Esta entrevista encuentra disponible en papel en nuestra trimestral nº6.
La aparición de Leonor Watling (Madrid, 1975) en la cabecera de las manifestaciones de «No a la guerra» y que leyera el manifiesto junto a Almodóvar y Fernán Gómez daba a entender que la actriz y cantante de Marlango era toda una activista, pero no es el caso. Solo tomó partido en esa ocasión. De hecho, cuando nos encontramos, ya en invierno de 2013, estaba cansada de que le pidieran opiniones políticas. Le agobiaba que se esperase su opión sobre cualquier tema por el hecho de ser un rostro conocido. En esa charla, recordamos la época en la que el mundo del cine y el de la música, ambas eran industrias rentables e incluso en auge. En esa época, todo había empezado a cambiar. Incluso ella admitía que había dejado de ser el prototipo de actriz joven y atractiva de la que el cine es incapaz de prescindir.
Alguna vez has dicho que tu madre, británica, vivió en una Europa de libertades y liberación, mientras que tu padre, gaditano, sufrió la dictadura en España. La tuya era una familia de ciertos contrastes.
Se notaba la diferencia de edad entre ellos, pero también quién se había criado en la España de la dictadura y quién a caballo entre Londres y París. Pero tampoco puedo decir mucho porque no tengo en qué familias mirarme, con quién comparar. La generación de mi padre era muy consciente de la suerte que tenía cuando llegó la democracia. Me acuerdo de ir a votar y eso era un evento. Nos lo recordaba siempre, que no pudo hacerlo hasta que no tuvo treinta y tantos años. Estaba presente la alegría de estar en una democracia, aunque la mía no era una familia muy política. Tengo un hermano que sí se dedica a la política, pero desde una posición tranquila. En mi casa se valoraba el derecho a opinar. Y mi madre siempre ha estado un poco al margen de todo esto, siempre ha estado interesada por otras cosas, le han importado, porque es una mujer realista, pero estaba más pendiente de tener una familia.
En cuanto a los genes británicos, he tenido siempre problemas de códigos, en la infancia y en la adolescencia, que ahora me doy cuenta de que eran códigos culturales, cosas muy sutiles. Me pasa ahora por ejemplo cuando viajo a Latinoamérica, donde tienen la misma lengua que nosotros, pero veo que hay códigos que no son traducibles. Hay gestos, un sentido del humor que tú crees que entienden, pero a mí me decían que era muy cerrada, muy tímida, y yo no me veía así. Es porque mi sentido del humor es muy inglés, sin embargo, luego me voy a Inglaterra y me siento como un pez fuera del agua porque me he criado aquí. Y, otro ejemplo, encuentro que el ruido que hay en España es descomunal. Hay un volumen y una expresividad que no encuentras en Latinoamérica, donde son expresivos, pero no tan agresivos. En España somos muy secos y con mucho volumen.
De adolescente ibas a ver el «cine radical y más abstruso», ¿puedes darnos ejemplos?
Estaba en esa etapa en la que cuanto más incómodo sea el cine, sin palomitas ni nada, más me gustaba. Pero ahora estoy en el otro polo. ¿Qué veía? Soy muy mala con los nombres, fechas y todo. Cosa que está muy bien para cuando te confían secretos y te dicen que no los cuentes. No hay problema, soy un agujero negro. Recuerdo ir a ver las de Krzysztof Kieslowski. Ahora las vería desde otro lado, pero entonces era radical. Si me hubieran dicho que las viera de rodillas que me tenían que gustar aunque no las entendiera, lo habría hecho. Hoy La doble vida de Verónica me encanta, pero Azul… creo que me he alejado un poco del masoquismo.
Fito Páez os dijo a Marlango «sois la cultura española enfrentada con España». ¿Qué quería decir?
Lo dijo porque cantamos en inglés. No entendía cómo estando en un sitio de habla castellana cantáramos en inglés. Yo soy medio inglesa y me resulta más fácil escribir y cantar en inglés. Pero él decía que no era solo cosa mía, que pasa mucho en España.
Y estaba cargado de razón.
