Los medios de comunicación, al igual que los gobiernos, son instituciones corruptas y con muchos problemas de credibilidad. Corruptas, no tanto en el sentido de que aceptan sobornos y coimas (aunque muchos sabemos que durante el quinquenio pasado, varios medios convirtieron su sala de redacción en fiscalía paralela y taquilla de cobro), pero sí de que no son capaces de hacer lo que deben ni lo que la sociedad espera.
Los medios de comunicación, al igual que los gobiernos, son instituciones corruptas y con muchos problemas de credibilidad. Corruptas, no tanto en el sentido de que aceptan sobornos y coimas (aunque muchos sabemos que durante el quinquenio pasado, varios medios convirtieron su sala de redacción en fiscalía paralela y taquilla de cobro), pero sí de que no son capaces de hacer lo que deben ni lo que la sociedad espera. Además, los medios y los gobiernos están entrelazados en un círculo nefasto de la manipulación, en la que se crean sus propios mitos y alimentan sus mismos intereses. Los periodistas necesitan dramatizar noticias y los funcionarios aparecen responder a las crisis. Con demasiada frecuencia, las crisis no son realmente las crisis, sino invenciones conjuntas. Las dos instituciones se han vuelto tan atrapadas en una telaraña simbiótica de mentiras que los medios no pueden decirle al público lo que es verdad y los funcionarios no pueden gobernar con transparencia.
Esa es la tesis de Paul H. Weaver, un ex científico político en la Universidad de Harvard, un ex periodista en la revista Fortune, y un ex ejecutivo de comunicaciones corporativas en Ford Motor Company. Según Weaver, los medios de comunicación y los gobiernos han creado una farsa que sirve a sus propios intereses, pero engaña al público. Funcionarios incitan a los medios a crear dramas mediante la fabricación de crisis y los periodistas obedientemente reportan esas fabricaciones, creándose así una cultura de la mentira en la que los medios se han convertido en manipuladores de información, donde sus maquinaciones reflejan aspectos de personalidades más que de instituciones, con hechos a menudo inciertos y donde la simplificación excesiva es la norma.
Y esto ha traído graves consecuencias. La primera que las noticias cambian las percepciones y las percepciones a menudo se convierten en realidad. Las salas de redacción son terreno fértil para las historias plantadas. Insinuaciones acerca de un adversario político o comercial a menudo conducen a su pérdida de influencia o credibilidad. De hecho, las columnas de glosas, que en un principio dos medios en Panamá las utilizaban como instancias para publicar primicias y exclusivas, ahora han sido prostituidas por otros medios y las utilizan para atacar opositores políticos, denigrar funcionarios y sembrar bochinches sucios.
Tal vez la consecuencia más grave de este binomio perverso de medios y gobierno es que tanto ellos como el público se vuelven ciegos a las cuestiones sistémicas. Por ejemplo, el enfoque equivocado a temas de salud pública ha hecho ver que dos conceptos básicos como alimentación y nutrición se cubran de forma equivocada. Todos sabemos los horrores del Legislativo y los desaciertos del Ejecutivo, pero no encontrar ni una sola palabra en los discursos del pasado 2 de enero sobre alimentación y nutrición, y que los periodistas no lo hayan percatado, simplemente nos da razones para pensar que los medios en estos momentos no tienen capacidad para reportar ciertos tipos de noticias. Y lo peor es que el gobierno tampoco es capaz de abordarlos de una manera lógica y coherente.
La incapacidad de la prensa y el gobierno para informar de los acontecimientos o tendencias noticiosas no se limita a los asuntos de salud. Muchas veces las noticias políticas y económicas son enfocadas de una manera tan trivial que denotan desconocimiento de las cosas. Igualmente, los temas de educación sexual y matrimonio igualitario, por mencionar solamente dos, parecen ser los que la mayoría de los editores ahora quieren informar, pero cuando el público les hace saber sobre otras tendencias fundamentales que quieren leer, ver o escuchar, lentamente los periodistas tienen problemas para cubrirlos.
Frente a esta realidad, recomiendo que las escuelas enseñen más lógica. Y que los medios capaciten a sus periodistas en el análisis lógico y dediquen más espacio a describir la metodología de sus coberturas. Cada historia debe identificar el patrocinador y describir su interés en el resultado o el impacto de su publicación. Y los medios deberían dejar de producir información que sólo sirve para alimentar a sus propios intereses y campañas.
Al final, la solución es que la prensa cubra menos politiquería y más sustancia política, menos melodrama de funcionarios y más profundidad en instituciones, menos morbo y más conocimiento. Que cuando un presidente, ministro, diputado o alcalde de un discurso o una declaración, los medios cubran la totalidad de su contenido y no sólo hagan opinión del mismo, sino un análisis con perspectivas. Esto ayudaría a darle importancia al debate sobre el fondo de las cosas en lugar de destacar los bochinches y las personalidades de la política. Y eso reduciría las presiones que tienen los gobiernos y sus funcionarios para sembrar crisis como medida de escape y volveríamos al desarrollo de las noticias desde una óptica más lógica, más analítica y más certera.
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