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Cada década tiene su gesto dominante y el de esta es el swipe, el deslizado, el movimiento que se hace con el dedo en TikTok (y también en Tinder y en los Instagram Reels) para indicar que nuestras pupilas están listas para un nuevo estímulo. Siguiente, dame más, exige ese dedo, y el algoritmo se lo sirve. La oferta no se acaba nunca. Lo hacen cada día más de 1.000 millones de personas que se han descargado la red social que ha tumbado a todas las otras marcas digitales, bajo cualquier métrica. El año pasado, TikTok tuvo más visitas que Google (normal, muchos usuarios lo utilizan como buscador) y más minutos de permanencia que YouTube. Facebook, que ahora se llama Meta, tardó casi nueve años en alcanzar la cifra mágica de los 1.000 millones de usuarios (el billion, en inglés). TikTok lo ha logrado en cinco.
De alguna manera, es la red social que sublima y mejora a las que vinieron antes. A diferencia de Twitter, basada en las palabras, TikTok acapara la atención del usuario de manera más contundente, con vídeos que suelen ir enriquecidos con música y texto y que ya pueden durar hasta 10 minutos, mucho más que los 15 segundos a los que se ceñían al principio. Para usarla, tampoco hace falta tener allí una red previa de amigos y conocidos que vayan sirviendo contenido y la hagan interesante, como pasaba en los inicios de Facebook e Instagram. Lo único que hay que hacer es entrar, ir a la pestaña “para ti” y dejarse llevar por el feed, el flujo de contenidos, y su algoritmo, que es de una precisión pasmosa. El año pasado, varios reporteros de The Wall Street Journal investigaron ese motor creando centenares de perfiles falsos en TikTok y llegaron a la conclusión de que en solo 40 minutos de observación, la aplicación ya ha averiguado qué hace vibrar a ese usuario y, por extensión, claro, lo que quiere comprar. Las marcas lo saben y están derivando allí gran parte de su presupuesto y su estrategia de comunicación.
“En TikTok ni siquiera tienes que seguir a alguien para ver su contenido, requiere menos esfuerzo por parte del usuario, y quizá por eso ha sustituido a Twitter e Instagram, que en la década pasada eran las apps de referencia”, asegura Kyle Chayka, periodista estadounidense especializado en tecnología y cultura de internet, habitual en las páginas de The New Yorker, que prepara un libro sobre lo que ha bautizado como “cultura algorítmica”. Así se refiere a todo lo que existe precisamente porque lo quiere el algoritmo (“las canciones que se hicieron populares en TikTok, la estética asociada con Instagram, la plantilla Netflix para todos los guiones de cine y televisión, el discurso de Twitter”) y que, según él, contribuye a empobrecer la cultura y a generar consumidores más pasivos.
De todos esos algoritmos, el de TikTok es ahora el que más manda sobre el gusto popular. Si la cantante y actriz Olivia Rodrigo es una estrella, es porque se gestó allí, lo mismo que la expresión quiet quitting, la renuncia silenciosa de la que tanto se habló el año pasado. Si una canción de 1977 (como Dreams, de Fleetwood Mac) vuelve a escucharse masivamente es porque un tiktoker, Nathan Apodaca (usuario 420doggface208 en TikTok), la puso de fondo a uno de sus vídeos, y si Rosalía comenzó a mascar chicle antes de cantar ‘Bizcochito’ en la gira de Motomami es porque probablemente intuyó que el gesto se replicaría millones de veces en TikTok. Cuando alguien desayuna un batido espumoso hecho con Nescafé o cena pasta al horno con queso feta es porque esas recetas, que tienen un componente como de truco revelado, triunfaron allí antes.
Lo que está cambiando a medida que la plataforma se acerca a su cénit es cuántos de esos éxitos nacen de manera espontánea y cuántos han sido ideados y promovidos por una compañía que paga para que eso suceda.
“Ahora las empresas ejercen mucha más influencia sobre qué contenido aparece en el feed y el objetivo es enseñarnos anuncios”, afirma Chayka —según datos de un estudio de Kantar encargado por la propia TikTok, el 67% de los usuarios aprecia los anuncios y el 93% ha “saltado a la acción” tras ver un vídeo, es decir, ha hecho o comprado algo influido por un contenido—. En TikTok esto se siente menos ultrajante porque ya nació así, sin prometer que allí se iba a ver a los amigos, mientras que Instagram y Twitter se han desviado de sus misiones originales y han llenado los feeds de desconocidos.