Después de cuarenta años de dictadura, uno es muy pequeño culturalmente y socialmente. También somos el país con mayor infidelidad. Argentina por ejemplo tiene hoteles «de alta rotatividad», no tiene tantos prostíbulos como España, y son católicos. Pero esos hoteles implican que tanto la mujer como el hombre quieren ir a ese hotel. En España ni existen. Es el hombre el que quiere ir a un prostíbulo, todavía la mujer no quiere ese tipo de relaciones. Todavía somos pequeños y nos da vergüenza asumir las cosas.
Empezaste a salir en el Madrid de los noventa, ahora se está reivindicando nostálgicamente esa época, cuenta cómo la viviste tú.
La semana pasada me estaba tomando un café y me dijo el camarero: tú salías mucho en la televisión cuando yo era pequeño. Me quedé… La verdad es que nunca he sido muy social. Salir, salir, nunca he salido mucho, pero recuerdo Madrid como una ciudad muy segura donde todos teníamos de todo, menos móviles, eso sí. Si ibas a un sitio es porque habías quedado. Y todos teníamos poder adquisitivo, yo no trabajaba pero mis amigos lo tenían. Era una época de gran bonanza económica, infinita, de mucha ambición. Eso es lo que más recuerdo alrededor. Estudiar mucho, a nadie se le ocurría que no iba a tener trabajo después. Y a la vez, una cosa muy seca, al tenerlo todo aquí nadie se iba. E irse te enriquece. En esta época estaba el que se iba a Londres seis meses y volvía. Sin embargo, ahora voy a Colombia y te encuentras montones de españoles, que se han dado cuenta de lo que significa estar fuera.
¿Cómo ves la situación de la cultura? Se han perdido miles de empleos, han cerrado cientos de empresas…
¡Cómo la voy a ver! Pero no. Ponerse a pensar en soluciones para la cultura es como hablar de fútbol en el bar, que si el árbitro, que si tal. Esas cifras que me das hay que ponerlas al lado de las de educación y sanidad, no es solo nuestro sector. Es todo el estado del bienestar. A mí como ciudadano me importa más cómo va todo lo demás y soy miembro de la industria cultural. Sí podría decir que en el cine veo que hay un dato objetivo, está demostrado por números que se gana más si el IVA es más bajo. De modo que al cine le mueven el suelo de forma sistemática. No obstante, este me parece un momento en el que creo que es más importante no centrarse solo en una cosa, sino en todo lo demás.
A mí me preocupa más la educación, por ejemplo. Que no sea una cuestión tan partidista, que no cambie tanto dependiendo de quién está en el Gobierno. Me preocupa la cultura, pero con una población bien instruida y ávida de cultura la rueda gira sola. Tampoco me parece muy bien cómo estaba la situación antes. No tiene sentido que la cultura estuviera tan subvencionada. Si tú tienes conciertos gratuitos todo el rato ¿por qué vas a pagar? Te quita la responsabilidad como público. Yo rompería la baraja y empezaría con los colegios, los hospitales y de ahí para arriba. Entiendo que me estoy quitando mi responsabilidad como persona de la cultura, pero es lo que siento. No tengo aparte de esto ni información ni datos ni nada como para decir algo más que no sea hablar al peo.
Dijiste que no estaría mal que se criticase con la misma vehemencia American Pie que Días de fútbol.
A lo que me referí con eso es que, cuando uno va a una película americana, no dice que no le gusta el cine americano, pero cuando va a una española que no le gusta dice que es que no le gusta el cine español. Hombre, si nos ponemos así, con números ¿cuántas se hacen allí y aquí, cuántas son buenas aquí y allí? Creo que andamos más o menos igual. Además, me preocupa más la educación, por ejemplo. Que no sea una cuestión tan partidista, que no cambie tanto dependiendo de quién está en el Gobierno. Cuando veo una cinta francesa o una española que me gusta, algo me cambia por dentro. Miro distinto al que me pone el café, te miro distinto a ti. Me habla de cosas con las que me puedo relacionar. No sé si es mejor o peor, pero no entiendo por qué estamos forzados a elegir entre una cosa u otra. Me encanta Cuando Harry encontró a Sally, pero luego vas a Nueva York y reconoces sus calles pero no sus códigos, el que te pone el café allí no es el mismo que te lo pone aquí. Me parece que me hace mejor persona entender al que vive conmigo. Y no tengo por qué tachar Armageddon, que me parece maravillosa, divertidísima. Lo que me fastidia es tener que elegir necesariamente.
