No descubro nada si les transmito las numerosas propiedades que tiene la cerveza, especialmente, en estos días de tan
insufrible calor que estamos padeciendo. Excusas para tomar una, bien fresquita, no faltan: Forma parte de nuestra
dieta mediterránea. Sacia la sed. Es
vegana. Incluso he oído decir que su consumo moderado podría tener efectos saludables para las mujeres, durante
la menopausia, por sus antioxidantes y por incidir en los niveles de estrógenos. Qué bien que sea algo que nos gusta y que sea bueno consumir, si no tenemos en cuenta la mancha negra de su currículum que no es otro que, engorda.
Vaya por Dios. No todo iba a ser
perfecto en ella. Este era el tema de conversación que manteníamos el pasado fin de semana, con unos amigos de la familia, Ignacio y Javi, venidos de tierras onubenses y guadalajareñas. Con ellos
nos encontrábamos visitando el Castillo de Santa Catalina, y debatíamos sobre
la importancia de que la cerveza
estuviera bien fría, al tiempo que, tratando de hacer patria, presumíamos de nuestra cerveza jiennense El Alcázar y que ellos nunca habían probado. El tema de conversación mantenido, junto con las altas temperaturas,
dispararon nuestra imaginación y
la boca se nos hizo agua. No nos resistimos mucho y decidimos entrar en la cafetería del Parador de Jaén y verificar
su calidad, que con tanto ahínco estábamos defendiendo. Sonrojo y desazón
fue lo que sentí, cuando el camarero
que nos atendió nos indicó que el
Parador de Jaén no sirve cerveza El Alcázar. Tuve que tragarme mis propias
palabras, abochornada, por supuesto, por cuanto que, todo un parador nacional no sirve uno de los pocos buques insigna de
nuestra ciudad. No
será tan buena como dicen, fue lo último
que recuerdo oír de nuestros amigos, quienes no quisieron meter mucho más los dedos en la llaga y propiciaron un cambio rápido de conversación, mientras en mi cabeza me repetía, una y otra vez, incomprensible, incomprensible…