“Hackear ese algoritmo es cada vez menos posible”, incide Gemma Galdón, analista centrada en la ciberseguridad y los aspectos éticos relacionados con la tecnología. Es decir, toquetearlo para asegurarnos de que vemos solo lo que nos apetece. “Todas las redes pueden permitirse en los primeros años el lujo de no ganar dinero, cuando viven de los fondos de inversión, y es ahí cuando alimentan la ilusión de que el usuario genera su propio contenido, pero a medida que se acaba esa inversión y se pide retorno de beneficios, vemos cómo la lógica del lucro es cada vez más evidente”.
Hay otra cosa que diferencia TikTok de las otras redes sociales y plataformas de contenido: no es estadounidense, sino china. Su fundador y propietario es Zhang Yiming, un ingeniero de 39 años extremadamente discreto (el anti Elon Musk) que dejó de ejercer de CEO de ByteDance, la empresa matriz, en 2021, se cree que por presiones del Gobierno chino. La historia de la creación de TikTok no daría para una película de Aaron Sorkin como La red social, que contó la génesis de Facebook. No hay ahí un relato de un joven en un garaje ni en una universidad de élite creando una aplicación para vengarse de las chicas que le rechazan. El nacimiento de TikTok fue bastante más prosaico. En 2016, la empresa china ByteDance lanzó Douyin, una app de playbacks musicales que atrajo a unos 100 millones de usuarios en China y Tailandia. En 2018 compró Musical.ly, una aplicación similar que basaba su éxito en una cartera de canciones muy populares disponibles en su biblioteca, sobre las que se podía hacer playback y que ya tenía cierta implantación en Estados Unidos. Así se lanzó a la conquista internacional con el nombre de TikTok.
“En términos de contenidos, ha habido tres grandes eras que se solapan”, resume Jessica Maddox, profesora en la Universidad de Alabama y experta en la investigación de las redes sociales. “Al principio era sobre todo bailes y playbacks, que venían del periodo de Musical.ly. Después, entre junio de 2020 y junio de 2022, llegó la explosión, ahí fue cuando todo el mundo se dio cuenta de que podía tener un nicho en TikTok. Y en los últimos meses, diría que hemos entrado en la era del storytelling, en la que el contenido más popular consiste en personas contando una historia o revelando algo de sí mismos. De hecho, se ha disparado el hashtag #storytime”. La historia, por cierto, puede ir completamente desconectada de la imagen, lo que da a muchos vídeos de TikTok una especie de cualidad perturbadora. Por ejemplo, son muy habituales los vídeos de personas que se aplican maquillaje o comen mientras cuentan un crimen escabroso. Y hace poco ruló en Twitter —una red más cínica y con menor tolerancia a lo sincero y sentido, pero cada vez más inundada de vídeos de la competencia— el clip de una mujer que hacía un clásico baile de TikTok frente a la cámara mientras explicaba que su marido murió en un accidente el mismo día que ella daba a luz a su hijo.
Maddox también cree que la calidad de los vídeos se está volviendo más trabajada y producida, contradiciendo la idea extendida de que TikTok ama lo real, y hasta lo cutre, mientras que Instagram premia lo idealizado.
La pandemia supuso un enorme empujón para la plataforma. Se calcula que, en las primeras semanas de confinamiento, su implantación en Estados Unidos, clave para la adopción en el resto del mundo, creció un 180% entre los usuarios de entre 15 y 25 años, que forman aproximadamente el 25% de su público global. El encierro conspiraba para la búsqueda de nuevos estímulos.
Fue el caso de Leticia González, abogada de 57 años de Santander, una usuaria que desmiente eso de que solo los jóvenes están en TikTok y los mayores en Meta. “Empecé a usarla en el confinamiento porque mis hijos me enviaban vídeos y me entretiene muchísimo, la verdad. Me gusta la inmediatez. Vas pasando vídeos y unos te gustan y otros no, pero, por lo que me han contado, el algoritmo ya sabe enviarte cosas similares a las que te han gustado. Consumo sobre todo vídeos de cómicos, de personas que hacen contenido bilingüe, en español e inglés, cosas sobre manualidades, libros y juegos de mesa. Ahora me he apuntado a uno que hace lengua de signos”, explica. González reconoce que la aplicación es “peligrosa” porque tiene un componente adictivo. “A lo mejor el Telediario está aburrido y me digo: pongo el TikTok. En la cama se te puede hacer tardísimo viendo vídeos y después se duerme fatal”.