En los Crímenes de Oxford, de Álex de la Iglesia, no se notaba la mano ni la personalidad del director. Sí los esquemas del thriller arquetípico. También me pasaba algo parecido con Lo mejor de Eva. ¿Es esta la única forma de hacer taquilla, tomar los patrones del cine americano?
No estoy del todo de acuerdo, cada uno elige la narrativa que necesita. Son estándares narrativos que no son americanos, son internacionales. Es una elección narrativa, no industrial. Y al revés. Hay películas hechas en Estados Unidos con una narrativa que si tomamos por buena tu premisa sería una narrativa europea, e incluso asiática, mucho más lenta. Me parece que si haces un thriller hay ciertos códigos que tienes que seguir, si quieres hacer una película de género hay ciertas reglas. No son americanas ni españolas, son las reglas del género. Sin más.
Con todo el revuelo formado por la ley Sinde, tú pagaste el pato cuando los de Anonymous te tiraron un huevo al vestido en la alfombra roja de los Goya, estando embarazada además.
En España somos exaltados, para empezar. Y luego hay dos cosas que nos levantan del sofá: un gol y la cultura. Es muy bonito y muy halagador que levante tanto polvo, pero a la vez esto es un poco como el fútbol. Todos los Gobiernos, este, el anterior y el siguiente, utilizan al ministro de Cultura como una cortina de humo. Siempre. Y Wert en este sentido es lo mejor que le podía pasar al PP, porque no le importa que le abucheen. Con la cultura, por alguna razón no conseguimos que la gente pague entradas, pero sí que se enfade muchísimo. No sé por qué será.
Cuando te han preguntado por la ley del aborto citas mucho a Savater, su frase «lo que no es ilegal, la gente se cree que es obligatorio».
Es lo que opino. Con respecto a este tema, para mí no tiene mucho sentido ninguno de los dos extremos. No tiene sentido que en un país con opiniones tan encontradas se arrastre la ley a extremos. En democracia lo que tienes que hacer es encontrar el punto donde ninguna de las dos partes se sienta ofendida. Un punto medio. Evidentemente siempre habrá extremos que se molesten, porque está en su naturaleza, y si hay una mujer que aborta hay a quien no le va a parecer nada bien y viceversa. Pero la democracia se trata de encontrar el punto de que puedas tener tu libertad sin que me aplastes la mía. Ese punto medio creo que a nadie le ha interesado encontrarlo. Vuelvo al tema de la educación, para mí no tenía sentido que una chica de dieciséis años pueda abortar sin comentárselo a sus padres. Porque eso en realidad es tapar un agujero que viene de la falta de servicios sociales. La mayoría de chicas de dieciséis años que quieren abortar es porque han sido víctimas de abuso y no lo quieren contar porque en realidad están embarazadas de su padre. Son cosas que no se pueden cambiar con una ley. Ni me parece bien eso ni lo de ahora. Solo nos podemos agarrar a una cosa, que es la ciencia. Y si la ciencia dice tres meses, pues ya está. Y educación sexual. No puede ser que haya gente practicando sexo sin protección.
Estuviste junto a Fernando Fernán Gómez y Pedro Almodóvar leyendo el manifiesto del «No a la guerra» en la Puerta del Sol. Decía David Trueba que desde esa movilización y la gala de los Goya de ese año, se puso en el punto de mira en el cine para que eso no volviera a ocurrir.
Es la única vez que me he declarado políticamente y desde ahí parece que soy ultra activista política. Nunca, jamás, me he declarado a favor de un partido o en contra de otro. Me declaré sencillamente en contra de una guerra, que es lo mismo que hizo media Europa. Y a partir de ahí, que si yo era de los de la ceja… cosas que ni remotamente. Yo me declaré en contra de una guerra apoyada por otros países, ni siquiera era solo el Gobierno de España y a partir de ahí decidieron que todo el colectivo del cine era de extrema izquierda. Una cosa que aparte no es verdad en absoluto. Hay mucha industria del cine que es conservadora. Me da pena que el PP haya decidido que la industria del cine no es parte de ellos, cuando lo es. Y mucho. Hay mucha gente del PP también que es muy fan del cine español.
