El futbol, el pasatiempo más popular de la humanidad, y las empresas se han beneficiado por años en una relación simbiótica que les ha traído beneficios mutuos: dinero para organizar las competiciones futbolísticas y visibilidad y publicidad para los patrocinadores. Pero, como advierten los especialistas, muchas de esas compañías suponen un riesgo para el medio ambiente y, por ende, para el juego mismo.
Que dicho deporte coexista en alianza con patrocinadores de diversa índole es una estrategia comercial muy difundida; sin embargo, se pierde de vista que muchas de estas empresas son responsables del deterioro ambiental que acrecienta la crisis climática. Sin culpar directamente a la práctica del futbol —que entre muchas de sus cualidades intenta promover la salud y el bienestar humano—, es necesario mirar con lupa y ojo clínico lo que están haciendo las empresas con las que se relaciona.
El año pasado se publicó un artículo sobre este tema en la sección de medio ambiente del sitio web “La marea”. En el texto se hace referencia a una investigación llevada a cabo por el New Weather Institute, la organización benéfica Possible y la Alianza para la Transición Rápida, donde se indica que el mundo del deporte, y específicamente el del futbol, mantiene acuerdos publicitarios y de patrocinios con empresas que contribuyen al cambio climático, tales como Hyundai y Qatar Airways con la mismísima FIFA, el ente rector del futbol; Nissan y Expedia con la UEFA Champions League, o Volkswagen con la Federación Francesa de Futbol.
Hablando a nivel de clubes, son varios los ejemplos de alianzas comerciales entre equipos de futbol y empresas del ramo automotriz, de combustibles y de neumáticos, cuyas acciones son incompatibles con la idea de un planeta limpio. Por si fuera poco, algunas instituciones bancarias salen muy mal paradas en la lucha contra el cambio climático, como BBVA, principal patrocinador de La Primera División de México y del club Monterrey; Santander, financiador de La Primera División de España, o Banorte, patrono de la Selección Nacional de nuestro país. Dichos bancos se caracterizan por no haber adoptado ninguna clase de medida firme y/o significativa según lo estipulado en el Acuerdo de París para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en el planeta; en el peor de los casos, han financiado directamente a otras instituciones y actividades que la comunidad científica y algunos gobiernos han catalogado como destructoras de la biodiversidad.
Si bien suena utópico y se antoja una tarea titánica y estéril, es deber de todas y todos los involucrados en el mundo del futbol, desde los dirigentes de las distintas confederaciones que regulan el deporte, periodistas y medios de comunicación hasta el aficionado del equipo más humilde, cada quién desde su trinchera, trabajar en cooperación para que el negocio del futbol, por medio de estos acuerdos, no se convierta en un agente más —de los miles que ya existen— que contribuya al daño del medio ambiente y de la salud de los seres humanos.
Además, hay que voltear a ver lo que están haciendo equipos como el Green Forest Rovers de la Cuarta División de Inglaterra, considerado el equipo más ecológico del mundo. Entre las características del club se incluyen: césped orgánico en su estadio, agua de lluvia para regar el terreno de juego, paneles solares en el inmueble para aprovechar la energía, uniformes hechos enteramente con materiales biodegradables, y hasta una dieta 100% vegana para los aficionados que van a ver los partidos. Estas acciones deberían ser, en la medida de lo posible, la norma para el resto de los equipos.
El año pasado, durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP 26), Gianni Infantino, presidente de la FIFA, anunció que se iniciará un plan de trabajo para reducir al mínimo las emisiones de gases de efecto invernadero. Esto ya es un gran paso y suena excelente, pero si los responsables no son coherentes con sus mensajes y le exigen lo mismo a sus patrocinadores, de quienes obtienen cantidades ingentes de dinero, es posible pensar que sus intenciones son, como mínimo, espurias.
No hace falta ser un alarmista ni tampoco un genio para darse cuenta de que un mundo deteriorado será un mundo sin deporte. Ya se vivió una simulación de la catástrofe en 2020, cuando la pandemia paralizó por completo las competiciones deportivas en todo el planeta, posponiendo incluso eventos como la Eurocopa de Naciones y los Juegos Olímpicos de Verano en Tokio. Si las crisis ambientales continúan, el daño será perpetuo, y, entre otras consecuencias más serias e importantes, el balón dejará de rodar para siempre.
* Aram Ledezma es pasante de la licenciatura de Comunicación y Periodismo por parte de la FES Aragón de la UNAM. Es prestador del servicio social en el área editorial del Programa Universitario de Bioética, se especializa en temas deportivos y actualmente colabora en sitios web donde escribe y reflexiona sobre futbol. Carol Hernández es investigadora del Programa Universitario de Bioética, en el cual es responsable del área “Bioética ambiental, cambio climático y agricultura”.
Las opiniones publicadas en este blog son responsabilidad únicamente de sus autores. No expresan una opinión de consenso de los seminarios ni tampoco una posición institucional del PUB-UNAM. Todo comentario, réplica o crítica es bienvenido.
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