En un esfuerzo desesperado por salvar a una especie de ave marina en Hawai del aumento de las aguas del océano, los científicos reubican polluelos a una nueva isla a cientos de kilómetros de distancia.
Mudar especies para salvarlas —un tema considerado tabú alguna vez— está ganando terreno rápidamente a medida que el cambio climático altera los hábitats. Se han sugerido reubicaciones similares para aves, lagartijas, mariposas e incluso flores.
Sin embargo, persiste el temor de que la nueva práctica pueda causar daños no deseados de la misma manera que las plantas y los animales invasores han causado estragos a especies nativas.
Pero la reubicación de unos 40 polluelos de paíños de Tristram (Hydrobates tristrami) a madrigueras artificiales en la isla hawaiana de Tern —a apenas 1,8 metros (6 pies) sobre el nivel del mar y a más de 800 kilómetros (500 millas) de distancia desde Oahu— podría ofrecer nuevas esperanzas.
La especie se considera vulnerable a la extinción y el objetivo es que los paíños jóvenes regresen a su nuevo hogar cuando tengan la edad suficiente para reproducirse.
“La isla de Tern se está deslavando”, advierte Eric VanderWerf, biólogo de la organización sin fines de lucro Pacific Rim Conservation (Conservación de la Cuenca del Pacífico). “El cambio climático está causando una mayor necesidad de esto: trasladar una especie fuera de su rango histórico conocido”.
Un cambio pendiente a la U.S. Endangered Species Act (Ley para especies en peligro de extinción de Estados Unidos) por parte del gobierno del presidente Joe Biden facilitaría la reubicación de algunas de las especies más amenazadas a lugares donde no han sido registradas previamente.
En respuesta, los funcionarios estatales de vida silvestre y los científicos han sugerido reubicar a una parte de algunas especies que luchan contra el cambio climático, incluidos el ciervo cola blanca (Odocoileus virginianus) del sur de Florida, la mariposa azul de Karner (Plebejus melissa samuelis) de la región del centro-norte y el noreste de Estados Unidos, las flores del desierto en Nevada y California, y el lagarto pigmeo de St. Croix (Pholidoscelis polops) de las Islas Vírgenes.
Los republicanos en los estados del oeste —incluidos Montana, Nuevo México y Arizona— están en contra de la propuesta y dicen que podría causar estragos ecológicos al introducir deliberadamente “especies invasoras”.
La propuesta, que los funcionarios federales esperan finalizar en junio, refleja un “cambio fundamental en la forma en que pensamos sobre la protección y la conservación de las especies”, manifiesta Jason McLachlan, biólogo de la Universidad de Notre Dame.
El asunto va más allá de las especies en peligro de extinción, explica McLachlan, y plantea preguntas sobre qué debería considerarse “nativo” ahora que las temperaturas cambiantes empujan a algunas especies a mayores elevaciones o hacia los polos del planeta.
Cambios de temperatura similares ocurrieron a lo largo de milenios anteriormente, pero el actual está ocurriendo en apenas unas décadas y altera drásticamente los ecosistemas. “En algún momento vamos a tener que empezar a pensar en ello en formas que hará que la gente —yo incluido— se sienta incómoda”, agrega. “Tener que decir que esta especie está bien y esta especie no está bien es pedir mucho de los seres humanos”.
Para salvar a los paíños de Tristram, afirma VanderWerf, los científicos deben actuar antes de que las poblaciones se desplomen. “En 30 años, estas aves serán ciertamente raras si no hacemos algo al respecto”, añade.
La reubicación de especies fuera de sus rangos históricos es todavía poco común, pero los funcionarios de vida silvestre de Estados Unidos han identificado numerosas plantas y animales amenazados y en peligro de extinción que ya se ven afectados por el cambio climático: la moscas de las piedras glaciales (orden Plecoptera) en Montana, los pingüinos emperador (Aptenodytes forsteri) en la Antártida, la perdiz nival de cola blanca (Lagopus leucura rainierensis) del Monte Rainier, el gorrión de las marismas (Ammospiza caudacuta) de la costa atlántica, y numerosas aves de Hawai.