Dijiste que Bush era «un tarado».
Se ha demostrado que es un tarado ¡no es ninguna novedad!
Te lo pregunto porque me extraña que, después de movilizarte por el «No a la guerra», de que tuvieras esa opinión de Bush, en 2004 te fueras a Japón y fueses a ver al presidente Koizumi y le hicieras un regalo cuando él había apoyado la guerra de Irak.
Yo no me he declarado nunca políticamente. Bush me parece un tarado como humano. Por alcohólico, por sus problemas conduciendo. Me parece un tarado a nivel personal. También he ido a comer con Aznar a Moncloa. Y si la gente que me lleva a Japón quiere que tenga una entrevista con Koizumi, pues la tengo. En esto, o te pones de verdad, de verdad, de verdad, que es casi imposible, a vivir de acuerdo a unos ideales personales, o no entras.
Y cené con Aznar porque me parecía importante seguir hablando. Si me llaman para tocar en Venezuela ¿qué hago? Pues no sé. Seguramente iría. Y luego la cosa de ser coherente es muy complicada. O lo tienes muy claro y sabes bien dónde empieza y dónde acaba tu coherencia o es una trampa. Manu Chao, siendo tan coherente, tan coherente, en mi opinión termina siendo menos coherente que alguien que no opina. Si empiezas a opinar… ¿Qué haces en una discográfica? La manera que tengo yo de encararlo es: ¿Coca-Cola Light me esponsoriza un videoclip? Lo hago. No tengo opinión. A ver, la tengo, pero la digo en mi casa. Si te pones con las multinacionales… cuando uno empieza con ese discurso… No saludas a Koizumi, pero ¿a quién saludas? Porque aquí te sientas con uno que parecía bueno y luego te enteras de que ha hecho… Así no vives. Yo me manifiesto haciendo lo que hago, eligiendo mis películas, pagando a mis músicos como les pago, como les puedo pagar, hablando con ellos. En esta faceta, en mi entorno, es en el único sitio donde entiendo que tengo que ser coherente y lo intento ser.
He encontrado una crítica interesante a tu papel en Hable con ella en unos actos de la Universidad de Salamanca. Una profesora, o ponente, se quejaba de que la «violación sanadora» que recibes, cuando Javier Cámara te viola mientras estás en coma y tú te despiertas, era como la que sufre Rossy de Palma en Mujeres al borde de un ataque de nervios, cuando es violada después de ingerir somníferos y al despertar dice que se encuentra perfectamente. Decían que estas escenas «Desdramatizan o convierten peligrosamente en gracieta la violencia de género, olvidando su sangriento saldo». ¿Qué te parece?
Déjame pensar… no lo sé. No me parece tan complicado. Me parece bien que haya gente que se dedique a teorizar sobre este tipo de cosas porque sí que es verdad que se filtran mensajes dentro de todo, también dentro de un anuncio de champú, pero el contexto me parece más importante. Esta era una historia donde claramente estaban expuestas las premisas de que se trata de una ficción. Y es una comedia. Se está contando de cierta manera… Mira, para mí en el fondo lo que importa es si está bien o mal contado. Mi coherencia en el fondo tiene que ver con la calidad. Y me parece mucho más agresivo cómo se cuenta la sexualidad por ejemplo en películas de acción. O en series que ponen a las 6 de la tarde, donde hay una sexualidad en el montaje y en los planos… A mí hay cosas que me agreden, como la sexualidad hacia las actrices cuando nos hacen fotos, que siempre nos visten como…
¿Cómo?
Como prostitutas. Pero es que ocurre en cualquier contexto. Yo si me hago unas fotos para GQ ya sé que estoy jugando a eso, al tema erótico, entro en eso. Pero cuando me hacen unas fotos para un dominical y acaba una vestida como cuando hago fotos para GQ… ahí hay algo que no me termina de encajar. Eso me parece más perturbador que si en una película el sexo sana a alguien, que es algo que creo que es verdad, el sexo es muy sanador [risas].
Para Lo mejor de Eva, donde interpretaste a una juez, estuviste pasando unos días en los juzgados de plaza de Castilla. ¿Cómo fue la experiencia?
