Lo que sabemos es una gota de agua, lo que ignoramos el océano”.
La evocación del laberinto como sinónimo del infinito evoca en la muestra la figura de Jorge Luis Borges, cuya literatura toma como tópico este elemento, con la idea, en algunos casos del castigo de perderse, pero también lo relaciona con la inmensidad. “Pensé en un laberinto de laberintos, en un sinuoso laberinto creciente que abarca el pasado y el porvenir y que implicará de algún modo a los astros”. Este pensamiento, aparece con la tierna caricatura de un Borges ilustrado en un collage, que lleva alas a la altura de las sienes y el símbolo del infinito con una cinta roja en la boca.
“Partimos de la premisa de que la exhibición permite múltiples lecturas y que cada visitante construirá significados a partir de sus conocimientos, intereses y experiencias previas. La poesía propone un acercamiento a escala humana; nos aleja de la soberbia y resuelve de modo amable una pregunta inasible. La metáfora es un ejemplo contundente de humildad y consideración, desde el momento en que está dedicada a la inteligencia del otro, del lector”, agrega Bernasconi, hijo de científicos.
“Lo artístico está en el gesto de tomar un objeto, sacarlo de un lugar y ponerlo en otro, lo que permite al espectador cargarlo de otros sentidos relacionados con distintas maneras de mirar el mundo”, explica por su parte a Télam Florencia Langarica, coordinadora general del C3 en una recorrida por la muestra y en referencia a un retrato de Isaac Newton -autor de la ley de gravedad- impactado por una manzana en el medio de su rostro.
La imagen “lleva a pensar en la manzana, en ese acontecimiento fortuito que detona la ley de la gravedad, pero tenemos el retrato de una persona que además es una eminencia, una celebridad, con una manzana en la cara, lo que nos remite también a obras del belga René Magritte”, dice Langarica sobre el artista que pretendía con su trabajo cambiar la percepción precondicionada de la realidad y forzar al espectador a hacerse hipersensitivo.
Lo absurdo se mete de lleno en la exhibición a partir de “objetos cotidianos que sacados de su uso tradicional pero combinados entre sí generan efectos contradictorios, inquietantes y también humorísticos, siempre con un guiño al público”, dice la curadora.
Una cola de pescado que penetra en un espejo, partes de sillas incrustadas en las paredes concitan humor pero también generan interrogantes y desorientación para el observador. La cabeza del pescado al estar ausente, convoca la idea de que ha penetrado en otra dimensión del universo, del infinito que el artista busca representar.
Un cucharón enorme, pero con una rejilla en el medio, que evoca el concepto de los agujeros negros, trabaja con la idea de lo contradictorio, ya que si bien el cucharón está destinado a contener líquido, el hecho de que tenga una rejilla lleva a pensar que ese líquido que contiene se perderá a través de la rejilla, señala Langarica.
“Es interesante pensar que la ciencia y el arte que pertenecen a esferas muy distintas -porque la ciencia busca certezas y el arte las desestabiliza- combinadas entre sí dan explicaciones sobre el mundo totalmente distintas”, reflexiona durante la recorrida Silvia Alderoqui, coordinadora de programa para Públicos del C3.
La exhibición
La muestra que le llevó al autor tres años de trabajo, cuenta además con “artefactos que suponen un portal, una entrada, una interpretación artística de un concepto científico complejo, que además está fundamentado en paneles que acompañan la instalación” explica Bernasconi y agrega: “Lo que hice fue convertirme en un traductor, un medio. Por eso la dualidad ciencia-arte se verifica aquí de forma directa. Para eso, conté con el acompañamiento académico de profesionales del Instituto Balseiro, el Conicet, y la Universidad del Comahue. Así, el desarrollo teórico de conceptos complejos de, por ejemplo, astrofísica o física cuántica, se ilustran y complementan con lo que yo llamo artefactos metafóricos que expandan el entendimiento y la sensibilidad, siempre desde la mirada poética”.
Uno de esos artefactos está compuesto por las raíces de un árbol emergiendo de una pared que busca representar la materia y energía oscura -que integra el 96 por ciento del universo y no tiene representación en el plano de lo visible-. La sombra de las raíces del árbol remite a lo artístico, en las bellas imágenes que generan su sombra sobre una de las paredes.
En otro de los artefactos, se invita al espectador a sumergirse en una pared semicircular tapizada con rectángulos negros y blancos que tienen en las juntas puntos blancos, pero que al mirarlos se tornan negros, por una ilusión óptica que el ojo genera.
El joven físico y copiloto de la exhibición Alejandro Hacker explica que a partir de esta obra invitan a las personas “a que descubran los puntos negros, desde una metáfora que tiene que ver con la física cuántica y genera las preguntas: ¿El punto negro desaparece o existe aunque no lo vea? ¿Existe el mundo cuando no lo vemos? ¿Existe la luna de día cuando no la veo?”.
La muestra también juega con las escalas, y en algunos casos las representa con pequeñas imágenes de muñequitos instalados entre los rayos de una bicicleta o en el mango de un paraguas, que también invita a pensar en la perspectiva y la dimensión del universo, y un mundo hecho a medida del ser humano.
En ese juego de las dimensiones, sobre una de las paredes se despliegan imágenes de los planetas y se invita a determinar su dimensión, a partir del tamaño de una arveja y una cinta métrica.
En otro de los dispositivos que integran la muestra, se invita al espectador a vivir una experiencia auditiva y visual con una pantalla que proyecta el movimiento en círculo de una espiral al ritmo de un sonido que sube todo el tiempo, en representación de la paradoja de Shepard.
La muestra puede visitarse de viernes a domingos de 12 a 19, en el C3, ubicado en Godoy Cruz 2270, del barrio porteño de Palermo.