n 2015, las Naciones Unidas establecieron los Objetivos de Desarrollo Sostenible de cara al 2030. El primero de ellos, poner fin a la pobreza, el segundo, alcanzar el hambre cero. Hoy, a mitad de camino del período fijado, el panorama demuestra que los objetivos están cada vez más lejos de materializarse. Esto ha quedado reflejado en el último informe de Riesgos Globales presentado por el Foro Económico Mundial en el que se han identificado los principales desafíos a los que se enfrentan los líderes mundiales a corto plazo: el incremento del coste de vida y la inseguridad alimentaria son algunos de los más urgentes.
Como ha quedado demostrado durante el Foro Económico Mundial realizado recientemente en Davos, la escasez de alimentos es uno de los principales desafíos en la agenda internacional. El año pasado, en el marco del Día Mundial de la Alimentación, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), publicó un duro informe en el que revela un preocupante incremento del número de personas que sufren hambre alrededor del mundo. En 2021, esta cifra alcanzó a las 828 millones de personas, lo que se traduce en un aumento de alrededor de 46 millones de personas en comparación con el año anterior.
La inseguridad alimentaria aguda tampoco ha dado tregua. En tan solo dos años, el número de personas que la sufren ha pasado de 135 a 193 millones. Según el informe de la FAO, alrededor de 750.000 personas viven en condiciones de hambruna en tan solo cinco países. Si la situación ya era grave tras la pandemia de la Covid-19, ahora tras la invasión rusa de Ucrania se ha recrudecido. El incremento del coste de los insumos y los problemas en las cadenas de suministro han tenido un fuerte impacto en la disponibilidad de alimentos nutritivos y también en los precios de los mismos. La FAO estima que esta situación podría llevar a más millones de personas al borde del hambre y la malnutrición.
Otro dato igual de preocupante es que ya son más de 3 mil millones las personas que no pueden acceder a una dieta saludable. Es decir, un 40% de la población mundial no puede pagar una dieta saludable. En América Latina y el Caribe, una de las regiones que registra tasas de inseguridad alimentaria superiores al promedio mundial, el 22,5% de la población no cuenta con los medios suficientes para acceder a una dieta saludable. Así lo confirma el nuevo informe de Naciones Unidas Panorama de la Seguridad Alimentaria y Nutricional 2022, que identifica una directa relación entre el nivel de ingresos de un país, la incidencia de la pobreza y el nivel de desigualdad.
Lamentablemente, la dificultad para acceder a una alimentación saludable afecta particularmente a las poblaciones vulnerables, como por ejemplo, los pequeños agricultores, mujeres rurales y poblaciones indígenas y afrodescendientes.
El informe Panorama de las Naciones Unidas también ahonda en las medidas que se han puesto en marcha con el fin de revertir la situación. Entre ellas, la adopción de soluciones innovadoras que permitan diversificar la producción y aumentar la oferta de alimentos saludables, con el fin de mejorar el acceso de pequeños productores a alimentos de mejor calidad. Sin embargo, como bien lo ha explicado Mario Lubetkin, subdirector y representante regional de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura en América Latina y el Caribe, “ninguna política por sí sola puede proporcionar la solución a esta problemática”.
Entre las políticas mencionadas en el informe destacan por ejemplo, la promoción de programas de protección social sensibles a la nutrición como por ejemplo los programas de alimentación escolar con el fin de promover la educación alimentaria y nutricional. Otras de las mencionadas son las políticas fiscales diseñadas para disminuir el precio relativo de los alimentos nutritivos. Por último, se hace mención también a la utilización de políticas que promuevan entornos y comportamientos para fomentar el consumo de productos saludables. ¿Cómo lograrlo? A través de un etiquetado nutricional en la parte frontal del envase, concluyen.
El debate sobre el etiquetado nutricional de alimentos es uno que resuena bastante en la Unión Europea en estos momentos. En España, país europeo que registra la mayor prevalencia de sobrepeso y el cuarto en obesidad, este tema también ha dado qué hablar. Esto, luego de que el Ministerio de Consumo anunciara su intención de adoptar el etiquetado francés NutriScore acusado, entre otras cosas, de penalizar a los productos locales y tradicionales como los de Denominación de Origen Protegida (DOP). Hasta ahora, las críticas por parte de los productores locales y de la comunidad científica han logrado frenar la adopción generalizada del sistema en suelo español. Sobre todo, luego de que especialistas demostraran cómo los fabricantes utilizan este sistema y su algoritmo para mejorar la imagen de sus productos malsanos.
Aún no queda claro si la Comisión Europea seguirá adelante con su proyecto de adopción de un etiquetado armonizado a lo largo de la Unión Europea. Pero si hay algo de lo que no quedan dudas es que cada país tiene sus especificidades y no existe una fórmula “talla única” para todos. Especialmente, cuando estas problemáticas están marcadas por causas como la desigualdad, la falta de recursos, el poco acceso a la educación, entre otras. En un contexto así, surgen muchísimas dudas sobre estos etiquetados y cómo sus promotores buscan convencer a la comunidad internacional de que una pegatina puede impulsar el acceso a alimentos saludables y revertir las tasas de obesidad y sobrepeso.
Lo que sí es evidente es que no se puede dejar la salud de los consumidores librada al funcionamiento de un algoritmo (como el de NutriScore). Cuando la mayor preocupación es no saber si habrá comida o no en la mesa, o cuando directamente no se puede acceder a alimentos más saludables debido a su costo, de nada sirven los etiquetados. La clave está en ir a las raíces de estos problemas y enfocarse en la desigualdad y en mejorar el acceso a la educación, entre otras cosas.
En 2023, con los desafíos gravísimos que atraviesa la población mundial y cuando se está hablando de pobreza y hambre, que haya sectores que buscan imponer sistemas de etiquetado nutricional diseñados para mejorar la puntuación de productos malsanos es simplemente aberrante.
Las cifras sobre la imposibilidad de acceder a dietas saludables, combinadas con las de obesidad y sobrepeso, representan un verdadero peligro para la población mundial. A su vez, dejan al descubierto la necesidad urgente de poner en marcha políticas basadas en evidencia científica que permitan alcanzar resultados a corto y largo plazo. Mientras más tiempo se pierda, peor serán las consecuencias y más marcadas quedarán las brechas de desigualdad. En un mundo cambiante, de nada sirve pautar objetivos de cara a los años a venir, sin hacer nada por resolver los inmediatos y sin adoptar medidas que realmente sean innovadoras en lugar de insistir con copiar y pegar herramientas que no dan resultados.