Estuve en los juicios rápidos varios domingos. Y luego estuve en juicios normales, con los testigos. Es muy difícil no decir en una entrevista lo que uno piensa, pero no lo voy a decir. [Risas] El primer día salí profundamente conmovida. Aparte de que la juez con la que estuve era maravillosa, pensé que había asistido a un milagro de la civilización. Tener a gente sentada, por ejemplo, tú ahí y yo aquí, los dos queriéndonos matar, con una fiscal, una abogada y una juez, porque eran todo mujeres, el poder lo tenían mujeres, todos hablando y asumiendo que lo que decía la juez es lo que había que hacer. Me pareció… el ser humano es capaz de hacer cosas alucinantes. Luego esto se te pasa y ves cosas en los juzgados que quieres que vuelva la ley del Talión.
Comentaste poco después que en España «suceden barbaridades y no pasa nada».
No me refería a la justicia, me refería en general. Y me incluía a mí también. Era una autocrítica.Cuando me refiero a la coherencia, es algo que ni voy a intentar. Voy a ser coherente con mis hijos, con las letras de mis discos, eso es a lo más que puedo aspirar. Lo demás es una neurosis, es de manicomio. Colaboro con una ONG porque es lo más productivo que puedo hacer por un mundo absurdo en el que solo el 1 % puede comer y beber cuando lo necesita. Esto es lo que puedo hacer para mantenerme sana mentalmente. Podría hacer más, pero a eso me refería con que no pasa nada. Aquí seguimos con estos partidos, los que hay, que son los que mantienen que no haya un voto por persona.
¿Qué cuerpo se te quedó después de entrevistar a Tom Waits?
Nunca he estado tan nerviosa como la hora y media antes de esa llamada. Me fumé paquete y medio. Pero ves, por ejemplo, me dio una envidia… a él no le exigen tener opinión. Toda esta entrevista que me estás haciendo tú, se la haces a él y te diría: yo no hago política, hago películas, hago canciones. ¿Y qué opinas? No opino. Él vive en una sociedad en la que le permiten hacer lo que hace sin tener un discurso. Porque aquí no se puede, ni aquí ni en Francia. No nos dejamos, no nos permitimos tener a alguien en la cultura que haga lo que hace porque le sale así. Yo quería ir más allá con él, que no me hablase de ballenas, quería ver por qué no hacía anuncios.
Ahí te dijo lo mejor, que recibir dinero tan fácil tiene un precio muy caro.
No era tan complicado. Me dijo que igual le ofrecían hacer uno mañana y lo hacía. Uno de vinos del Valle de Napa, por ejemplo. No tenía un conflicto con la publicidad. El problema es que hizo un anuncio y no le gustó. Nada más. Y que él opine del aborto solo serviría para que alguien no pueda escuchar sus canciones.
Yo escucho músicos con los que no comparto nada de su forma de pensar y no pasa nada.
Yo también, pero no. En España no se puede mantener esa parte escondida. Me encantó cuando en ese sentido Tom Waits me dijo que lo que yo quería era que le revelase el truco, pero que si me lo contaba me iba a poner muy triste. No te lo voy a contar, sentenció. Cuando colgué tuve un subidón. Me dije: qué maravilla, qué envidia. Porque aquí no nos dejan tener trucos. Hay que abrir la cortina. No puede ser que no te entiendan. ¡Por qué cantas eso y te manifiestas contra la guerra! ¡Explícalo! Y no lo digo por ti, si a mí también me pasa cuando leo una entrevista. Pienso ¡por qué haces este anuncio! Pero me gustaría poder decir: déjame en paz, ya hago bastante escribiendo canciones y estando delante de la cámara.
Pues mira lo que viene ahora: En Deseo interpretaste a una mujer comunista que se enamora de un nazi sin saber que lo es. ¿Crees que la ideología es una elección personal o que suele ser algo causado por un entorno o un origen determinado, es posible que uno sea una bella persona con ideas execrables?
