El gran matemático y filósofo inglés Alfred North Whitehead definió lo siguiente de una sociedad avanzada: Es una –dijo él– cuyos empresarios piensan grandemente en sus funciones.
Roberto Murray siempre pensó altamente en sus funciones. En la parte humana, en buscar consensos para que todos juntos resolviéramos las profundas heridas históricas que nos llevaron a las distintas crisis nacionales, y quizás la actual, la más profunda.
Nacido en una cuna de privilegio, fue un hombre sencillo, de mucha altura, de mucha humanidad, de un legado familiar de verdadera alcurnia, de tremendo aprecio y amor por su gente, y que –siguiendo el ejemplo de su abuelo y su padre– quiso dejar una huella de cómo mejorar el país que lo vio nacer. Seguro de sí mismo y sin el ego inflado por el poder, deja a su vez una huella y un vacío de un verdadero liderazgo, de respeto a los demás, especialmente a las personas más humildes. Un verdadero caballero, los que tuvimos el placer de conocerlo lo admirábamos por su humanidad, por su sencillez, su don de gente, y por el amor a su país.
Después de la Escuela Americana, su padre lo motivó a seguir estudiando en una escuela preparatoria Jesuita –muy rígida– en Washington, D. C.; obtuvo su licenciatura en Economía de la prestigiosa Universidad de Yale, seguido por una Maestría en Literatura de Middelbury College de Vermont en el campus de España, y luego su MBA de Harvard Business School. Pudiendo fácilmente vivir una vida profesional en Londres o Nueva York pero por sus raíces profundas en El Salvador decidió regresar a su país e ingresar al negocio familiar fundado por su abuelo, don Rafael Meza Ayau. Me hablaba mucho de la importancia de la sucesión y lo importante de formar nuevos líderes, especialmente en el sector empresarial. Discutíamos la necesidad de invertir en capital humano, de que la sobrepoblación de nuestro país era a su vez un reto pero también una oportunidad. “Mucho que hacer, Arnie”, me decía. Reconvirtió un patrimonio familiar de cien años en empresas modernas en hoteles, bienes y raíces, y centros comerciales en varios países de la región, todo bajo una visión y un plan muy definido de sucesión gerencial; generó miles de miles de empleos y el respeto que eso conlleva. Era un líder carismático, innato de aquellos que nacen cada cien o más años.
Viendo los retos que nos trajo el conflicto armado en los ochenta, fundó FUSADES, una organización sin fines de lucro cuyo objetivo era la investigación de temas económicos y sociales, y cómo mejorar la vida de la gente; incluso el logo es de un hombre alzados sus brazos así al futuro. Me hablaba mucho de la deuda social que aún tenía el país, y coincidíamos en la necesidad de invertir en educación, y en salud pública, en capital humano. Me invitó a formar parte de la segunda Junta Directiva y fundamos PROPEMI, programa dedicado al apoyo de la micro y pequeña empresa. “El sector informal genera más empleo que el sector formal”, me decía. Bobby deja un impresionante legado en otras organizaciones de sesgo y beneficio social, como FIS, FUNDEMAS, entre tantas otras. Compartía conmigo lo importante del desarrollo del emprendedurismo, especialmente de gente joven. Invitó a varios empresarios a apoyar el esfuerzo de Babson College de Boston, escuela de negocios que se enfoca en el estudio y el desarrollo del emprendedor. El emprendedor ve oportunidades y eso genera inversión y empleo. Al fin y al cabo, el emprendedor por excelencia fue su abuelo que quebró varias veces hasta triunfar, y por eso nombró su negocio: La Constancia.
Muchos hubiésemos querido que Bobby entrara a la política y llegara a la presidencia; hubiese sido un presidente de lujo que jamás ha tenido El Salvador. Pero por su sencillez, su seguridad en sí mismo no le interesaba el poder y decidió no aceptar las acoladas de tantos que deseábamos que corriera por la Presidencia de la República. ¡Qué pérdida para El Salvador!
A pesar de su avanzada enfermedad, recibía las llamadas de sus amigos, y estaba pronto a seguir apoyando nobles causas de beneficio y cambiar vidas.
Bobby personifica las palabras de la canción de Chabuca Granda: “Caballero de fina estampa; ¡caballero! ¡Caballero de fina estampa! ¡Un lucero!” Descansa en paz, Bobby, nos dejas un tremendo vacío pero un tremendo legado.
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