Entre la desesperanza y la incertidumbre por un 2023 con más guerras en el mundo, con una inflación que bajará –pero no lo suficiente–, con un frenazo en la economía nacional, con una “paz total” enredada y un cúmulo de “razones” que llaman al pesimismo, yo, en todo caso, prefiero creer que los mejores pronósticos son los que se basan en la capacidad de resiliencia y adaptación de los colombianos y no en las fatalidades que, a algunos, simplemente les interesa vender.
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Prefiero creer –como dice Ricardo Ávila en su análisis semanal en este mismo periódico– “que las cuentas del Gobierno terminan el año en una mejor situación de la que muchos creían”. Prefiero creer que el ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, se quedará un tiempo más en su cargo para imprimirle seriedad a un gabinete que necesita fantasear menos y actuar con sensatez y responsabilidad. Prefiero creer que cuando él se vaya de nuevo a sus labores de docencia e investigación en Columbia, llegue a esa posición un economista como Luis Fernando Mejía, hoy director de Fedesarrollo, y no un populista o una cuota de algún partido político en plan de sonsacarle al Gobierno más participación a costa de sacrificar la idoneidad técnica que se necesita para sentarse en esa silla.
Prefiero creer en un Congreso que, pese a su apetito voraz por la ‘mermelada’, entienda que existen momentos en los que hay que decir no y ponga límites a las reformas que pretendan borrar de un plumazo las cosas que funcionan bien en nuestro país y preserve los derechos de los pensionados y el derecho a la salud de los colombianos, que no se pueden poner en juego. En ese sentido, prefiero creer que la concertación será el nombre del juego en 2023 y que empresarios y sindicatos, políticos de oposición y mayorías gubernamentales se sentarán a hablar de los temas difíciles y buscarán consensos por el bien de Colombia.
Prefiero creer que el respeto entre competidores políticos se mantendrá: que el ejemplo que han dado Álvaro Uribe y Gustavo Petro a la hora de tramitar sus diferencias con inmensa altura en los últimos meses se impregnará entre sus bases de manera que se introduzca, por fin, algo de civilidad en las necesarias controversias políticas que existen en toda sociedad.
Prefiero creer que la concertación será el nombre del juego en 2023 y que empresarios y sindicatos, políticos de oposición y mayorías gubernamentales se sentarán a hablar de los temas difíciles.
Prefiero creer que la oposición se fortalecerá porque no hay nada peor que el unanimismo, pero también elijo creer que las intransigencias no pueden conducir más el debate y que se vale ceder ante un mejor argumento o encontrar puntos en común para avanzar.
Prefiero creer que los pesos y contrapesos funcionarán en nuestra democracia; que, así como el Poder Judicial cerró filas para indicarle al Presidente lo que se puede hacer y lo que no en materia de excarcelaciones, también obrará en otras situaciones, con autonomía e independencia, para poner los tatequietos a que haya lugar y hacer respetar nuestra Constitución cuando esté en riesgo de ser vulnerada.
Prefiero creer que los colombianos encontraremos salidas de escape, como siempre lo hemos hecho cuando nos enfrentamos a las crisis. No será la primera vez que lidiamos con una crisis económica, tampoco con una social y mucho menos con una crisis política, pero con empeño hemos salido de varias peores, y esta vez prefiero creer que no será la excepción.
Prefiero creer que el 2023, en fin, es menos grave de lo que algunos vaticinan; que será difícil, que será desafiante, que requerirá un entendimiento público-privado como nunca se ha dado y que nos exigirá más fe y optimismo que de costumbre, pero de eso también tenemos los colombianos porque cuando decidimos creer, logramos que lo imposible se vuelva posible y les damos la vuelta a las situaciones de manera sorprendente. Definitivamente, en 2023, prefiero creer.
JOSÉ MANUEL ACEVEDO
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