Karen Armstrong, vocera del Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos (FWS por sus siglas en inglés), advierte que no hay propuestas actuales para establecer nuevas poblaciones de esas especies en particular. “En el futuro, los rangos de algunas especies pueden cambiar debido al cambio climático, o sus hábitats actuales pueden volverse inadecuados debido a la intrusión de especies invasoras”, escribió Armstrong en un correo electrónico. “Vemos el establecimiento experimental de poblaciones fuera de sus rangos históricos como una herramienta potencial para su manejo y conservación”.
Un plan que sopesan actualmente los funcionarios de vida silvestre de Estados Unidos atañe a las aves nativas de Guam, donde los martines pescadores (Todiramphus cinnamominus) fueron diezmados por serpientes arbóreas marrón (Boiga irregularis) llevadas accidentalmente a la isla en buques de carga militares alrededor de 1950.
Los últimos 29 martines pescadores silvestres de Guam fueron capturados en la década de 1980 y han sido criados en cautiverio para ganar tiempo. Según una propuesta pendiente, nueve martines pescadores serían liberados a partir de este año en el atolón Palmyra, a más de 5.800 kilómetros (3.600 millas) de distancia.
Si la reubicación tiene éxito, los martines pescadores se convertirían en una de las pocas especies que ascienden de “extinto en estado silvestre” a “en peligro crítico”.
La esperanza es que el martín pescador de Guam, también conocido localmente como “sihek”, sea devuelto tarde o temprano a su isla natal si se controla a la serpiente arbórea marrón, explica Erica Royer, experta en aves del Smithsonian Conservation Biology Institute (Instituto Smithsonian de Biología de la Conservación), en Washington, D.C.
“Este tipo de manejo intensivo es necesario para que tengamos una oportunidad razonable de conservar algunas especies”, explica Don Lyons, del Seabird Institute (Instituto de Aves Marinas) de la Sociedad Nacional Audubon.
Sin embargo, el peligro potencial —y el debate científico— radica en lo que los seres humanos no podemos saber el futuro. La humanidad ha reubicado especies durante siglos, a menudo sin darse cuenta, y a veces ha causado daños graves.
Abundan los ejemplos: la carpa asiática (Cyprinus carpio) se ha extendido a lo largo de los ríos y arroyos de Estados Unidos. Los estorninos europeos (Sturnus vulgaris) destruyen los cultivos y expulsan a los pájaros cantores. Los mejillones cebra (Dreissena polymorpha) de Eurasia diezman las poblaciones nativas. Y las enredaderas de kudzu (Pueraria montana) de Japón, plantadas para estabilizar los suelos, se han extendido a decenas de estados donde asfixian a otras plantas.
Mark Schwartz, científico de la Universidad de California en Davis, admite que él inicialmente se mostró escéptico sobre la reubicación de especies para su conservación cuando los biólogos comenzaron a analizar la idea hace alrededor de una década. La rápida tasa de extinciones lo hace pensar ahora que no hacer nada podría ser un error costoso.
“Muchas, muchas especies” deben ser reubicadas o podrían extinguirse, enfatiza James Watson, científico conservacionista de la Universidad de Queensland, en Australia, donde los incendios forestales cada vez más graves y causados por el cambio climático han forzado conversaciones sobre las reubicaciones. Los incendios sin precedentes de hace tres años probablemente destruyeron los últimos hábitats de algunas especies en peligro de extinción, agrega.
“Ya jugamos a la ruleta rusa con el clima, ya estamos en esa pista de esquí: bien podríamos arriesgarnos más”.
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Christina Larson y Matthew Brown están en Twitter como @larsonchristina y @MatthewBrownAP
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