Creo que uno nace en un contexto. Mira a Céline o a Oscar Wilde. A veces es mejor no saber. Yo he trabajado con gente con la que no tengo nada que ver en absoluto. Sabiendo hasta dónde llega cada uno, nos podemos entender en cierto punto. No vamos a casarnos ni a tener hijos, porque no nos podemos entender en temas fundamentales para compartir algo así, pero podemos trabajar juntos y me puede encantar cómo tocas la guitarra o cómo sitúas la cámara. No tiene nada que ver, mientras yo respete lo tuyo y tú respetes lo mío. En lo único en que soy radical es en no ser radical. Y en España tenemos mucho radicalismo, yo también lo tengo. Tenemos ese gen. Somos el único pueblo que se comió el anarquismo. Los anarquistas fueron por toda Europa y en el único sitio donde les dijeron «¡¡¡síííí!!!» fue aquí. En Francia un poquito, en Italia un poquito, pero en España entramos a saco. ¡A colgar al cura! Hombre, no lo cuelgues, que no te obliguen a bautizarte, pero por qué lo vas a matar. Un poco de tranquilidad ¿no? Eso es lo único que me pone nerviosa. Lo bueno es bajar a la tierra. ¿Hasta dónde podemos llegar para que yo esté cómoda y tú estés cómodo? ¿ahí? Pues ya está.
Palabras de Maribel Verdú en su libro: «Esta profesión es un examen constante. Da igual que hayas hecho un buen trabajo, que las críticas sean buenas, que te nominen para un Goya, que sea un éxito de taquilla, porque luego viene otra película, y si no les gustas, ¿qué? Esta es una profesión muy jodida. Es una profesión de modas. No se sabe por qué, de repente estás ahí y de repente ya no. Se lo decía a Leonor Watling y ella se reía: “Tía, los dos años y pico que estuve en paro, fue por tu culpa. Tocabas tú”. Es verdad. Tocaba Leonor. Cosas que me habían salido, al final me decían no, no, es que lo hace Leonor. Veía que había papeles que los podía hacer yo y los hacía Leonor».
[Risas] Me pasa a mí lo mismo ahora. Hay una edad con las mujeres.
Parece que el cine nunca puede prescindir de una chica joven y guapa, pero con las mujeres más mayores ya es otra historia…
Es más complicado. Estamos en un momento en el que no se hacen películas y si ya es complicado de por sí… Esta profesión te tiene que gustar mucho. Más que gustarte, engancharte. Puede parecer maravilloso el lado freelance, pero cuando te preguntan qué haces en una terraza a las diez de la mañana: pues buscar trabajo. Te tiene que gustar mucho lo que haces. Es un poco cansino. Puedes apostar y que no te toque. Picar piedra, y juegas y juegas y juegas y al final te sale algo. Tiene que ver con eso, con tu capacidad de trabajo. No solo prepararte como actor. Esto ha cambiado mucho. Lo mismo que cuando empecé con la música todavía había discográficas. He vivido la bisagra. Entré en el mundo de la música con los sellos empezando a quejarse de la crisis, pero existiendo como tales. ¡Viví firmas de discos en Madrid Rock!
Y hay una parte nociva. Tienes que hacer alfombras rojas. Cosa que cuando uno empieza no asume como parte del trabajo. Una alfombra roja es una pasarela y lo mejor es asumirlo y pasarlo bien. Todas esas cosas forman parte del trabajo. Yo no lo llevo especialmente bien. Ni socializar, no llevo bien la parte hacia fuera. Simplemente la llevo. El cine a veces se alimenta de que te digan que estás guapo, pero no lo tengo interiorizado como algo que tenga que ver conmigo.
Tras Son de mar, de Bigas Luna, confesaste en La Vanguardia: «Aprendí a jugar con algo que mide 1,70, tiene pechos y es mujer»; ¿me lo explicas?
¿Eso lo dije yo? No me refería al onanismo, me refería a divertirse. A tener sentido del humor. Yo me lo tomaba muy en serio y con el tiempo he aprendido que hay que tener sentido del humor con uno mismo. Hay una parte relacionada con lo que provoca tu físico que a mí me costaba mucho hasta que trabajé con Bigas y me pude reír, relajarme.
¿Es verdad que te costaba más llorar que estar desnuda?
No. Falso. Mentira. Pero rodando hay veces que uno tiene que estar destruido, que son momentos infinitamente más duros que estar desnudo.