Gracias a mi inveterado vicio por la lectura, me he venido percatando de que son numerosos los colegas nacionales y extranjeros que han incursionado en el campo de las letras, pese a que siempre se nos haya endilgado fama de tener pésima escritura. Hasta ahora no se ha hecho un atento inventario sobre quiénes han sido esos autores colombianos y cuál ha sido su legado escrito. Veo difícil que algún día lo sepamos, pues esa ignota obra se halla refundida, dispersa en bibliotecas particulares, olvidada, quizás algunas convertidas en pasto del gorgojo y la polilla.
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A veces me pregunto por qué mucho médico tiene inclinación por escribir, es decir, por dar rienda suelta a sus vivencias represadas. Mi respuesta es que en el fondo todo médico está tocado de humanismo, debido a su misma profesión. El ejercicio de la medicina implica estar en contacto con seres humanos de diferente condición, casi siempre en circunstancias pesarosas, cuando las enfermedades los asedian y la tragedia ronda a su alrededor. El famoso escritor inglés Somerset Maugham –autor, entre otras obras, de la muy conocida novela Servidumbre humana– en un principio ejerció la medicina y luego se entregó a la literatura. En su autobiografía registró que “no hay mejor escuela para un escritor que pasar algunos años en la profesión de curar. El médico contempla la naturaleza humana en toda su desnudez”. Es cierto, para el médico atento y sensible la historia de sus pacientes es un rico filón de inspiración. Además, muchos encuentran en la escritura una válvula de escape a sus experiencias diarias y, por lo mismo, se convierte en una actividad sedante para el estresante ejercicio profesional.
Sobresalientes páginas de la literatura universal han tenido como autores a discípulos de Hipócrates. Entre los extranjeros me vienen a la mente el francés del siglo XVI François Rabelais, autor de la famosa novela Gargantúa y Pantagruel; el español Pío Baroja, miembro de la renombrada Generación del 98; el ruso Antón Chejov; el mexicano Mariano Azuela; el inglés sir Arthur Conan Doyle, padre del legendario personaje Scherlock Holmes; el también inglés y poeta romántico John Keats; el norteamericano Frank G. Slaugther… Entre los colombianos recuerdo, entre otros, a Luis López de Mesa, a César Uribe Piedrahíta, a Juan Zapata Olivella, a Edmundo Rico, a Fernando Serpa, a Efraim Otero, a Juan Mendoza, y al más destacado de todos, el gran maestro de la cirugía Alfonso Bonilla Naar. Tuve la fortuna de ser su discípulo y más tarde su amigo, lo que permitió acercarme a su mundo literario. No cuesta trabajo aceptar que ha sido nuestro médico escritor de más finos quilates. Díganlo, si no, sus libros de poemas, de cuentos, llevados algunos a la TV como historias reales del acaecer médico. Sus novelas Viaje sin pasajero y La pezuña del diablo también merecieron ocupar espacio en la pantalla chica. El prólogo de La pezuña del diablo fue escrito por el nobel Miguel Ángel Asturias, quien anotó que el tema había sido tratado idiomáticamente con gran maestría. La obra literaria de Bonilla Naar bien valdría la pena recogerla y publicarla a manera de homenaje póstumo, para solaz de las nuevas generaciones amantes de las buenas letras.
Para el médico atento y sensible la historia de sus pacientes es un rico filón de inspiración. Además, muchos encuentran en la escritura una válvula de escape a sus experiencias diarias.
Las anteriores reflexiones me fueron suscitadas luego de haber asistido a la inauguración de la Sala de Autores Médicos Colombianos en la sede de la Academia Nacional de Medicina. Con loable propósito se abrió un espacio para darles cabida a las publicaciones escritas por médicos nuestros en los distintos géneros literarios: novela, poesía, cuento, historia, ensayos, biografías, etc. En la actualidad no es muy abundante el número de esos libros, pero por algo se comienza. Se aspira a que los colegas escritores, una vez conozcan la creación de esa sala, contribuyan a su enriquecimiento donando obras suyas y las que posean de otros autores nacionales.
Asimismo, no encuentro descabellada la idea de que alguna casa editorial se encargara de recopilar una selección de las mejores obras y las pusiera a disposición del público dentro de una serie o colección titulada ‘Obras de escritores médicos colombianos’.
FERNANDO SÁNCHEZ TORRES
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