Cansados de las medidas autoritarias y los cierres, los empresarios se marchan de China llevándose consigo su riqueza. Muchos de ellos han encontrado un nuevo hogar en Singapur.
Se marcharon después de que el gobierno tomó medidas enérgicas contra el sector privado. Huyeron de una estricta política de “Covid-cero”. Buscaron refugios seguros para sus riquezas y sus familias.
Se fueron a Singapur, Dubai (Emiratos Árabes Unidos), Malta, Londres, Tokio y Nueva York, a cualquier lugar pero menos quedarse en China, su país de origen, donde sentían que sus bienes y su seguridad personal estaban cada vez más a merced del gobierno autoritario.
En 2022, un año extremadamente difícil para China, muchos empresarios chinos se mudaron al extranjero, temporal o definitivamente. Formaron parte de una oleada de emigración que dio lugar a una de las frases más populares del año en internet, runxue, que significa huir de China.
Estas personas, una pieza importante y privilegiada del rompecabezas de la economía de China, se llevan su riqueza y sus negocios en un momento en el cual el crecimiento se encuentra en su punto más bajo en décadas.
Muchos de ellos todavía están afectados por los últimos años, durante los cuales los dirigentes chinos persiguieron a las mayores empresas privadas del país, denigraron a sus empresarios más célebres, diezmaron industrias enteras con una regulación arbitraria y se negaron a ceder en las políticas de Covid-19 cuando muchas empresas estaban teniendo dificultades.
Aunque el tono y las políticas del gobierno se han vuelto más favorables para las empresas en las últimas semanas, la clase empresarial –que ha perdido ingresos, fortunas y, sobre todo, confianza en los dirigentes– no será fácil de convencer.
Ahora que han vivido libres de temor en otros países, son reacios a volver y ponerse a sí mismos y a sus empresas bajo el control del Partido Comunista Chino, según manifestaron varios de ellos durante entrevistas que tuvimos en Asia, Europa y Estados Unidos; al menos, no hasta que se les garantice que el Estado tendrá que cumplir las mismas leyes que los ciudadanos.
“Cuando no es posible opinar sobre la forma en la cual un gobierno establece sus normas, no hay por qué quedarse allí”, afirma Aginny Wang, cofundador de Flashwire, una empresa incipiente de banca digital, que se mudó de Pekín a Singapur en junio tras el bloqueo por Covid de Shanghái. “Hay muchos otros lugares donde se pueden hacer cosas”.
En su búsqueda de ese lugar, muchos miembros de la élite empresarial china se fijaron en Singapur.
En una pequeña oficina del distrito financiero central de esa ciudad-estado, J.C. Huo no paraba de atender llamadas mientras servía té a los visitantes en una bandeja de bambú.
Huo, fundador de Lotusia, una empresa de asesoría que gestiona el registro de empresas y la solicitud de visados en Singapur, afirmó que su lista de clientes chinos se había ampliado rápidamente en el último año. Personas pertenecientes a los sectores de la educación, los juegos, las criptomonedas y las tecnologías financieras de China –todos ellos objeto de medidas represivas por parte del gobierno en los últimos años– habían solicitado sus servicios.
Durante el cierre de Shanghái, sus líneas telefónicas “no paraban de sonar”, afirma. Explicó que los ricos se dieron cuenta de que, por mucho dinero que tuvieran, seguían teniendo que batallar para conseguir alimentos y suministros bajo las duras restricciones de la norma “Covid cero”.
Incluso durante las últimas semanas, después de que el gobierno chino desplegara la alfombra roja para el sector privado y Hong Kong se comprometiera a atraer talento cripto de China continental, Huo ha estado muy ocupado atendiendo solicitudes.
“Los empresarios siguen siendo pesimistas”, afirmó. “Mientras la gente siga preocupada por sus activos, registrará sus empresas en Singapur e invertirá su dinero aquí”.
Para esas personas, Singapur es una opción que les funciona porque unos 3 millones de sus ciudadanos, o tres cuartas partes, son de etnia china, y muchos hablan mandarín. También les gusta que favorezca a los negocios, que sea global y, sobre todo, que defienda el Estado de Derecho.
A los occidentales pueden irritarles las limitaciones de Singapur a la libertad individual. Pero para la mayoría de los chinos, un gobierno que respete el Estado de Derecho y no cambie arbitrariamente sus políticas, es suficiente.
“Singapur no tomará medidas enérgicas contra una empresa o una industria fuera de su marco legal”, señaló Chen Yong, fundador de Pionex, una bolsa de criptomonedas, que se mudó aquí desde Pekín en 2021. “Sus políticas tienen más continuidad”.
Chen y otras personas que conocí en Singapur dijeron que no tenían intención de mudarse a Hong Kong a pesar de los entusiastas intentos de esa isla por atraer a gente como ellos en los últimos meses.
Durante décadas, Hong Kong desempeñó el papel de refugio seguro para los empresarios del continente gracias a su autonomía con respecto a China. Esto se vino abajo después de que Pekín introdujera una ley de seguridad nacional en el territorio en 2020, dando paso a la detención de activistas, la confiscación de bienes, la detención de directores de periódicos, la reescritura de los programas escolares y lo que muchos ven como una independencia judicial dañada.
Chen se mudó a Singapur porque el comercio de criptomonedas, su sector, está prohibido en China. Mantuvo algunos promotores en el país, pero la mayoría de sus operaciones se llevan a cabo en el extranjero. Aseguró que estar en Singapur le ayudó a pensar de forma más global. Y se mostró escéptico ante la posibilidad de que Hong Kong pueda separar sus políticas cripto de las de Pekín.
Los empresarios de Singapur admiten que tiene sus limitaciones. Es un país pequeño y caro, y la reserva de talentos es escasa. Es un lugar que permite fácilmente disfrutar la vida, pero no es ideal para poner en marcha, por ejemplo, una ambiciosa empresa tecnológica, aseguraron muchos de ellos. Algunos chinos ricos y relativamente jóvenes que se han mudado aquí no tienen mucho que hacer salvo beber mucho Moutai, el licor chino.
Casi todos habrían preferido quedarse en China si las circunstancias hubieran sido diferentes. Es un mercado colosal con grandes infraestructuras, la mejor cadena de suministro del mundo y una abundante oferta de programadores dispuestos a hacer horas extras.
La mayoría de ellos siguen manteniendo allí algunas operaciones comerciales. Pero no van a volver corriendo a invertir más y a abrir nuevas empresas solo porque el gobierno los haya intentado persuadir.
“Los empresarios ya no se atreven a asumir riesgos”, afirma Huo. “Tienen que pensárselo dos veces antes de hacer cualquier cosa: pensar si van a poner en peligro su seguridad”.
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