Sara Aparicio Oms, una adolescente de 12 años que estudia primero de ESO en Ayerbe (Huesca), también se enganchó a la red social durante el confinamiento. Cuando la mandaron a casa en marzo de 2020, condenada a aburrirse y a hacer clases por Zoom como todos los otros escolares, sus padres terminaron dándole un móvil, cansados de que cogiera prestados los suyos. Y lo primero que hizo fue bajarse TikTok, a pesar de que entonces tenía 10 años y la aplicación en teoría prohíbe el uso a los menores de 13. De hecho, la descubrieron y le cerraron el perfil, pero se ha abierto otro, supervisado por sus padres, que controlan qué cuentas sigue y supervisan su uso del móvil.
“Nunca cuelgo nada, y la mayoría de mis amigos tampoco, pero todos los que tienen móvil tienen TikTok. Me gustan los vídeos de maquillaje, de patinaje y de animales”, dice. También sigue a tiktokers como Paula García, una joven española que trabaja como au pair en San Francisco y tiene 111.000 seguidores, o Luisito Flowers (178.000 seguidores), que hace vídeos de humor y en su bio se define de la siguiente manera: “Soy una sirena, pero no se lo digas a nadie”. Sara admite que cuando se pone a hacer swipe se le van tranquilamente una hora y media o dos horas consumiendo contenidos, pero su uso de redes no interfiere con su vida analógica —es campeona de patinaje sobre hielo— y tiene claro qué contenidos no le interesan. “Los que critican o tratan de polémicas tipo Shakira y Piqué. Si me sale de eso, paso”.
El Hospital Gregorio Marañón de Madrid estrenó el pasado julio una unidad pionera en la sanidad pública en el ámbito europeo llamada AdCom, destinada a tratar las llamadas adicciones comportamentales, y ahí han incluido por primera vez el enganche a las redes sociales al mismo nivel que el juego patológico, las compras o el sexo. “Lo de las redes es un campo muy nuevo, solo se estudia desde hace una década, pero los estudios nos están demostrando de manera empírica que hay unos comportamientos derivados del uso de redes que son muy parecidos a los del consumo de sustancias”, explica Ricardo Hodann, psicólogo clínico integrado en esta unidad del Gregorio Marañón. “Neurobiológicamente, implica los mismos circuitos que en la adicción a sustancias. Vemos que se produce síndrome de abstinencia cuando hay alejamiento de las redes, irritabilidad y ánimo depresivo si falta la conexión y, sobre todo, desplazamiento de actividades. Si se pasa más tiempo en redes, se dedica menos al mundo físico”.
En este momento, en el AdCom están tratando a unos 25 adolescentes por dependencia de las redes sociales, a veces combinada también con excesivo uso de los videojuegos. Y dentro de las redes, las más citadas son Instagram y TikTok. “Sabemos que el algoritmo de TikTok ha sido muy señalado porque utiliza la inteligencia artificial y ofrece el microtargeting. Ofrece al adolescente aquello que la IA detecta como lo que más capta su atención. A veces pueden reflejar modelos sociales que no son naturales, que exageran la realidad”, apunta Hadonn. “Y ahí entramos en las comparaciones ventajosas. Si yo soy un adolescente de 16 años y voy al colegio, pero veo a gente más exitosa, esto afecta negativamente a la imagen que tengo de mí mismo. El desarrollo social y afectivo durante la adolescencia es fundamental, es cuando se crea una personalidad diferenciada de los padres, y el adolescente que pasa mucho tiempo en redes se lleva una imagen distorsionada de la realidad”, señala.
Al contrario de lo que se hace con el alcohol o las drogas, el tratamiento no pasa por la abstinencia total porque no sería realista ni muy beneficioso. Tratan de inducir al autocontrol, hacen terapia individual y de grupo, y animan a hacer más actividades offline y a instalar aplicaciones que controlan el tiempo de uso. “Sobre todo, nos gusta hablar de prevención”, señala el psicólogo. “Es importante aumentar la conciencia entre los padres y los educadores, que ayuden a los adolescentes a introducirse en este mundo y los acompañen en el proceso”.
Desde la propia TikTok insisten en que prefieren hablar de “descubrimiento” y “disfrute” antes que de adicción, y animan a que los usuarios personalicen su experiencia, se limiten el número de minutos de uso y denuncien cualquier contenido que se pueda considerar ofensivo. “Tenemos unas opciones de seguridad muy potentes”, asegura Soraya Castellanos, responsable de Contenidos, Comunidad y Asociaciones de la plataforma. “Puedes escoger quién ve tu contenido, quién puede enviarte un mensaje privado, quién puede hacer dúo con nuestros vídeos, y existe la sincronización parental, para que los padres ejerzan su control”. Si detectan que se buscan términos como “suicidio” o “anorexia”, lo que debería encontrarse son contenidos de ayuda y prevención. Pero, como siempre, es complicado seleccionar qué vídeos son los que van a agravar un problema de este tipo. En diciembre del año pasado, un organismo internacional llamado Center for Countering Digital Hate (CCDH), que se encarga de monitorizar contenidos digitales nocivos, realizó un estudio creando perfiles falsos de adolescentes en TikTok, con base en Gran Bretaña, Australia, Estados Unidos y Canadá. Les daban nombres de usuario reveladores como loseweight (pérdida de peso). Los resultados, según el director del informe, Imran Ahmed, fueron “la pesadilla de cualquier padre”, ya que en apenas ocho minutos esos falsos adolescentes tenían acceso a vídeos explícitos y muy nocivos sobre autolesiones, dietas estrictas e incitación al suicidio.
El otro problema al que se enfrenta TikTok, al margen del control de accesos y contenidos —con ese topan, en algún momento, todas las plataformas y redes sociales— es de índole muy distinta y tiene que ver con la ciberseguridad. Cualquiera que se descargue la aplicación en su móvil está regalándole una serie de datos: el aspecto de su rostro, sus contactos, su calendario, sus búsquedas en Google, su hard drive y su geolocalización, entre otros. “Lo que te daría pánico hacer hasta con un familiar, darle tu teléfono, se lo estás dando a un desconocido: pueden ver tus fotos, leer tus mensajes. Compartes lo evidente, pero también lo no evidente”, señala la experta en ciberseguridad Gemma Galdón. Y el hecho de que esos datos vayan a parar a una empresa china siempre ha inquietado en Occidente, sobre todo en Estados Unidos. “Aunque muchas empresas lo han intentado durante décadas, ninguna ha logrado conquistar a los estadounidenses como lo ha hecho TikTok. Es difícil imaginar una empresa rusa o iraní consiguiendo un logro semejante”, resumía un reciente artículo de portada en la revista dominical de The New York Times, que volvía a presentar la plataforma como un problema diplomático, como cuando Donald Trump estaba en la Casa Blanca y pretendía prohibir TikTok en Estados Unidos a toda costa.
La Administración de Biden tiene una relación más ambigua con la plataforma. Por un lado, recela de toda la información que le regalan sus ciudadanos y de las posibles relaciones de la empresa con el Gobierno chino —para muchos expertos, esto no deja de ser una reedición del miedo rojo de la Guerra Fría, cuando se creía que cualquier objeto cultural extraño podría ser portador de comunismo—, y por otro, la utiliza y la corteja activamente. La Casa Blanca reclutó tiktokers para explicar a los usuarios la guerra de Ucrania y para promocionar la vacuna de la covid. Y cuando Joe Biden quiso comunicar su plan de promoción del coche eléctrico desde la feria del automóvil de Detroit, no lo hizo en la CNN o la NBC. Hizo lo que le recomendaría cualquier experto en marketing: grabó un vídeo con un famoso tiktoker, Daniel Mac, que se dedica a preguntar a personas que conducen coches de lujo a qué se dedican.
“El miedo chino está infundado”, cree la experta en ciberseguridad Gemma Galdón. “Todas las plataformas funcionan de la misma manera y todas explotan nuestros datos de la misma forma. Todas son lo que se llama digital spyware [programas de espionaje digital]. La única diferencia es que TikTok los almacena en China y no en Estados Unidos. Ahora mismo, la única región que ofrece ciertas garantías en este aspecto es la Unión Europea, porque tiene legislación al respecto y se han emitido multas por real time bidding [un sistema de publicidad muy invasivo basado en pujas en tiempo real], pero en la práctica el regulador europeo no puede actuar. Lo único que daría confianza es una empresa que se comprometiera a cumplir la ley europea vigente, y eso ahora mismo no lo hace ninguna”. En la empresa recalcan que los datos de los usuarios europeos se conservan en Estados Unidos y Singapur y que se está construyendo un centro en Dublín para almacenarlos en breve dentro del territorio europeo.
Más allá de un entuerto internacional y de una plataforma en la que pasar las horas, para cada vez más gente TikTok es el lugar en el que se ganan el pan, su puesto de trabajo. Hace ya años que se profesionalizó la figura del tiktoker y en España existen varias agencias que ejercen de intermediarios entre los creadores de contenidos y las marcas que quieren contratarlos. A cambio, la agencia se lleva el 20% de las ganancias, una cifra estándar habitual en otros campos del espectáculo y el sector editorial. Muchos aclaran que TikTok no es comparable a los inicios de Instagram o de Twitch, que sí generaron una fiebre del oro entre aspirantes a influencers. Cuesta monetizar los vídeos, y cuesta tener continuidad porque en TikTok es fácil que se viralice un vídeo de un usuario con pocos seguidores: importa más el contenido que el autor y cuántos seguidores pueda tener.
“Puedes hacer 40 millones de visualizaciones en un mes y no ingresar ni 700 euros”, advierte Iván Habib, que cuelga contenidos de cine y televisión con el perfil @sensafilm. Dana Martínez (Hurona Rolera en TikTok) habla de cultura internetera, pero también comparte historias personales en la plataforma —reveló allí su diagnóstico de autismo y habla de manera muy franca sobre sus trastornos de salud física y mental— y fue durante un tiempo el perfil español que más crecía. Ingresa al mes unos 3.000 euros, aunque asegura que podría estar ganando mucho más. “Yo misma he echado el freno porque no doy para más”, dice. Ha rechazado ofertas de 15.000 euros por un solo vídeo porque le pedían promocionar criptomonedas o casas de apuestas, asuntos en los que no quiere entrar. “Hay un blanqueamiento muy gordo de las redes sociales. Soy consciente de que me siguen hasta niños pequeños y miro mucho mi contenido, pero sé que no todo el mundo lo hace. Participé en una conferencia de tiktokers en Barcelona y les corté el rollo a todos. Les dije: ‘Oye, no vendáis a vuestra madre por un like, que no es sano”. Iván y Dana seguramente colgarán vídeos nuevos hoy, y millones de dedos se deslizarán sobre sus caras con un gesto aprendido. Swipe.
Elche, 21 años
Fitness/ Estilo de vida
573.000 seguidores
29,7 millones de “me gusta”
“TikTok es muy aleatorio y dispar”
“Sin duda lo que triunfa en TikTok es ser uno mismo y no forzar nada”, explica Julia Palazón. En un momento cualquiera, mientras mira la pantalla, “se prende la bombilla” y sabe de lo que irá su próximo vídeo. Crea principalmente piezas sobre “cosas del día a día”, pero también de fitness. “Me gusta hacer vídeos de abdominales o tablas, pero más cuando hablo de tendencias del gimnasio”. Para ella, TikTok es sinónimo de aleatoriedad. “Siempre tiene lo que tú quieres y te va dando el contenido”, dice. Su rutina implica “muchas horas de consumir” para poder estar al tanto de “lo que va bien en ese momento”. Compagina su actividad en TikTok con la carrera de Enfermería en la Universidad de Alicante. “Tengo una vida de autónomo, muy irregular y dispar”.
Huelva, 21 años
Temática LGTBI
Un millón de seguidores
35,4 millones de “me gusta”
“Lo que importa es el algoritmo”
“En TikTok dan igual tus ideas políticas, tu sexualidad o tu clase social. Lo que importa es el algoritmo”. Según José Antonio Caro, la gente toma en cuenta que cada creador sea auténtico. Como Milodente, que sube contenido en el que habla a la cámara de situaciones de su vida. “Hay que ser transparente y confiar en el otro”, dice. Sus vídeos son sencillos y cortos. “Algunos se lo curran más, pero en mi caso solo estoy con amigos y cojo el móvil cuando se me ocurre alguna idea”. No considera esto un trabajo —actualmente es camarero y recepcionista— ya que factura poco con la plataforma y no está interesado en colaborar con marcas. Admite que ha recibido ofertas, pero no siente interés por incursionar en la publicidad.
Barcelona, 27 años
Belleza y moda
72.000 seguidores
Un millón de “me gusta”
“Mis seguidoras son como hermanas pequeñas”
Gigi Vives ya era una influencer cuando se dio cuenta del fenómeno de TikTok. Una vez que incursionó en la plataforma, entendió que allí se recompensaba “la naturalidad”, en contraste con “el postureo” de Instagram. “Yo tengo dos versiones: en TikTok soy superhumana y normal, y en Instagram intento mantener un perfil más estético y superficial”. Vives ve a sus seguidoras como “hermanas pequeñas” a las que busca hablar con “cercanía y sinceridad”. Para los creadores, TikTok es, según explica, una red impredecible y difícil. Se debe subir contenido diariamente y en poco tiempo las tendencias de bailes o canciones aparecen y desaparecen, por lo que se deben “pillar en el momento”. Ella cree haber encontrado el formato que le funciona, pero explica que, si no es constante, incluso cuentas con muchos seguidores como la suya se pueden ver perjudicadas y perder interacciones.
Madrid, 27 años
Cine y TV
1,5 millones de seguidores
70,7 millones de “me gusta”
“Para mí esto no es un trabajo”
“Desde el minuto cero he intentado meter todo mi esfuerzo para que estos vídeos sean lo que a mí me gustaría ver”. Iván Habib creó Sensafilm porque notó que en TikTok hacía falta contenido en español sobre filmes y series que se ofreciera en un formato de entre 15 y 30 segundos. Se enfoca principalmente en las curiosidades de las películas. “Yo debo estar al día con todo lo que se está produciendo, también con lo que pasa detrás de las cámaras”. Pero no considera su actividad un trabajo porque le resulta natural pasar horas inmerso en estos temas. Cree que todavía existe una connotación negativa en ser considerado un tiktoker y por eso “tardó” en asumir que en realidad lo que hacía era más que un pasatiempo.
Valencia, 23 años
Cultura de internet/salud mental
13 millones de seguidores
303,9 millones de “me gusta”
“No soy capaz de fingir al hacer vídeos”
Un día, durante el confinamiento, Dana Martínez (la protagonista de nuestra portada) decidió que quería hacer playbacks de canciones. Se puso “orejitas de elfo”, cogió el mando de su Xbox e hizo su versión del tema Canguro, de Wos. Ahora, como Hurona Rolera, millones de personas ven su contenido. Los vídeos que sube son de temáticas muy variadas, en ellos puede hablar tanto de cultura friki como de cosas ligeras del día a día o sincerarse sobre situaciones personales. “Soy una persona que no es capaz de fingir y transformarse a la hora de hacer vídeos”, explica. Ya se encuentre frustrada, cabreada o feliz, lo que ven sus seguidores “es lo que hay”. Disfruta lo que hace, pero dice también que le agota cómo TikTok penaliza la falta de actividad y lo exigentes que son sus seguidores. “Acabo de estar unos días en Disney y se han quejado de que he subido poco contenido”. Dana publica un vídeo cada dos días. “La vida no da para más”.
Almería, 37 años
Comedia
9,4 millones de seguidores
291,4 millones de “me gusta”
“TikTok es para todo el mundo”
Fran Callejón destaca que en TikTok no importa si uno es o no una figura pública. “Si con tus vídeos la gente se siente identificada, se viraliza”. Él crea contenido para hacer reír con situaciones cotidianas, en particular con las que tienen que ver con la vida en pareja. Julia Menú, su compañera, es también tiktoker. Ahora que ella está embarazada, su feed está lleno de vídeos sobre la vida en casa cuando se espera la llegada de un bebé. Fran aterrizó en TikTok a principios de 2019, cuando aún no había tanto contenido como el que él y Julia producen. Entonces, la plataforma estaba en “pleno auge” y pudo ver el potencial para dar a conocer su comedia. “Mientras Instagram o YouTube son más selectos, TikTok es para todo el mundo”. Ese es el factor más importante para este cómico.
Créditos
Diseño: Ana Fernández
Dirección de arte: Fernando Hernández
Desarrollo: Alejandro Gallardo
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